LA
CONQUISTA POR LETRA DE CORTES Y FRAY BARTOLOMÉ
Debido a que se trata de encontrar
la verdad de los hechos, es necesario antes de pasar a leer las dos primeras
cartas de Cortés a sus reyes y la historia por Fray Bartolomé De Las Casas,
primero ubicarnos en la época, conscientes de las circunstancias que rodeaban a
los actores, para poder así, apreciar con más claridad cada palabra de verdad y
de mentira que nos dejaron escrita, evitando entrar a leerlos en frío, porque
leer en frío, es lo mismo que ver sin observar, es decir, que podemos llegar a
repetir cada palabra sin saber, como lo que estamos diciendo se vincula con las
dos primeras cartas de Cortés al Rey Fernando el Católico, a su hija y a su
nieto Carlos I de España, que era el mismo Carlos V del Sacro Imperio Romano
Germánico, este doble nombramiento es lo que confunde cuando dicen que en el
tiempo de la conquista, estaba Carlos I y otros que no es verdad, que era
Carlos V. Ya vimos en otra ocasión, que Maquiavelo nos menciona en “El
Príncipe”, que a Roma la destruyeron en conjunto el ejército de España, unido al
del Sacro Imperio Romano Germánico, pues esta es la razón.
Luego, lo perverso de la intriga de Cortés, es de previo
y especial pronunciamiento: por llamar mezquitas y oratorios a las escuelas,
que habiendo incontables, por la tanta cultura que había en el nuevo mundo, lo
hace con la intención del deseo de venganza español, que sentía contra los musulmanes
y sus mezquitas, redirigirlo en contra de México, aprovechando que España nunca pudo desquitarse
de la humillación que los musulmanes les profirieron por 800 años, mientras los
mantuvieron bajo su yugo hasta el 1492, por ser unos bárbaros comparados con
ellos, que a cada momento les restregaban como eran los rescatistas de la
cultura griega. Logró Cortés así, que sus compatriotas posicionaran a México,
en el lugar que los musulmanes los habían mantenido confinados por 8 siglos. Así
vemos, que a 27 años de haberse independizado de los musulmanes, estando Cortés
en México, todavía sintiendo en carne viva el ardor en contra de las mezquitas,
que nada tenían que ver con el muy distante México, como logró redirigir el
odio de todo su pueblo, en contra del nuestro.
La Reina Isabel la católica, a la que había conocido
Cristóbal Colón, había muerto en 1504, España le había dado la espalda a su
esposo el católico Rey Fernando, porque nunca había pasado de ser más que la
comparsa de la reina, por esta razón tuvo que aceptar que ejerciera el poder su
hija, quien tenía un hijo que el pueblo español reconocía como Carlos I, mismo que
por herencia pertenecía a los Habsburgo, por lo cual heredaría a la muerte de
su abuelo paterno Maximiliano en 1519, el Sacro Imperio Romano Germánico, donde
se le nombró Carlos V de Alemania, además del título que ya tenía de Carlos I
de España, por lo que se le reconoció soberanía, al mismo tiempo, en España,
Alemania, Cardeña, Sicilia, Nápoles, Islas Canarias, y el mundo americano en
expansión.
Carlos I de España, al mismo tiempo Carlos V de Alemania,
buscaba conquistar toda Italia, en contra del cuarteto conformado por el Papa
Alejandro VI, su hijo Cesar Borgia, Leonardo Da Vinci y Maquiavelo, además de a
México al mismo tiempo, debido a que había heredado el máximo poder de Europa, unificado
por azares del destino en su persona.
El monarca desconocía la lengua castellana, por lo que
conoció el contenido de las cartas de Fernando Hernán Cortés por intérprete, por
medio de las cuales, Cortés pretendía ganarle la partida al gobernador de Cuba,
Diego de Velázquez, quien había denunciado al Rey, que Cortés era un rebelde.
Este enfrentamiento dio como resultado, que Cortés, más
interesado en halagar al Rey, para ganarse su voluntad, en contra del
Gobernador de Cuba, Diego De Velázquez, descuidara la redacción de sus dos
primeras cartas, de las seis que son en total, permitiendo que se hiciera
pública, información que luego sería clasificada como Secreto de Estado, por el
desprestigio que deviene de un conquistador que encubre los actos genocidas de
su gente, tanto como los propios, así el descuido en sus contradicciones, como
lo es cuando dice que en el nuevo mundo no encuentra religión alguna, antes al
contrario, la gente es racional y política, mientras en otra parte dice, que adoran
dioses en sus mezquitas, y como esta, tiene muchas mas contradicciones por descuido.
España
junto con Alemania, después de destruir Roma, al mismo tiempo que conquistaba
México, aseguró desde entonces y hasta antes de la creación del Internet, que
las dos primeras cartas de Cortés, estaban definitivamente extraviadas.
Actualmente, encontradas en Internet, avergüenzan a España, por lo que su gobierno,
así como diversas personas morales y físicas, siguen haciendo toda clase de
intentos por desaparecer su rastro, pero siempre hay alguien de Internet que
las hace aparecer por otra parte.
Además,
existe el testimonio de Fray Bartolomé De Las Casas, que llegó a América desde
1502, por lo que conoció funcionando el nuevo mundo sin europeos por 17 años,
es el primer sacerdote ordenado en América, y el hombre más conocedor de la
erróneamente llamada “India”, amaba tanto a los indígenas, que para evitar su
martirio, suplicaba porque trajeran esclavos negros, para obligar a que la
Corona reformara la Ley de Indias. En un último intento por dejar testimonio de
lo que había sido testigo, al final de su vida escribió “Brevísima Relación de
la Destrucción de las Indias”, la cual, el Holandés Théodore De Bry, ilustró
con sus famosos grabados, murió en 1566, fue un hombre de fama superior a la del
santo oficio o santísima inquisición, por lo que no pudieron destruirlo por
todos los medios que intentaron, para evitar que divulgara al mundo, que había
denunciado ante el Rey, el genocidio y las mentiras de sus conquistadores, para
enriquecerse sin escrúpulo alguno, sin que este hiciera nada por frenar
semejante atrocidad, que a la postre se calculó en 27 millones de asesinatos,
más de cuatro veces el genocidio de Hitler, que tanto asusta a los españoles.
Los
27 millones de asesinatos de este genocidio, comprenden únicamente lo
contabilizado en el territorio mexicano, es decir, excluyendo las islas La Española,
hoy Santo Domingo, San Juan, Jamaica y Cuba.
Se
considera una de las formas de llevar a cabo el genocidio, los nueve de cada
diez muertos por las enfermedades contagiadas por los españoles, por la razón,
de que este tipo de guerra biológica era plenamente conocida en Europa, además,
de que ya la habían puesto en práctica en las primeras islas mencionadas, con
un éxito muy superior a lo esperado, visto que morían 9 de cada 10 habitantes,
con solo haber pasado cerca de ellos.
Esta
forma de hacer la guerra biológica, era ampliamente conocida en Europa, debido
a que Jani Beg Khan, el creador de la Horda de Oro y descendiente directo de
Gengis Khan, la había puesto de moda entre 1346 y 1347, cuando sitió la
amurallada Crimea para conquistarla, utilizando la catapulta, que este es otro
de los inventos de Arquímedes, para lanzar a los que morían por peste bubónica,
conocida como la peste negra, detrás de las murallas, que luego para acelerar
el contagio, los lanzaba descuartizados, para bañar a los habitantes con sangre
contaminada. Debido a que Crimea, tenía varios puertos visitados por todos los
pueblos europeos, la peste se propagó por toda Europa, muriendo la mitad de su
población en solo 4 años. De aquí, es de
donde resulta la pena capital a los sentenciados en toda Europa, de amarrarlos
a un muerto por enfermedad contagiosa, se sabía por experiencia, que el
sentenciado en una semana moría de lo mismo. Esta actividad jurídica europea,
casi han logrado borrarla de la historia, a fuerza de ignorarla. Por
consiguiente, los españoles, estaban plenamente conscientes de lo que hacían en
América, visto que ya habían experimentado sus posibilidades en las primeras
islas que visitaron.
Cortés,
aparentando buena voluntad, solicita ser recibido por Moctezuma,
aprovechándose, de que en toda parte que ha visitado, ha sido recibido con una
cortesía que hasta la fecha distingue en todo el mundo a la gente de México,
que se rige por el principio de “primero es la visita”, ciertamente, Moctezuma
lo hospeda en el Palacio de Axayácatl, que había sido de su padre y
posteriormente sería demolido por Cortés, hoy en la cuarta parte de aquella
superficie, se encuentra el Monte de Piedad. Moctezuma visita diario a Cortés,
interesado por conocer todo lo relacionado con el pueblo de donde proviene y
enseñándole todo lo relacionado con el propio. Como lo era, que para ser Rey,
antes tenía que cumplirse el requisito de ser sirviente, en el seno de
cualquier familia por 2 años. No necesitó intérpretes, porque lo acompañaban 2
náufragos españoles, que fueron rescatados por nativos que los incorporaron a
sus pueblos sin condición alguna, inclusive se habían casado y tenían hijos.
Pero pasan los días y Moctezuma no se contagia de las enfermedades que portan
los españoles, la población le reclama a Moctezuma que los visitantes, traen
enfermedades desconocidas, no usan los sanitarios y no se bañan, por lo que la
ciudad empieza a heder a cloaca, el descontento provoca revueltas, que Cortés
aprovecha para decir que su propio pueblo asesinó a Moctezuma.
Los
españoles encuentran en todo el territorio mexicano, una justicia de la que no
tenían antecedentes, porque culminaba en una Suprema Corte de Justicia, ni
siquiera Justiniano, el máximo jurista en la historia la había concebido.
Recordemos que tanto Cortés como los Frailes habían estudiado leyes. En el
nuevo mundo resolvía primero un juez, si su sentencia era impugnada, resolvía
un tribunal que decidía por votación de tres magistrados, misma que podía
volver a ser impugnada y entonces resolvía el tribunal superior por votación de
cuatro ministros, la que era definitiva e inapelable. Cada juez estaba limitado
por una jurisdicción, donde era electo por votación y juzgaba también las
controversias que se presentaban en la parte proporcional del mercado que le
correspondía, el mercado era el centro de reunión más importante en todas las
culturas de América, porque era donde se reunían 300 culturas, según calculaba
Moctezuma, a intercambiar cultura, arte, ciencia y ciencia aplicada o
tecnología, por lo que los jueces debía tener un criterio y acervo cultural muy
amplio, así como también conocimiento de idiomas. Además, encontraron que los
pobladores eran altos, fuertes y bien proporcionados, no eran religiosos, sino
que eran racionales y políticos, por lo que estaban en trámites en
Tenochtitlán, de implementar el modelo democrático de Cholula, de lo que esta
civilización los había convencido, de ser un sistema político superior al
imperialismo.
Actualmente,
solo en el D. F., el INEGI detectó 67 culturas, a las que se le suman las de
los demás Estados, las que se extinguieron y las que venían de muy lejos, para
conseguir principalmente herramientas de obsidiana, hoy conocida mundialmente
como “Piedra de Indios”, esta se ha encontrado desde Argentina hasta Canadá y
en todos los casos, de manufactura mexicana, por lo que la reunión de 300
culturas, que mencionó Moctezuma, es muy probable, en comparación con la
actualidad, la ONU reúne a menos de 200 países.
La
senda de la obsidiana, es la forma principal de las culturas precolombinas para
seguir el curso de la historia, debido a que este material fue crucial para el
avance de su civilización. Actualmente, los científicos dicen que la obsidiana
era conocida en todo el mundo, que no era exclusiva de México, es verdad, en
donde hubo volcanes hay obsidiana, pero lo que no dicen, es que solamente
México sabía para que servía, las demás culturas, por lo quebradiza que es, no
le encontraron utilidad alguna, en cambio en nuestro país, descubrieron que de
ella se obtiene el “filo perfecto”, llamándolo “iztli o ixtli”. Su importancia
es ancestral, viene desde los cazadores de la megafauna, como el mamut y
mastodonte, los cuales por el grosor de su piel son el mejor ejemplo, el mamut
era vegetariano, parecido al mastodonte que era carnívoro y atacaba a los
cazadores, pero aun así era cazado, si para matar un elefante se requiere de un
arma de alto poder, imaginemos que se necesitaba para matar un mamut, que el de
América era el más grande del mundo, (mammuthus americanus), conocido como el
gigante o imperial, se encontró uno en Maltrata, Ver., de alzada 5 mts., de
largo 9, de colmillo 5, piel de 2 cms., grasa de 10, pelaje de 90, pesaba 12
tons., se le encontró el más complejo sistema de rotación del aparato bucal
para masticar conocido hasta la fecha, cada muela pesa 2 kgs., ingería de
alimento diario 180 kgs., sensores muy sofisticados en las patas para las
vibraciones del suelo, olfato muy fino, se deduce por sus características que
se agrupaba para defenderse.
Este
mamut no fue cazado, murió en un pantano y por eso fue preservado, pero sus
similares en América han sido encontrados con daño por proyectiles en sus huesos,
solo en América se les ha encontrado muertos por esta causa, en otras partes
del mundo se han encontrado construcciones hechas con huesos de mamut, pero se
deducen de muerte natural, porque no tienen huellas de violencia, por lo tanto,
para alimentarse de ellos, tenían que esperar hacerlo como rapiña, después de
que un tigre dientes de sable u otro carnívoro con garras y colmillos capaces
de abrir su piel, lo hubiera dejado después de satisfecho.
En
cambio en México, Cortés había sido invitado a la feria de la cacería, parecida
a la corrida de toros actual, en Cholula, cuando aprovechó la fiesta para
masacrar a toda su gente, viendo que en toda población estaba prohibido portar
armas, previa cadena de intrigas que había premeditado para justificarla, en
esta feria se hacía la remembranza de la cacería ancestral, el arma principal
era una jabalina con punta de una obsidiana de corte especial para atravesar
pelo, piel, grasa y músculo, hasta llegar al hueso y órganos vitales del mamut,
se lanzaba con ayuda de una honda parecida a la que usó David contra Goliat,
que se ataba a la mano, en la parte donde se pone la piedra, se ponía la parte
posterior de la jabalina, se tomaba desde la punta de Obsidiana, quedando
ajustada la honda a todo lo largo de la jabalina, lo que la hacía salir
proyectada a una velocidad que los españoles dijeron jamás vista, una vez lograda
la cacería, se representaba el proceso de descuartizamiento, por medio de una
herramienta especial para el caso, también de obsidiana, pero de un corte
distinto, los españoles quedaron impactados de su capacidad de corte.
El
poder alimentarse en forma organizada, acelera todo proceso de evolución, y en
México esto es lo que sucedió, en cambio, en las demás partes del mundo, los
grupos humanos tenían que trasladarse a donde habían encontrado un mamut
muerto, para poder alimentarse, cosa que en México era al revés, el mamut
descuartizado era transportado a donde se había establecido el grupo, lo que dio
ocasión a desarrollarse en distintas especialidades y crear construcciones con
la mentalidad de permanencia definitiva.
Los
españoles encontraron tanto desarrollo y conocimiento en México, que la única
explicación que se les ocurrió, fue que todo debía provenir del infierno,
porque ni haciendo uno solo de Fenicia, Babilonia, Egipto, Persia, Grecia,
Roma, Arabia y demás conocido, podía compararse con nosotros, por lo tanto,
debía ser incinerado y destruido todo.
La
vanidad de vanidades y soberbia de soberbias de los científicos, no pueden
aceptar que nuestro origen sea de la tierra, se les hace más fácil determinar
que debemos ser de origen alienígena, pero es más probable que sea el resultado
de un genio entre nuestros ancestros, que sea el causante de nuestra acelerada
evolución, ejemplos de este tipo de aceleración provocada por el ingenio de un
hombre los hay, Newton y Einstein, Galileo y Copérnico, Arquímedes y Pitágoras,
Edison y Nikola Telsa, pero con la fama que propagó España sobre nosotros, no pueden
aceptar que tengamos alguna capacidad, no obstante, las irrefutables pruebas
físicas, que subsisten a tan sistemática destrucción.
El
Politécnico publicó un documental, donde la UNESCO cita a los 39 mejores
científicos de todo el mundo en Tehuacán-Cuicatlán, para determinar como hizo
México, 9 mil años antes de Cristo, para en esa zona inventar el maíz, porque
ya se determinó que no es de procedencia natural, sino que es de manipulación
genética, de unas espigas de la región que no tienen contenido nutricional. Consideremos
que antes de Cristo Moisés es del 1,200, Abraham del 2,000, el diluvio del
2,400, la cima de los egipcios del 3,000 al 5,000, y México manipulando los
cultivos en el 9,000, esto contra la fama que nos impusieron los españoles no
puede ser aceptable para ninguna sociedad que se precie de ser civilizada,
según los parámetros europeos, enseguida dos ligas al respecto:
Ahora
veamos, los científicos mexicanos eran de primera línea y de vanguardia, los
cuales fueron asesinados, de ellos resultaron los chamanes, al ser sus hijos
huérfanos educados en las escuelas de los frailes, a los que les inculcaron que
México antes de la llegada de los españoles era caníbal, hacía sacrificios
humanos en honor a los dioses y todo lo tenían relacionado con una religión
pagana, estos niños crecieron necesitando su identidad, por lo cual, al
intentar preservarla, creyeron rescatar debidamente lo que subsistió a pesar de
tanta destrucción, al combinarla con la información errónea que los
conquistadores les describieron, incluyendo a esa sabiduría ingredientes ajenos,
como los rituales esotéricos con fantasía teatral que todavía realizan, creyendo
que así preservarían su herencia en forma genuina, lo cual es una mentira, por
ejemplo, los españoles dijeron al mundo, que un espejo de obsidiana que usaban
en combinación con reflejos de agua que depositaban en el suelo, para hacer
observaciones estelares, era para ver cosas relacionadas con la magia y la
adivinación, cosa de lo más errónea, actualmente no pueden entender como tenían
tanto conocimiento del universo, pues esta era una de las técnicas que
utilizaban, pero los españoles no pudieron entender, que se tiene que ir
primero a la escuela para aprender a interpretar esos reflejos, similar a como
se aprende a interpretar las radiografías, análisis clínicos, pruebas químicas,
de física, sonogramas, etc., uno de esos espejos se encuentra en el Museo
Británico, enseguida la liga:
Otros
ejemplos, los encontramos en el primer envío que le hace Cortés al Rey de España,
en la relación que hace al final de la primera carta, menciona espejos creados
con valor agregado, para facilitar su venta en los mercados, lo que contradice,
que cambiaban espejos españoles por oro, ahí mismo, incluye los dos libros, que
en la redacción de esa misma carta, menciona a un padre caminando con su hijo
pequeño, que viniendo de la escuela, a la que luego llama mezquita, se detiene
a platicar con él, le pide que le muestre lo que lleva el niño y como se queda
maravillado, el hombre le dice que puede quedarse con ellos, no es ningún
problema conseguir otros, hay muchos en donde quiera. Por lo que podemos
deducir, que son libros de preescolar o primaria, ilustrados para los que
inician su educación. En la actualidad estos libros causan un gran revuelo
entre los científicos, que quieren darle el valor que no tienen, es como decir,
que “Blanca Nieves” y “Pinocho” son los dioses nuestros, o los que consideramos
los creadores del cosmos, enseguida una liga de las muchas que tratan el tema:
Las
ideas más retorcidas provienen de los cerebros más obtusos.
En
contra de estos pobres espíritus, encontramos por cronología a Fray Bartolomé
de las Casas, por lo ya mencionado; a Sor Juana Inés de la Cruz, que tenía una
sala para exhibición de todo lo que logró rescatar de las culturas que tanto
amó, todo ese acopio fue sepultado por el santo oficio o santísima inquisición,
a su muerte esta sala fue demolida hasta sus cimientos, al grado de que
actualmente no se ha podido determinar su ubicación, se dice, que encontraron documentos
ocultos en los muros, de los cuales no se sabe si fueron destruidos, se
encuentran ocultos en la iglesia mexicana, fueron a dar a la biblioteca del
vaticano o se encuentran inaccesibles en el Archivo Histórico de la Nación; a
Miguel Hidalgo y Costilla, que conoció tanto de las culturas mexicanas, que le
fue imposible ocultar su ira contra quienes le causaron tanto daño; a José
María Morelos y Pavón, que refleja su conocimiento y amor por lo precolombino
en su obra “Sentimientos de la Nación”, que con toda intensión escogió ese
nombre en vez de la Constitución de las Américas, en esta obra encontramos que
no obstante que dice: La religión católica es la única que se debe profesar en
el Estado, en los siguientes Artículos la excluye de continuar con la
administración de la justicia, para lo que crea el poder judicial, así mismo,
establece total libertad para estudiar los libros, ciencias, profesiones,
etc., que la iglesia por sistema tenía
prohibido, bajo pena de ser condenado por el santo oficio, especialmente estaba
condenado tener conocimiento de lo precolombino, él establecía libertad total y
además de prensa; a Manuel Crescencio Rejón, conocido mundialmente por ser el
creador del juicio de amparo, pero nadie menciona que estuvo encarcelado por
sus actividades sociales en favor de las culturas indígenas; a Mariano Otero y
Mestas, conocido porque incluyó el juicio de amparo creado por Rejón, en la
Constitución de 1847, pero tampoco se menciona que así como continuó la obra de
Rejón con lo del amparo, también continuó con su obra social en favor de los
indígenas; a Porfirio Díaz, que a pesar de tener mucha resistencia
internacional y por quienes le rodeaban, se mantuvo firme en sus intentos por
rescatar al México original; al Arq. Pedro Ramírez Vázquez, conocido por ser el
organizador de los Juegos Olímpicos del ’68, creador del Estadio Azteca, la
Nueva Basílica, el Museo de Arte Moderno y muchas obras más, pero lo que
consideraba como propio, fue su creación, el Museo Nacional de Antropología e
Historia, logró que se incluyera a Tláloc, que representa la lluvia y la
tierra, una aberración decir que México lo consideraba dios, tanta como decir
que para nosotros el David de Miguel Ángel es el dios David, el concepto de
divinidad es impuesto por los españoles, en las cartas de Cortés podemos
encontrar que en México no había religión. Este arquitecto logró un acopio
inmenso de las culturas originales, pero inexplicablemente, se encuentran en salas
que no tienen acceso al público; a José Sulaimán, conocido por ser el más
longevo presidente de la Comisión Mundial de Boxeo, su conocimiento de las
culturas mexicanas le ha influenciado para hacer trascendentales reformas a los
reglamentos del deporte, estuvo 2 años en la cárcel, acusado de comercio
ilícito de artículos precolombinos, pero la verdad, es que por ser persona
mundialmente conocida, se atendía a lo que decía, como el poner al descubierto
la verdadera historia de la conquista, lo que manifestaba al mismo tiempo que
exhibía productos de origen precolombino; al mundialmente conocido historiador
Luis González y González, conocido en las mejores universidades del mundo por
su cátedra sobre el México precolombino, desconocido en su patria, porque
hubiera terminado como todos en la cárcel, pero el Estado mexicano se vio
obligado por la presión internacional y local, a otorgarle su máximo
reconocimiento en 2003, dos meses antes de morir, la Medalla de Honor Belisario
Domínguez, este hombre nos hace saber que la historia oficial está llena de
distorsiones, por lo que en vez de creer lo que nos dicen, debemos atender a la
microhistoria, la cual consiste en visitar los museos, las ruinas, leer los
escritos sueltos, escuchar a la familia, a nuestro terruño, a la pequeña
comunidad, acercarnos a los ancianos venerables. De este historiador, el Estado
simula hacerle justicia cuando con motivo del Bicentenario, envió a todos los
hogares mexicanos un libro que el autor creó a manera de síntesis de toda su
obra antes de morir, acompañada de una bandera, entre lo que se menciona en esta
obra, destaca, que él ya sabía por medio de los venerables ancianos, que México
había creado el maíz de manipular espigas que en nada se le parecen, esto,
décadas antes de que los científicos modernos dieran cuenta de ello, se puede
encontrar en la página 6, segundo párrafo, donde además menciona que mejoró el
frijol, la calabaza y el amaranto. A esta obra no se le dio ninguna publicidad,
cosa que el Estado sabe perfectamente por praxis política, que lo que no se
publicita, el pueblo lo olvida en tres meses.
Todo
lo mencionado, la única explicación que puede tener, relacionado con el
comportamiento del Estado, en contra de lo anterior a la llegada de los
españoles, es que por alguna conveniencia, continúan actuando con la misma
conducta del conquistador, la cual estaba basada en que podía apropiarse de
todo, mientras sin cuestionamiento alguno le entregara la quinta parte al Rey.
Saludos.
Luis Benítez Villarreal.
Cartas de relación:
Primera relación (Carta de Veracruz)
Hernán Cortés
Muy Altos y Muy Poderosos, Exelentísimos Príncipes, Muy
Católicos y Muy Grandes Reyes y Señores:
Bien creemos que Vuestras Majestades por letras de Diego
Velázquez, teniente de almirante en la isla Fernandina, habrán sido informados
de una nueva tierra que puede haber dos años poco más o menos que en estas
partes fue descubierta, que principio fue intitulada por nombre Cocumel y
después la nombraron Yucatán sin ser lo uno ni lo otro, como por esta nuestra
relación Vuestras Reales Altezas mandarán ver. Porque las relaciones que hasta
agora a Vuestras Majestades desta tierra se han hecho, ansí de la manera y
riqueza della como de la forma en que fue descubierta y otras cosas que della
se han dicho, no son ni han podido ser ciertas, porque nadie hasta agora las ha
sabido, como será ésta que nosotros a Vuestras Reales Altezas enviamos. Y
trataremos aquí desdel principio que fue descubierta esta tierra hasta el
estado en que al presente está porque Vuestras Majestades sepan la tierra que
es, la gente que la posee y la manera de su vevir y el rito y cerimonias, seta
o ley que tienen, y el fruto que en ella Vuestras Reales Altezas podrán hacer y
della podrán rescibir y de quién en ella Vuestras Majestades han sido servidos,
porque en todo Vuestras Reales Altezas puedan hacer lo que más servidos serán.
Y la cierta y muy verdadera relación es en esta manera:
Puede haber dos años poco más o menos, Muy Esclarecidos
Príncipes, que en la cibdad de Santiago, que es en la isla Fernandina, donde
nosotros hemos seído vecinos en los pueblos della, se juntaron tres vecinos de
la dicha isla, y el uno de los cuales se dice Francisco Fernández de Córdoba y
el otro Lope Ochoa de Cayzedo y el otro Cristóbal Morante. Y como es costumbre
en estas islas que en nombre de Vuestras Majestades están pobladas de españoles
de ir por indios a las islas que no están pobladas de españoles para se servir
dellos, envían los susodichos dos navíos y un bergantín para que de las dichas
islas trujesen indios a la dicha isla Fernandina para se servir dellos. Y
cre[e]mos, porque aún no lo sabemos de cierto, que el dicho Diego Velázquez,
teniente de almirante, tenía la cuarta parte de la dicha armada. Y el uno de
los dichos armadores fue por capitán del armada, llamado Francisco Fernández de
Córdoba, y llevó por piloto a un Antón de Alaminos, vecino de la villa de
Palos. Y a este Antón Ala minos trujimos nosotros agora también por piloto, [y]
lo enviamos a Vuestras Reales Altezas para que dél Vuestras Majestades puedan
ser informados.
Y seguiendo su viaje fueron a dar a la dicha tierra intitulada
de Yucatán a la punta della, que estará sesenta o setenta leguas de la dicha
isla Fernandina y desta tierra de la Rica Villa de la Vera Cruz donde nosotros
en nombre de Vuestras Reales Altezas estamos, en la cual saltó en un pueblo que
se dice Campoche, donde al señor dél pusieron por nombre Lázaro y allí le
dieron dos máscaras con una tela de oro por cima y otras cosillas de oro. Y
porque los naturales de la dicha tierra no los consintieron estar en el pueblo
y tierra se partieron de allá y se fue la costa abajo hasta diez leguas, donde
tornó a saltar en tierra junto a otro pueblo que se llama Mochocobon y el señor
dél Champoton. Y allí fueron bien rescebidos de los naturales de la tierra, mas
no los consintieron entrar en su pueblo y aquella noche durmieron los españoles
fuera de las naos en tierra. Y viendo esto los naturales de aquella tierra,
pelearon otro día por la mañana con ellos en tal manera que murieron veinteséis
es pañoles y fueron heridos todos los otros. Y finalmente, viendo el capitán
Francisco Fernández de Córdoba esto, escapó con los que le quedaron con
acogerse a las naos.
Viendo pues el dicho capitán cómo le habían muerto más de la
cuarta parte de su gente y que todos los que le quedaban estaban heridos y que
él mismo tenía treinta y tantas heridas y que estaba cuasi muerto que no
pe[n]saría escapar, se volvió con los dichos navíos y gente a la isla
Fe[r]nandina, don[de] hicieron saber al dicho Diego Velázquez cómo habían
hallado una tierra muy rica de oro, porque a todos los naturales della lo[s]
habían visto traer puesto[s] adellos en las narices, adellos en las orejas y en
otras partes; y que en la dicha tierra había edificios de cal y canto y mucha
cantidad de otras cosas que de la dicha tierra publicaron de mucha
administración y riquezas. Y dijiéronle que si él podía enviar navíos a
rescatar oro, que habría mucha cantidad dello.
Sabido esto por el dicho Diego Velázquez, movido más a cobdicia
que a otro celo, despachó luego un su procurador a la isla Española con cierta
relación que hizo a los reverendos padres de Sant Jerónimo que en ella residían
por gobernadores destas Indias, para que en nombre de Vuestras Majestades le
diesen licencia por los poderes que de Vuestras Altezas tenían para que él
pudiese enviar a bojar la dicha tierra, deciéndoles que en ello haría gran
servicio a Vuestra Majestad, con tal que le diesen licencia para que
res[ca]tase con los naturales della oro y perlas y piedras preciosas y otras
cosas lo cual todo fuese suyo pagando el quinto a Vuestras Majestades, los
cuales por los dichos reverendos padres gobernadores jerónimos le fue
concedido, ansí porque hizo relación que él había descubierto la dicha tierra a
su costa como por saber el secreto della y p[r]ove[e]r como al servicio de
Vuestras Reales Altezas conveniese. Y por otra parte, sin lo saber los dichos
padres jerónimos, invió a un Gonzalo de Guzmán con su poder y con la dicha
relación a Vuestras Reales Altezas deciendo que él había descubierto aquella
tierra a su costa, en lo cual a Vuestras Majestades había hecho servicio; y que
la quería conquistar a su costa, y suplicando a Vuestras Reales Altezas lo
hiciesen adelantado y gobernador della en ciertas mercedes que allende desto
pedía, como Vuestras Majestades habrán ya visto por su relación y por esto no
las expresamos aquí.
En este medio tiempo como le vino la licencia que en nombre de
Vuestras Majestades le dieron los reverendos padres gobernadores de la orden de
Sant Jerónimo, diose priesa en armar tres navíos y un bergantín, porque si
Vuestras Majestades no fuesen servidos de le conceder lo que con Gonzalo de
Guzmán les había inviado a pidir, los hobiese ya inviado con la licencia de los
dichos padres jerónimos, y armados, envió por capitán dellos a un debdo suyo
que se dice Juan de Grijalba, y con él ciento y sesenta hombres de los vecinos
de la dicha isla entre los cuales venimos algunos de nosotros por capitanes por
servir a Vuestras Reales Altezas. Y non sólo venimos y venieron los de la dicha
armada aventurando nuestras personas, mas aun casi todos los bastimentos de la
dicha armada pusieron y pusimos de nuestras casas, en lo cual gastamos y
gastaron asaz parte de sus haciendas. Y fue por piloto de la dicha armada el
dicho Antón de Alaminos, que primero había descubierto la dicha tierra cuando
fue con Francisco Fernández de Córdoba. Y para hacer este veaje tomaron su
dicha derrota, que antes que a la dicha tierra veniesen descubrieron una isla
pequeña que bojaba hasta treinta leguas que está por la parte del sur de la
dicha tierra, la cual es llamada Coçumel. Y llegaron en la dicha isla a un
pueblo que pusieron por nombre San Juan de Portal atina, y a la dicha isla
llamaron Santa Cruz.
Y el primero día que allí llegaron salieron a verlos hasta
ciento y cincuenta personas de los indios del pueblo. Y otro día seguiente,
segúnd paresció, dejaron el pueblo los dichos indios y acogéronse al monte. Y
como el capitán tuviese necesidad de agua, hízose a la vela para la ir a tomar
a otra parte el mesmo día. Y yendo su viaje acordóse de volver al dicho puerto
e isla de Santa Cruz y surjó en él, y saltando en tierra halló el pueblo sin
gente como si nunca fuera poblado. Y tomada su agua, se tornó a sus naos sin
calar la tierra ni saber el secreto della, lo cual no debieran hacer, pues era
menester que la calara y supiera para hacer verdadera relación a Vuestras
Reales Altezas de lo que era aquella isla. Y alzando velas, se fue,y proseguió
su viaje hasta llegar a la tierra que Francisco Fernández de Córdoba había
descubierto, adonde iba para la bojar y hacer su rescate. Y llegados allá,
anduvieron por la costa della del sur hacia el poniente hasta llegar a una
bahía a la cual el dícho capitán Grijalba y piloto mayor Antón de Alaminos
pusieron por nombre la bahía de la Ascensión, que segúnd opinión de pilotos es
muy cerca de la punta de las Veras, que es la tierra que Vicente Yañes
descubrió y apuntó que la parte y mide aquella bahía, la cual es muy grande y
se cree que pasa a la Mar del Norte. Y desde allá se olvieron por la dicha
costa por donde habían ido hasta doblar la punta de la dicha tierra, y por la
parte del norte della navegaron hasta llegar al dicho puerto Campoche que el
señor dél se llama Lázaro, donde había llegado el dicho Francisco Fernández de
Córdoba, y ansí para hacer su rescate que por el dicho Diego Velázquez les era
mandado como por la mucha necesidad que tenían de tomar agua. Y luego que los
vieron venir los naturales de la tierra, se pusieron en manera de batalla cerca
de su pueblo para los defender la entrada. Y el capitán los lIamó con una
lengua e intérprete que lleva[ba] y venieron ciertos indios, a los cuales hizo
entender que él no venía sino a rescatar con ellos de lo que tuviesen y a tomar
agua. Y ansí se fue con ellos hasta un jagüey de agua que estaba junto a su
pueblo y allí comenzó a tomar su agua y a les decir con el dicho f[a]raute que
les diesen oro y que les darían de las preseas que llevaban. Y los indios
desque aquello vieron, como no tenían oro que le dar dijiéronle que [se] fuese.
Y él les rogó que les dejasen tomar su agua y que luego se irían, y con todo
eso no se pudo dellos defender sin que otro día de mañana a hora de misas los
indios no comenzasen a pel[e]ar con ellos con sus arcos y flechas y lanzas y
rodelas, por manera que mataron a un español e hirieron al dicho capitán
Grijalba y a otros muchos. Y aquella tarde se embarcaron en las carabelas con
su gente sin entrar en pueblo de los dichos indios y sin saber cosa de que a Vuestras
Reales Majestades verdadera relación se pudiese hacer.
Y de allí se fueron por la dicha costa hasta llegar a un río al
cual pusieron por nombre el río de Grijalba, y surjó en él casi a hora de
viésperas. Y otro día de mañana se pusieron de la una y de la otra parte del
río gran número de indios y gente de guerra, con sus arcos y flechas y lanzas y
rodelas para defender la entrada en su tierra, y segúnd paresció [a] algunas
personas, serían hasta cinco mill indios. Y como el capitán esto vido no saltó
a tierra nadie de los navíos, sino desde los navíos les habló con las le[n]guas
y farautes que traía, rogándoles que se llegasen más cerca para que les pudiese
decir la cabsa de su venida. Y entraron veinte indios en una canoa y venieron
muy recatados y acercáronse a los navíos, y el capitán Grijalba les dijo y dio
a entender por aquel intérpetre que llevaba cómo él no venía sino a rescatar, y
que quería ser amigo dellos; y que le trajiesen oro de lo que tenían y que él
les daría de las preseas que llevaban. Y ansí lo hicieron el día seguiente en
trayéndole ciertas joyas de oro sotiles, y el dicho capitán les dio de su
rescate lo que le paresció y ellos se volvieron a su pueblo.
Y el dicho capitán estuvo allá aquel día, y otro dia seguiente
se hizo a la vela sin saber más secreto alguno de aquella tierra, y seguió
hasta llegar a una bahía a la cual pusieron por nombre la bahía de San Juan y
allí saltó el capitán en tierra con cierta gente en unos arenales despoblados.
Y como los naturales de la tierra habían visto que los navíos venían por la
costa acudieron allí, con los cuales él habló con sus intérpetres y sacó una
mesa en que puso ciertas preseas, haciéndoles entender cómo venían a rescatar y
a ser sus amigos. Y como esto vieron y entendieron los indios, comenzaron a
traer piezas de ropas y algunas joyas de oro, las cuales rescataron con el
dicho capitán. Y desde aquí despachó y envió el dicho capitán Grijalba a Diego
Velázquez la una de las dichas carabelas con todo lo que hasta entonces habían
rescatado.
Y partida dicha carabela para la isla Fernandina, adonde estaba
Diego Velázquez, se fue el dicho capitán Grijalba por la costa abajo con los
navíos que le quedaron y anduvo por ella hasta cuarenta y cinco leguas sin
saltar en tierra ni ver cosa alguna excepto aquello que desde la mar se
parescía. Y desde allí se comenzó a volver para la isla Fernandina y nunca más
vido cosa alguna de la tierra que de contar fuese, por lo cual Vuestras Reales
Altezas pueden creer que todas las relaciones que desta tierra se les han hecho
no han podido ser ciertas, pues no supieron los secretos dellas más de lo que
por sus voluntades han querido escribir.
Llegado a la isla Fernandina el dicho navío que el capitán Juan
de Grijalba había despachado de la bahía de San Juan, como Diego Velázquez vido
el oro que llegaba y supo por las cartas que Grijalba le escribía la ropa y
preseas que por ello habían dado en rescate, parescióle que se había rescatado
poco, segúnd las nuevas que le daban los que en la dicha carabela habían ido y
el deseo que él tenía de haber oro, y publicaba que no había ahorrado la costa
que había hecho en la dicha armada y que le pesaba y mostraba sentimiento por
lo poco que el capitán Grijalba en esta tierra había hecho. En la verdad no
tenía mucha razón de se quejar el dicho Diego Velázquez, porque los gastos que
él hizo en la dicha armada se le ahorraron con ciertas botas y toneles de vino
y con ciertas cajas de camisas de presilla y con cierto rescate de cuentas que
envió en la dicha armada, porque acá se nos vendió el vino a cuatro pesos de
oro, que son dos mill maravedís el arroba, y la camisa de presilla se nos
vendió a dos pesos de oro, y el mazo de las cuentas verdes a dos pesos, por
manera que ahorró con esto todo el gasto de su armada y aún ganó dineros. Y
hacemos desto tan particular relación a Vuestras Majestades porque sepan que
las armadas que hasta aquí ha hecho el dicho Diego Velázquez han sido tanto de
trato de mercaderías como de armador, y con nuestras personas y gastos de
nuestras haciendas. Y aunque hemos padescido infinitos trabajos, hemos servido
a Vuestras Reales Altezas y serviremos hasta tanto que la vida nos dure.
Estando el dicho Diego Velázquez con este enojo del poco oro que
le había llevado, teniendo deseo de haber más, acordó sin lo decir ni hacer
saber a los padres gobernadores jerónimos de hacer una armada so color de
inviar a buscar al dicho capitán Juan de Grijalba. Y para la hacer a menos
costa suya habló con Fernando Cortés, vecino y alcalde de la cibdad de Santiago
por Vuestras Majestades, y díjole que armasen ambos a dos hasta ocho o diez
navíos, porque a la sazón el dicho Fernando Cortés tenía mejor aparejo que otra
persona alguna de la dicha isla por tener entonces tres navíos suyos propios y
dineros para poder gastar, y porque era bien quisto en la dicha isla y que con
él se creía que querría venir mucha más gente que con otro, como vino. Y visto
el dicho Fernando Cortés lo que Diego Velázquez le decía, movido con celo de
servir a Vuestras Reales Altezas, propuso de gastar todo cuanto tenía y hacer
aquella armada cuasi las dos partes della a su costa ansí en navíos como en
bastimentos, demás y allende de repartir sus dineros por las personas que
habían de ir en la dicha armada que tenían necesidad para se prove[e]r de cosas
necesarias para el viaje.
Y hecha y ordenada la dicha armada, nombró en nombre de Vuestras
Majestades el dicho Diego Velázquez al dicho Fernando Cortés por capitán della
para que veniese a esta tierra a rescatar y hacer lo que Grijalba no había
hecho. Y todo el concierto de la dicha armada se hizo a voluntad del dicho
Diego Velázquez aunque no puso ni gastó él más de la tercia parte della, segúnd
Vuestras Reales Altezas podrán mandar ver por la instruciones y poder que el
dicho Fernando Cortés rescibió de Diego Velázquez en nombre de Vuestras
Majestades, las cuales enviamos agora con estos nuestros procuradores a
Vuestras Altezas. Y sepan Vuestras Majestades que la mayor parte de la dicha
tercia parte que el dicho Diego Velázquez gastó en hacer la dicha armada fue
emplear sus dineros en vinos y en ropas y en otras cosas de poco valor para nos
lo vender acá en mucha más cantidad de lo que a él le costó o por manera que
podemos decir que entre nosotros los españoles, vasa llos [de] Vuestras Reales
Altezas, hace Diego Velázquez su rescate y granjea sus dineros cobrándolos muy
bien.
Y acabada de hacer la dicha armada, se partió de la dicha isla
Fernandina el dicho capitán de Vuestras Reales Altezas Fernando Cortés para
seguir su viaje con diez carabelas y cuatrocientos hombres de guerra, entre los
cuales venieron muchos caballeros e hidalgos y diceséis de caballo. Y
proseguiendo el viaje, a la primera tierra que llegaron fue la isla de
Coçume[I], que agora se dice de Santa Cruz, como arriba hemos dicho, en el
puerto de San Juan de Portalatina. Y saltando en tierra, se halló el pueblo que
allí hay despoblado sin gente como si nunca hobiera sido h[ab]itado de persona
alguna. Y deseando el dicho capitán Fernando Cortés saber cuál era la cabsa de
estar despoblado aquel lugar, hizo salir la gente de los navíos y aposentáronse
en aquel pueblo. Y estando allí con su gente, supo de tres indios que se tomaron
en una canoa en la mar que se pasaba a la isla de Yucatán que los caciques de
aquella isla, visto cómo los españoles habían aportado allí, habían dejado los
pueblos y con todos sus indios se habían ido a los montes por temor de los
españoles por no saber con qué intención y voluntad venían con aquellas naos. Y
el dicho Fernando Cortés hablándoles por medio de una lengua y farabte que
llevaba les dijo que no iban [a] hacerles mal ni daño alguno, sino para les
amonestar y atraer para que veniesen en conoscimiento de nuestra santa fee
católica y para que fuesen vasallos de Vuestras Majestades y les serviesen y
obedeciesen como lo hacen todos los indios y gente destas partes que están
pobladas de españoles vasallos de Vuestras Reales Altezas. Y asegurándolos el
dicho capitán por esta manera, perdieron mucha parte del temor que tenían y
dijieron que ellos querían ir a llamar a los caciques que estaban la tierra
adentro en lo[s] montes, y luego el dicho capitán les dio una su carta para que
los dichos caciques veniesen seguros. Y ansí se fueron con ella, dándoles el
capitán término de cinco días para volver.
Pues como el capitán estuviese aguardando la respuesta que los
dichos indios le habían de traer y hobiesen ya pasado otros tres o cuatro días
más de los cinco que llevaron de licencia y viese que no venían, determinó,
porque aquella isla no se despoblase, de inviar por la costa della otra parte.
E invió dos capitanes con cada cient hombres y mandóles que el uno fuese a la
una punta de la dicha isla y el otro a la otra, y que hablasen a los caciques
que topasen y les dijiesen cómo él los estaba esperando en aquel pueblo y
puerto de San Juan de Portalatina para les hablar de parte de Vuestras
Majestades; y que les rogasen y atrajiesen como mejor pudiesen para que
quisiesen venir al dicho puerto de San Juan, y que no les hiciesen mal alguno
en sus personas ni casas ni haciendas porque no se alterasen ni alcanzasen más
de lo que estaban. Y fueron los dichos dos capitanes como el capitán Fernando
Cortés les mandó, y volviendo de ahí a cuatro días dijieron que todo[s] los
pueblos que habían topado estaban vacíos, y trujieron consigo hasta diez y doce
personas que pudieron haber entre los cuales venía un indio príncipal, al
c[u]al habló el dicho capitán Fernando Cortés de parte de Vuestras Altezas con
la lengua e intérprete que traía y le dijo que fuesen a llamar a los caciques,
porque él no había de partir en ninguna manera de la dicha isla sin los ver y
hablar. Y dijo que ansí lo haría, y así se partió con su carta para los dichos
caciques, y de ahí [a] dos días vino con él el príncipal y le dijo que era
señor de la isla y que venía a ver qué era lo que quería. El capitán le habló
con el intréprete y le dijo que él no quería ni venía a les hacer mal alguno,
sino a les decir que veniesen al conoscimiento de nuestra santa fee y que
supiesen que teníamos por señores a los mayores príncipes del mundo, y que
estos obedecían al mayor parte dél, y que lo que el dicho capitán Fernando
Cortés les dijo que quería dellos no era otra cosa sino que los caciques indios
de aquella isla obedeciesen también a Vuestras Altezas; y que haciéndolo ansí
serían muy favorescidos, y que haciendo esto no habría quién los enojase. Y el
dicho cacique respondió que era contento de lo hacer ansí, e invió luego a
llamar a todos los principales de la dicha isla, los cuales venieron. Y
venidos, holgaron mucho de todo lo que el dicho capitán Hernando Cortés había
hablado a aquel cacique, señor de la isla, y ansí los mandó volver, y volvieron
muy contentos, y en tanta manera se aseguraron que de ahí a pocos días estaban
los pueblos tan llenos de gente y tan poblados como antes, y andaban entre
nosotros todos aquellos indios con tan poco temor como si mucho tiempo
hobiera[n] tenido conversación con nosotros.
En este medio tiempo supo el capitán que unos españoles estaban
siete años había cativos en el Yucatán en poder de ciertos caciques, los cuales
se habían perdido en una carabela que dio al través en los bajos de Jaymayca
[sic], la cual venia de tierra firme. Y ellos escaparon en una barca [de]
aquella carabela saliendo a aquella tierra, y desde entonces los tenían allí
cativos y presos los indios. Y bien traía aviso el dicho capitán Fernando
Cortés cuando partió de la isla Fernandina para saber destos españoles, y como
aquí supo nueva dellos y la tierra donde estaba[n], le paresció que haría mucho
servicio a Dios [y] a Vuestra Majestad en trabajar que saliesen de la presión y
cabteverio en que estaban. Y luego quisiera ir con toda la flota con su persona
a los redemir si no fuera porque los pilotos le dijieron que en ninguna manera
lo hiciese porque sería cabsa que la flota y gente que en ella iba se perdiese,
a cabsa de ser la costa muy brava como lo es y no haber en ella puerto ni parte
donde pudiese surgir con los dichos navíos, y por esto lo dejó. Y proveyó luego
con ciertos indios en una canoa, los cuales le habían dicho que sabían quién
era el cacique con quien los dichos españoles estaban, y les escribió cómo si
él dejaba de ir en persona con su armada por los librar no era sino por ser
mala y brava la costa para surgir, pero que les rogaba que trabajasen de se
soltar y huir en algunas canoas, y que ellos esperarían allí en la isla de
Santa Cruz.
Tres días después que el dicho capitán despachó aquellos indios
con sus cartas, no le paresciendo que estaba muy satisfecho, creyendo que
aquellos indios no lo sabrían hacer tan bien como él deseaba, acordó de inviar
e invió dos bergantines y un batel con cuarenta españoles de su armada a la
dicha costa para que tomasen y recogesen a los españoles cativos si allí
acudiesen. Y envió con ellos otros tres indios para que saltasen en tierra y
fuesen a buscar y llamar a los españoles presos con otra carta suya. Y llegados
estos dos bergantines y batel a la costa donde iban, echaron a tierra los tres
indios e inviáronlos a buscar a los españoles como el capitán les había
mandado. Y estuviéronlos esperando en la dicha costa seis días con mucho
trabajo, que casi se hobieran perdido y dado al través en la dicha costa por
ser tan brava allí la mar, segúnd los pilotos habían dicho. Y visto que no
venían los españoles y captivos ni los indios que a buscarlos habían ido,
acordaron de se volver adonde el dicho capitán Fernando Cortés los estaba
agraciando a la isla de Santa Cruz. Y llegados a la isla, como el capitán supo
el mal que traían rescibió mucha pena, y luego otro día propuso de embarcar con
toda determinación de ir y llegar a aquella tierra aunque toda la flota se
perdiese, y también por se certificar si era verdad lo que el capitán Juan de
Grijalba había enviado a decir a la isla Fernandina diciendo que era burla, que
nunca a aquella costa habían llegado ni se había[n] perdido aquellos españoles
que se decía estar captivos.
Y estando con este propósito el capitán, embarcada ya toda la
gente, que no faltaba de se embarcar salvo su persona con otros veinte
españoles que con él estaban en tierra, y haciéndoles el tiempo muy bueno y
conforme a su propósito para salir del puerto, se llevantó a deshora un viento
contrario con unos aguaceros muy contrarios para salir, en tanta manera que los
pilotos dijieron al capitán que no se embarcarse porque el tiempo era muy
contrario para salir del puerto. Y visto esto, el capitán mandó desembarcar
toda la otra gente del armada. Y otro día a mediodía vieron venir una canoa a
la vela hacia la dicha isla. Llegada donde nosotros estábamos, vimos cómo venía
en ella uno de los españoles cativos que se llama Jerónimo de Aguilar, el cual
nos contó la manera cómo se había perdido y el tiempo que había que estaba en
aquel cabtiverio, que es como arriba a Vuestras Reales Altezas hemos hecho
relación. Y túvose entre nosotros aquella contrariedad de tiempo que sucedió de
improviso, como es verdad, por muy gran misterio, milagro de Dios, por donde se
cree que ninguna cosa se comenzará que en servicio de Vuestras Majestades sea
que pueda suceder sino en bien. Déste Jerónimo de Aguilar fuimos informados que
los otros españoles que con él se perdieron en aquella carabela que dio al
través estaban muy desparramados por la tierra, la cual nos dijo que era muy
grande y que era imposible poderlos recoger sin estar ni gastar mucho tiempo en
ello.
Pues como el capitán Fernando Cortés viese que se iban ya
acabando los bastimentos del armada y que la gente padecería mucha necesidad de
hambre si se dilatase y esperase allí más tiempo y que no habría efecto el
propósito de su viaje, determinó, con parescer de los que en su compañía
venían, de se partir. Y luego se partió dejando aquella isla de Cozume[l], que agora
se llama de Santa Cruz, muy pacífica, y en tanta manera que si fuera para ser
poblador della pudieran con toda voluntad los indios della comenzar luego a
servir. Y los caciques quedaron muy contentos y alegres por lo que de parte de
Vuestras Reales Altezas les había dicho el capitán y por les haber dado muchos
atavíos para sus personas. Y tengo por cierto que todos los españoles que de
aquí adelante a la dicha isla veniere[n] serán tan bien rescibidos como si a
otra tierra de las que ha mucho tiempo que están pobladas llegasen.
Es la dicha isla pequeña, y no hay en ella río alguno ni arroyo
y toda el agua que los indios beben es de pozos, y en ella no hay otra cosa
sino peñas y piedras y arcabucos y montes. Y la granjería que los indios della
tienen es colmenares, y nuestros procuradores llevaban a Vuestras Altezas la
muestra, de la miel y cera de los dichos colmenares para que la manden ver.
Sepan Vuestras Majestades que como el capitán respondiese a los
caciques de la dicha isla deciéndoles que no veviesen más en la secta gentílica
que tenían, pidieron que les diese ley en que veviesen de allí adelante. Y el
dicho capitán los informó lo mejor que él supo en la fee católica y les dejó
una cruz de palo puesta en una casa alta y una imagen de Nuestra Señora la
Virgen María y les dio a entender muy cumplidamente lo que debían hacer para
ser buenos cristianos. Y ellos mostráronlo que rescibían todo de muy buena
voluntad, y ansí quedaron muy alegres y contentos.
Partidos desta isla fuimos a Yucatán, y por la banda del norte
corrimos la tierra adelante hasta llegar al río grande que se dice de Grijalba,
que es, segúnd a Vuestras Reales Altezas hicimos desuso relación, adonde llegó
el capitán Juan de Grijalba, pariente de Diego Velázquez. Y es tan baja la entrada
de aquel río que ningún navío de los grandes pudo en él entrar, mas como el
dicho capitán Fernando Cortés esté tan inclinado al servicio de Vuestras
Majestades y tenga voluntad de les hacer verdadera relación de lo que en la
tierra hay, propuso de no pasar más adelante hasta saber el secreto de aquel
río y pueblos que en la ribera dél están por la gran fama que de riqueza se
decía tenían, y ansí sacó toda la gente de su armada en los bergantines
pequeños y en las barcas. Y subimos por el dicho río arriba hasta llegar y ver
la tierra y pueblos della, y como llegásemos al primero pueblo hallamos la
gente de los indios dél puesta a la orilla del agua. Y el dicho capitán les
habló con la lengua y farabte que llevábamos y con el dicho Jerónimo de
Aguilar, que había, como dicho es desuso, estado captivo en Yucatán, que
entendía muy bien y hablaba la lengua de aquella tierra. Y les hizo entender
cómo él no venía a les hacer mal ni daño alguno sino a les hablar de parte de
Vuestras Majestades, y que para esto les rogaba que nos dejasen y hobiesen por
bien que saltásemos en tierra porque no teníamos dónde dormir aquella noche
sino en la mar, en aquellos bergantines y barcas en las cuales no cabíamos aun
de pies, porque para volver a nuestros navíos era muy tarde porque quedaban en
alta mar. Y oído esto por los indios, respondiéronle que hablase desde allí lo
que quisiese, y que no habíase de saltar él ni su gente en tierra, sino que le
defenderían la entrada. Y luego en dicíendo esto comenzáronse a poner en orden
para nos tirar flechas, amenazándonos y deciéndonos que nos fuésemos de allí. Y
por ser este dia muy tarde, que casi era ya que se quería poner el sol, acordó
el capitán que nos fuésemos a unos arenales que estaban enfrente de aquel
pueblo, y allí saltamos en tierra y dormimos aquella noche.
Otro dia de mañana luego seguiente venieron a nosotros ciertos
indios en un[a] canoa y trajeron ciertas gallinas y un poco de maíz, que habría
para comer... hombres en una comida, y dijiéronnos que tomásemos aquello y que
nos fuésemos de su tierra. Y el capitán les habló con los intérpetres que
teníamos y les dio a entender que en ninguna manera él se había de partir de
aquella tierra hasta saber el secreto della para poder escribir a Vuestra Sacra
Majestad verdadera relación della, y que les tomaba a rogar que no rescibiesen
pena dello ni le defendiesen la entrada en el dicho pueblo, pues que era[n]
vasallos de Vuestras Reales Altezas. Y todavía respondieron deciendo que no
curásemos de entrar en el dicho puerto, sino que nos fuésemos de su tierra, y
ansí se fueron. Y después de idos, determinó el dicho capitán de ir allá y
mandó a un capitán de los que en su compañía estaban que se fuese con docientos
hombres por un camino que aquella noche que en tierra estuvimos se halló que
iba a aquel pueblo. Y el dicho capitán Fernando Cortés se embarcó con hasta
ochenta hombres en las barcas y bergantines y se fue a poner frontero del
pueblo para saltar en tierra si le dejasen. Y como llegó halló los indios
puestos de guerra armados con sus arcos y flechas y lanzas y rodelas deciendo
que nos fuésemos de su tierra no si queríamos guerra, que comenzásemos luego
porque ellos eran hombres para defender su pueblo. Y después de les haber
requerido el dicho capitán tres veces y pedídolo por testimonio al escribano de
Vuestras Reales Altezas que consigo llevaba deciéndoles que no quería guerra,
viendo que la deter[mi]nada voluntad de los dichos indios era resistirle que no
saltase en tierra y que comenzaban a flechar contra nosotros, mandó soltar los
tiros de artillería que llevaba y que arremetiésemos a ellos.Y soltados los
tiros, al saltar que la gente saltó en tierra nos hirieron a algunos, pero
finalmente con a priesa que les dimos y con la gente que por las espaldas les
dio de la nuestra que por el camino había ido, huyeron y dejaron el pueblo, y
ansí lo tomamos y nos aposentamos en él en la parte dél que más fuerte nos
paresció.
Y otro día seguiente venieron a hora de viésperas dos indios de
parte de los caciques y trajieron ciertas joyas de oro muy delgadas de poco
valor, y dijieron al capitán que ellos le traían aquello porque se fuese y les
dejase su tierra como antes solían estar, y que no les hiciese mal ni daño. Y
el dicho capitán le[s] respondió deciendo que a lo que pedían de no les hacer
mal ni daño que él era contento, y de dejarles la tierra, porque supiesen que
de allí adelante habían de tener por señores a los mayores príncipes del mundo
y que habían de ser sus vasallos y I[e]s habían de servir; y que haciendo esto,
Vuestras Majestades les harían muchas mercedes y los favorescerían y
ampararía[n] y defendería[n] de sus enemigos. Y ellos respondieron que eran
contentos de lo hacer ansí, pero todavía le requerían que les dejase su tierra,
y ansí quedamos todos amigos. Y concertada esta amistad, les dijo el capitán
que la gente española que allí estábamos con él no teníamos qué comer ni lo
habíamos sacado de las naos, que les rogaba que el tiempo que allí en tierra
estuviésemos nos trujiesen de comer. Y ellos respondieron que otro di[a] lo
traerían, y ansí se fueron. Y tardaron aquel día y otro que no venieron con
ninguna comida, y desta cabsa estábamos todos con mucha necesidad de
mantenimiento. Y al tercero día pidieron algunos españoles licencia al capitán
para ir por las estancias de alderredor a buscar de comer. Y como el capitán
viese que los indios no venían como habían quedado, invió cuatro capitanes con
más de docientos hombres a buscar a la redonda del pueblo si hallarían algo de
comer. Y andándolo buscando toparon con muchos indios, y comenzaron luego a
flecharlos en tal manera que hirieron veinte españoles, y si no fuera hecho de
presto saber el capitán para que los socorriese como les socorrió, que creyese
que mataran más de la mitad de los cristianos. Y ansí nos venimos y retrujimos
todos a nuestro real, y fueron curados los heridos y descansaron los que habían
peleado. Y viendo el capitán cuánd mal los indios lo habían hecho, que en lugar
de nos traer de comer, como había[n] quedado, nos frechaba[n] y hacia[n]
guerra, mandó sacar diez caballos y yeguas de los que en las naos llevaban y
lapercebir toda la gente, porque tenía pensamiento que aquellos indios con el
favor que el día pasado habían tomado vernían a dar con nosotros al real con
pensamiento de hacer daño. Y estando ansí todos bien apercebidos, envió otro
día ciertos capitanes con trescientos hombres adonde el día pasado habían
habido la batalla a saber si estaban allí los dichos indios o qué había sido
dellos. Y dende a poco envió otros dos capitanes con la retroguardia con otros
cient hombres, y el dicho capitán Fernando Cortés se fue con los diez de a
caballo encubiertamente por un lado. Yendo pues en esta orden, los delanteros
toparon gran multitud de indios de guerra que venían todos a dar sobre nosotros
en el real, y si por caso aquel día no los hobiéramos salido a rescibir al
camino pudiera ser que nos pusieran en harto trabajo. Y como el capitán del
artillería que iba delante hiciese ciertos requerímientos por ante escribano a
los dichos indios de guerra que topó, dándoles a entender por los farautes y
le[n]guas que allí iban con nosotros [que] no queríamos guerra sino paz y amor
con ellos, no se curaron de responder con palabras sino con frechas muy espesas
que comenzaron a tirar. Y estando ansí pelleando los delanteros con los indios,
llegaron los dos capitanes de la retroguardia. Y habiendo dos horas que estaban
pelleando todos con los indios, llegó el capitán Fernando Cortés con los de
caballo por la una parte del monte por donde los indios comenzarían a cercar a
los españoles a la redonda, y allí anduvo p[e]leando con los dichos indios una
hora. Y tanta era la multitud de indios que ni los que estaban peleando con la
gente de pie de los españoles vían a los de caballo ni sabían a qué parte
andaban ni los mismos de caballo entrando y saliendo en los indios se vían unos
a otros. Mas desque los españoles sintieron a los de caballo arremetieron de
golpe a ellos, y luego fueron los dichos indios puestos en huida. Y seguiendo
media legua el alcance,visto por el capitán cómo los indios iban huyendo y que
no había más que hacer y que su gente estaba muy cansada, mandó que todos se
recogesen a unas casas de unas estancias que allí había. Y después de
recogidos, se hallaron heridos veinte hombres, de los cuales ninguno murió ni
de los que herieron el día pasado.
Y ansí, recogidos y curados los heridos, nos volvimos al real y
trujimos con nosotros dos indios que allí se tomaron, los cuales el dicho
capitán mandó soltar, y envió con ellos sus cartas a los caciques deciéndoles
que si quisiesen venir adonde él estaba, que les perdonaría el yerro que habían
hecho y que serían sus amigos. Y este mesmo día en la tarde venieron dos indios
que parescían principales y dijieron que a ellos les pesaba mucho de lo pasado,
y que aquellos caciques le rogaban que los perdonase[n] y que no les hiciesen
más daño de lo pasado y que no les matasen más gente de la muerta, que fueron
hasta docientos y veinte hombres los muertos; y que lo pasado fuese pasado y
que dende adelante ellos querían ser vasallos de aquellos príncipes que les
decía, y que por tales se daban y tenían, y que quedaban y se obligaban de
servirles cada vez que en nombre de Vuestras Majestades algo les mandasen. Y
ansí se asentaron y quedaron hechas las paces. Y preguntó el capitán a los
dichos indios por el intérpetre que tenía que qué gente era la que en la
batalla se había hallado. Y respondiéronle que de ocho proviencias se habían
ayuntado los que allí habían venido, y que segúnd la cuenta y copia que ellos
tenían sería por todos cuarenta mill hombres, y que hasta aquel número sabían
ellos muy bien contar. Crean Vuestras Reales Altezas por cierto que esta
batalla fue vencida más por voluntad de Dios que por nuestras fuerzas, porque
para con cuarenta mill hombres de guerra poca defensa fuera cuatrocientos que
nosotros éramos.
Después de quedar todos muy amigos nos dieron en cuatro o cinco
dias que allí estuvimos hasta ciento y cuarenta pesos de oro entre todas
piezas, y tan delgadas y tenidas [por] ellos en tanto que bien paresce ser
tierra muy pobre de oro, porque de muy cierto se pensó que aquello poco que
tenían era traído de otras partes por rescate.
La tierra es muy buena y muy abondosa de comida, ansí de maíz
como de frutas, pescado y otras cosas que ellos comen. Está asentado este
pueblo en la ribera del susodicho río por donde entramos en un llano en el cual
hay muchas estancias y labranzas de las que ellos usan y tienen. Reprendióseles
el mal que hacían en adorar a los ídolos y dioses que ellos tienen e hízoseles entender
cómo habían de venir en conoscimiento de nuestra muy santa fee. Y quedó les una
cruz de madera grande puesta en alto, y quedaron muy contentos y dijieron que
la ternían en mucha ven[er]ación y la adorarían, quedando los dichos indios en
esta manera por nuestros amigos y por vasallos de Vuestras Reales Altezas.
El dicho capitán Fernando Cortés se partió de allí proseguiendo
su viaje y llegamos al puerto y bahía que se dice San Juan, que es adonde el
susodicho capitán Juan de Grijalba hizo el rescate de que arriba a Vuestras
Majestades está hecha relación. Luego que allí llegamos, los indios naturales
de la tierra vinieron a saber qué carabelas eran aquéllas que habían venido, y
por ser el día que llegamos muy tarde de casi noche estúvose quedo el capitán
en las carabelas y mandó que nadie saltase en tierra. Y otro día de mañana
salió a tierra el dicho capitán con mucha parte de la gente de su armada y
halló allí dos principales de los indios a los cuales dio ciertas preseas de
vestir de su persona. Y les habló con los intérpetres y lenguas que llevábamos
dándoles a entender cómo él venía a estas partes por mandado de Vuestras Reales
Altezas a les hablar y decir lo que habían de hacer que a su servicio convenía,
y que para esto les rogaba que luego fuesen a su pueblo y que llamasen al dicho
cacique y caciques que allí hobiese para que le veniesen [a] hablar. Y porque
veniesen seguros les dio para los caciques dos camisas, [cintas de] oro y dos
jubones, uno de raso y otro de terciopelo, y sendas gorras de grana y sendos
pares de zaraveles, y ansí se fueron con estas joyas a los dichos caciques.
Y otro día seguiente poco antes de mediodía vino un cacique con
ellos de aquel pueblo, al cual el dicho capitán habló y le hizo entender con
los farabtes que no venían a les hacer mal ni daño alguno, sino a les hacer
saber cómo habían de ser vasallos de Vuestras Majestades y le[s] habían de
servir y dar de lo que en su tierra tuviesen, como todos los que son ansí lo
hacen. Y respondió que él era muy contento de lo ser y obedescer, y que le
placía de le servir y tener por señores a tan altos príncipes como el capitán
les había hecho entender que eran Vuestras Reales Altezas. Y luego el capitán
le dijo que pues tan buena voluntad mostraba a su rey y señor, que él vería las
mercedes que Vuestras Majestades dende en adelante le harían. Deciéndole esto,
le hizo vestir una camisa de holanda y un sayón de terciopelo y una cinta de
oro, con lo cual el dicho cacique fue muy contento y alegre deciendo al capitán
que él se quería ir a su tierra, y que lo esperásemos allí y que otro día
volvería y traería de lo que tuviese porque más enteramente conosciésemos la
voluntad que del servicio de Vuestras Reales Altezas tiene, y ansí se despedió
y se fue. Y otro día adelante vino el dicho cacique como había quedado e hizo
tender una manta blanca delante del capitán y ofrescióle ciertas pre[cio]sas
joyas de oro poniéndolas sobre la manta, de las cuales y de otras que después
se hobieron hacemos particular relación a Vuestras Majestades en un memorial
que nuestros procuradores llevarán.
Después de se haber despedido de nosotros el dicho cacique y
vuelto a su casa en mucha conformidad, como en esta armada venimos personas
nobles, caballeros hijosdalgo celosos del servicio de Nuestro Señor y de
Vuestras Reales Altezas y deseosos de ensalzar su corona real, de acrecentar
sus señoríos y de aumentar sus rentas, nos juntamos y platicamos con el dicho
capitán Fernando Cortés, deciendo que esta tierra era buena y que segúnd la
muestra de oro que aquel cacique había traído se creía que debía de ser muy
rica, y que segúnd las muestras que el dicho cacique había dado era de creer
que él y todos sus indios nos tenían muy buena voluntad; por tanto, que nos
parescía que no convenía al servicio de Vuestras Majestades que en tal tierra
se hiciese lo que Diego Velázquez había mandado hacer al dicho capitán Fernando
Cortés, que era rescatar todo el oro que pudiese, y rescatado, volverse con
todo ello a la isla Fernandina para gozar solamente dello el dicho Diego
Velázquez y el dicho capitán; y que lo mejor que a todos nos parescía era que
en nombre de Vuestras Reales Altezas se poblase y fundase allí un pueblo en que
hobiese justicia para que en esta tierra tuviesen señorío como en sus reinos y
señoríos lo tienen; porque siendo esta tierra poblada de españoles, demás de
acrecentar los reinos y señoríos de Vuestras Majestades y sus rentas, nos
podrían hacer mercedes a nosotros y a los pobladores que de más allá veniesen
adelante. Y acordado esto, nos juntamos todos en concordes de un ánimo y
voluntad y fecimos un requerimiento al dicho capitán en el cual dijimos que,
pues él vía cuánto al servicio de Dios Nuestro Señor y al de Vuestras
Majestades convenía que esta tierra estuviese poblada, dándole las cabsas de que
arriba a Vuestras Altezas se ha hecho relación, que le requerimos que luego
cesase de hacer rescates de la manera que los venía a hacer, porque sería
destruir la ti[e]rra en mucha manera y Vuestras Majestades serían en ello muy
deservidos; y que ansímismo le pedimos y requerímos que luego nombrase para
aquella villa que se había por nosotros de hacer y fundar alcaldes y regidores
en nombre de Vuestras Reales Altezas, con ciertas protestaciones en forma que
contra él protestamos si ansí no lo hiciese. Y hecho este requerimiento al
dicho capitán, dijo que con su respuesta el día seguiente nos respondería. Y
viendo pues el dicho capitán cómo convenía al servicio de Vuestras Reales
Altezas lo que le pedíamos, luego otro día nos respondió deciendo que su voluntad
estaba más inclinada a[l] servicio de Vuestras Majestades que a otra cosa
alguna; y que no mirando al interese que a él se le seguiera si procediera en
el rescate que traía presupuesto de hacer ni a los grandes gastos que de su
hacienda había hecho en aquella armada juntamente con el dicho Diego Velázquez,
antes posponiéndolo todo, le placía y era contento de hacer lo que por nosotros
le era pedido pues que tanto convenía al servicio de Vuestras Reales Altezas, y
luego comenzó con gran diligencia a poblar y a fundar una villa, a la cual puso
por nombre la Rica Villa de la Vera Cruz. Y nombrónos a los que la presente
carta escribimos por alcaldes y regidores de la dicha villa, y en nombre de
Vuestras Reales Altezas rescibió de nosotros el juramento y solemnidad que en
tal caso se acostumbra y suele hacer. Después de lo cual, otro día seguiente
entramos en nuestro cabildo y ayuntamiento. Y estando ansí juntos, inviamos a
llamar al dicho capitán Fernando Cortés y le pedimos en nombre de Vuestras
Reales Altezas que nos mostrase los poderes e instituciones que el dicho Diego
Velázquez le había dado para venir a estas partes, el cual envió luego por
ellos y nos los mostró.Y vistos y leídos por nosotros, bien examinados segúnd
lo que podimos mejor entender, hallamos a nuestro parescer que por los dichos
poderes e instruciones no tenía más poder el dicho capitán Fernando Cortés, y
que por haber ya espirado no podía usar de justicia ni de capitán de allí
adelante. Paresciéndonos pues, Muy Exelentisimos Príncipes, que para la
pacificación y concordia dentre nosotros y para nos gobernar bien convenía
poner una persona para su real servicio que estuviese en nombre de Vuestras
Majestades en la dicha villa y en estas partes por justicia mayor y capitán y
cabeza a quien todos acatásemos hasta hacer relación dello a vuestras Reales
Altezas, para que en ello proveyese[n] lo que más servidos fuesen. Y visto que
a ninguna persona se podría dar mejor el dicho cargo que al dicho Fernando
Cortés, porque demás de ser persona tal cual para ello conviene tiene muy gran
celo y deseo del servicio de Vuestras Majestades, y ansímismo por la
esperiencia que destas partes e islas tiene de cabsa de los oficios reales y
cargos que en ellas de Vuestras Reales Altezas ha tenido, de los cuales ha siempre
dado buena cuenta, y por haber gastado todo cuanto tenía por venir como vino
con esta armada en servicio de Vuestras Majestades, y por haber tenido en poco,
como hemos hecho relación, todo lo que podía ganar e interese que se le podía
seguir si rescatara como tenía concertado, le proveímos en nombre de Vuestras
Reales Altezas de justicia y alcalde mayor, del cual rescibimos el juramento
que en tal caso se requiere. Y hecho como convenía al servicio de Vuestras
Majestades, lo rescibimos en su real nombre en nuestro ayuntamiento y cabildo
por justicia mayor y capitán de Vuestras Reales [Altezas], y ansí está y estará
hasta tanto que Vuestras Majestades provea[n] lo que más a su servicio
convenga. Hemos querido hacer de todo esto relación a Vuestras Reales Altezas
porque sepan lo que acá se ha hecho y el estado y manera en [que] quedamos.
Después de hecho lo susodicho, estando todos ayuntados en
nuestro cabildo, acordamos de escribir a Vuestras Majestades y les inviar todo
el oro y plata y joyas que en esta tierra habemos habido, demás y allende de la
quinta parte que de sus rentas y derechos reales les pertenesce. Y que con todo
ello por ser lo primero sin quedar cosa alguna en nuestro poder serviésemos a
Vuestras Reales Altezas, mostrando en esto la mucha voluntad que a su servicio
tenemos, como hasta aquí la habemos hecho con nuestras personas y haciendas. Y
acordado por nosotros esto, elegimos por nuestros procuradores a Alonso
Fernández Puerto Carrero y a Francisco de Montejo, los cuales enviamos a Vuestras
Majestades con todo ello para que de nuestra parte besen sus reales manos y en
nuestro nombre y desta villa y concejo supliquen a Vuestras Reales Altezas nos
hagan mercedes de algunas cosas complideras al servicio de Dios y de Vuestras
Majestades y al bien pro común de la dicha villa, segúnd más largamente llevan
por las instruciones que le[s] dimos. A los cuales humillmente suplicamos a
Vuestras Majestades, con todo el acatamiento que debemos, resciban y den sus
reales manos para que de nuestra parte las besen, y todas las mercedes que en
nombre deste concejo y nuestro pi dieren y suplicaren las concedan, porque
demás de hacer Vuestras Majestades servicio a Nuestro Señor en ello, esta villa
y concejo rescibiremos muy señalada merced, como de cada día esperamos que
Vuestras Reales Altezas nos han de hacer.
En un capítulo desta carta dejimos desuso que hariamos a
Vuestras Reales Altezas relación para que mejor Vuestras Majestades fuesen
informados de las cosas desta tierra y de la manera y riquezas della y de la
gente que la posee y de la ley o seta, ritos y cirimonias en que viven. Y esta
tierra, Muy Poderosos Señores, donde agora en nombre de Vuestras Majestades
estamos, tiene cincuenta leguas de costa de la una parte y de la otra deste
pueblo. Por la costa de la mar es toda llana de muchos arenales, que en algunas
partes duran dos leguas y más. La tierra adentro y fuera de dichos arenales es
tierra muy llana y de muy hermosas vegas y riberas en ella, tales y tan
hermosas que en toda España no pueden ser mejores ansí de aplaciblesa la vista
como de frutíveras de cosas que en ellas siembran, y muy ap[ar]ejadas y
convenibles y para andar por ellas y se apacentar toda manera de ganados. Hay
en esta tierra todo género de caza y animales y aves conforme a los de nuestra
naturaleza, ansí como ciervos, corzos, gamos, lobos, zorros, perdices, palomas,
tórtolas [de] dos y de tres maneras, codornices, liebres, conejos, por manera
que en aves y animalias no hay diferencia desta tierra a España. Y hay leones y
tigres.
A cinco leguas de la mar por unas partes, y por otras a menos y
por otras a más, va una gran cordillera de sierras muy hermosas. Y algunas
dellas son en grand manera muy altas, entre las cuales hay una que excede en
mucha altura a todas las otras y della se ve y descubre gran parte de la mar y
de la tierra, y es tan alta que si el día no es bien claro no se puede devisar
ni ver lo alto della porque de la mitad arriba está toda cubierta de nubes. Y
algunas veces, cuando hace muy claro día, se ve por cima de las dichas nubes lo
alto della, y está tan blanco que lo juzgamos por nieve y aun los naturales de
la tierra nos dicen que es nieve, mas porque no lo hemos bien visto (aunque
hemos llegado cerca) y por ser esta región tan cálida no nos afirma[mo]s si es
nieve.
Trabajaremos de ver aquello y otras cosas de que tenemos noticia
para dellas hacer a Vuestras Reales Altezas verdadera relación de las riquezas
de oro y plata y piedras, y juzgamos lo que Vuestras Majestades podrán mandar
juzgar, segúnd la muestra que de [to]do ello a Vuestras Reales Altezas
enviamos. A nuestro parescer, se debe creer que hay en esta tierra tanto cuanto
en aquella de donde se dice haber llevado Salamón [sic] el para el templo, mas
como ha tan poco tiempo que en ella entramos no hemos podido ver más de hasta
cinco leguas de tierra adentro de la costa de la mar y hasta diez y doce leguas
de largo de tierra por las costas de una o de otra parte que hemos andado
desque saltamos en tierra, aunque desde la mar mucho más se paresce y mucho más
vimos viniendo navegando.
La gente desta tierra,que habita desde la isla de Cozumel y
punta de Yucatán hasta donde nosotros estamos, es una gente de mediana estatura
de cuerpos y gestos bien proporcionada, exceto que en cada proviencia se
diferencia[n] ellos mesmos los gestos, unos horadándose las orejas y poniéndose
en ellas muy grandes y feas cosas, y otros horadándose las ternillas de las
narices hasta la boca y poniéndose en ellas unas ruedas de piedras muy grandes
que parescen espejos, y otros se horadan los besos de la parte de abajo hasta
los dientes, y cuel[gan] dellos unas grandes ruedas de piedra o de oro tan
pesadas que les hacen traer los bezos caídos y pare[sce]n muy disformes. Y los
vestidos que traen es como de almaizares muy pintados. Y los hombres traen
tapadas sus vergüenzas y encima del cuerpo unas mantas muy delgadas y pintadas
a manera de alquiceles moriscos. Y las mujeres y de la gente común traen unas
mantas muy pintadas desde la cintura hasta los pies y otras que les cubren las
tetas, y todo lo demás traen descubierto. Y las mujeres principales andan
vestidas de unas muy delgadas camisas de algodón muy grandes, labradas y hechas
a manera de roquetes.
Y los mantenimientos que tienen [son] el maíz y algunos ajes
como los de las otras islas, y potuyuca ansí como la que comen en la isla de
Cuba. Y cómenla asada porque no hacen pan della. Y tienen sus pesquerías y
cazas. Crían muchas gallinas como las de Tierra Firme que son tan grandes como
pavos.
Hay algunos pueblos grandes y bien concertados. Las casas en las
partes que alcanzan piedra son de cal y canto, y los aposentos dellas pequeños
y bajos, muy amoriscados. Y en las partes donde no alcanzan pi[e]dra hácenlas
de adobes y encálanlos por encima, y las coberturas de encima son de paja. Hay
casas de algunos principales muy frescas y de muchos aposentos, porque nosotros
habemos visto casas de cinco patios dentro de unas solas casas y sus aposentos
muy concertados, cada pieza para el servicio que ha de ser por sí. Y tienen
dentro sus pozos y albercas de agua y aposentos para esclavos y gente de
servicio, que tiene[n] mucha. Y cada uno destos príncipales tienen a la entrada
de sus casas fuera della[s] un patio muy grande, y algunos dos y tres y cuatro
muy altos con sus gradas para subir a ellos, y son muy bien hechos. Y con éstos
tienen sus mesquitas y adoratorios y sus andenes todo a la redonda muy ancho, y
allí tienen sus ídolos que adoran, dellos de piedra y dellos de barro y dellos
de palo, a los cuales honran y serven en tanta manera y con tantas ciromonias
[sic] que en mucho papel no se podría hacer de todo ello a Vuestras Reales
Altezas entera y particular relación. Y estas casas y mesquitas donde los
tienen son las mayores y mejores y más bien obradas que en los pueblos hay, y tiénenlas
muy ataviadas con plumajes y paños muy labrados con toda manera de gentileza. Y
todos los días antes que obra alguna comiencen queman en las dichas mesquitas
encienso, y algunas veces sacrifican sus mesmas personas cortándose unos las
lenguas y otros las orejas y otros acuchillándose el cuerpo con unas navajas. Y
toda la sangre que del los corre la ofrecen a aquellos ídolos, echándola por
todas partes de aquellas mesquitas y otras veces echándola hacia el cielo y
haciendo otras muchas maneras de cerimonias, por manera que ninguna obra
comienzan sin que primero hagan allí sacrisficio. Y tienen otra cosa horrible y
abominable y dina de ser punida loque hasta hoy [no se ha] visto en ninguna
parte, y es que todas las veces que alguna cosa quieren pedir a sus ídolos,
para que más aceptasen su petición toman muchas niñas y niños y aun hombres y
mujeres de mayor edad, y en presencia de aquellos ídolos los abren vivos por
los pechos y les sacan el corazón y las entrañas y queman las dichas entrañas y
corazones delante de los idolos ofresciéndoles en sacrificio aquel humo. Esto
habemos visto algunos de nosotros, y los que lo han visto dicen que es la más
cruda y más espantosa cosa de ver que jamás han visto. Facen [esto] estos
indios tan frecuentemente y tan a menudo que, segúnd somos informados y en
parte habemos visto por esperencia en lo poco que ha que en esta tierra
estamos, no hay año en que no maten y sacrifiquen cincuenta ánimas en cada
mesquita. Y esto se usa y tienen por costumbre desde la isla de Cozumel hasta
esta tierra donde estamos poblados. Y tengan Vuestras Majestades por muy cierto
que segúnd la cantidad de la tierra nos paresce ser grande y las muchas
mesquitas que tienen, no hay año que en lo que hasta agora hemos descubierto y
visto no maten y sacrifiquen desta manera tres o cuatro mill ánimas. Vean
Vuestras Reales Majestades si deben evitar tan grand mal y daño. Y cierto sería
Dios Nuestro Señor muy servido si por mano de Vuestras Reales Altezas estas
gentes fuesen introdocidas e instrutas en nuestra muy santa fee católica y
conmutada la devoción, fee y esperanza que en estos sus ídolos tienen en la
divina potencia de Dios, porque es cierto que si con tanta fee y fervor y
diligencia a Dios serviesen ellos harían muchos milagros. Es de creer que no
sin cabsa Dios Nuestro Señor ha sido servido que se descubriesen estas partes
en nombre de Vuestras Reales Altezas para que tan gran fruto y merescimiento de
Dios alcanzasen Vuestras Majestades mandando informar y siendo por su mano
traídas a la fee estas gentes bárbaras, que segúnd lo que del[l]os hemos
conoscido creemos que habiendo lenguas y personas que le[s] hiciesen entender
la verdad de la fee y el error en que están, muchos dellos y aun todos se
apartarían muy brevemente de aquella irronia que tienen y vernían al verdadero
conoscimiento, porque viven más política y razonablemente que ninguna de las
gentes que hasta hoy en estas partes se ha visto.
Querer decir a Vuestras Majestades todas las particularidades
desta tierra y gente della podría ser que en algo se errase la relación, porque
muchas dellas no se han visto más de por informaciones de los naturales de
ella, y por esto no nos entremetemos a decir más de aquello que por muy cierto
y verdadero Vuestras Reales Altezas podrán mandar tener dello. Podrán Vuestras
Majestades, si fueren servidos, hacer por cosa verdadera relación [a] nuestro
muy Santo Padre para que en la conversión desta gente se ponga diligencia y
buena orden pues que dello se espera sacar tan gran fruto, y también para que Su
Santidad haya por bien y premita que los malos y rebeldes, siendo primero
amonestados, puedan ser punidos y castigados como enemigos de nuestra sancta
fee católica, Y será ocasión de castigo y espanto a los que fueren rebeldes en
venir en conoscimiento de la verdad, y evitarse han tan grandes males y daños
como son los que en servicio del demonio hacen. Porque aun allende de lo que
arriba hemos hecho relación a Vuestras Majestades de los niños y hombres y
mujeres que matan y ofrescen en sus sacrificios, hemos sabido y sido informados
de cierto que todos son sodomitas y usan aquel abominable pecado. En todo
suplicamos a Vuestras Mercedes manden prove[e]r como vieren que más conviene al
servicio de Dios y de Vuestras Reales Altezas y como los que aquí en su servicio
estamos seamos favorescidos y aprovechados.
Con estos nuestros procuradores que a Vuestras Reales Altezas
enviamos, entre otras cosas que en nuestra instrución Ileva[n] es una: que de
nuestra parte supliquen a Vuestras Majestades que en ninguna manera den ni
hagan merced en estas partes a Diego Velázquez, teniente de almirante en la
isla Fernandina, de adelantamiento ni gobernación perpetua ni de otra manera ni
de cargos de justicia, y si alguna se tuviere hecha la manden revocar, porque
no conviene al servicio de su corona real que el dicho Diego Velázquez ni otra
persona alguna tengan señorío ni merced otra alguna perpetua ni de otra manera,
salvo por cuanto fue[re] la voluntad de Vuestras Majestades en esta tierra de
Vuestras Reales Altezas, por ser como es a lo que agora alcanzamos y a lo que
se espera muy rica. Y aun allende de no convenir al servicio de Vuestras
Majestades que el dicho Diego Velázquez sea proveído de oficio alguno,
esperamos, si lo fuese, que los vasallos de Vuestras Reales Altezas que en esta
tierra hemos empezado a poblar y vevimos seríamos muy mal tratados por él.
Porque cre[e]mos que lo que agora se ha hecho en servicio de Vuestras
Majestades en les inviar este servicio de oro y plata y joyas que les inviamos
que en esta tierra hemos podido haber no era su voluntad que ansí se hiciera,
segúnd ha parescido claramente por cuatro criados suyos que acá pasaron, los
cuales desque vieron la voluntad que teníamos de lo inviar todo como lo
enviamos a Vuestras Reales Altezas, publicaron y dijieron que fuera mejor
enviarlo a Diego Velázquez y otras cosas que hablaron perturbando que no se
llevase a Vuestras Majestades, por lo cual los mandamos prender y quedan presos
para se hacer dellos justicia. Y después de hecha, se hará relación a Vuestras
Majestades de lo que en ello hiciéremos. Y porque lo que hemos visto que el
dicho Diego Velázquez ha hecho y por la esperiencia que dello tenemos, tenemos
temor que si con cargo a esta tierra veniese nos tratara mal, como lo ha hecho
en la isla Fernandina al tiempo que ha tenido cargo de la gobernación, no
haciendo justicia a nadie más de por su voluntad y contra quien a él se
antojaba por enojo y pasión, y no por justicia ni razón. Y desta manera ha
destruido a muchos buenos trayéndolos a mucha probeza, no les queriéndo dar
indios con que puedan vevir, tomándose los todos para sí y tomando él todo el
oro que han cogido sin les dar parte dello, teniendo como tiene parte compañías
desaforadas con todos los más muy a su propósito y provecho. Y como sea
gobernador y repartidor, con pensamiento y miedo que los ha de destruir no osan
hacer más de lo que él quiere. Y desto no tienen Vuestras Majestades noticias
ni geles ha hecho jamás relación dello porque los procuradores que a su corte
han ido de la dicha isla son fechos por su mano y sus criados, y tiénenlos bien
contentos dándoles indios a su voluntad. Y los procuradores que van a [é]l de
las villas para negociar lo que toca a las comunidades cúmpleles hacer lo que
él quiere porque les da indios a su contento, y cua[n]do los tales procuradores
vuelven a sus villas y les mandan cuenta de lo que han hecho dicen y responden
que no invíen personas pobres, porque por un cacique que Diego Velázquez les da
hacen todo lo que él quiere. Y porque los regidores y alcaldes que tienen
indios no se los quite el dicho Diego Velázquez no osan hablar ni reprender a
los procuradores que han hecho lo que no debían, complaciendo a Diego
Velázquez. Y para esto y para otras cosas tiene él muy buenas [maneras], por
donde Vuestras Reales Altezas pueden ver que todas las relaciones que la isla
Fernandina por Diego Velázquez hace y las mercedes que para él piden son por
los indios que da a los procuradores, y no porque las comunidades son dello
contentas ni tal cosa desean, antes querrían que los tales procuradores fuesen
castigados. Y siendo a todos los vecinos y moradores desta villa de la Vera
Cruz notorio lo susodicho, se juntaron con el procurador deste concejo y nos
pidieron y requirieron por su requerimiento firmado de sus nombres que en
nombre de todos suplicásemos a Vuestras Majestades que no proveyesen de los
dichos cargos ni de alguno dellos al dicho Diego Velázquez, antes le mandasen
tomar residencia y le quitasen el cargo que en la isla Fernandina tiene, pues
que lo susodicho, tomándole residencia, se sabría ser verdad y muy notorio. Por
lo cual a Vuestras Majestades suplicamos manden dar un pe[s]quisidor para que
haga la pesquisa de todo esto de que hemos hecho relación a Vuestras Altezas,
ansí para la isla de Cuba como para otras partes, porque le entendemos probar
cosas por donde Vuestras Majestades vean si es justicia ni conciencia que él
tenga cargos reales en estas partes ni en las otras donde al presente reside.
Hánnos ansimismo pedido el procurador y vecinos y moradores
desta villa en el dicho pedimento que en su nombre supliquemos a Vuestras
Majestades que provean y manden dar su cédula y provisión real para Fernando
Cortés, capitán y justicia mayor de Vuestras Reales Altezas, para que él nos
tenga en justicia y gobernación hasta tanto que esta tierra esté conquistada y
pacífica y por el tiempo que más a Vuestras Majestades paresciere y fuere[n]
servidos, por conoscer ser tal persona que conviene para ello, el cual
pedimento y requerimiento enviamos con estos nuestros procuradores a Vuestras
Majestades, y humillmente suplicamos a Vuestras Reales Altezas que ansí en esto
como en todas las otras mercedes [que] en nombre deste concejo y villa les
fueron suplicadas por parte de los dichos procuradores nos las hagan y manden
conceder, y que nos tengan por sus muy leales vasallos como lo hemos sido y
seremos siempre.
El oro y platas y rodelas y joyas y ropa que a Vuestras Reales
Altezas enviamos con los procuradores, demás del quinto que a Vuestras
Majestades pertenesce, de que su capitán Fernando Cortés y este concejo les hacen
servicio, va en esta memoria firmada de los dichos procuradores, como por ella
Vuestras Reales Altezas podrán ver. De la Rica Villa de la Vera Cruz, a diez de
Julio de mill y quinientos y dicenueve.
El oro y joyas y piedras y plumajes que se han habido en estas
partes nuevamente descubiertas después que estamos en ella, que vos, Alonso
Hernández Puerto Carrero y Francisco de Montejo, que vais por procuradores
desta Rica Villa de la Vera Cruz a los Muy Altos Exelentísimos Príncipes y Muy
Católicos y Muy Grandes Reyes y Señores la Reina Doña Juana y el Rey Don Carlos
su hijo, nuestros señores, lleváis, son las seguientes:
- Primeramente, una rueda de oro grande con
una figura de mostruos en ella y labrada toda de follajes, la cual pesó
tres mill y ochocientos pesos de oro. Y en esta rueda, porque era la mejor
pieza que acá se había habido y de mejor oro se tomó el quinto para Sus
Altezas, que fue dos mill castellanos que les pertenescía de su quinto y
derecho real, segúnd la capitulación que trujo el capitán general Fernando
Cortés de los padres jerónimos que residen en la isla Española y en las
otras. Y los mill y ochocientos pesos restantes, a todo lo demás que tiene
a cumplimiento de los dichos tres mill y ochocientos pesos, el concejo
desta villa hace servicio dello a Sus Altezas con todo lo demás que aquí
en esta memoria va, que era y pertenescía a los [de] dicha villa.
- Iten: dos collares de oro y pedreria, que
el uno tiene ocho hilos y en ellos docientas y treinta y dos piedras
coloradas y ciento y sesenta y tres verdes. Y cuelgan por el dicho collar
por la orladura dél veinte y siete cascabeles de oro, y en medio dellos
hay cuatro figuras de piedras grandes engastadas en oro, y de cada una de
las dos en medio cuelgan siete pinjantes sencillos, y de las de los cabos
cada cuatro pinjantes doblados. Y el otro collar tiene cuatro hilos que
tienen ciento y dos piedras coloradas y setenta y dos piedras que parescen
en la color verdes, y a la redonda de las dichas piedras veinte y seis
cascabeles de oro, y en el dicho collar diez piedras grandes engastadas en
oro de que cuelgan ciento y cuarenta y dos pinjantes de oro.
- Iten: cuatro pares de antiparas, los dos
pares de hoja de oro delgado con una guarnición de cuero de venado
amarillo, y los otros dos de hoja de plata delgada con una guarnición de
cuero de venado blanco, y las restantes de plumajes de diversos colores y
muy bien obradas, de cada una de las cuales cuelgan diez y seis cascabeles
de oro, y todas guarnescidas de cuero de venado colorado.
- Iten más: cient pesos de oro por fundir,
para que Sus Altezas vean cómo se coge acá oro de minas.
- Iten más: en una caja, una pieza grande
de plumajes enforrada en cuero, que en las colores parescen martas, atadas
y puestas en la dicha pieza, y en el medio una paten[a] grande de oro que
pesó sesenta pesos de oro. Y una pieza de pedrería azul y colorado a
manera de rueda, y otra pieza de pedrería azul un poco colorada y al cabo
de la pieza otro plumaje de colores que cuelga della.
- Iten: un moscador de plumajes de colores
con treinta y siete verguitas cubiertas de oro.
- Iten más: una pieza grande de plumajes de
colores que se pone en la cabeza, en que haya la redonda della sesenta y
ocho piezas pequeñas de oro, que será cada una como medio cuarto, y debajo
dellas veinte torrecitas de oro.
- Item: una mitra de pedrería azul con una
figura de mostruos en el medio della y enforrada en un cuero que paresce
en las colores martas con un plumaje pequeño, el cual [y] el de que arriba
se hace minción son desta dicha mitra.
- Iten: cuatro arpones de plumajes con sus
puntas de piedra atadas con hilo de oro, y un cetro de pedrería con dos
anillos de oro y lo demás plumaje.
- Iten: un brazalete de pedrería más una
pieza de plumaje negra y de otras colores pequeña.
- Iten: un par de zapatones de cuero de
colores que parescen martas, y las suelas blancas cosidas con tiritas de
oro.
- Más un espejo puesto en una pieza de
pedrería azul y colorada con un plumaje pegado a él, y dos tiras de cuero
colorado pegadas y otro cuero que paresce de aquellas martas.
- Iten: tres plumajes de colores que son de
una cabeza grande [de] oro que paresce de caimán.
- Iten: unas antiparas de pedrería de
piedra azul enforradas en un cuero que las colores parescen martas. En cada quince
cascabeles de oro.
- Más un manípulo de cuero de lobo con
cuatro tiras de cuero que parescen de martas.
- Más unas barbas puestas en unas plumas de
colores. Y las dichas barbas son blancas que parecen de cabellos.
- Iten más: dos plumajes de colores que son
para dos capace tes de pedrería que abajo dirá.
- Más otros dos plumajes de colores que son
para dos piezas de oro que se ponen en la cabeza, hechas de manera de
caracoles grandes.
- Más dos pájaros de pluma verde con sus
pies y picos y ojos de oro, que se ponen en la una pieza de las de oro que
parescen caracoles.
- Más dos guariques grandes de pedrería
azul que son para poner enla cabeza grande del caimán.
- En otra caja cuadrada, una cabeza de
caimán grande de oro, que es la que arríba se dice para poner las dichas
piezas.
- Más un capacete de pedrería azul con
veinte cascabeles de oro que le cuelgan a la redonda con dos sartas que
están encima de cada cascabel y dos guariques de palo con dos chapas de
oro.
- Más una pájara de plumajes verdes, e los
pies y pico y ojos de oro.
- Ite[n] más: otro capacete de pedrería
azul con veinte y cinco cascabeles de oro y dos cuentas de oro encima de
cada cascabel que le cuelgan a la redonda, con unos guariques de palo con
chapas de oro y un pájaro de plumaje verde con los pies y picos y ojos de
oro.
- Iten más: en una haba de caña dos piezas
grandes de oro que se ponen en la cabeza que son hechas a manera de
caracol de oro, con sus guariques de palo y chapas de oro. Y más dos
pájaros de plumaje verde con sus pies y picos y ojos de oro.
- Más diceseis rodelas de pedrería, con sus
plumajes de colores que cuelgan de la redonda dellas. Y una tabla ancha
esquinada de pedrería con sus plumajes de colores, y en medio de la dicha
tabla hecha de la dicha pedrería una cruz de rueda la cual está aforrada en
cuero que tiene las colores como martas.
- Otrosí, un cetro de pedrería colorada
hecho a manera de culiebra con su cabeza y los dientes y ojos que parescen
de nácar, y el puño guarnecido con un cuero de animal pintado, y debajo
del dicho puño cuelgan seis plumajes pequeños.
- Iten más: una moscador de plumajes puesto
en una caña guarnecida en un cuero [de] animal pintado, hecho a manera de
veleta, y encima tiene una copa de plumajes y en fin de todo tiene muchas
plumas verdes largas.
- Iten: dos aves hechas de hilo y de
plumajes. Y tienen los cañones de las alas y colas y las uñas de los pies
y los ojos y los cabos de los picos de oro, puestas en sendas caña[s]
cubiertas de oro, y abajo unas pellas de plumajes una blanca y otra
amarílla, con cierta argentería de oro entre las plumas, y de cada una
dellas cuelgan siete ramales de plumas.
- Iten: cuatro piezas hechas a manera de
lisas puestas en sendas cañas de oro. Y tienen las colas y las agallas y
los ojos y bocas de oro, [y] abajo en las colas unos plumajes de plumas
verdes. Y tienen hacia las bocas las dichas lisas sendas copas de plumajes
de colores, y en algunas de las plumas blancas está cierta argentería de
oro, y bajo del asidero cuelga[n] de cada una seis ramales de plumajes de
colores.
- Iten: una verguita de cobre aforrada en
un cuero en que está puesto una pieza de oro a manera de plumaje que
encima y abajo tiene ciertos plumajes de colores.
- Iten más: cinco moscadores de plumaje de
colores, y los cuatro dellos tiene[n] diez cañoncitos cubiertos de oro y
el uno tiene trece.
- Iten: cuatro arpones de pedernal blanco
puestos en cuatro varas guarnecidas de plumajes.
- Iten: una rodela grande de plumajes
guarnecida del envés y de un cuero de animal pintado, y en el campo de la
dicha rodela, en el medio, una chapa de oro con una figura de las que los
indios hacen, con cuatro otras medias chapas en la orla, que todas ellas
juntas hacen una cruz.
- Iten más: una pieza de plumajes de
diversos colores hecha a manera de media casulla aforrada en un cuero de
animal pintado, que los señores destas partes que hasta agora hemos visto
se pone[n] colgada del pescuezo. Y en el pecho tiene trece piezas de oro
muy bien asentadas.
- Iten: una pieza de plumajes de colores
que los señores destas tierras se suelen poner en las cabezas hecha a
manera de cimera de justador. Y della cuelgan dos orejas de pedrería con
dos cascabeles y dos cuentas de oro, y encima un plumaje de plumas verdes
ancho, y debajo cuelgan unos cabellos blancos.
- Otrosí, cuatro cabezas de animales, las
dos parescen de lobo y las otras dos de tigres, con unos cueros pintados,
y dello les cuelgan cascabeles de metal.
- Iten: dos cueros de animales pintados
aforrados en unas ma[n]tas de algodón, y parescen los cueros de gato
cerbal.
- Iten: un cuero bermejo y pardillo de otro
animal que paresce de leó[n]. Otros dos cueros de venado.
- lten: cuatro cueros de venados de
guadamecieres de la que acá hacen los guantes pequeños adobados.
- Más dos libros de los que acá tienen los
indios. Más media docena de moscadores de plumajes de colores.
- Más una poma de plumajes de colores. Más
una poma de plumas de colores con cierta argentería en ella.
- Otrosí, una rueda de plata grande que
pesó cuarenta y ocho marcos de plata. Y más, en unos brazaletes y unas
hojas batidas un marco y cinco onzas y cuatro adarmes de plata. Y una
rodela grande y otra pequeña de plata que pesaron cuatro marcos y dos
onzas de plata. Y otras dos rodelas que parescen de plata que pesaron seis
marcos y dos onzas. Y otra rodela que paresce ansímesmo de plata que pesó
un marco y siete onzas. Que son por todo sesenta [y] dos marcos de plata.
ROPA
DE ALGODON:
- Iten más: dos piezas grandes de algodón,
tejidas de labores de blanco y negro y leonado muy ricas. Iten: dos piezas
tejidas de plumas y otra pieza tejida a escaques de colores. Otra pieza
tejida de labores colorada, negra y blanca, y por el envés no parescen las
labores.
- Iten: otra pieza tejida de labores, y en
medio unas ruedas negras de pluma.
- Item: dos mantas blancas en unos plumajes
tejidas. Otra manta con unas prececias y colores pegadas.
- Un sayo de hombre de la tierra. Una pieza
blanca con una rued[a] grande de plumas blancas en medio. Dos piezas de
guascasa pardilla con unas ruedas de pluma y otras dos de guasca leonada.
- Seis piezas de pintura de pincel. Otra
pieza colorada con unas ruedas y otras dos piezas azules de pincel. Y dos camisas de
mujer. Doce almaiza[les].
- Iten: seis rodelas que tiene cada una una
chapa de oro que toma toda la rodela.
- Iten: media mitra de oro.
- Las cuales cosas y cada una dellas,
segúnd que por sus capítulos van declaradas y asentadas, nos, Alonso
Fernández Puerto Carrero y Francisco de Montejo, procuradores susodichos,
es verdad que las rescibimos y nos fueron entregadas para llevar a Sus
Altezas de vos, Fernando Cortés, justicia mayor por Sus Altezas en estas
partes, y de vos, Alonso de Avilla [sic] y Alonso de Grado, tesorero y
ve[e]dor de Sus Altezas en ellas. Y porque es verdad, lo firmamos de
nuestros nombres. Hecho a seis días de julio de mill y quinientos y diez y
nueve años.
- Las cuales cosas y cada una dellas según
que por estos capítulos van declaradas y asentadas, nos Alonso Fernández
Puerto Carrero y Francisco de Montejo, procuradores susodichos, es verdad
que las recibimos y nos fueron entregadas para llevar a Sus Altezas de vos
Fernando Cortés, justicia mayor por Sus Altezas en estas partes, y de vos
Alonso de Avila y Alonso de Grado, tesorero y veedor de Sus Altezas. Y
porque es verdad lo firmamos de nuestros nombres. Fecho a seis días de
julio de 1519 años. - Puerto Carrero, Francisco de Montejo.
- [Las cosas desuso nombradas en el dicho
memorial, con la carta y relación desuso dicha que el concejo de la Vera
Cruz envió, rescibió el Rey Don Carlos Nuestro Señor, como desuso se
di[ce], en Valladolid, en la Semana Santa, en principio del mes de abril
del año del Señor de mill y quinientos y veinte años.]
SEGUNDA RELACIÓN
Carta de relación enviada a Su Sacra Majestad del Emperador Nuestro
Señor por el Capitán General de la Nueva España llamado Fernando Cortés, en la
cual hace relación de las tierras y provincias sin cuento que ha descubierto
nuevamente en el Yucatán desde el año de quinientos y diez y nueve a esta parte
y ha sometido a la corona real de Su Sacra Majestad.
En especial hace relación de una grandísima provincia muy rica llamada Culúa en
la cual hay muy grandes ciudades y de maravillosos edificios y de grandes tratos
y riquezas entre las cuales hay una más maravillosa y rica que todas llamada
Temustitán que está por maravillosa arte edificada sobre una grande laguna, de
la cual ciudad y provincia es rey un grandísimo señor llamado Muteeçuma, donde
le acaescieron al capitán y a los españoles espantosas cosas de oír. Cuenta
largamente el grandísimo señorío del dicho Muteeçuma y de sus ritos y
cerímonias y de cómo se sirve. Muy Alto y Poderoso y Muy Católico Príncipe,
lnvitísimo Emperador y Señor Nuestro: En una nao que desta Nueva España de
Vuestra Sacra Majestad despaché a diez y seis días de julio del año de
quinientos y diez y nueve envié a Vuestra Alteza muy larga y particular
relación de las cosas hasta aquella sazón, después que yo a ella vine, en ellas
suscedidas, la cual relación llevaron Alonso Hernández Puerto Carrero y
Francisco de Montejo, procuradores de la Rica Villa de la Vera Cruz que yo en
nombre de Vuestra Alteza fundé. Y después acá por no haber oportunidad, así por
falta de navíos y estar yo ocupado en la conquista y pacificación desta tierra
como por no haber sabido de la dicha nao y procuradores, no he tornado a
relatar a Vuestra Majestad lo que después se ha hecho, de que después Dios sabe
la pena que he tenido, porque he deseado que Vuestra Alteza supiese las cosas
desta tierra, que son tantas y tales que, como ya en la otra relación escribí,
se puede intitular de nuevo Emperador della y con título y no menos mérito que
el de Alemaña que por la gracia de Dios Vuestra Sacra Majestad posee. Y porque
querer de todas las cosas destas partes y nuevos reinos de Vuestra Alteza decir
todas las particularidades y cosas que en ellas hay y decirse debían seria casi
proceder a infinito, si de todo a Vuestra Alteza no diere tan larga cuenta como
debo a Vuestra Sacra Majestad suplico que me mande perdonar, porque ni mi
habilidad ni la oportunidad del tiempo en que a la sazón me hallo para ello me
ayudan, mas con todo, me esforzaré a decir a Vuestra Alteza lo menos mal que yo
pudiere la verdad y lo que al presente es necesario que Vuestra Majestad sepa.
Y asimismo suplico a Vuestra Alteza me mande perdonar si [de] todo lo acaecido
no contare el cómo ni el cuándo muy cierto y si no acertare algunos nombres así
de cibdades y villas como de señoríos dellas que a Vuestra Majestad han
ofrescido su servicio y dádose por sus súbditos y vasallos, porque en cierto
infortunio agora nuevamente acaescido, de que adelante en el proceso a Vuestra
Alteza daré entera cuenta, se me perdieron todas las escrituras y abtos que con
los naturales destas tierras yo he hecho y otras cosas muchas. En la otra
relación, Muy Excellentísimo Príncipe, dije a Vuestra Majestad las cibdades y
villas que hasta entonces a su real servicio se habían ofrecido y yo a él tenía
subjetas y conquistadas. Y dije ansímismo que tenía noticia de un gran señor
que se llamaba Muteeçuma que los naturales desta tierra me habían dicho que en
ella había que estaba, segúnd ellos señalaban las jornadas, hasta noventa o
cient leguas de la costa y puerto donde yo desembarqué; y que confiando en la
grandeza de Dios y con esfuerzo del real nombre de Vuestra Alteza, pensaba irle
a ver a doquiera que estuviese. Y aún me acuerdo que me ofrecí en cuanto a la
demanda deste señor a mucho más de lo a mí posible, porque certifiqué a Vuestra
Alteza que lo habría preso o muerto o súbdito a la corona real de Vuestra
Majestad. Y con este propósito y demanda me partí de la cibdad de Cempoal, que
yo intitulé Sevilla, a diez y seis de agosto, con quince de caballo y
trecientos peones lo mejor adreszados de guerra que yo pude y el tiempo dio a
ello lugar. Y dejé en la villa de la Vera Cruz ciento y cincuenta hombres con
dos de caballo haciendo una fortaleza que ya tengo casi acabada. Y dejé toda
aquella provincia de Cempoal y toda la sierra comarcana a la dicha villa, que
serán hasta cincuenta mill hombres de guerra y cincuenta villas y fortalezas,
muy seguros y pacíficos y por ciertos y leales vasallos de Vuestra Majestad,
como hasta agora lo han estado y están. Porque ellos eran súbditos de aquel
señor Muteeçuma y, segúnd fui informado, lo eran por fuerza y de poco tiempo
acá. Y como por mí tuvieron noticia de Vuestra Alteza y de su muy grand y real
poder, dijeron que querían ser vasallos de Vuestra Majestad y mis amigos, y que
me rogaban que los defendiese de aquel grand señor que los tenía por fuerza y
tiranía y que les tomaba sus hijos para los matar y sacríficar a sus ídolos, y
me dijeron otras muchas quejas dél. Y con esto han estado y están muy ciertos y
leales en el servicio de Vuestra Alteza, y creo lo estarán siempre por ser
libres de la tiranía de aquél. Y porque de mí han sido siempre bien tratados y
favorescidos y para más seguridad de los que en la villa quedaban, traje
conmigo algunas personas prencipales dellos con alguna gente que no poco
provechosos me fueron en mi camino. Y porque como ya creo, en la primera
relación escribí a Vuestra Majestad que algunos de los que en mi compañía
pasaron, que eran criados y amigos de Diego Velázquez, les había pesado de lo
que yo en servicio de Vuestra Alteza hacía. Y aun algunos dellos se me
quisieron alzar e írseme de la tierra, en especial cuatro españoles que se
decían Juan Escudero y Diego Cermeño, piloto, y Gonzalo de Ungría, ansimismo
piloto, y Alonso Peñate, los cuales, segúnd lo que confesaron espontáneamente,
tenían determinado de tomar un bergantín que estaba en el puerto con cierto pan
y tocinos y matar al maestre dél e irse a la isla Fernandina a hacer saber a
Diego Velázquez cómo yo inviaba la nao que a Vuestra Alteza invié y lo que en
ella iba y el camino que la dicha nao había de llevar para que el dicho Diego
Velázquez pusiese navíos en guarda para que la tomasen. Como después que lo
supo lo puso por obra, que, segúnd he sido informado, invió tras la dicha nao
una carabela y si no fuera pasada, la tomara. Y ansimesmo confesaron que otras
personas tenían la misma voluntad de avisar al dicho Diego Velázquez, y vistas
las confesiones destos delincuentes, los castigué conforme a justicia y a lo
que segúnd el tiempo me paresció que habia nescesidad y al servicio de Vuestra
Alteza cumplía. Y porque demás de los que por ser criados y amigos de Diego
Velázquez tenían voluntad de se salir de la tierra había otros que por verla
tan grande y de tanta gente y tal y ver los pocos españoles que éramos estaban
del mismo propósito, creyendo que si allí los navíos dejase se me alzarían con
ellos y yéndose todos los que desta voluntad estaban yo quedaría casi sólo, por
donde se estorbara el gran servicio que a Dios y a Vuestra Alteza en esta tierra
se ha hecho, tuve manera cómo so color que los dichos navíos no estaban para
navegar los eché a la costa, por donde todos perdieron la esperanza de salir de
la tierra y yo hice mi camino más seguro y sin sospecha que, vueltas las
espaldas, no había de faltarme la gente que yo en la villa había de dejar. Ocho
o diez días después de haber dado con los navíos a la costa y siendo ya salido
de la Vera Cruz hasta la cibdad de Cempoal, que está a cuatro leguas della,
para de allí seguir mi camino, me hicieron saber de la dicha villa cómo por la
costa della andaban cuatro navíos, y que el capitán que yo allí dejaba había
salido a ellos con una barca y le habían dicho que eran de Francisco de Garay,
teniente de gobernador en la isla de Jamaica, y que venían a descubrir; y que
el dicho capitán les había dicho cómo yo en nombre de Vuestra Alteza tenía
poblada esta tierra y hecha una villa allí a una legua de donde los dichos
navíos andaban y que allí podían ir con ellos y me farían saber de su venida, y
si alguna nescesidad trujesen se podrían reparar della, y que el dicho capitán
los guiaría con la barca al puerto, el cual les señaló dónde era; y que ellos
le habían respondido que ya habían visto el puerto porque pasaron por frente
dél, y que ansí lo farían como él gelo decía; y que se había vuelto con la
dicha barca y los navíos no le habían seguido ni venido al puerto, y que
todavía andaban por la costa y que no sabían qué era su propósito, pues no
habían venido al dicho puerto. Y visto lo que el dicho capitán me fizo saber, a
la hora me partí para la dicha villa, donde supe que los dichos navíos estaban
surtos tres leguas la costa abajo y que ninguno no había saltado en tierra. Y
de allí me fui por la costa con alguna gente para saber lengua, y ya que casi
llegaba a una legua dellos encontré tres hombres de los dichos navíos, entre
los cuales venía uno que decía ser escribano. Y los dos traía, segúnd me dijo,
para que fuesen testigos de cierta notificación, que diz que el capitán le
había mandado que me hiciese de su parte un requirimiento que allí traía en el
cual se contenía que me hacía saber cómo él habia descubierto aquella tierra y
quería poblar en ella, por tanto que me requería que partiese con él los
términos porque su asiento quería hacer cinco leguas la costa abajo después de
pasada Nautecal, que es un[a] cibdad que es doce leguas de la dicha villa que
agora se llama Almería. A los cuales yo dije que viniese su capitán y que se
fuese con los navíos al puerto de la Vera Cruz, y que allí nos hablaríamos y
sabría de qué manera venían; y si sus navíos y gente trujesen alguna
nescesidad, les socorrería con lo que yo pudiese; y que pues él decía venir en
servicio de Vuestra Sacra Majestad, que yo no deseaba otra cosa sino que se me
ofreciese en qué sirviese a Vuestra Alteza, y que en le ayudar creía que lo
hacía. Y ellos me respondieron que en ninguna manera el capitán ni otra gente
vernía a tierra ni adonde yo estuviese. Y creyendo que debían de haber hecho
algúnd daño en la tierra, pues se recelaban de venir ante mí, ya que era noche
me puse secretamente junto a la costa de la mar, frontero de donde los dichos
navíos estaban surtos. Y allí estuve encubierto fasta otro día casi a mediodía,
creyendo que el capitán o piloto saltarían en tierra para saber dellos lo que habían
fecho o por qué parte habían andado, y si algúnd daño hobiesen fecho en la.
tierra, inviarlos a Vuestra Sacra Majestad. Y jamás salieron ellos ni otra
persona, y visto que no salían, fice quitar los vestidos de aquellos que venían
a facerme el requirimiento y [que] se los vestiesen otros españoles de los de
mi compañía, los cuales fice ir a la playa y que llamasen a los de los navíos.
Y visto por ellos, salió a tierra una barca con fasta diez o doce hombres con
ballestas y escopetas, y los españoles que llamaban de la tierra se apartaron
de la playa a unas matas que estaban cerca como que se iban a la sombra dellas,
y ansí saltaron cuatro, los dos ballesteros y los dos escopeteros, los cuales,
como estaban cercados de la gente que yo tenía en la playa puesta, fueron
tomados. Y el uno dellos era maestre de la una nao, el cual puso fuego a una
escopeta y matara aquel capitán que yo tenía en la Vera Cruz, sino que quiso
Nuestro Señor que la mecha no tenía fuego. Y los que quedaron en la barca se
hicieron a la mar, y antes que llegasen a los navíos ya iban a la vela sin
aguardar ni querer que dellos se supiese cosa alguna. Y de los que conmigo
quedaron me informé cómo habian llegado a un río que está treinta leguas de la
costa abajo después de pasada Almería; y que allí habían habido buen
acogimiento de los naturales y que por rescate les habían dado de comer; y que
habían visto algúnd oro que traían los indios, aunque poco, y que habían
rescatado fasta tres mill castellanos de oro; y que no habían saltado en tierra
más de que habían visto ciertos pueblos en la ribera del río tan cerca que de
los navíos los podían bien ver, y que no había edeficios de piedra sino que
todas las casas eran de paja exceto que los suelos dellas tenían algo altos y
hechos a mano. Lo cual todo después supe más por entero de aquel grand señor
Muteeçuma y de ciertas lenguas de aquella tierra que él tenía consigo, a los
cuales y a un indio que en los dichos navíos traían del dicho río que también
yo les tomé invié con otros mensajeros del dicho Muteeçuma para que hablasen al
señor de aquel río que se dice Pánuco para le atraer al servicio de Vuestra
Sacra Majestad. Y él me invió con ellos una persona prencipal y aun, segúnd
decía, señor de un pueblo, el cual me dio de su parte cierta ropa y piedras y
plumajes y me dijo que él y toda su tierra eran muy contentos de ser vasallos
de Vuestra Majestad y mis amigos. Y yo les di otras cosas de las de España con
que fue muy contento, y tanto que cuando los víeron los de los otros navíos del
dicho Francisco de Garay, de que adelante a Vuestra Alteza faré relación, me
invió a decir el dicho Pánuco cómo los dichos navíos estaban en otro río lejos
de allí hasta cinco o seis jornadas, y que les hiciese saber si eran de mi
naturaleza los que en ellos venían porque les darían lo que hobiese menester, y
que les habían llevado ciertas mujeres y gallinas y otras cosas de comer. Yo
fui, Muy Poderoso Señor, por la tierra y señorío de Cempoal tres jornadas,
donde de todos los naturales fui muy bien rescebido y hospedado. Y a la cuarta
jornada entré en una provincia que se llama Sienchimalem, en que hay en ella
una villa muy fuerte y puesta en recio lugar, porque está en una ladera de una
sierra muy agra y para la entrada no hay sino un paso de escalera que es imposible
pasar sino gente de pie y aun con farta dificultad si los naturales quieren
defender el paso. Y en lo llano hay muchas aldeas y alquerías de a quinientos y
a trecientos y a ducientos vecinos labradores, que serán por todos hasta cinco
o seis mill hombres de guerra. Y esto es del señorío de aquel Muteeçuma. Y aquí
me rescibieron muy bien y me dieron muy cumplidamente los bastimentos
nescesarios para mi camino, y me dijeron que bien sabían que yo iba a ver a
Muteeçuma, su señor; y que fuese cierto que él era mi amigo y les había inviado
a mandar que en todo caso me hiciesen muy buen acogimiento, porque en ello le
servirían. Y yo les satisfice a su buen comedimiento diciendo que Vuestra
Majestad tenía noticia dél y me había mandado que le viese, y que yo no iba a
más de verle. Y así pasé un puerto que está el fin desta provincia, que pusimos
nombre el Puerto del Nombre de Dios por ser el primero que en estas tierras
habíamos pasado, el cual es tan agro y alto que no lo hay en España otro tan
dificultoso de pasar, el cual pasé seguramente y sin contradición alguna. Y a
la bajada del dicho puerto están otras alquerías de una villa y fortaleza que
se dice Teixuacan que ansimismo era del dicho Muteeçuma, que no menos que de
los de Sienchimalem fuimos bien rescibidos. Y nos dijeron de la voluntad de
Muteeçuma lo que los otros nos habían dicho, y yo ansimismo los satisfecí.
Desde aquí anduve tres jornadas de despoblado y tierra inhabitable a causa de
su esterilidad y falta de agua y muy grand frialdad que en ella hay, donde Dios
sabe cuánto trabajo la gente padesció de sed y de hambre, en especial de un
turbión de piedra y agua que nos tomó en el dicho despoblado de que pensé que
pereciera mucha gente de frío, y ansí muríeron ciertos indios de la isla
Fernandina que iban mal arropados. Y a cabo destas tres jornadas pasamos otro
puerto aunque no tan agro como el primero, y en lo alto dél estaba una torre
pequeña casi como humilladero donde tenían ciertos ídolos y alderredor de la
torre más de mill carretadas de leña cortada muy compuesta, a cuyo respeto le
posimos nombre el Puerto de la Leña. Y a la bajada del dicho puerto entre unas
sierras muy agras está un valle muy poblado de gente que, segúnd paresció,
debía ser gente pobre. Y después de haber andado dos leguas por la población
sin saber della llegué a un asiento algo más llano donde paresció estar el
señor de aquel valle, que tenía las mejores y más bien labradas casas que hasta
entonces en esta tierra habíamos visto porque eran todas de cantería labradas y
muy nuevas. Y había en ellas muchas y muy grandes y hermosas salas y muchos
aposentos muy bien obrados. Y este valle y población se llama Caltanmy. Del
señory gente fui muy bien rescebido y aposentado, y después de le haber hablado
de parte de Vuestra Majestad y le haber dicho la cabsa de mi venida en estas
partes le pregunté si él era vasallo de Muteeçuma o si era de otra parcialidad
alguna, el cual, casi admirado de lo que le preguntaba me respondió diciendo
que quién no era vasallo de Muteeçuma, queriendo decir que allí era señor del
mundo. Yo le torné aquí a decir y replicar el gran poder de Vuestra Majestad, y
[que] otros muy muchos y muy mayores señores que no Muteeçuma eran vasallos de
Vuestra Alteza y aun que no lo tenían en pequeña merced, y que ansí lo había de
ser Muteeçuma y todos los naturales destas tierras y que ansí lo requería a él
que lo fuese, porque siendolo sería muy honrado y favorescido, y por el
contrario no queriendo obedecer sería punido; y para que tuviese por bien de le
mandar rescebir a su real servicio, que le rogaba que me diese algúnd oro que
yo inviase a Vuestra Majestad. Y él me respondió que oro que él lo tenía, pero
que no me lo quería dar si Muteeçuma no gelo mandase, y que mandándolo él, que
el oro y su persona y cuanto tuviese daría. Por no escandalizarle ni dar algúnd
desmán a mi propósito y camino desimulé con él lo mejor que pude y le dije que
muy presto le inviaría a mandar Muteeçuma que diese el oro y lo demás que
tuviese. Aquí me vinieron a ver otros dos señores que en aquel valle tenían su
tierra, el uno cuatro leguas el valle abajo y el otro dos leguas arriba, y me
dieron ciertos collarejos de oro de poco peso y valor y siete u ocho esclavas.
Y dejándolos ansí muy contentos, me partí después de haber estado allí cuatro o
cinco días y me pasé al asiento del otro señor que está las dos leguas que dije
el valle arriba, que se dice Yztacmastitan. El señorío déste serán tres o
cuatro leguas de población sin salir casa de casa por lo llano de un valle,
ribera de un río pequeño que va por él. Y en un cerro muy alto está la casa del
señor con la mejor fortaleza que hay en la mitad de España y mejor cercada de
muro y barbacanes y cavas, y en lo alto deste cerro terná una población de
hasta cinco o seis mill vecinos de muy buenas casas y gente algo más rica que
no la del valle abajo, y aquí ansimismo fui muy bien rescebido y también me
dijo este señor que era vasallo de Muteeçuma. Y estuve en este asiento tres
días, ansí por me reparar de los trabajos que en el despoblado la gente pasó
como por esperar cuatro mensajeros de los naturales de Cempoal que venían
conmigo que yo desde Catalmy había inviado a una provincia muy grande que se
llama Cascalteca que me dijeron que estaba muy cerca de allí, como de verdad
paresció. Y me habían dicho que los naturales desta provincia eran sus amigos
dellos y muy capitales enemigos de Muteeçuma y que me querían confederar con
ellos porque eran muchos y muy fuerte gente, y que confinaba su tierra por
todas partes con la del dicho Muteeçuma y que tenían con él muy continuas
guerras, y que creía[n] se holgarían conmigo y me favorescerían si el dicho
Muteeçuma se quisiese poner en algo conmigo. Los cuales dichos mensajeros en
todo el tiempo que yo estuve en el dicho valle, que fueron por todos ocho días,
no vinieron, y yo pregunté a aquellos prencipales de Cempoal que iban conmigo
que cómo no venían los dichos mensajeros, y me dijeron que debía de ser lejos y
que no podían venir tan aína. Y yo viendo que se dilataba su venida y que
aquellos prencipales de Cempoal me certificaban tanto la amistad y seguridad de
los desta provincia, me partí para allá. Y a la salida del dicho valle fallé
una grand cerca de piedra seca tan alta como un estado y medio que atravesaba
todo el valle de la una sierra a la otra y tan ancha como veinte pies, y por
toda ella un petril de pie y medio de ancho para pelear desde encima y no más
de una entrada tan ancha como diez pasos, y en esta entrada doblaba la una
cerca sobre la otra a manera de rebelín tan estrecho como cuarenta pasos, de
manera que la entrada fuese a vueltas y no a derechas. Y preguntada la cabsa de
aquella cerca, me dijeron que la tenían porque eran fronteros de aquella
província de Cascalteca, que eran enemigos de Muteeçuma y tenían siempre guerra
con ellos. Los naturales deste valle me rogaron que pues que iba a ver a
Muteeçuma su señor, que no pasase por la tierra destos sus enemigos porque por
ventura serían malos y me farían algúnd daño, que ellos me llevarían siempre
por tierra del dicho Muteeçuma sin salir della y que en ella sería siempre bien
rescebido. Y los de Cempoal me decían que no lo hiciese sino que fuese por
allí, que lo que aquellos me decían era por me apartar de la amistad de aquella
provincia, y que eran malos y traidores todos los de Muteeçuma y que me
llevarían a meter donde no pudiese salir. Y porque yo de los de Cempoal tenía
más concebto que de los otros tomé su consejo, que fue seguir el camino de
Tascalteca llevando mi gente al mejor recaudo que yo podía, y yo con hasta seis
de caballo iba adelante bien media legua y más no con pensamiento de lo que
después se me ofreció pero por descubrír la tierra, para que si algo hobiese yo
lo supiese y tuviese lugar de concertar y aprecebir la gente. Y después de
haber andado cuatro leguas encumbrando un cerro, dos de caballo que iban
delante de mí vieron ciertos indios con sus plumajes que acostumbran traer en
las guerras y con sus espadas y rodelas, los cuales indios como vieron los de
caballo comenzaron a huir. Y a la sazón llegaba yo e fice que los llamasen y
que viniesen y no hobiesen miedo, y fue más hacia donde estaban, que serían
fasta quince indios, y ellos se juntaron y comenzaron a tirar cochilladas y a
dar voces a la otra su gente que estaba en un valle, y pelearon con nosotros de
tal manera que nos mataron dos caballos e firíeron otros tres y a dos de
caballo. Y en esto salió la otra gente, que serían fasta cuatro o cinco mill
indios, y ya se habían llegado conmigo fasta ocho de caballo sin los otros
muertos, y peleamos con ellos haciendo algunas arremetidas fasta esperar los
españoles que con uno de caballo había inviado a decir que anduviesen, y en las
vueltas les hecimos algúnd daño en que mataríamos cincuenta o sesenta dellos
sin que daño alguno rescibiésemos puesto que peleaban con mucho denuedo y
ánimo, pero como todos éramos de caballo arremetíamos a nuestro salvo y
salíamos ansimesmo. Y desque sintiero[n] que los nuestros se acercaban se
retrujeron, porque eran pocos, y nos dejaron el campo. Y después de se haber
ido vinieron ciertos mensajeros que dijeron ser de los señores de la provincia,
y con ellos dos de los mensajeros que yo había inviado, los cuales dijeron que
los dichos señores no sabían nada de lo que aquéllos habían hecho, que eran
comunidades y sin su licencia lo habían hecho; y que a ellos les pesaba y que
me pagarían los caballos que me habían muerto, y que querían ser mis amigos y
que fuese en hora buena, que sería dellos bien rescebido. Yo les respondí que
gelo agradescía y que los tenía por amigos y que yo iría como ellos decían.
Aquella noche me fue forzado dormir en un arroyo una legua adelante donde esto
acaesció, ansí por ser tarde como porque la gente venía cansada. Allí estuve al
mejor recaudo que pude con mis velas y escuchas ansí de caballo como de pie
hasta que fue el día, que me partí llevando mi delantera y recuaje bien
concertadas y mis corridores delante. Y llegando a un pueblo pequeñuelo ya que
salía el sol vinieron los otros dos mensajeros llorando, diciendo que los
habían atado para los matar y que ellos se habían escapado aquella noche. Y no
dos tiros de piedra dellos asomó mucha cantidad de indios muy armados y con muy
grand grita, y comenzaron a pelear con nosotros tirándonos muchas varas y
flechas. Y yo les comencé a facer mis requirimientos en forma con las lenguas
que conmigo llevaba por ante escribano, y cuanto más me paraba a los amonestar
y requerir con la paz tanto más priesa nos daban ofendiéndonos cuanto ellos
podían. Y viendo que no aprovechaban requerimientos ni protestaciones,
comenzamos a nos defender como podíamos, y ansí nos llevaron peleando hasta nos
meter entre más de cient mill hombres de pelea que por todas partes nos tenían
cercados. Y peleamos con ellos y ellos con nosotros todo el día hasta una hora
antes de puesto el sol que se retrajeron, en que con media docena de tiros de
fuego y con cinco o seis escopetas y cuarenta ballesteros y con los crece de
caballo que me quedaron les hice mucho daño sin rescebir dellos ninguno más del
trabajo y cansancio del pelear y la hambre. Y bien paresció que Dios fue el que
por nosotros peleó, pues entre tanta multitud de gente y tan animosa y diestra
en el pelear y con tantos géneros de armas para nos ofender salimos tan libres.
Aquella noche me hice fuerte en una torrecilla de sus ídolos que estaba en un
cerrito. Y luego siendo de día dejé en el real ducientos hombres y toda la
artillería. Y por ser yo el que cometía salí a ellos con los de caballo y cient
peones y cuatrocientos indios de los que traje de Cempoal y trescientos de
Yztaemestitán, y antes que hobiesen lugar de se juntar les quemé cinco o seis
lugares pequeños de hasta cient vecinos y truje cerca de cuatrocientas personas
entre hombres y mujeres presos, y me recogí al real peleando con ellos sin que
daño ninguno me hiciesen. Otro día, en amanesciendo, dan sobre nuestro real más
de ciento y cuarenta y nueve mill hombres que cubrían toda la tierra, tan
determinadamente que algunos dellos entraron dentro en él y anduvieron a
cuchilladas con los españoles. Y salimos a ellos y quiso Nuestro Señor en tal
manera ayudarnos que en obra de cuatro horas habiamos fecho lugar para que en
nuestro real no nos ofendiesen, puesto que todavía facían algunas arremetidas.
Y ansí estuvimos peleando hasta que fue tarde, que se retrajeron. Otro día
torné a salir por otra parte antes que fuese de día sin ser sentido dellos con
los de caballo y cient peones y los indios mis amigos y les quemé más de diez
pueblos, en que hobo pueblo dellos de más de tres mill casas. Y allí pelearon
conmigo los del pueblo, que otra gente no debía de estar allí. Y como traíamos
la bandera de la cruz y puñábamos por nuestra fe y por servicio de Vuestra
Sacra Majestad en su muy real ventura, nos dio Dios tanta vitoria que les
matamos mucha gente sin que los nuestros rescibiesen daño. Y poco más de
mediodía, ya que la fuerza de la gente se juntaba de todas partes, estábamos en
nuestro real con la vitoria habida. Otro día siguiente vinieron mensajeros de
los señores diciendo que ellos querían ser vasallos de Vuestra Alteza y mis
amigos, y que me rogaban les perdonase el yerro pasado. Y trajéronme de comer y
ciertas cosas de plumajes que ellos usan y tienen en estima. Yo les respondí
que ellos lo habían hecho mal, pero que yo era contento de ser su amigo y
perdonarles lo que habían hecho. Otro día siguiente vinieron fasta cincuenta
indios que, según paresció, eran hombres de quien se hacía caso entre ellos,
diciendo que nos venían a traer de comer, y comienzan a mirar las entradas y
salidas del real y algunas chozuelas donde estábamos aposentados. Y los de
Cempoal vinieron a mí y dijéronme que mirase que aquéllos eran malos y que
venían a espiar y mirar cómo nos podrían dañar, y que tuviese por cierto que no
venían a otra cosa. Yo hice tomar uno dellos desimuladamente, que los otros no
lo vieron, y apartéme con él y con las lenguas y amedrentéle para que me dijese
la verdad. El cual confesó que Sintengal, que es el capitán general desta
provincia, estaba detrás de unos cerros que estaban frontero del real con mucha
cantidad de gente para dar aquella noche sobre nosotros, porque decían que ya
se habían probado de día con nosotros [y] que no les aprovechaba nada, y que
querían probar de noche porque los suyos no temiesen los caballos ni los tiros
ni las espadas; y que los habían inviado a ellos para que viesen nuestro real y
las partes por donde nos podían entrar y cómo nos podrían quemar aquellas
chozas de paja. Y luego fice tomar otro de los dichos indios y le pregunté
ansimesmo y confesó lo que el otro por las mismas palabras. Y déstos tomé cinco
o seis que todos conformaron en sus dichos. Y visto, los mandé tomar a todos
cincuenta y cortarles las manos, y los invié que dijesen a su señor que de
noche y de dia y cada y cuando él viniese verían quién éramos. Y yo fice
fortalecer mi real a lo mejor que pude y poner la gente en las estancias que me
paresció que convenían, y así estuve sobre aviso hasta que se puso el sol. Y ya
que anochecía comenzó a abajar la gente de los contrarios por dos valles, y
ellos pensaban que venían secretos para nos cercar y se poner más cerca de
nosotros para ejecutar su propósito. Y como yo estaba tan avisado vílos, y
parescióme que dejarlos llegar al real que sería mucho daño porque de noche
como no viesen lo que de mi parte se les hiciese llegarían más sin temor, y
también porque los españoles no los viendo, algunos temían alguna flaqueza en
el pelear. Y temí que me pusieran fuego, lo cual si acaesciera fuera tanto daño
que ninguno de nosotros escapara, y determiné de salirles al encuentro con toda
la gente de caballo para los espantar o desbaratar en manera que ellos no
llegasen. Y así fue, que como nos sintieron que íbamos con los caballos a dar
sobre ellos, sin ningúnd detener ni grita se metieron por los maizales de que
toda la tierra estaba casi llena y aliviaron algunos de los mantenimientos que
traían para estar sobre nosotros si de aquella vez del todo nos pudiesen
arrancar. Y así se fueron por aquella noche y quedamos seguros. Después de
pasado esto estuve ciertos días que no salí de nuestro real más del redor para
defender el entrada de algunos indios que nos venían a gritar y hacer algunas
escaramuzas. Y después de estar algo descansado salí una noche, después de
rondada la guarda de la prima, con cient peones y con los indios nuestros
amigos y con los de caballo, y a una legua del real se me cayeron cinco de los
caballos y yeguas que llevaba que en ninguna manera los pude pasar adelante, e
hícelos volver. Y aunque todos los de mi compañía decían que me tornase porque
era mala señal todavía seguí mi camino, considerando que Dios es sobre natura.
Y antes que amanesciese di sobre dos pueblos en que maté mucha gente, y no
quise quemar las casas por no ser sentido con los fuegos de las otras
poblaciones que estaban muy juntas. Y ya que amanescía di en otro pueblo tan grande
que se ha hallado en él por visitación que yo hice hacer más de veinte mill
casas, y como los tomé de sobresalto salían desarmados y las mujeres y niños
desnudos por las calles. Y comencé a hacerles algúnd daño, y viendo que no
tenían resistencia venieron a mí ciertos prencipales del dicho pueblo a rogarme
que no les hiciese más mal porque ellos querían ser vasallos de Vuestra Alteza
y mis amigos, y que bien vían que ellos tenían la culpa en no me haber querido
creer, pero que de ahí en [a]delante yo vería cómo ellos harían lo que yo en
nombre de Vuestra Majestad les mandase y que serían muy verdaderos vasallos
suyos. Y luego vinieron conmigo más de cuatro mill dellos de paz y me sacaron
fuera a una fuente muy bien de comer, y ansi los dejé pacíficos y volví a
nuestro real, donde hallé la gente que en él habla dejado farto atemorizada,
creyendo que se me hobiera ofrecido algúnd peligro por lo que la noche antes
habían visto en volver los caballos y yeguas. Y después de sabida la vitoria
que Dios nos había querído dar y cómo dejaba aquellos pueblos de paz hobieron
mucho placer, porque certifico a Vuestra Majestad que no había tal de nosotros
que no tuviese mucho temor por nos ver tan dentro en la tierra y entre tanta y
tal gente y tan sin esperanza de socorro de ninguna parte, de tal manera que ya
a mis oídos oía decir por los corrillos y casi público que había sido Pedro
Carbonero que los había metido donde nunca podrían salir. Y aun más, oí decir
en una choza de ciertos compañeros estando donde ellos no me vían que si yo era
loco y me metía donde nunca podría salir que no lo fuesen ellos sino que se
volviesen a la mar; y que si yo quisiese volver con ellos, bien; y si no, que
me dejasen. Y muchas veces fui desto por muchas veces requerído, y yo los
animaba diciéndoles que mirasen que eran vasallos de Vuestra Alteza y que jamás
en los españoles en ninguna parte hobo falta, y que estábamos en dispusición de
ganar para Vuestra Majestad los mayores reinos y señoríos que había en el mundo
y que demás de facer lo que a crístianos éramos obligados en puñar contra los
enemigos de nuestra fee, y por ello en el otro mundo ganábamos la gloría y en
éste consiguíamos el mayor prez y honra que hasta nuestros tiempos ninguna
generación ganó; y que mirasen que teníamos a Dios de nuestra parte y que a él
ninguna cosa es imposible, y que lo viesen por las vitorías que habíamos
habido, donde tanta gente de los enemigos eran muertos y de los nuestros
ningunos. Y les dije otras cosas que me paresció decirles desta calidad, que con
ellas y con el real favor de Vuestra Alteza cobraron mucho ánimo y los atraje a
mi propósito y a facer lo que yo deseaba, que era dar fin a mi demanda
comenzada. Otro día siguiente a hora de las diez vino a mí Sicutengal, el
capitán general desta provincia, con hasta cincuenta personas prencipales
della. Y me rogó de su parte y de la de Magiscacin, que es la más prencipal
persona de toda la provincia y de otros muchos señores della, que yo los
quisiese admitir al real servicio de Vuestra Alteza y a mi amistad y les
perdonase los yerros pasados porque ellos no nos conoscían ni sabían quién
éramos; y que ya habían probado todas sus fuerzas ansí de día como de noche
para se escusar de ser súpditos ni subjetos a nadie, porque en ningúnd tiempo
esta provincia lo había sido ni tenían ni habían tenido cierto señor, antes
habían vevido esentos y por sí de inmemorial tiempo acá; y que siempre se
habían defendido contra el gran poder de Muteeçuma y de su padre y ahuelos que
toda la tierra tenían sojuzgada y a ellos jamás habían podido traer a
subjeción, teniéndolos como los tenían cercados por todas partes sin tener
lugar para por ninguna de su tierra poder salir; y que no comían sal porque no
la había en su tierra ni se la dejaban salir a comprar a otras partes, ni vestían
ropas de algodón porque en su tierra por la frialdad no se criaba, y otras
muchas cosas de que carescían por estar así encerrados, y que todo lo sufrían y
habían por bueno por ser esentos y no subjetos a nadie; y que conmigo que
quisieran hacer lo mismo y que para ello, como ya decían, habían probado sus
fuerzas, y que vían claro que ni ellas ni las mañas que habían podido tener les
aprovechaban, que querían antes ser vasallos de Vuestra Alteza que no morír y
ser destruidas sus casas y mujeres y fijos. Yo les satisfice diciendo que
conosciesen cómo ellos tenían la culpa del daño que habían rescebido, y que yo
me venía a su tierra creyendo que me venía a tierra de mis amigos porque los de
Cempoal así me lo habían certificado que lo eran y querían ser; y que yo les
habían inviado mis mensajeros delante para les hacer saber cómo venía y la
voluntad que de su amistad traía, y que sin me responder, veniendo yo seguro,
me habían salido a saltear en el camino y me habían muerto dos caballos y
herido otros, y demás desto después de haber peleado conmigo me inviaron sus
mensajeros diciendo que aquello que se había hecho había sido sin su licencia y
consentimiento, y que ciertas comunidades se habían movido a ello sin les dar
parte, pero que ellos se lo habían reprehendido, y que querían mi amistad; y yo
creyendo ser ansí, les había dicho que me placía y me vernía otro día
seguramente en sus casas como en casas de amigos, y que ansimesmo me habían
salido al camino y peleado conmigo todo el día hasta que la noche sobrevino, no
obstante que por mí habían sido requeridos con la paz. Y trájeles a la memoria
todo lo demás que contra mí habían fecho y otras muchas cosas que por no dar a
Vuestra Alteza importunidad dejo. Finalmente que ellos quedaron y se ofrecieron
por súbditos y vasallos de Vuestra Majestad y para su real servicio y
ofrecieron sus personas y haciendas, y ansí lo hicieron y han hecho fasta hoy y
creo lo harán para siempre, por lo que adelante Vuestra Majestad verá. Y ansí
estuve sin salir de aquel aposento y real que allí tenía seis o siete días
porque no me osaba fiar dellos, puesto que me rogaban que me viniese a una
cibdad grande que tenían donde todos los señores desta provincia residían y
residen, hasta tanto que todos los señores me vinieron a rogar que me fuese a
la cibdad porque allí sería mejor rescebido y proveído de las cosas nescesarias
que no en el campo y porque ellos tenían vergüenza en que yo estuviese tan mal
aposentado, pues me tenían por su amigo y ellos y yo éramos vasallos de Vuestra
Alteza. Y por su ruego me vine a la cibdad que está seis leguas del aposento y
real que yo tenía, la cual cibdad es tan grande y de tanta admiración que
aunque mucho de lo que della podría decir deje, lo poco que diré creo que es
casi increíble, porque es muy mayor que Granada y muy más fuerte y de tan
buenos edeficios y de muy mucha más gente que Granada tenía al tiempo que se
ganó y muy mejor abastecida de las cosas de la tierra, que es de pan y de aves
y caza y pescado de ríos y de otras legumbres y cosas que ellos comen muy
buenas. Hay en esta cibdad un mercado en que cotidianamente todos los días hay
en él de treinta mill ánimas arríba vendiendo y comprando, sin otros muchos
mercadillos que hay por la cibdad en partes. En este mercado hay todas cuantas
cosas ansí de mantenimiento como de vestido y calzado que ellos tratan y puede
haber. Hay joyerías de oro y plata y piedras y de otras joyas de plumajes, tan
bien concertado como puede ser en todas las plazas y mercados del mundo. Hay
mucha loza de muchas maneras y muy buena y tal como la mejor de España. Venden
mucha leña y carbón y yerbas de comer y medecinales. Hay casas donde lavan las
cabezas como barberos y las rapan. Hay baños. Finalmente, que entre ellos hay
toda la manera de buena orden y policía, y es gente de toda razón y concierto,
y tal que lo mejor de Africa no se le iguala. Es esta provincia de muchos
valles llanos y hermosos, y todos labrados y sembrados sin haber en ella cosa
vacua. Tiene en torno la provincia noventa leguas y más. La orden que hasta
agora se ha alcanzado que la gente della tiene en gobernarse es casi como las
señorías de Venecia y Génova o Pisa, porque no hay señor general de todos. Hay
muchos señores y todos residen en esta cibdad, y los pueblos de la tierra son
labradores y son vasallos destos señores y cada uno tiene su tierra por sí.
Tienen unos más que otros. Y para sus guerras que han de ordenar júntanse todos
y todos juntos las ordenan y conciertan. Créese que deben de tener alguna
manera de justicia para castigar los malos, porque uno de los naturales desta
provincia hurtó cierto oro a un español y yo lo dije a aquel Magiscacin, que es
el mayor señor de todos, e ficieron su pesquisa y siguiéronlo fasta una cibdad
que está cerca de allí que se dice Churultecal y de allí lo trajeron preso y me
lo entregaron con el oro y me dijeron que yo lo hiciese castigar. Yo les
agradescí la deligencia que en ello pusieron y les dije que pues estaba en su
tierra, que ellos le castigasen como lo acostumbraban, y que yo no me quería
entremeter en castigar a los suyos estando en su tierra, de lo cual me dieron
gracias. Y lo tomaron, y con pregón público que magnifestaba su delito le
hicieron llevar por aquel grand mercado y allí le pusieron al pie de uno como
teatro que est[á] en medio del dicho mercado. Y encima del teatro subió el
pregonero y en altas voces tornó a decir el delito de aquél, y viéndolo todos,
le dieron con unas porras en la cabeza hasta que lo mataron. Y muchos otros
habemos visto en prisiones que dicen que los tienen por furtos y cosas que han
hecho. Hay en esta provincia, por visitación que yo en ella mandé hacer, ciento
y cincuenta mill vecinos con otra provincia pequeña que está junto con ésta que
se dice Guasyncango que viven a la manera déstos sin señor natural, los cuales
no menos están por vasallos de Vuestra Alteza que estos tascalte[c]as .
Estando, Muy Católico Señor, en aquel real que tenía en el campo cuando en la
guerra desta provincia estaba, vinieron a mí seis señores muy prencipales
vasallos de Muteeçuma con fasta ducientos hombres para su servicio. Y me
dijeron que venían de parte del dicho Muteeçuma a me decir cómo él quería ser
vasallo de Vuestra Alteza y mi amigo, y que viese yo qué era lo que quería que
él diese por Vuestra Alteza en cada un año de tributo así de oro como de plata
y piedras y esclavos y ropa de algodón y otras cosas de las que él tenía, y que
todo lo daría con tanto que yo no fuese a su tierra, y que lo hacía porque era
muy estéril y falta de todos mantenimientos, y que le pesaría de que yo padesciese
nescesidad y los que conmigo venían. Y con ellos me invió fasta mill pesos de
oro y otras tantas piezas de ropa de algodón de la que ellos visten. Y
estuvieron conmigo en mucha parte de la guerra hasta en fin della, que vieron
bien lo que los españoles podían y las paces que con los desta provincia se
hicieron y el ofrecimiento que al servicio de Vuestra Sacra Majestad los
señores y toda la tierra ficieron, de que, segúnd paresció y ellos mostraban,
no hobieron mucho placer, porque trabajaron por muchas vías y formas de me
revolver con ellos diciendo que no era cierto lo que me decían ni verdadera la
amistad que afirmaban, y que lo hacían por me asegurar para hacer a su salvo
alguna traición. Los de esta provincia, por consiguiente, me decían y avisaban
muchas veces que no me fiase de aquellos vasallos de Muteeçuma porque eran
traidores y sus cosas siempre las hacían a traición y con mañas y con éstas
habían sojuzgado toda la tierra, y que me avisaban dello como verdaderos amigos
y como personas que los conoscían de mucho tiempo acá. Vista la discordia y
desconformidad de los unos y de los otros, no hobe poco placer, porque me
paresció hacer mucho a mi propósito y que podría tener manera de más aína
sojuzgarlos y que se dijese aquel comúnt decir de "de monte...", etc.
y aún acordéme de una abtorídad evangélica que dice: "Omne regnum in se
ipsum divissum desolavitur". Y con los unos y con los otros maneaba, y a
cada uno en secreto le agradescía el aviso que me daba y le daba crédito de más
amistad que al otro. Después de haber estado en esta cibdad veinte días y más,
me dijeron aquellos señores mensajeros de Muteeçuma que siempre estuvieron
conmigo que me fuese a una cibdad que está seis leguas désta de Tascaltecal que
se dice Churultecal, porque los naturales dellos eran amigos de Muteeçuma su
señor, y que allí sabríamos la voluntad del dicho Muteeçuma si era que yo fuese
a su tierra; y que algunos dellos irían a hablar con él y a decirle lo que yo
les había dicho, y me volverían con la respuesta aunque sabían que allí estaban
algunos mensajeros suyos para me hablar. Yo les dije que me iría y que me
partiría para un día cierto que les señalé. Y sabido por los desta provincia de
Tascaltecal lo que aquellos habían concertado conmigo y cómo yo había aceptado
de me ir con ellos a aquella cibdad, vinieron a mí con mucha pena los señores y
me dijeron que en ninguna manera fuese porque me tenían ordenada cierta
traición para me matar en aquella cibdad a mí y a los de mi compañía, y que
para ello había inviado Muteeçuma de su tierra - porque alguna parte della
confina con esta cibdad cincuenta mill hombres, y que los tenía en guarnición a
dos leguas de la dicha cibdad, segúnd señalaron; y que tenía cerrado el camino
real por do solían ir, y hecho otro nuevo de muchos hoyos y palos agudos
hincados y encubiertos para que los caballos cayesen y se mancasen; y que
tenían muchas de las calles tapiadas y por las azoteas de las casas muchas
piedras para que después que entrásemos en la cibdad tomamos seguramente y
aprovecharse de nosotros a su voluntad; y que si yo quería ver cómo era verdad
lo que ellos me decían, que mirase cómo los señores de aquella cibdad nunca
habían venido a me ver ni a hablar estando tan cerca désta, pues habían venido
los de Guasucango, que estaban más lejos que ellos, y que los inviase a llamar
y vería cómo no querían venir. Yo les agradescí su aviso y les rogué que me
diesen ellos personas que de mi parte los fuesen a llamar, y ansí me las
dieron. Y yo les invié a rogar que viniesen a verme porque les quería hablar
ciertas cosas de parte de Vuestra Alteza y decirles la causa de mi venida a
esta tierra, los cuales mensajeros fueron y dijeron mi mensaje a los señores de
la dicha cibdad, y con ellos vinieron dos o tres personas no de mucha abtoridad
y me dijeron que ellos venían de parte de aquellos señores porque ellos no
podían venir por estar enfermos, que a ellos les dijese lo que querían. Los
desta cibdad me dijeron que era burla, y que aquellos mensajeros eran hombres
de poca suerte y que en ninguna manera me partiese sin que los señores de la
cibdad viniesen aquí. Yo les hablé a aquellos mensajeros y les dije que
embajada de tan alto príncipe como Vuestra Sacra Majestad que no se debía de
dar a tales personas como ellos y que aun sus señores eran poco para la oír,
por tanto que dentro de tres días paresciesen ante mí a dar la obidiencia a
Vuestra Alteza y a se ofrecer por sus vasalIos, con aprecibimiento que pasado
el término que les daba si no viniesen iría sobre ellos y los destruiría y
procedería contra ellos como contra personas rebeldes y que no se querían
someter debajo del dominio de Vuestra Alteza. Y para ello les invié un
mandamiento firmado de mi nombre y de un escribano con relación larga de la
real persona de Vuestra Sacra Majestad y de mi venida, deciéndoles cómo todas
estas partes y otras muy mayores tierras y señoríos eran de Vuestra Alteza, y
que los que quisiesen ser sus vasallos serían honrados y favorescidos, y por el
contrario los que fuesen rebeldes, porque serían castigados conforme a
justicia. Y otro día vinieron algunos de los señores de la dicha cibdad o casi
todos y me dijeron que si ellos no habían venido antes la cabsa era porque los
desta provincia eran sus enemigos, y que no osaban entrar por su tierra porque
no pensaban venir seguros; y que bien creían que me habían dicho algunas cosas
dellos, que no les diese crédito, porque las decían como enemígos y no porque
pasaba ansí, y que me fuese a su cibdad y que allí conoscería ser falsedad lo
que éstos me decían y verdad lo que ellos me certificaban; y que desde entonces
se daban y ofrecían por vasallos de Vuestra Sacra Majestad, y que lo serían
para siempre y servirían y contribuirían en todas las cosas que de parte de
Vuestra Alteza se les mandase. Y así lo asentó un escribano por las lenguas que
yo tenía. Y todavía determiné de me ir con ellos, así por no mostrar flaqueza
como porque desde allí pensaba hacer mís negocios con Muteeçuma, porque confina
con su tierra, como ya he dicho, y allí osaban venir y los de allí ir allá
porque en el camino no tenían recuesta alguna. Y como los de Tascala vieron mi
determinación pésoles mucho y dijéronme muchas veces que lo erraba, pero que
pues ellos se habían dado por vasallos de Vuestra Sacra Majestad y mis amigos,
que querían ir conmígo y ayudarme en todo lo que se ofreciese. Y puesto que yo
gelo defendí y rogué que no fuesen porque no había nescesidad, todavía me
siguieron hasta cient mill hombres muy bien adreszados de guerra y llegaron
conmigo hasta dos leguas de la cibdad. Y desde allí por mucha importunidad mía
se volvieron, aunque todavía quedaron en mi compañia hasta cinco o seis mill
dellos. Y dormí en un arroyo que allí estaba a las dos leguas por despedir la
gente, porque no hiciesen algúnd escándalo en la cibdad y también porque era ya
tarde y no quise entrar en la cibdad sobre tarde. Otro día de mañana salieron
de la cibdad a me rescebir al camino con muchas trompetas y atabales y muchas
personas de las que ellos tienen por religiosas en sus mezquitas vestidas de
las vestiduras que usan y cantando a su manera como lo hacen en las dichas
mezquitas. Y con esta solemnidad nos llevaron hasta entrar en la cibdad y nos
metieron en un aposento muy bueno adonde toda la gente de mi compañía se
aposentó a mi placer, y allí nos trajeron de comer, aunque no cumplidamente. Y
en el camino topamos muchas señales de las que los naturales de esta provincia
nos habían dicho, porque hallamos el camino real cerrado y hecho otro, y
algunos hoyos aunque no muchos, y algunas calles de la cibdad tapiadas y muchas
piedras en todas las azoteas. Y con esto nos hicieron estar más sobre aviso y a
mayor recabdo. Allí fallé ciertos mensajeros de Muteeçuma que venían a hablar
con los que conmigo estaban. Y a mí no me dijeron cosa alguna más que venían a
saber de aquéllos lo que conmigo habían hecho y concertado para lo ir a decir a
su señor. Y ansí se fueron después de los haber hablado ellos y aun el uno de
los que antes conmigo estaban, que era el más prencipal. En tres días que allí
estuve proveyeron muy mal y cada día peor, y muy pocas veces me venían a ver ni
hablar los señores y personas principales de la cibdad. Y estando algo perplejo
en esto, a la lengua que yo tengo, que es una india de esta tierra que hobe en
Putunchan, que es el rio grande de que ya en la primera relación a Vuestra
Majestad hice memoria, le dijo otra natural desta cibdad cómo muy cerquita de
allí estaba mucha gente de Muteeçuma junta, y que los de la cibdad tenían fuera
sus mujeres e hijos y toda su ropa y que habían de dar sobre nosotros para nos
matar a todos, y si ella se quería salvar que se fuese con ella, que la
guarescería. La cual lo dijo a aquel Jerónimo de Aguilar, lengua que yo hobe en
Yucatán, de que ansimesmo a Vuestra Alteza hobe escripto, y me lo hizo saber. Y
yo tomé uno de los naturales de la dicha cibdad que por allí andaba y le aparté
secretamente, que nadie lo vio, y le interrogué y confirmó con lo que la india
y los naturales de Tascaltecal me habían dicho. Y ansí por esto como por las
señales que para ello vía acordé de prevenir antes que ser prevenido, e hice
llamar a algunos de los señores de la cibdad diciendo que les quería hablar y
metílos en una sala, y en tanto, fice que la gente de los nuestros estuviese
apercibida y que en soltando una escopeta diesen en mucha cantidad de indios
que había junto al aposento y muchos dentro en él. Y ansí se hizo, que después
que tuve los señores dentro en aquella sala dejélos atando y cabalgué e hice
soltar la escopeta, y dímosles tal mano que en dos horas murieron más de tres
mill hombres. Y porque Vuestra Merced vea cuánd aprecibidos estaban, antes que
yo saliese de nuestro aposento tenían todas las calles tomadas y toda la gente
a punto, aunque como los tomamos de sobresalto fueron buenos de desbaratar,
mayormente que les faltaban los caudillos, porque los tenía ya presos, e hice
poner fuego a algunas torres y casas fuertes donde se defendían y nos ofendian.
Y ansí anduve por la cibdad peleando, dejando a buen recaudo el aposento, que
era muy fuerte, bien cinco horas hasta que eché toda la gente fuera de la
cibdad por muchas partes della, porque me ayudaban bien cinco mill indios de
Tascaltecal y otros cuatrocientos de Cempoal. Y vuelto al aposento, hablé con
aquellos señores que tenía presos y les pregunté qué era la causa que me
querían matar a traición. Y me respondieron que ellos no tenían la culpa,
porque los de Culúa, que son los vasallos de Muteeçuma, los habían puesto en
ello, y que el dícho Muteeçuma tenía allí en tal parte - que, según después
paresció, sería legua y medía - cincuenta mill hombres en guarnición para lo
hacer; pero que ya conoscian cómo habían sido engañados, que soltase uno o dos
dellos y que harían recoger la gente de la cibdad y tornar a ella todas las
mujeres y niños y ropa que tenían fuera; y que me rogaban que aquel yerro les
perdonase, que ellos me certificaban que de allí adelante nadie los engañaría y
serían muy ciertos y leales vasallos de Vuestra Alteza y mis amigos. Y después
de les haber hablado muchas cosas acerca de su yerro solté dos dellos. Y otro
día siguiente estaba toda la cibdad poblada y llena de mujeres y niños muy
seguros como si cosa alguna de lo pasado no hobiera acaescido, y luego solté
todos los otros señores que tenía presos, con que me prometieron de servir a
Vuestra Majestad muy lealmente. Y en obra de quince o veinte días que allí
estuve quedó la cibdad y tierra tan pacífica y tan poblada que parescía que
nadie faltaba della, y sus mercados y tratos por la cíbdad como antes los
solían tener. Y fice que los desta cibdad de C[h]urultecal y los de Tascaltecal
fuesen amigos, porque lo solían ser antes y muy poco tiempo había que Muteeçuma
con dádivas los había aducido a su amistad y hechos enemigos destotros. Esta
ciudad de Churultecal está asentada en un llano y tiene hasta veinte mill casas
dentro en el cuerpo de la cibdad y tiene de arrabales otras tantas. Es señorío
por sí y tiene sus términos conoscidos. No obedescen a señor ninguno, exceto
que se gobiernan como estos otros de Tascaltecal. La gente desta cibdad es más
vestida que los de Tascaltecalen alguna manera, porque los honrados cibdadanos
della todos traen albornoces encima de la otra ropa, aunque son diferenciados
de los de Africa porque tienen maneras, pero en la hechura y tela y los
rapacejos son muy semejables. Todos éstos han sido y son después deste trance
pasado muy ciertos vasallos de Vuestra Majestad, y muy obidientes a lo que yo
en su real nombre les he requerido y dicho, y creo lo serán de aquí adelante.
Esta cibdad es muy fértil de labranzas porque tiene mucha tierra y se ríega la
más parte della, y aun es la cibdad más hermosa de fuera que hay en España,
porque es muy torreada y llana. Y certifico a Vuestra Alteza que yo conté desde
una mezquita cuatrocientas y tantas torres en la dicha cibdad, y todas son de
mezquitas. Es la cibdad más a propósito de vevir españoles que yo he visto de
los puertos acá, porque tiene algunos baldíos yaguas para criar ganados, lo que
no tienen ningunas de cuantas hemos visto, porque es tanta la multitud de la
gente que en estas partes mora que ni un palmo de tierra hay que no esté
labrada. Y aun con todo en muchas partes padescen nescesidad por falta de pan y
aun hay mucha gente pobre y que piden entre los ricos por las calles y por las
casas y mercados, como hacen los pobres de España y en otras partes que hay
gente de razón. A aquellos mensajeros de Muteeçuma que conmigo estaban hablé
acerca de aquella traición que en aquella cibdad se me quería hacer y cómo los
señores della afirmaban que por consejo de Muteeçuma se había hecho, y que no
me parescía que era hecho de tan grand señor como él era inviarme sus
mensajeros y personas tan honradas como me había inviado a me decir que era mi
amigo y por otra parte buscar maneras de me ofender con mano ajena para se
escusar él de culpa si no le suscediese como él pensaba; y que pues ansí era
que él no me guardaba su palabra ni me decía verdad, que yo quería mudar mi
propósito, que ansí como iba hasta entonces a su tierra con voluntad de le ver
y hablar y tener por amigo y tener con él mucha conversación y paz, que agora
quería entrar por su tierra de guerra haciéndole todo el daño que pudiese como
a enemigo, y que me pesaba mucho dello porque más le quisiera siempre por amigo
y tomar siempre su parescer en las cosas que en esta tierra hobiera de hacer.
Aquellos suyos me respondieron que ellos había muchos días que estaban conmigo
y que no sabían nada de aquel concierto más de lo que allí en aquella cibdad
después que aquello se ofreció supieron, y que no podían creer que por consejo
y mandado de Muteeçuma se hiciese, y que me rogaban que antes que me
determinase de perder su amistad y hacerle la guerra que decía me informase
bien de la verdad, y que diese licencia a uno dellos para ir a le hablar, que
él volvería muy presto. Hay desta cibdad a donde Muteeçuma residía veinte
leguas. Yo les dije que me placía y dejé ir al uno dellos. Y dende a seis días
volvió él y el otro que prímero se había ido, y trajéronme diez platos de oro y
mill y quinientas piezas de ropa y mucha provisión de gallinas y panicacap, que
es cierto brebaje que ellos beben. Y me dijeron que a Muteeçuma le había pesado
mucho de aquel desconcierto que en Churultecal se quería hacer porque yo no
creería ya sino que había sido por su consejo y mandado, y que él me hacía
cierto que no era ansí; y que la gente que allí estaba en guarnición era verdad
que era suya, pero que ellos se habían movido sin él habérselo mandado por
inducimiento de los de Churultecal, porque eran de dos provincias suyas que se
llamaban la una Acançingo y la otra Yzcucan, que confinan con la tierra de la
dicha cibdad de Churultecal; y que entre ellos tienen ciertas alianzas de
vecindad para se ayudar los unos a los otros, y que desta manera habían venido
allí y no por su mandado, pero que adelante yo vería en sus obras si era verdad
lo que él me habla inviado a decir o no; y que todavía me rogaba que no curase
de ir a su tierra porque era estéril y padeceríamos nescesidad, y que
dondequiera que yo estuviese le inviase a pedir lo que yo quisiese y que lo
inviaría muy cumplidamente. Yo le respondí que la ida a su tierra no se podía
escusar porque había de inviar dél y della relación a Vuestra Majestad, y que
yo creía lo que él me inviaba a decir; por tanto, que pues yo no había de dejar
de llegar a verle, que él lo hobiese por bien; y que no se pusiese en otra
cosa, porque sería de mucho daño suyo y a mí me pesaría de cualquiera que le
viniese. Y desque ya vido que mi determinada voluntad era de velle a él y a su
tierra, me invió a decir que fuese en hora buena, que él me esperaría en
aquella gran cibdad donde estaba. E invióme muchos de los suyos para que fuesen
conmigo porque ya entraba por su tierra, los cuales me querían encaminar por
cierto camino donde ellos debían de tener algúnd concierto para nos ofender, según
después paresció, porque lo vieron muchos españoles que yo inviaba después por
la tierra. Y había en aquel cammo tantas puentes y pasos malos que yendo por él
muy a su salvo pudieran ejecutar su propósito. Mas como Dios haya tenido
siempre cuidado de encaminar las reales cosas de Vuestra Sacra Majestad desde
su niñez y como yo y los de mi compañía íbamos en su real servicio, nos mostró
otro camino aunque algo agro no tan peligroso como aquél por donde nos quería
llevar, y fue de esta manera: Que a ocho leguas desta cibdad de Churultecal
están dos sierras muy altas y muy maravillosas, porque en fin de agosto tienen
tanta nieve que otra cosa de lo alto dellas sino la nieve se paresce. Y de la
una que es la más alta sale muchas veces así de día como de noche tan grande
bulto de humo como una grand casa, y sube encima de la sierra hasta las nubes
tan derecho como una vira, que, segúnd paresce, es tanta la fuerza con que sale
que aunque arríba en la sierra anda siempre muy recio viento no lo puede
torcer. Y porque yo siempre he deseado de todas las cosas desta tierra poder
hacer a Vuestra Alteza muy particular relación quise désta que me paresció algo
maravillosa saber el secreto, e invié diez de mis compañeros tales cuales para
semejante negocio eran nescesarios y con algunos naturales de la tierra que los
guiasen, y les encomendé mucho procurasen de subir la dicha sierra y saber el
secreto de aquel humo de dónde y cómo salía. Los cuales fueron y trabajaron lo
que fue posible para la subir y jamás pudieron, a causa de la mucha nieve que
en la sierra hay y de muchos torbelinos que de la ceniza que de allí sale andan
por la sierra y también porque no pudieron sufrir la grand frialdad que arriba
hacía. Pero llegaron muy cerca de lo alto, y tanto que estando arriba comenzó a
salir aquel humo, y dicen que salía con tanto ímpitu y roído que parescía que
toda la sierra se caía abajo, y ansí se bajaron y trujeron mucha nieve y
carámbalos para que los viésemos, porque nos parescía cosa muy nueva en estas
partes a causa de estar en parte tan cálida, segúnd hasta agora ha sido opinión
de los pilotos, especialmente que dicen que esta tierra está en veinte grados
que es en el paralelo de la isla Española, donde continuamente hace muy grand
calor. Y yendo a ver esta sierra toparon un camino y preguntaron a los
naturales de la tierra que iban con ellos que para dó iba, y dijeron que a
Culúa, y que aquél era buen camino y que el otro por donde nos querian llevar
los de Culúa no era bueno, y los españoles fueron por él hasta encumbrar las
sierras por medio de las cuales entre la una y la otra va el camino, y
descubrieron los llanos de Culúa y la grand cibdad de Temixtitán y las lagunas
que hay en la dicha provincia, de que adelante haré relación a Vuestra Alteza,
y vinieron muy alegres por haber descubierto tan buen camino, y Dios sabe
cúanto holgué yo dello. Después de venidos estos españoles que fueron a ver la
sierra y me haber informado bien ansí dellos como de los naturales de aquel
camino que hallaron, hablé a aquellos mensajeros de Muteeçuma que conmigo
estaban para me guiar a su tierra y les dije que quería ir por aquel camino y
no por el que ellos decían, porque era más cerca o y ellos respondieron que yo
decía verdad que era más cerca y más llano, y que la causa porque por allí no
me encaminaban era porque habíamos de pasar una jornada por tierra de
Guasuçingo que eran sus enemigos, por que por allí no terníamos las cosas
nescesarias como por las tierras del dicho Muteeçuma; y que pues yo quería ir
por allí, que ellos proveerían cómo por la otra parte saliese bastimento al
camino. Y ansí nos partimos con harto temor de que aquellos quisiesen
perseverar en nos hacer alguna burla, pero como ya habíamos publicado ser allá
nuestro camino no me paresció fuera bien dejarlo ni volver atrás, porque no
creyesen que falta de ánimo lo empidía. Aquel día que de la cibdad de
Churultecal me partí fui cuatro leguas a unas aldeas de la cibdad de Guasucingo
donde de los naturales fue muy bien rescebido. Y me dieron algunas esclavas y
ropa y ciertas pecezuelas de oro que de todo fue bien poco, porque éstos no lo
tienen a causa de ser de la liga y parcialidad de los de Tascaltecal y por
tenerlos como el dicho Muteeçuma los tiene cercados con su tierra en tal manera
que con ningunas provincias tienen contratación más de en su tierra, y a esta
causa viven muy pobremente. Otro día siguiente subí el puerto por entre las dos
sierras que he dicho, y a la bajada dél, ya que la tierra del dicho Muteeçuma
descubríamos por una provincia della que se dice Chalco, dos leguas antes que
llegásemos a las poblaciones hallé un muy buen aposento nuevamente hecho, tal y
tan grande que muy complidamente todos los de mi compañia y yo nos aposentamos
en él aunque llevaba conmigo más de cuatro mill indios de los naturales destas
provincias de Tascaltecal y Guasuçingo y Churultecal y Cempoal, y para todos
muy complidamente de comer y en todas las posadas muy grandes fuegos y mucha
leña, porque hacia muy grand frío a causa de estar cercado de las dos sierras y
ellas con mucha nieve. Aqui me vinieron a hablar ciertas personas que parescían
prencipales entre las cuales venía uno que me dijeron que era hermano de
Muteeçuma, y me trajeron hasta tres mill pesos de oro y de parte dél me dijeron
que él me inviaba aquello. Y me rogaba que me volviese y no curase de ir a su
cibdad porque era tierra muy pobre de comida y que para ir allá había muy mal
camino y que estaba toda en agua y que no podía entrar a ella sino en canoas, y
otros muchos inconvinientes que para la ida me pusieron; y que viese todo lo
que quería, que Muteeçuma, su señor, me lo mandaría dar, y que ansimesmo
concertarían de me dar en cada un año certum quid el cual me llevarían hasta la
mar o donde yo quisiese. Yo los rescebí muy bien y les di algunas cosas de las
de nuestra España de las que ellos tenían en mucho, en especial al que decían
que era hermano de Muteeçuma. Y a su embajada le respondí que si en mi mano
fuera volverme que yo lo hiciera por facer placer a Muteeçuma, pero que yo
había venido en esta tierra por mandado de Vuestra Majestad y que de la
prencipal cosa que della me mandó le hiciese relación fue del dicho Muteeçuma y
de aquella su grand cibdad, de la cual y dél había mucho tiempo que Vuestra
Alteza tenía noticia; y que le dijesen de mi parte que le rogaba que mi ida a
le ver tuviese por bien, porque della a su persona ni tierra ningún daño, antes
pro, se le había de seguir; y que después que yo le viese, si fuese su voluntad
todavía de no me tener en su compañía que yo me volvería, y que mejor daríamos
entre él y mi orden en la manera que en el servicio de Vuestra Alteza él había
de tener que por terceras personas, puesto que ellos eran tales a quien todo
crédito se debía dar. Y con esta respuesta se volvieron. En este aposento que
he dicho, segúnd las apariencias [que] para ello vimos y el aparejo que en él
había, los indios tuvieron pensamiento que nos pudieran ofender aquella noche.
Y como gelo sentí, puse tal recaudo que, conociéndolo ellos, mudaron su
pensamiento y muy secretamente hicieron ir aquella noche mucha gente que en los
montes que estaban junto al aposento tenían junta que por muchas de nuestras
velas y escuchas fue vista. Y luego siendo de día me partí a un pueblo que
estaba dos leguas de allí que se dice Amaqueruca, que es de la provincia de
Chalco, que terná en la prencipal población con las aldeas que haya dos leguas
dél más de veinte mill vecinos. Y en el dicho pueblo nos aposentaron en unas
muy buenas casas del señor del lugar, y muchas personas que parescían
prencipales me vinieron allí a hablar diciéndome que Muteeçuma su señor los
había inviado para que me esperasen allí y me ficiesen proveer de todas las
cosas nescesarias. El señor desta provincia y pueblo me dio hasta cuarenta
esclavas y tres mill castellanos, y dos días que allí estuve nos proveyó muy
complidamente de todo lo nescesario para nuestra comida. Y otro día yendo
conmigo aquellos prencipales que de parte de Muteeçuma me dijeron que me
esperaban allí, me partí y fui a dormir cuatro leguas de allí a un pueblo
pequeño que está junto a una gran laguna y casi la mitad dél sobre el agua
della y por la parte de la tierra tiene una sierra muy áspera de piedras y de
peñas, donde nos aposentaron muy bien. Y ansimismo quisieran allí probar sus
fuerzas con nosotros, expceto que, segúnd paresció, quisieran facerlo muy a su
salvo y tomarnos de noche descuidados. Y como yo iba tan sobre aviso fallábame
delante de sus pensamientos, y aquella noche tuve tal guardia que así de espías
que venían por el agua en canoas como de otras que por la sierra abajaban a ver
si había aparejo para ejecutar su voluntad amanescieron casi quince o veinte
que las nuestras las habían tomado y muerto, por manera que pocas volvieron a
dar su respuesta del aviso que venían a tomar. Y con hallarnos siempre tan aprecebidos,
acordaron demudar el propósito y llevarnos por bien. . Otro día por la mañana
ya que me quería partir de aquel pueblo llegaron fasta diez o doce señores muy
prencipales, segúnd después supe, y entre ellos un grand señor mancebo de fasta
veinte y cinco años a quien todos mostraban tener mucho acatamiento, y tanto
que después de bajado de unas andas en que venía, todos los otros le venían
limpiando las piedras y pajas del suelo delante él. Y llegados adonde yo
estaba, me dijeron que venía de parte de Muteeçuma, su señor, y que los inviaba
para que se fuesen conmigo; y que me rogaba que le perdonase porque no salía su
persona a me ver y rescebir, que la causa era estar mal dispuesto, pero que ya
su cibdad estaba cerca y que pues yo todavía determinaba ir a ella, que allá
nos veríamos y conoscería dél la voluntad que al servicio de Vuestra Alteza
tenía; pero que todavía me rogaba que si fuese posible no fuese allá porque
padescería mucho trabajo y nescesidad, y que él tenía mucha vergüenza de no me poder
allá proveer como él deseaba. Y en esto ahincaron y purfiaron mucho aquellos
señores, y tanto que no les quedaba sino decir que me defenderían el camino si
todavía porfiase ir. Yo les respondí y satisfice y aplaqué con las mejores
palabras que pude haciéndoles entender que de mi ida no les podía venir daño
sino mucho provecho, y ansí se despidieron después de les haber dado algunas
cosas de las que yo traía. Y yo me partí luego tras ellos muy acompañado de
muchas personas que parescían de mucha cuenta, como después paresció serlo. Y
todavía seguía el camino por la costa de aquella grand laguna, y a una legua
del aposento donde partí vi dentro en ella, casi dos tiros de ballesta, una
cibdad pequeña que podría ser hasta de mill o dos mill vecinos toda armada
sobre el agua, sin haber para ella ninguna entrada y muy torreada, segúnd lo
que de fuera parescía. Y otra legua adelante entramos por una calzada tan ancha
como una lanza jineta por la laguna adentro de dos tercios de legua, y por ella
fuimos a dar en una cibdad la más hermosa aunque pequeña que hasta entonces
habíamos visto, ansi de muy bien obradas casas y torres como de la buena orden
que en el fundamento della había, por ser armada toda sobre agua. Y en esta
cibdad, que será [de] hasta dos mill vecinos, nos rescibieron muy bíen y nos
dieron muy bien de comer y allí me viníeron a fablar el señor y los prencipales
della y me rogaron que me quedase allí a dormir. Y aquellas personas que
conmígo iban de Muteeçuma me dijeron que no parase, síno que me fuese a otra
cibdad que está tres leguas de allí que se dice Yztapalapa, que es de un
hermano del dicho Muteeçuma, y así lo hice. Y la salida desta cibdad donde
comimos, cuyo nombre al presente no me ocurre a la memoria, es por otra calzada
que tenrá una legua grande fasta llegar a la tierra firme. Y llegado a esta
cibdad de Yztapalapa, me salió a rescebir algo fuera della el señor y otro de
una gran cibdad que está cerca della - que será obra de tres leguas - que se
llama Caluaalcan y otros muchos señores que allí me estaban esperando. Y me
dieron fasta tres mill o cuatro mill castellanos y algunas esclavas y ropa y me
hicieron muy buen acogimiento. Terná esta cibdad de Yztapalapa doce o quince
mill vecinos, la cual está en la costa de una laguna salada grande, la mitad
dentro en el agua y la otra mitad en la tierra firme. Tiene el señor della unas
casas nuevas que aún no están acabadas que son tan buenas como las mejores de
España - digo, de grandes y bien labradas, ansi de obra de cantería como de
carpintería y suelos y complimientos para todo género de servicio de casa,
expceto masonerías y otras cosas rícas que en España usan en las casas, [que]
acá no las tienen. Tienen muchos cuartos altos y bajos, jardines muy frescos de
muchos árboles y flores olorosas, ansimismo albercas de agua dulce muy bien
labradas con sus escaleras fasta lo fondo. Tiene una muy grande huerta junto a
la casa y sobre ella un mirador de muy hermosos corredores y salas. Y dentro de
la huerta una muy grande alberca de agua dulce muy cuadrada, y las paredes
della de gentil cantería, y alderredor della un andén de muy buen suelo
ladrillado tan ancho que pueden ir por él cuatro paseándose y tiene de cuadra
cuatrocientos pasos, que son en torno mill y seiscientos. De la otra parte del
andén hacia la pared de la huerta va todo labrado de cañas con unas vergas, y
detrás dellas todo de arboledas y de hierbas olorosas. Y de dentro del alberca
hay mucho pescado y muchas aves así como lavancos y cercetas y otros géneros de
aves de agua, y tantas que muchas veces casi cubren el agua. Otro día después
que a esta cibdad llegué me partí, y a media legua andada entré por una calzada
que va por medio desta laguna dos leguas fasta llegar a la grand cibdad de
Temextitán que está fundada en medio de la dicha laguna, la cual calzada es tan
ancha como dos lanzas y muy bien obrada, que pueden ir por toda ella ocho de
caballo a la par. Y en estas dos leguas de la una parte y de la otra de la
dicha calzada están tres cibdades; y la una dellas, que se dice Mesicalçingo,
está fundada la mayor parte della dentro de la dicha laguna, y las otras dos,
que se llaman la una Niçiaca y la otra Huchilohuchico, están en la costa della
y muchas casas dellas dentro en el agua. La primera cibdad destas terná hasta
tres mill vecinos y la segunda más de seis mill y la tercera otros cuatro o
cinco mill vecinos, y en todas muy buenos edificios de casas y torres, en
especial las casas de los señores y personas prencipales y las de sus mezquitas
y oratorios donde ellos tienen sus ídolos. En estas cibdades hay mucho trato de
sal que facen del agua de la dicha laguna y de la superfic[i]e que está en la
tierra que baña la laguna, la cual cuecen en cierta manera y hacen panes de la
dicha sal que venden para los naturales y para fuera de la comarca. Y así seguí
la dicha calzada, y a media legua antes de llegar al cuerpo de la cibdad de
Temextitán, a la entrada de otra calzada que viene a dar de la tierra firme a
esta otra, está un muy fuerte baluarte con dos torres cercado de muro de dos
estados con su petril almenado por toda la cerca que toma con ambas calzadas. Y
no tiene más de dos puertas, una por donde entran y otra por donde salen. Aquí
me salieron a ver y hablar hasta mill hombres prencipales cibdadanos de la
dicha cibdad, todos vestidos de una manera y hábito y, segúnd su costumbre,
bien rico. Y llegados a me fablar, cada uno por sí facía en llegando a mí una
cerimonia que entre ellos se usa mucho, que ponía cada uno la mano en tierra y
la besaba, y así estuve esperando casi una hora fasta que cada uno ficiese su
cerimonia. Y ya junto a la cibdad está una puente de madera de diez pasos de
anchura y por allí está abierta la calzada porque tenga lugar el agua de entrar
y salir, porque crece y mengua y también por fortaleza de la cibdad, porque
quitan y ponen unas vigas muy luengas y anchas de que la dicha puente está
hecha todas las veces que quieren. Y déstas hay muchas por toda la ciudad, como
adelante en la relación que de las cosas della faré Vuestra Alteza verá. Pasada
esta puente, nos salió a rescebir aquel señor Muteeçuma con fasta ducientos
señores, todos descalzos y vestidos de otra librea o manera de ropa ansimismo
bien rica a su uso y más que la de los otros. Y venían en dos procesiones muy
arrimados a las paredes de la calle, que es muy ancha y muy fermosa y derecha,
que de un cabo se paresce el otro y tiene dos tercios de legua y de la una
parte y de la otra muy buenas y grandes casas ansí de aposentamientos como de
mezquitas. Y el dicho Muteeçuma venía por medio de la calle con dos señores, el
uno a la mano derecha y el otro a la izquierda, de los cuales el uno era aquel
señor grande que dije que me había salido a fablar en las andas y el otro era
su hermano del dicho Muteeçuma, señor de aquella cibdad de Yztapalapa de donde
yo aquel día había partido, todos tres vestidos de una manera, expceto [que] el
Muteeçuma iba calzado y los otros dos señores descalzos. Cada uno le llevaba de
su brazo. Y como nos juntamos yo me apeé y le fui a abrazar solo, y aquellos
dos señores que con él iban me detuvieron con las manos para que no le tocase.
Y ellos y él ficieron ansimismo cerimonia de besar la tierra, y hecha, mandó a
aquel su hermano que venía con él que se quedase conmigo y me llevase por el
brazo, y él con el otro se iba adelante de mí poquito tercho. Y después de me
haber él fablado, vinieron ansimismo a me fablar todos los otros señores que
iban en las dos procesiones en orden uno en pos de otro, y luego se tornaban a
su procesión. Y al tiempo que yo llegué a hablar al dicho Muteeçuma quitéme un
collar que llevaba de margaritas y diamantes de vidrio y se lo eché al cuello.
Y después de haber andado la calle adelante, vino un servidor suyo con dos
collares de camarones envueltos en un paño que eran hechos de huesos de
caracoles colorados que ellos tienen en mucho. Y de cada collar colgaban ocho
camarones de oro de mucha perfición tan largos casi como un jeme, y como se los
trujeron se volvió a mí y me los echó al cuello. Y tornó a seguir por la calle
en la forma ya dicha fasta llegar a una muy grande y muy hermosa casa que él
tenía para nos aposentar bien adreszada, y allí me tomó por la mano y me llevó
a una grand sala que estaba frontero del patio por do entramos y allí me fizo
sentar en un estrado muy rico que para él lo tenía mandado hacer. Y me dijo que
le esperase allí y él se fue. Y dende a poco rato, ya que toda la gente de mi
compañía estaba aposentada, volvió con muchas y diversas joyas de oro y plata y
plumajes y con fasta cinco o seis mill piezas de ropa de algodón muy ricas y de
diversas maneras tejida y labrada. Y después de me la haber dado, se sentó en
otro estrado que luego le ficieron allí junto con el otro donde yo estaba, Y
sentado, prepuso en esta manera: “Muchos días ha que por nuestras escripturas
tenemos de nuestros antepasados noticia que yo ni todos los que en esta tierra
habitamos no somos naturales della, sino estranjeros y venidos a ellas de
partes muy estrañas. Y tenemos ansimesmo que a estas partes trajo nuestra
generación un señor cuyos vasallos todos eran, el cual se volvió a su
naturaleza, y después tornó a venir dende en mucho tiempo, y tanto que ya
estaban casados los que habían quedado con las mujeres naturales de la tierra y
tenían mucha generación y fechos pueblos donde vivían. Y queriéndolos llevar consigo,
no quisieron ir ni menos rescebirle por señor, y así se volvió. Y siempre hemos
tenido que los que dél descendiesen habían de venir a sojuzgar esta tierra y a
nosotros como a sus vasallos, y segúnd de la parte que vos decís que venís, que
es hacia a do sale el sol, y las cosas que decís dese grand señor o rey que acá
os invió, creemos y tenemos por cierto él ser nuestro señor natural, en
especial que nos decís que él ha muchos días que tenía noticia de nosotros. Y
por tanto, vos sed cierto que os obedeceremos y ternemos por señor en lugar
dese gran señor que decís, y que en ello no habrá falta ni engaño alguno. Y
bien podéis en toda la tierra, digo que en la que yo en mi señorío poseo,
mandar a vuestra voluntad, porque será obedescido y fecho. Y todo lo que
nosotros tenemos es para lo que vos dello quisiéredes disponer. Y pues estáis
en vuestra naturaleza y en vuestra casa, holgad y descansad del trabajo del
camino y guerras que habéis tenido, que muy bien sé todos los que se os han
ofrecido de Puntunchan acá. Y bien sé que los de Cempoal y de Tascaltecal os
han dicho muchos males de mí. No creáis más de lo que por vuestros ojos
viéredes, en especial de aquéllos que son mis enemigos. Y algunos dellos eran
mis vasallos y hánseme rebellado con vuestra venida y por se favorescer con vos
lo dicen, los cuales sé que también os han dicho que yo tenía las casas con las
paredes de oro y que las esteras de mis estrados y otras cosas de mi servicio
eran ansimismo de oro y que yo que era y me facía Dios y otras muchas cosas.
Las casas ya las veis que son de piedra y cal y tierra". Entonces alzó las
vestiduras y me mostró el cuerpo diciendo: "a mí veisme aquí que so de
carne y hueso como vos y como cada uno, y que soy mortal y palpable - asiéndose
él con sus manos de los brazos y del cuerpo - . Ved cómo os han mentido. Verdad
es que yo tengo algunas cosas de oro que me han quedado de mis ahuelos. Todo lo
que yo tuviere tenéis cada vez que vos lo quisiéredes. Yo me voy a otras casas
donde vivo. Aquí seréis proveído de todas las cosas nescesarias para vos y para
vuestra gente. Y no recibáis pena alguna, pues estáis en vuestra casa y
naturaleza". Yo le respondí a todo lo que me dijo satisfaciendo a aquello
que me paresció que convenía, en especial en hacerle creer que Vuestra Majestad
era a quien ellos esperaban, y con esto se dispidió. E ido, fuimos muy bien
proveídos de muchas gallinas y pan y frutas y otras cosas nescesarias,
especialmente para el servicio del aposento. Y desta manera estuve seis días
muy bien proveído de todo lo nescesario y vesitado de muchos de aquellos
señores. Ya, Muy Católico Señor, dije al principio désta cómo a la sazón que yo
me partí de la villa de la Vera Cruz en demanda deste señor Muteeçuma dejé en
ella ciento y cincuenta hombres para facer aquella fortaleza que dejaba
comenzada. Y dije ansimismo cómo había dejado muchas villas y fortalezas de las
comarcanas a aquella villa puestas debajo del real dominio de Vuestra Alteza y
a los naturales della muy seguros y por ciertos vasallos de Vuestra Majestad.
[Y acaesció] que estando en la cibdad de Churultecal rescebí letras del capitán
que yo en mi lugar dejé en la dicha villa por las cuales me fizo saber cómo
Qualpopoca, señor de aquella cibdad que se dice Almería, le había inviado a
decir por sus mensajeros que él tenía deseo de ser vasallo de Vuestra Alteza, y
que si fasta entonces no habia venido ni venía a dar la obidiencia que era
obligado y a se ofrecer por tal vasallo de Vuestra Majestad con todas sus
tierras la causa era que había de pasar por tierra de sus enemigos, y que
temiendo ser dellos ofendido lo dejaba, pero que le inviase cuatro españoles
que viniesen con él, porque aquéllos por cuya tierra había de pasar, sabiendo a
lo que venía, no lo enojarían y que él vernía luego; y que el dicho capitán,
creyendo ser cierto lo que el dicho Qualpopoca le inviaba a decir y que ansí lo
habían hecho otros muchos, le había inviado los dichos cuatro españoles, y que
después que en su casa los tuvo los mandó matar por cierta manera como que
paresciese que él no lo hacía, y que había muerto los dos dellos y los otros
dos se habian escapado por unos montes, heridos; y que él había ido sobre la
dicha cibdad de Almería con cincuenta españoles y los dos de caballo y dos
tiros de pólvora y con hasta ocho o diez mill indios de los amigos nuestros, y
que había peleado con los naturales de la dicha cibdad y les habían muerto
siete españoles y había tomado la dicha cibdad y muerto muchos de los naturales
della y los demás echado fuera, y que la habían quemado y destruido porque los
indios que en su compañía llevaban, como eran sus enemigos, habían puesto en
ello mucha deligencia; y que el dicho Qualpopoca, señor de la dicha cibdad, con
otros señores sus aliados que en su favor habían venido allí se habían escapado
huyendo, y que de algunos prisioneros que tomó en la dicha cibdad se había
informado cúyos eran los que allí estaban en defensa della y la cabsa porque
habían muerto a los españoles que él invió, la cual diz que fue que el dicho
Muteeçuma había mandado al dicho Qualpopoca y a los otros que allí habían
venido como a sus vasallos que eran que salido yo de aquella villa de la Vera
Cruz, fuesen sobre aquéllos que se le habían alzado y ofrescido al servicio de
Vuestra Alteza y que tuviesen todas las formas que ser pudiese para matar los
españoles que yo allí dejase porque no les ayudasen ni favoresciesen, y que a
esta causa lo habían hecho. Pasados, lnvitísimo Príncipe, seis días después que
en la gran cibdad de Timixtitán entré y habiendo visto algunas cosas della -
aunque pocas, segúnd las que hay que ver y notar - por aquellas me paresció y
aun por lo que de la tierra había visto que convenía al real servicio de
Vuestra Majestad y a nuestra seguridad que aquel señor estuviese en mi poder y
no en toda su libertad porque no mudase el propósito y voluntad que mostraba en
servir a Vuestra Alteza - mayormente que los españoles somos algo
incomportables e importunos y porque enojándose nos podría hacer mucho daño, y
tanto que no hobiese memoria de nosotros, segúnd su gran poder - y también
porque teniéndole conmigo todas las otras tierras que a él eran súbditas
vernían más aína al conoscimiento y servicio de Vuestra Majestad, como después
suscedió, determiné de lo prender y poner en el aposentamiento donde yo estaba,
que era bien fuerte. Y porque en su prisión no hobiese algúnd escándalo ni
alboroto, pensando todas las formas y maneras que para lo hacer sin éste debía
tener, me acordé deloque el capitán que en la Vera Cruz había dejado me había
escripto cerca de lo que había acaescído en la cíbdad de Almeria, segúnd que en
el capítulo antes déste he dícho, y cómo se había sabido que todo lo allí
suscedido había sido por mandado del dicho Muteeçuma. Y dejando buen recaudo en
las encrucijadas de las calles, me fui a las casas del dicho Muteeçuma como
otras veces había ido a le ver. Y después de le haber hablado en burlas y cosas
de placer y de haberme él dado muchas joyas de oro y una hija suya y otras
hijas de señores a algunos de mi compañía, le dije que ya sabía lo que en la
cibdad de Nautecal o Almeria había acaescido y los españoles que en ella me
habían muerto, y que Qualpopoca daba por desculpa que todo lo que había hecho
había sido por su mandado y que, como su vasallo, no había podido facer otra
cosa. Y porque yo creía que no era ansí como el dicho Qualpopoca decía, que
antes era por se excusar de culpa, que me parescía que debía inviar por él y
por los otros prencipales que en la muerte de aquellos españoles se habían
hallado porque la verdad se supiese y que ellos fuesen castigados y Vuestra
Majestad supiese su buena voluntad claramente, y en lugar de las mercedes que
Vuestra Alteza le había de mandar hacer, los dichos de aquellos malos no
provocasen a Vuestra Alteza a ira contra él por donde le mandase hacer daño, pues
la verdad era al contrario de lo que aquellos decían y yo estaba dél bien
satisfecho. Y luego a la hora mandó llamar ciertas personas de los suyos, a los
cuales dio una figura de piedra pequeña a manera de sello que él tenía atado en
el brazo y les mandó que fuesen a la dicha cibdad de Almería, que está sesenta
o setenta leguas de la de Muxtitán, y que trajesen al dicho Qualpopoca y se
informasen de los demás que habían sido en la muerte de aquellos españoles y
que ansimismo los trujesen; y que si por su voluntad no quisiesen venir, los
trajesen presos, y si se pusiesen en resistir la presión, que requiriesen a
ciertas comunidades comarcanas a aquella cibdad que allí les señaló para que
fuesen con mano armada para los prender, por manera que no viniesen sin ellos.
Los cuales luego se partieron, y así idos, le dije al dicho Muteeçuma que yo le
agradescía la deligencia que ponía en la presión de aquellos, porque yo había
de dar cuenta a Vuestra Alteza de aquellos españoles y que restaba para yo
dalla que él estuviese en mi posada fasta tanto que la verdad más se aclarase y
se supiese él ser sin culpa, y que le rogaba mucho que no rescibiese pena dello
porque él no había de estar como preso sino en toda su libertad, y que en su
servicio ni en el mando de su señorío yo no le pornía ningúnd impedimento; y
que escogiese un cuarto de aquel aposento donde yo estaba cual él quisiese y
que allí estaría muy a su placer, y que fuese cierto que ningúnd enojo ni pena
se le había de dar, antes, demás de su servicio, los de mi compañía le
servirían en todo lo que él mandase. Y cerca desto pasamos muchas pláticas y
razones que serían largas para las escrebir y aun para dar cuenta dellas a
Vuestra Alteza algo prolijas y también no sustanciales para el caso, y por
tanto no diré más de que finalmente él dijo que le placía de se ir conmigo y
mandó luego ir a adreszar el aposentamiento donde el quiso estar, el cual fue
muy presto y muy bien adreszado. Y hecho esto, vinieron muchos señores, y
quitadas las vestiduras y puestas por bajo de los brazos y descalzos, traían
unas andas no muy bien adreszadas. Y llorando, lo tomaron en ellas con mucho
silencio, y así nos fuemos hasta el aposento donde estaba sin haber alboroto en
la cibdad aunque se comenzó a mover, pero sabido por el dicho Muteeçuma, invió
a mandar que no lo hobiese, y así hobo toda quietud segúnd que antes la había y
la hobo todo el tiempo que yo tuve preso al dicho Muteeçuma, porque él estaba
muy a su placer y con todo su servicio segúnd en su casa lo tenía, que era bien
grande y maravilloso, segúnd adelante diré, y yo y los de mi compañía le
hacíamos todo el placer que a nosotros era posible. Y habiendo pasado quince o
veinte días de su presión vinieron aquellas personas que había inviado por
Qualpopoca y los otros que habían muerto los españoles, y trajeron al dicho
Qualpopoca y a un hijo suyo y con ellos quince personas que decían que eran
prencipales y habían sido en la dicha muerte. Y al dicho Qualpopoca traían en
unas andas y muy a manera de señor, como de hecho lo era. Y traídos, me los
entregaron, y yo los hice poner a buen recaudo con sus prisiones. Y después que
confesaron haber muerto los españoles, los hice interrogar si ellos eran
vasallos de Muteeçuma, y el dicho Qualpopoca respondió que si había otro señor
de quien pudiese serlo, casi diciendo que no había otro y que sí eran. Y
ansimesmo les pregunté si lo que allí se había hecho si había sido por su
mandado y dijeron que no, aunque después, al tiempo que en ellos se ejecutó la
sentencia que fuesen quemados, todos a una voz dijeron que era verdad que el
dicho Muteeçuma gelo había inviado a mandar y que por su mandado lo habían
fecho. Y ansí fueron éstos quemados prencipalmente en una plaza sin haber
alboroto alguno. Y el día que se quemaron, porque confesaron que el dicho
Muteeçuma les había mandado que matasen a aquellos españoles, le hice echar
unos grillos de que él no rescibió poco espanto, aunque después de le haber
fablado aquel día gelos quité y él quedó muy contento. Y de allí adelante
siempre trabajé de le agradar y contentar en todo lo a mí posible, en especial
que siempre publiqué y dije a todos los naturales de la tierrra, ansí señores
como a los que a mí venían, que Vuestra Majestad era servido que el dicho
Muteeçuma se estuviese en su señorío reconosciendo el que Vuestra Alteza sobre
él tenía, y que servirían mucho a Vuestra Alteza en le obedescer y tener por
señor como antes que yo a la tierra viniese le tenían. Y fue tanto el buen
tratamiento que yo le hice y el contentamiento que de mí tenía, que algunas
veces y muchas le acometí con su libertad rogándole que se fuese a su casa. Y
me dijo todas las veces que gelo decía que él estaba bien allí y que no queria
irse porque allí no le faltaba cosa de lo que él quería, como si en su casa
estuviese, y que podría ser que yéndose y habiendo lugar, que los señores de la
tierra, sus vasallos, le importunasen o le induciesen a que hiciese alguna cosa
contra su voluntad que fuese fuera del servicio de Vuestra Alteza; y que él
tenía propuesto de servir a Vuestra Majestad en todo lo a él posible, y que
hasta tanto que los tuviese informados de lo que quería hacer que él estaba
bien allí, porque aunque alguna cosa le quisiesen decir, que con respondelles
que no estaba en su libertad se podría escusar y exemir dellos. Y muchas veces
me pidió licencia para se ir a holgar y pasar tiempo a ciertas casas de placer
que él tenía así fuera de la cibdad como dentro, y ninguna vez se la negué. Y
fue muchas veces a holgar con cinco o seis españoles a una o dos leguas fuera
de la cibdad y volvía siempre muy alegre y contento al aposento donde yo le
tenía. Y siempre que salía hacía muchas mercedes de joyas y ropa así a los
españoles que con él iban como a sus naturales, de los cuales iba siempre tan
acompañado que cuando menos con él iban pasaban de tres mill hombres que los
más dellos eran señores y personas prencipales, y siempre les hacía muchos
banquetes y fiestas que los que con él iban tenían bien que contar. Después que
yo conoscí dél muy por entero tener mucho deseo al servicio de Vuestra Alteza,
le rogué que porque más enteramente yo pudiese hacer relación a Vuestra
Majestad de las cosas desta tierra, que me mostrase las minas de donde se
sacaba el oro. El cual con muy alegre voluntad, segúnd mostró, dijo que le
placía, y luego hizo venir ciertos servidores suyos y de dos en dos repartió
para cuatro provincias donde dijo que se sacaba. Y pidióme que le diese
españoles que fuesen con ellos para que lo viesen sacar, y asimismo yo le di a
cada dos de los suyos otros dos españoles. Y los unos fueron a una provincia
que se dice Çuçula, que es ochenta leguas de la grand cibdad de Temixtitán y
los naturales de aquella provincia son vasallos del dicho Muteeçuma, y allí les
mostraron tres ríos y de todos me trajeron muestra de oro y muy buena, aunque
sacado con poco aparejo porque no tenían otros instrumentos más de aquél con
que los indios lo sacan. Y en el camino pasaron tres provincias, segúnd los
españoles dijeron, de muy hermosa tierra y de muchas villas y cibdades y otras
poblaciones en mucha cantidad, y de tales y tan buenos edeficios que dicen que
en España no podrían ser mejores. En especial me dijeron que habían visto una
casa de aposentamiento y fortaleza que es mayor y más fuerte y mejor edificada
que el castillo de Burgos. Y la gente de una destas provincias que se llama
Tamayulapa era más vestida que estotra que habemos visto y, segúnd a ellos les
paresció, de mucha razón. Los otros fueron a una provincia que se llama
Malinaltebeque, que es otras setenta leguas de la dicha grand cibdad, que es
más hacia la costa de la mar, y ansimesmo me trajeron muestra de oro de un río
grande que por allí pasa. Y los otros fueron a una tierra que está este río
arríba que es de una gente diferente de la lengua de Culúa a la cual llaman Tenis.
Y el señor de aquella tierrra se llama Coatelicamat, y por tener su tierra en
unas sierras muy altas y ásperas no es subjeto al dicho Muteeçuma, y también
porque la gente de aquella provincia es gente muy guerrera y pelean con lanzas
de veinte y cinco y treinta palmos. Y por no ser estos vasallos del dicho
Muteeçuma los mensajeros que con los españoles iban no osaron entrar en la
tierra sin lo hacer saber prímero al señor della y pedir para ello licencia,
diciéndole que iban con aquellos españoles a ver las minas del oro que tenían
en su tierra y que le rogaban de mi parte y del dicho Muteeçuma, su señor, que
lo hobiesen por bien. El cual dicho Coatelicamat respondió que los españoles,
que él era muy contento que entrasen en su tierra y viesen las minas y todo lo
demás que ellos quisiesen, pero que los de Culúa, que son los de Muteeçuma, no
habían de entrar en su tierra porque eran sus enemigos. Algo estuvieron los
españoles perplejos en si irían solos o no, porque los que con ellos iban les
dijeron que no fuesen que les matarían, y que por los matar no consentían que
los de Culúa entrasen con ellos. Y al fin se determinaron a entrar solos, y
fueron del dicho señor y de los de su tierra muy bien rescebidos. Y les
mostraron siete u ocho ríos de donde dijeron que ellos sacaban el oro, y en su
presencia lo sacaron los indios. Y ellos me trajeron muestra de todos, y con
los dichos españoles me invió el dicho Coatelicamat ciertos mensajeros suyos
con los cuales me invió a ofrecer su persona y tierra al servicio de Vuestra
Sacra Majestad, y me invió ciertas joyas de oro y ropa de la que ellos tienen.
Los otros fueron a otra provincia que se dice Tuchitebeque, que es casi en el
mismo derecho hacia la mar doce leguas de la provincia de Malinaltebeque donde
ya he dicho que se halló oro, y allí les mostraron otros dos ríos de donde
ansimismo sacaron muestra de oro. Y porque allí, segúnd los españoles que allá
fueron me informaron, hay mucho aparejo para facer estancias y para sacar oro,
rogué al dicho Muteeçuma que en aquella provincia de Malinaltebeque, porque era
para ello más aparejada, ficiese hacer una estancia para Vuestra Majestad. Y
puso en ello tanta deligencia que dende en dos meses que yo se lo dije estaban
sembradas sesenta hanegas de maíz y diez de frisoles y dos mill pies de cacap,
que es una fruta como almendras que ellos venden molida y tiénenla en tanto que
se trata por moneda en toda la tierra y con ella se compran todas las cosas
nescesarias en los mercados y otras partes, y había hechas cuatro casas muy
buenas en que en la una demás de los aposentamientos hicieron un estanque de
agua y en él pusieron quinientos patos, que acá tienen en mucho porque se
aprovechan de la pluma dellos y los pelan cada año y facen sus ropas con ella,
y pusieron fasta mill y quinientas gallinas sin otros adreszos de granjerías
que muchas veces, juzgadas por los españoles que la vieron, la apreciaban en
veinte mill pesos de oro. Ansimismo le rogué al dicho Muteeçuma que me dijese
si en la costa de la mar había algúnd río o ancón en que los navíos que
viniesen pudiesen entrar y estar seguros, el cual me respondió que no lo sabía,
pero que él me faría pintar toda la costa y ancones y ríos della, y que inviase
yo españoles a los ver y que él me daría quién los guiase y fuese con ellos. Y
ansí lo hizo, y otro día me trujeron figurada en un paño toda la costa, y en
ella parescía un río que salía a la mar más abierto, segúnd la figura, que los
otros, el cual parescía estar entre las sierras que dicen San Martín, y son
tanto en un ancón por donde los pilotos hasta entonces creían que se partía la
tierra en una provincia que se dice Maçamalco. Y me dijo que viese yo a quién
quería inviar y que él proveería cómo se viese y supiese todo, y luego señalé
diez hombres y entre ellos algunos pilotos y personas que sabían de la mar, y
con el recaudo que él dio se partieron y fueron por toda la costa desde el
puerto de Calchilmeca que dicen de San Juan, donde yo desembarqué, y anduvieron
por ella sesenta y tantas leguas que en ninguna parte hallaron río ni ancón
donde pudiesen entrar navíos ningunos, puesto que en la dicha costa había
muchos y muy grandes y todos los sondaron con canoas. Y así llegaron a la dicha
provincia de Quacalcalco donde el dicho río está, y el señor de aquella
provincia que se dice Tuchintecla los rescibió muy bien y les dio canoas para
mirar el río, y hallaron en la entrada dél dos brazas y media largas en lo más
bajo de bajar y subieron por el dicho río arriba doce leguas y lo más bajo que
en él hallaron fueron cinco o seis brazas. Y segúnd lo que dél vieron, se cree
que sube más de treinta leguas de aquella hondura y en la ribera dél hay muchas
y grandes poblaciones, y toda la provincia es muy llana y muy fuerte y abundosa
de todas las cosas de la tierra y de mucha y casi innumerablemente gente. Y los
desta provincia no son vasallos ni súbditos a Muteeçuma, antes sus enemigos, y
ansimesmo el señor della al tiempo que los españoles llegaron les invió a decir
que los de Culúa no entrasen en su tierra porque eran sus enemigos, y cuando se
volvieron los españoles a mí con esta relación invió con ellos ciertos
mensajeros con los cuales me invió ciertas joyas de oro y cueros de tigres y
plumajes y piedras y ropa. Y ellos me dijeron de su parte que había muchos días
que Tuchintecla, su señor, tenía noticia de mí porque los de Puchunchan, que es
el río de Grijalba, que son sus amigos, le habían hecho saber cómo yo había
pasado por allí y había peleado con ellos porque no me dejaban entrar en su
pueblo, y cómo después quedamos amigos y ellos por vasallos de Vuestra
Majestad; y que él asimismo se ofrecía a su real servicio con toda su tierra y
me rogaba que le tuviese por amigo con tal condición que los de Culúa no
entrasen en su tierra, y que yo viese las cosas que en ella había de que se
quisiese servir Vuestra Alteza y que él daría dellas las que yo señalase en
cada un año. Como de los españoles que vinieron desta provincia me informé ser
ella aparejada para poblar y del puerto que en ella habían hallado folgué
mucho, porque después que en esta tierra salté siempre he trabajado de buscar
puerto en la costa della tal que estuviese a propósito de poblar y jamás lo
había hallado ni lo hay en toda la costa del río San Antón, que es junto al de
Grisalba, fasta el de Pánuco, que es la costa abajo, adonde ciertos españoles
por mandado de Francisco de Garay fueron a poblar, de que adelante a Vuestra
Alteza haré relación. Y para más me certificar de las cosas de aquella
provincia y puerto y de la voluntad de los naturales della y de las otras cosas
nescesarias a la población, torné a inviar ciertas personas de las de mi
compañía que tenían alguna espiriencia para alcanzar lo susodicho, los cuales
fueron con los mensajeros que aquel señor Tuchintecla me había inviado y con
algunas cosas que yo les di para él. Y llegados, fueron dél bien rescebidos y
tornaron a ver y sondar el puerto y río y ver los asientos que había en él para
hacer el pueblo, y de todo me trajeron verdadera y larga relación y dijeron que
había todo lo nescesario para poblar y que el señor de la provincia estaba muy
contento y con mucho deseo de servir a Vuestra Alteza. Y venidos con esta
relación, luego despaché un capitán con ciento y cincuenta hombres para que
fuesen a trazar y formar el pueblo y facer una fortaleza, porque el señor de
aquella provincia se me había ofrescido de la facer y ansímismo todas las cosas
que fuesen menester y le mandasen y aun hizo seis en el asiento que para el
pueblo le señalaron y dijo que era muy contento que fuésemos allí a poblar y
estar en su tierra. En los capítulos pasados, Muy Poderoso Señor, dije cómo al
tiempo que yo iba a la grand cibdad de Temyxtitán me había salido al camino un
grand señor que venía de parte de Muteeçuma. Y segúnd lo que después dél supe,
él era muy cercano deudo del dicho Muteeçuma y tenía su señorío junto al del
dicho Muteeçuma cuyo nombre era Haculuacan. Y la cabeza dél es una muy grand
cibdad que está junto a esta laguna salada, que hay desde ella yendo en canoas
por la dicha laguna hasta la dicha cibdad de Temyxtitán seis leguas y por la
tierra diez, y llámase esta cibdad Tescucu y será de hasta treinta mill
vecinos. Tienen señor en ella, muy maravillosas casas y mezquitas y oratorios
muy grandes y muy bien labrados. Hay muy grandes mercados. Y demás desta cibdad
tiene otras dos, la una a tres leguas désta de Tescucu que se llama Acuruman, y
la otra a seis leguas que se dice Otumpa. Terná cada una déstas hasta tres mill
o cuatro mill vecinos. Tiene la dicha provincia y señorío [de] Haculuacan otras
aldeas y alquerías en mucha cantidad y muy buenas tierras y sus labranzas, y
confina todo este señorío por la una parte con la provincia de Tascaltecal de
que ya a Vuestra Majestad he dicho. Y este señor, que se dice Cacamacin,
después de la presión de Muteeçuma se rebelló ansí contra el servicio de
Vuestra Alteza, a quien se había ofrescido, como contra el dicho Muteeçuma. Y
puesto que por muchas veces fue requerido que veniese a obedescer los reales
mandamientos de Vuestra Majestad nunca quiso, aunque demás de lo que yo le inviaba
a requerir, el dicho Muteeçuma gelo inviaba a mandar. Antes respondía que si
algo le querían, que fuesen a su tierra y que allá verían para cuánto era y el
servicio que era obligado a hacer. Y segúnd yo me informé, tenía grand copia de
gente de guerra junta y todos para ella bien a punto. Y como por amonestaciones
ni requirimientos yo no le pude atraer hablé al dicho Muteeçuma y le pedí su
parescer de lo que debíamos facer para que aquél no quedase sin castigo de su
rebelión, el cual me respondió que quererle tomar por guerra, que se ofrescía
mucho peligro porque él era grand señor y tenía muchas fuerzas y gentes, y que
no se podía tomar tan sin peligro que no muriese mucha gente; pero que él tenía
en su tierra del dicho Cacamacin muchas personas prencipales que vivían con él
y les daba su salario, que él hablaría con ellos para que atrajesen alguna de
la gente del dicho Cacamacin a sí, y que atraída y estando seguros, que
aquellos favorescerían nuestro partido y se podrían prender seguramente. Y así
fue, que el dicho Muteeçuma fizo sus conciertos de tal manera que aquellas
personas atrajeron al dicho Cacamacín a que se juntase con ellos en la dicha
cibdad de Tescuco para dar orden en las cosas que convenían a su estado como
personas prencipales, y que les dolía que él hiciese cosas por donde se
perdiese. Y así se juntaron en una muy gentil casa del dicho Cacamaçin que está
junto a la costa de la laguna y es de tal manera edificada que por debajo della
navegan las canoas y salen a la dicha laguna. Allí secretamente tenían
adreszadas ciertas canoas con mucha gente apercebida para que si el dicho
Cacamaçin quisiese resistir la prísión. Y estando en la consulta, lo tomaron
todos aquellos prencipales antes que fuesen sentidos de la gente del dicho
Cacamaçin y lo metieron en aquellas canoas y salieron a la laguna y pasaron a
la gran cibdad que, como yo dije, está seis leguas de allí. Y llegados, lo
pusieron en unas andas como su estado requería o lo acostumbraban y me lo
trujeron, al cual yo hice echar unos grillos y poner a mucho recaudo. Y tomado
el parescer de Muteeçuma, puse en nombre de Vuestra Alteza en aquel señorío a
un hijo suyo que se decía Cocuzcaçin, al cual hice que todas las comunidades y
señores de la dicha provincia le obedesciesen por señor fasta tanto que Vuestra
Alteza fuese servido de otra cosa. Y así se hizo, que de allí adelante todos lo
tuvieron y lo obedescieron por señor como al dicho Cacamaçin y él fue obidiente
en todo lo que yo de parte de Vuestra Majestad le mandaba. Pasados algunos pocos
días después de la presión deste Cacamacin, el dicho Muteeçuma fizo llamamiento
y congregación de todos los señores de las cibdades y tierras allí comarcanas.
Y juntos, me invió a decir que subiese adonde él estaba con ellos. Y llegado
yo, les habló en esta manera: "Hermanos y amigos míos, ya sabéis que de
mucho tiempo acá vosotros y vuestros padres y abuelos habéis sido y sois
súbditos y vasallos de mis antecesores y míos. Y siempre dellos habéis sido muy
bien tratados y honrados, y vosotros ansimismo habéis hecho lo que buenos y
leales vasallos son obligados a sus naturales señores. Y también creo que de
vuestros antecesores ternéis memoria cómo nosotros no somos naturales desta
tierra, y que vinieron a ella de muy lejos tierra y los trajo un señor que en ella
los dejó cuyos vasallos todos eran. El cual volvió dende a mucho tiempo y halló
que nuestros abuelos estaban ya poblados y asentados en esta tierra y casados
con las mujeres desta tierra y tenían mucha multiplicación de fijos, por manera
que no quisieron volverse con él ni menos lo quisieron rescebir por señor de la
tierra, y se volvió y dejó dicho que tornaría o inviaría con tal poder que los
pudiese costriñir y atraer a su servicio. Y bien sabéis que siempre lo hemos
esperado, y segúnd las cosas que el capitán nos ha dicho de aquel rey y señor
que le invió acá y segúnd la parte de donde él dice que viene, tengo por
cierto, y ansí lo debéis vosotros tener, que aquéste es el señor que
esperábamos, en especial que nos dice que allá tenía noticia de nosotros. Y
pues nuestros predecesores no hicieron lo que a su señor eran obligados,
hagámoslo nosotros y demos gracias a nuestros dioses, porque en nuestros
tiempos vino lo que tanto aquéllos esperaban. Y mucho os ruego, pues a todos os
es notorio todo esto, que así como hasta aquí a mí me habéis tenido y
obedescido por señor vuestro, de aquí adelante tengáis y obedezcáis a este
grand rey pues él es vuestro natural señor, y en su lugar tengáis a éste su
capitán. Y todos los atributos y servicios que fasta aquí a mí me hacíades los
haced y dad a él, porque yo ansimismo tengo de contribuir y servir con todo lo
que me mandare, y demás de facer lo que debéis y sois obligados, a mí me haréis
en ello mucho placer". Lo cual todo les dijo llorando con las mayores
lágrimas y sospiros que un hombre podía magnifestar, y ansimismo todos aquellos
señores que le estaban oyendo lloraban tanto que en grand rato no le pudieron
responder. Y certifico a Vuestra Sacra Majestad que no había tal de los
españoles que oyesen el razonamiento que no hobiese mucha compasión. Y después
de algo sosegadas sus lágrimas, respondieron que ellos lo tenían por su señor y
habían prometido de hacer todo lo que les mandase, y que por esto y por la
razón que para ello les daba, que eran muy contentos de lo hacer, y que desde
entonces para siempre ellos se daban por vasallos de Vuestra Alteza. Y desde
allí todos juntos y cada uno por sí prometían y prometieron de hacer y cumplir
todo aquello que con el real nombre de Vuestra Majestad les fuese mandado, como
buenos y leales vasallos lo deben facer, y de acudir con todos los tributos y
servicios que antes al dicho Muteeçuma hacían y eran obligados y con todo lo
demás que les fuese mandado en nombre de Vuestra Alteza. Lo cual todo pasó ante
un escribano público y lo asentó por abto en forma y yo lo pedí ansí por
testimonio en presencia de muchos españoles. Pasado este abto y ofrecimiento
que estos señores hicieron al real servicio de Vuestra Majestad, hablé un día
al dicho Muteeçuma y le dije que Vuestra Alteza tenía nescesidad de oro para
ciertas obras que mandaba hacer, que le rogaba que inviase algunas personas de
los suyos y que yo inviaría asimismo algunos españoles por las tierras y casas
de aquellos señores que allí se habían ofrescido a les rogar que de lo que
ellos tenían serviesen a Vuestra Majestad con alguna parte, porque demás de la
nescesidad que Vuestra Alteza tenía, parescería que ellos comenzaban a servir y
Vuestra Alteza temía más conceto de las voluntades que a su servicio mostraban,
y que él ansimesmo me diese de lo que tenía porque lo quería inviar como el oro
y como las otras cosas que había inviado a Vuestra Majestad con los pasajeros.
Y luego mandó que le diese los españoles que quería inviar, y de dos en dos y
de cinco en cinco los repartió para muchas provincias y cibdades cuyos nombres
por se haber perdido las escripturas no me acuerdo, porque son muchos y
diversos, más de que algunas dellas están a ochenta y a cient leguas de la
dicha grand cibdad de Temixtitán. Y con ellos invió de los suyos y les mandó
que fuesen a los señores de aquellas provincias y cibdades y les dijesen cómo
yo mandaba que cada uno dellos diese cierta medida de oro que les dio. Y así se
hizo, que todos aquellos señores a que él invió dieron muy complidamente lo que
se les pidió, ansí en joyas como en tejuelos y hojas de oro y plata y otras
cosas de las que ellos tenían, que fundido todo lo que era para fundir cupo a
Vuestra Majestad del quinto treinta y dos mill y cuatrocientos y tantos pesos
de oro sin todas las joyas de oro y plata y plumaje y piedras y otras muchas
cosas de valor que para Vuestra Sacra Majestad yo asigné y aparté, que podrían
valer cient mil ducados y más suma, las cuales, demás de su valor eran tales y
tan maravillosas que consideradas por su novedad y extrañeza no ternían precio
ni es de creer que alguno de todos los príncipes del mundo de quien se tiene
noticia las pudiese tener tales y de tal calidad. Y no le parezca a Vuestra
Alteza fabuloso lo que dígo, pues es verdad que todas las cosas críadas ansí en
la tierra como en la mar de que el dicho Muteeçuma pudiese tener conoscimiento
tenía contrahechas muy al natural así de oro y de plata como de pedrería y de
plumas en tanta perfición que casi ellas mesmas parescían, de las cuales todas
me dio para Vuestra Alteza mucha parte sin otras que yo le di figuradas y él
las mandó hacer de oro, así como imágenes, crucifijos, medallas, joyeles y
collares y otras muchas cosas de las nuestras que le hice contrahacer. Cupieron
ansimismo a Vuestra Alteza del quinto de la plata que se hobo ciento y tantos
marcos, los cuales hice labrar a los naturales de platos grandes y pequeños y
escudillas y tazas y cuchares, y lo labraron tan perfeto como gelo podíamos dar
a entender. Demás desto me dio el dicho Muteeçuma mucha ropa de la suya, que
era tal, que considerada ser toda de algodón y sin seda, en todo el mundo no se
podia hacer ni tejer otra tal ni de tantas ni tan diversas y naturales colores
ni labores, en que había ropas de hombres y de mujeres muy maravillosas. Y
había paramentos para camas que hechos de seda no se podían comparar, y había
otros paños como de tapicería que podían servir en salas y en iglesias. Había
colchas y cobertores de camas ansí de pluma como de algodón de diversas colores
ansimesmo muy maravillosas, y otras muchas cosas que por ser tantas y tales no
las sé significar a Vuestra Majestad. También me dio una docena de cerbatanas
de las con que él tiraba que tampoco no sabré decir a Vuestra Alteza su
perfición, porque eran todas pintadas de muy excelentes pinturas y perfetos
matices, en que había figuradas muchas maneras de avecicas y animales y árboles
y flores y otras diversas cosas, y tenían los brocales y puntería tan grandes
como un geme de oro, y en el medio otro tanto muy labrado. Dióme para con ellas
un camiel de red de oro para los bodoques que también me dijo que me había de
dar de oro, y dióme unas turquesas de oro y otras muchas cosas cuyo número es
casi infinito. Porque para dar cuenta, Muy Poderoso Señor, a Vuestra Real
Excelencia de la grandeza, estrañas y maravillosas cosas desta grand cibdad de
Temixtitán y del señorío y servicio deste Muteeçuma, señor della, y de los
rítos y costumbres que esta gente tiene y de la orden que en la gobernación así
desta cibdad como de las otras que eran deste señor hay, sería menester mucho
tiempo y ser muchos relatores y muy expertos, no podré yo decir de cient partes
una de las que dellas se podrían decir, mas como pudiere diré algunas cosas de
las que vi que, aunque mal dichas, bien sé que serán de tanta admiración que no
se podrán creer, porque los que acá con nuestros propios ojos las vemos no las
podemos con el entendimiento comprehender. Pero puede Vuestra Majestad ser
cierto que si alguna falta en mi relación hobiere que será antes por corto que
por largo, ansí en esto como en todo lo demás de que diere cuenta a Vuestra
Alteza, porque me parescia justo a mi príncipe y señor decir muy claramente la
verdad sin interpolar cosas que la diminuyan y acrecienten. Antes que comience
a relatar las cosas desta grand cibdad e las otras que en este otro capítulo
dije, me paresce para que mejor se puedan entender que débese decir la manera
de Mésyco, que es donde esta cibdad y algunas de las otras que he fecho
relación están fundadas y donde está el señorío prencipal deste Muteeçuma. La
cual dicha provincia es redonda y está toda cercada de muy altas y ásperas
sierras, y lo llano della terná en torno fasta setenta leguas. Y en el dicho
llano hay dos lagunas que casi lo ocupan todo porque tienen ambas en torno más
de cincuenta leguas, y la una destas dos lagunas es de agua dulce y la otra,
que es mayor, es de agua salada. Divídelas por una parte una cordillera pequeña
de cerros muy altos que están en medio desta llanura, y al cabo se van a juntar
las dichas lagunas en un estrecho de llano que entre estos cerros y las sierras
altas se hace, el cual estrecho terná un tiro de ballesta. Y por entre la una
laguna y la otra y las cibdades y otras poblaciones que están en las dichas
lagunas contratan las unas con las otras en sus canoas por el agua sin haber
nescesidad de ir por la tierra. Y porque esta laguna salada grande crece y
mengua por sus mareas segúnd hace la mar, todas las crecientes corre el agua
della a la otra dulce tan recio como si fuese caudal río, y por consiguiente a
las menguantes va la dulce a la salada. Esta grand cibdad de Temixtitán está
fundada en esta laguna salada, y desde la tierra firme hasta el cuerpo de la
dicha cibdad por cualquier parte que quisieren entrar a ella hay dos leguas.
Tiene cuatro entradas todas de calzada hecha a mano tan ancha como dos lanzas
jinetas. Es tan grande la cibdad como Sevilla y Córdoba. Son las calles della,
digo las prencipales, muy anchas y muy derechas, y algunas déstas y todas las
demás son la mitad de tierra y por la otra mitad es agua por la cual andan en
sus canoas. Y todas las calles de trecho a trecho están abiertas por do
atraviesa el agua de las unas a las otras, y en todas estas aberturas, que
algunas son muy anchas, hay sus puentes de muy anchas y muy grandes vigas
juntas y recias y muy bien labradas, y tales que por muchas dellas pueden pasar
diez de caballo juntos a la par. Y viendo que si los naturales desta cibdad
quisiesen hacer alguna traición tenían para ello mucho aparejo, por ser la
dicha cibdad edificada de la manera que digo y que quitadas las puentes de las
entradas y salidas nos podían dejar morir de hambre sin que pudiésemos salir a
la tierra, luego que entré en la dicha cibdad di mucha priesa en hacer cuatro
bergantines, y los fice en muy breve tiempo tales que podían echar trecientos
hombres en la tierra y llevar los caballos cada vez que quisiésemos. Tiene esta
cibdad muchas plazas donde hay contino mercado y trato de comprar y vender.
Tiene otra plaza tan grande como dos veces la plaza de la cibdad de Salamanca
toda cercada de portales alderredor donde hay cotidianamente arriba de sesenta
mill ánimas comprando y vendiendo, donde hay todos los géneros de mercadurías
que en todas las tierras se hallan ansí de mantenimientos como de vestidos,
joyas de oro y de plata y de plomo, de latón, de cobre, de estaño, de piedras,
de huesos, de conchas, de caracoles, de plumas. Véndese cal, piedra labrada y
por labrar, adobes, ladrillo, madera labrada y por labrar de diversas maneras.
Hay calle de caza donde venden todos los linajes de aves que hay en la tierra,
así como gallinas, perdices, codornices, lavancos, dorales, cerzatas, tórtolas,
palomas, pajaritos en cañuela, papagayos, buharros, águilas, falcones,
gavilanes y cernícalos. Y de algunas destas aves de rapiña venden los cueros
con su pluma y cabezas y pico y uñas. Venden conejos, liebres, venados y perros
pequeños que crían para comer, castrados. Hay calle de herbolarios donde hay
todas las raíces y hierbas mede cinales que en la tierra se hallan. Hay casas
como de boticarios donde se venden las medecinas hechas, ansí potables como
ungüentos y emplastos. Hay casas como de barberos donde lavan y rapan las
cabezas. Hay casas donde dan de comer y beber por precio. Hay hombres como los
que llaman en Castilla ganapanes para traer cargas. Hay mucha leña, carbón,
braseros de barro y esteras de muchas maneras para camas y otras más delgadas
para asiento y para esteras [de] salas y cámaras. Hay todas las maneras de
verduras que se fallan, especialmente cebollas, puerros, ajos, mastuerzo,
berros, borrajas, acederas y cardos y tagarninas. Hay frutas de muchas maneras,
en que hay cerezas y ciruelas que son semejables a las de España. Venden miel
de abejas y cera y miel de cañas de maíz, que son tan melosas y dulces como las
de azúcar, y miel de unas plantas que llaman en las otras islas maguey que es
muy mejor que arrope, y destas plantas facen azúcar y vino que asimismo venden.
Haya vender muchas maneras de filados de algodón de todas colores en sus
madejicas, que paresce propiamente alcacería de Granada en las sedas, aunque
esto otro es en mucha más cantidad. Venden colores para pintores cuantas se
pueden hallar en España y de tan excelentes matices cuanto pueden ser. Venden
cueros de venado con pelo y sin él, teñidos blancos y de diversas colores.
Venden mucha loza en grand manera muy buena. Venden muchas vasijas y tinajas
grandes y pequeñas, jarros, ollas, ladrillos y otras infinitas maneras de
vasijas, todas de singular barro, todas o las más vidriadas y pintadas. Venden
mucho maíz en grano y en pan, lo cual hace mucha ventaja ansí en el grano como
en el sabor a todo lo de las otras Islas y Tierra Firme. Venden pasteles de
aves y empanadas de pescado. Venden mucho pescado fresco y salado, crudo y
guisado. Venden huevos de gallina y de ánsares y de todas las otras aves que he
dicho en grand cantidad. Venden tortillas de huevos fechas. Finalmente, que en
los dichos mercados se venden todas las cosas cuantas se hallan en toda la
tierra, que demás de las que he dicho son tantas y de tantas calidades que por
la prolijidad y por no me ocurrír tantas a la memoría y aun por no saber poner
los nombres no las expreso. Cada género de mercaduría se vende en su calle sin
que entremetan otra mercaduría ninguna, y en esto tienen mucha orden. Todo se
vende por cuenta y medida, exceto que fasta agora no se ha visto vender cosa
alguna por peso. Hay en esta grand plaza una grand casa como de abdiencia donde
están siempre sentados diez o doce personas que son jueces y libran los casos y
cosas que en el dicho mercado acaecen y mandan castigar los delincuentes. Hay
en la dicha plaza otras personas que andan contino entre la gente mirando lo
que se vende y las medidas con que miden lo que venden, y se ha visto quebrar
alguna que estaba falsa. Hay en esta grand cibdad muchas mesquitas o casas de
sus ídolos de muy hermosos edeficios por las collaciones y barrios della. Y en
las prencipales della hay personas religiosas de su seta que residen
continuamente en ellas, para los cuales demás de las casas donde tienen los
ídolos hay buenos aposentos. Todos estos religiosos visten de negro y nunca
cortan el cabello ni lo peinan desque entran en la religión hasta que salen, y
todos los fijos de los señores prencipales, ansí señores como cibdadanos
honrados, están en aquellas religiones y hábito desde edad de siete años u ocho
hasta que los sacan para los casar, y esto más acaesce en los primogénitos que
han de heredar las casas que en los otros. No tienen aceso a mujer ni entra
ninguna en las dichas casas de religión. Tienen abstinencia en no comer ciertos
manjares, y más en algunos tiempos del año que no en los otros. Y entre estas
mezquitas hay una que es la prencipal que no hay lengua humana que sepa
explicar la grandeza e particularidades della, porque es tan grande que dentro
del circuito della, que es todo cercado de muro muy alto, se podía muy bien
facer una villa de quinientos vecinos. Tiene dentro deste circuito toda a la
redonda muy gentiles aposentos en que hay muy grandes salas e corredores donde
se aposentan los religiosos que allí están. Hay bien cuarenta torres muy altas
y bien obradas, que la mayor tiene cincuenta escalones para sobir al cuerpo de
la torre. La más prencipal es más alta que la torre de la iglesia mayor de
Sevilla. Son tan bien labradas así de cantería como de madera que no pueden ser
mejor hechas ni labradas en ninguna parte, porque toda la cantería de dentro de
las capillas donde tienen los ídolos es de imaginería y zaquizamíes, y el
maderamiento es todo de mazonería y muy pintado de cosas de mostruos y otras
figuras y labores. Todas estas torres son enterramiento de señores, y las
capillas que en ellas tienen son dedicadas cada una a su ídolo a que tienen
devoción. Hay tres salas dentro desta grand mesquita donde están los
prencipales ídolos de maravillosa grandeza y altura y de muchas labores y
figuras esculpidas así en la cantería como en el maderamiento. Y dentro destas
salas están otras capillas que las puertas por do entran a ellas son muy
pequeñas y ellas asimismo no tienen claridad alguna. Y allí no están sino
aquellos religiosos, y no todos, y dentro déstas están los bultos y figuras de
los ídolos, aunque, como he dicho, de fuera hay también muchos. Los más
prencipales destos ídolos y en quien ellos más fee y creencia tenían derroqué
de sus sillas y los fice echar por las escaleras abajo y fice limpiar aquellas
capillas donde los tenían porque todas estaban llenas de sangre que sacrifican,
y puse en ella imágenes de Nuestra Señora y de otros santos que no poco el dicho
Muteeçuma y los naturales sintieron, los cuales primero me dijeron que no lo
hiciese porque si se sabía por las comunidades se levantarían contra mí, porque
tenían que aquellos ídolos les daban todos los bienes temporales y que
dejándolos maltratar, se enojarían y no les darían nada y les secarían los
frutos de la tierra y muriría la gente de hambre. Yo les hice entender con las
lenguas cúan engañados estaban en tener su esperanza en aquellos ídolos que
eran hechos por sus manos de cosas no limpias, y que habían de saber que había
un solo Dios universal señor de todos, el cual había criado el cielo y la
tierra y todas las cosas y que hizo a ellos y a nosotros, y que éste era sin
principio e inmortal y que a él habían de adorar y creer, y no a otra criatura
ni cosa alguna. Y les dije todo lo demás que yo en este caso supe para los
desviar de sus idolatrías y atraer al conoscimiento de Dios Nuestro Señor. Y
todos, en especial el dicho Muteeçuma, me respondieron que ya me habían dicho
que ellos no eran naturales desta tierra y que había muchos tiempos que sus
predecesores habían venido a ella; y que bien creían que podían estar errados
en algo de aquello que tenían por haber tanto tiempo que salieron de su
naturaleza, y que yo, como más nuevamente venido sabría las cosas que debían
tener y creer mejor que no ellos, que se las dijese e hiciese entender, que
ellos harían lo que yo les dijese que era lo mejor. Y el dicho Muteeçuma y
muchos de los prencipales de la dicha cibdad estuvieron conmigo hasta quitar los
ídolos y limpiar las capillas y poner las imágenes, y todo con alegre
semblante. Y les defendí que no matasen criaturas a los ídolos como
acostumbraban, porque demás de ser muy aborrecible a Dios, Vuestra Sacra
Majestad por sus leyes lo prohibe y manda que el que matare lo maten. Y de ahí
adelante se apartaron dello, y en todo el tiempo que yo estuve en la dicha
cibdad nunca se vio matar ni sacrificar alguna criatura.. Los bultos y cuerpos
de los ídolos en quien estas gentes creen son de muy mayores estaturas que el
cuerpo de un grand hombre. Son hechos de masa de todas las semillas de
legumbres que ellos comen molidas y mezcladas unas con otras, y amásanlas con
sangre de corazones de cuerpos humanos, los cuales abren por los pechos vivos y
les sacan el corazón y de aquella sangre que sale dél amasan aquella harina, y
así hacen tanta cantidad cuanta basta para facer aquellas estatuas grandes. Y
también, después de hechas, les ofrecían más corazones que ansimesmo les
sacrifican y les untan las caras con la sangre. A cada cosa tienen su ídolo
dedicado al uso de los gentiles que antiguamente honraban sus dioses, por
manera que para pedir favor para la guerra tienen un ídolo y para sus labranzas
otro, y así para cada cosa de las que ellos quieren o desean que se hagan bien
tienen sus ídolos a quien honran y sirven. Hay en esta grand cibdad muchas
casas muy buenas y muy grandes. Y la causa de haber tantas casas prencipales es
que todos los señores de la tierra vasallos del dicho Muteeçuma tienen sus
casas en la dicha cibdad y residen en ella cierto tiempo del año, y demás desto
hay en ella muchos cibdadanos ricos que tienen ansimismo muy buenas casas.
Todos ellos demás de tener muy grandes y buenos aposentos tienen muy gentiles
vergeles de flores de diversas maneras ansí en los aposentamientos altos como
bajos. Por la una calzada que a esta grand cibdad entra vienen dos caños de
argamasa tan anchos como dos pasos cada uno y tan altos casi como un estado. Y
por el uno dellos viene un golpe de agua dulce muy buena de gordor de un cuerpo
de hombre que va a dar al cuerpo de la cibdad, de que se sirven y beben todos.
El otro que va vacío es para cuando quieren limpiar el otro caño, porque echan
por allí el agua en tanto que se limpia. Y porque el agua ha de pasar por las puentes
a causa de las quebradas por do atraviesa el agua salada echan la dulce por
unas canales tan gruesas como un buey que son de la longura de las dichas
puentes, y ansí se sirve toda la cibdad. Traen a vender el agua por canoas por
todas las calles, y la manera de como la toman del caño es que llegan las
canoas debajo de las puentes por do están las canales y de allí hay hombres en
lo alto que hinchen las canoas, y les pagan por ello su trabajo. En todas las
entradas de la cibdad y en las partes donde descargan las canoas, que es donde
viene la más cantidad de los mantenimientos que entran en la cibdad, hay chozas
hechas donde están personas por guardas y que resciben certun quid de cada cosa
que entra. Esto no sé si lo lleva el señor o si es propio para la cibdad porque
hasta agora no lo he alcanzado, pero creo que para el señor, porque en otros
mercados de otras provincias se ha visto coger aquel derecho para el señor
dellas. Hay en todos los mercados y lugares públicos de la dicha cibdad todos
los días muchas personas, trabajadores y maestros de todos oficios esperando
quien los alquile por sus jornales. La gente desta cibdad es de más manera y
primor en su vestir y servicio que no la otra destas otras provincias y
cibdades, porque como allí estaba siempre este señor Muteeçuma y todos los
señores sus vasallos ocurrían siempre a la cibdad había en ella más manera y
policía en todas las cosas. Y por no ser más prolijo en la relación de las
cosas desta grand cibdad (aunque no acabaría tan aína) no quiero decir más sino
que en su servicio y trato de la gente della hay la manera casi de vevir que en
España y con tanto concierto y orden como allá, y que considerando esta gente
ser bárbara y tan apartada del conoscimiento de Dios y de la comunicación de
otras naciones de razón, es cosa admirable ver la que tienen en todas las
cosas. En lo del servicio de Muteeçuma y de la cosas de admiración que tenía
por grandeza y estado hay tanto que escrebir que certifico a Vuestra Alteza que
yo no sé por dó comenzar que pueda acabar de decir alguna parte dellas. Porque,
como ya he dicho, ¿qué más grandeza puede ser que un señor bárbaro como éste
tuviese contrafechas de oro y plata y piedras y plumas todas las cosas que
debajo del cielo hay en su señorío tan al natural lo de oro y plata que no hay
platero en el mundo que mejor lo hiciese; y lo de las piedras, que no baste
juicio [para] comprehender con qué instrumentos se hiciese tan perfeto; y lo de
pluma, que ni de cera ni en ningún broslado se podría hacer tan maravillosamente?
El señorío de tierras que este Muteeçuma tenía no se ha podido alcanzar cuánto
era, porque a ninguna parte ducientas leguas de un cabo y de otro de aquella su
grand cibdad inviaba sus mensajeros que no fuese cumplido su mandado, aunque
había algunas provincias en medio de estas tierras con quien él tenía guerra.
Pero [por] lo que se alcanzó y yo pude dél comprehender era su señorío tanto
casi como España, porque hasta sesenta leguas desa parte de Putunchan, que es
el río de Grisalba, invió mensajeros a que se diesen por vasallos de Vuestra
Majestad los naturales de una cibdad que se dice Cumantan que había desde la
gran cibdad a ella ducientas y veinte leguas, porque las ciento y cincuenta yo
he fecho andar y ver a los españoles. Todos los más de los señores destas
tierras y provincias, en especial los comarcanos, residían, como ya he dicho,
mucho tiempo del año en aquella gran cibdad, y todos o los más tenían sus hijos
primogénitos en el servicio del dicho Muteeçuma. En todos los señoríos destos
señores tenía fuerzas fechas y en ellas gente suya y sus gobernadores y
cogedores del servicio y renta que de cada provincia le daban. Y había cuenta y
razón de lo que cada uno era obligado a dar, porque tienen carateres y figuras
escriptas en el papel que facen por donde se entienden. Cada una destas
provincias servía con su género de servicio segúnd la calidad de la tierra, por
manera que a su poder venía toda suerte de cosas que en las dichas provincias
había. Y era tan temido de todos, así presentes como absentes, que nunca
príncipe del mundo lo fue más. Tenía así fuera de la cibdad como dentro muchas
casas de placer y cada una de su manera de pasatiempo tan bien labradas como se
podría decir y cuales requerían ser para un gran príncipe y señor. Tenía dentro
de la cibdad sus casas de aposentamiento tales y tan maravillosas que me
parescería casi imposible poder decir la bondad y grandeza dellas, y por tanto
no me porné a expresar cosa dellas más de que en España no hay su semejable.
Tenía una casa poco menos buena que ésta donde tenía un muy hermoso jardín con
ciertos miradores que salían sobre él y los mármoles y losas dellos eran de
jaspe muy bien obrados. Había en esta casa aposentamiento para se aposentar dos
muy grandes príncipes con todo su servicio. En esta casa tenía diez estanques
de agua donde tenía todos los linajes de aves de agua que en estas partes se
hallan, que son muchos y diversos, todas domésticas. Y para las aves que se
crían en la mar eran los estanques de agua salada y para las de ríos lagunas de
agua dulce, la cual agua vaciaban de cierto a cierto tiempo por la limpieza y
la tornaban a henchir con sus caños. Y a cada género de aves se daba aquel
mantenimiento que era propio a su natural y con que ellas en el campo se
mantenían, de forma que a las que comían pescado gelo daban; y a las que
gusanos, gusanos; ya las que maíz, maíz; y las que otras semillas más menudas,
por consiguiente gelas daban. Y certifico a Vuestra Alteza que a las aves que
solamente comían pescado se les daba cada día diez arrobas del que se toma en
la laguna salada. Había para tener cargo destas aves trecientos hombres que en
ninguna otra cosa entendían. Había otros hombres que solamente entendían en
curar las aves que adolecían. Sobre cada alberca y estanques de estas aves había
sus corredores y miradores muy gentilmente labrados donde el dicho Muteeçuma se
venía a recrear y a las ver. Tenía en esta casa un cuarto en que tenía hombres
y mujeres y niños blancos de su nascimiento en el rostro y cuerpo y cabellos y
pestañas y cejas. Tenía otra casa muy hermosa donde tenía un grand patio losado
de muy gentiles losas todo él hecho a manera de un juego de ajedrez. Y las
casas eran hondas cuanto estado y medio y tan grandes como seis pasos en
cuadra, y la mitad de cada una de estas casas era cubierta el soterrado de
losas y la mitad que quedaba por cobrir tenía encima una red de palo muy bien
hecha. Y en cada una de estas casas había una ave de rapiña, comenzando de
cernícalo hasta águila todas cuantas se hallan en España y muchas más raleas
que allá no se han visto. Y de cada una destas raleas había mucha cantidad, y
en lo cubierto de cada una destas casas había un palo como alcandra y otro
fuera debajo de la red, que en el uno estaban de noche y cuando llovía y en el
otro se podían salir al sol y al aire a curarse. A todas estas aves daban todos
los días de comer gallinas y no otro mantenimiento. Había en esta casa ciertas
salas grandes bajas todas llenas de jaulas grandes de muy gruesos maderos muy
bien labrados y encajados, y en todas o en las más había leones, tigres, lobos,
zorras y gatos de diversas maneras y todos en cantidad, a las cuales daban de
comer gallinas cuantas les bastaban, y para estos animales y aves había otros
trecientos hombres que tenían cargo dellos. Tenía otra casa donde tenía muchos
hombres y mujeres mostruos, en que había enanos, concorbados y contrechos y
otros con otras disformidades, y cada una manera de mostruos en su cuarto por
sí, y también había para éstos personas dedicadas para tener cargo dellos. Y las
otras casas de placer que tenía en su cibdad dejo de decir por ser muchas y de
muchas calidades. La manera de su servicio era que todos los días luego en
amanesciendo eran en su casa más de seiscientos señores y personas prencipales,
los cuales se sentaban. Y otros andaban por unas salas y corredores que había
en la dicha casa y allí estaban hablando y pasando tiempo sin entrar donde su
persona estaba. Y los servidores déstos y personas de quien se acompañaban
hinchían dos o tres grandes otros patios y la calle, que era muy grande, y
éstos estaban sin salir de allí todo el día hasta la noche. Y al tiempo que
traían de comer al dicho Muteeçuma ansimismo lo traían a todos aquellos señores
tan complidamente como a su persona, y también a los servidores y gente déstos
les daban sus raciones. Había cotidianamente la despensa y botillería abierta
para todos aquellos que quisiesen comer y beber. La manera de cómo le daban de
comer es que venían trecientos o cuatrocientos mancebos con el manjar, que era
sin cuento, porque todas las veces que comía o cenaba le traían de todas las
maneras de manjares, ansí de carnes como de pescados y frutas y hierbas que en
toda la tierra se podían haber. Y porque la tierra es fría traían debajo de
cada plato y escudilla de mansar un braserico con brasa porque no se enfriase.
Poníanle todos los manjares juntos en una grand sala en que él comía que casi
toda se henchía, la cual estaba toda muy bien esterada y muy limpia, y él
estaba sentado en una almohada de cuero pequeña muy bien hecha. Al tiempo que
comía estaban allí desviados dél cinco o seis señores ancianos a los cuales él
daba de lo que comía. Y estaba en pie uno de aquellos servidores que le ponía y
alzaba los manjares y pedía a los otros que estaban más afuera lo que era nescesario
para el servicio, y al prencipio y fin de la comida y cena siempre le daban
agua a manos, y con la tuvalla que una vez se limpiaba nunca se limpiaba más,
ni tampoco los platos y escudillas en que le traían una vez el manjar se los
tornaban a traer sino siempre nuevos, y así hacían de los brasericos. Vestíase
todos los días cuatro maneras de vestiduras todas nuevas, y nunca más se las
vestía otra vez. Todos los señores que entraban en su casa no entraban
calzados, y cuando iban delante dél algunos que él inviaba a llamar llevaban la
cabeza y ojos inclinados y el cuerpo muy humillado. Y hablando con él no le
miraban a la cara, lo cual hacían por mucho acatamiento y reverencia. Y sé que
lo hacían por este respeto porque ciertos señores reprehendían a los españoles
diciendo que cuando hablaban conmigo estaban esentos mirándome a la cara, que
parescía desacatamiento y poca vergüenza. Cuando salía fuera el dicho
Muteeçuma, que era pocas veces, todos los que iban con él y los que topaba por
las calles le volvían el rostro y en ninguna manera le miraban, y todos los
demás se prostraban hasta que él pasaba. Llevaba siempre delante de sí un señor
de aquellos con tres varas delgadas altas, que creo se hacía porque se supiese
que iba allí su persona, y cuando lo descendían de las andas tomaba la una en
la mano y llevábala hasta adonde iba. Eran tantas y tan diversas las maneras y
cerimonias que este señor tenía en su servicio, que era nescesario más espacio
del que yo al presente tengo para las relatar y aun mejor memoria para las
retener, porque ninguno de los soldanes ni otro ningúnd señor infiel de los que
hasta agora se tiene noticia no creo que tantas ni tales cerimonias en su
servicio tengan. En esta grand cibdad estuve proveyendo las cosas que parescía
que convenían al servicio de Vuestra Sacra Majestad, y pacificando y atrayendo
a él muchas provincias y tierras pobladas de muy grandes y muchas cibdades y
villas y fortalezas, y descubriendo minas y sabiendo e inquiriendo muchos
secretos de las tierras del señorío deste Muteeçuma como de otras que con él
confinaban y él tenía noticia, que son tantas y tan maravillosas que son casi
increíbles. Y todo con tanta voluntad y contentamiento del dicho Muteeçuma y de
todos los naturales de las dichas tierras como si de ab iniçio hobieran
conoscido a Vuestra Sacra Majestad por su rey y señor natural, y no con menos
voluntad hacían las cosas que en su real nombre les mandaba. En las cuales
dichas cosas y en otras no menos útiles al servicio de Vuestra Alteza gasté de
ocho de noviembre de mill y quinientos y diez y nueve hasta entrante el mes de
mayo deste año presente, que estando en toda quietud y sosiego en esta dicha
cibdad, teniendo repartidos muchos de los españoles por muchas y diversas
partes pacificando y poblando esta tierra con mucho deseo que viniesen navíos
con la respuesta de la relación que a Vuestra Majestad había hecho desta tierra
para con ellos inviar la que agora envío y todas las cosas de oro y joyas que
en ella había habido para Vuestra Alteza, vinieron a mí ciertos naturales desta
tierra, vasallos del dicho Muteeçuma de los que en la costa del mar moran, y me
dijeron cómo junto a las sierras de Sant Martín, que son en la dicha costa
antes del puerto o bahía de Sant Juan, habían llegado diez y ocho navíos, y que
no sabían quién eran porque ansí como los vieron en la mar me lo vinieron a
hacer saber. Y tras estos dichos indios vino otro natural de la isla
Fernandina, el cual me trajo una carta de un español que yo tenía puesto en la
costa para que si navíos viniesen les diese razón de mí y de aquella villa que
allí estaba cerca de aquel puerto, porque no se perdiesen. En la cual dicha
carta se contenía que en tal día había asomado un navío frontero del dicho
puerto de Sant Juan solo, y que había mirado por toda la costa de la mar cuanto
su vista podía comprehender y que no había visto otro, y que creía que era la
nao que yo había inviado a Vuestra Sacra Majestad porque ya era tiempo que
viniese, y que para más certificarse él quedaba esperando que la dicha nao
llegase al puerto para se informar della, y que luego vernía a me traer la
relación. Vista esta carta, despaché dos españoles, uno por un camino y otro
por otro porque no errasen algúnd mensajero si de la nao viniese, a los cuales
dije que llegasen hasta el dicho puerto y supiesen cuántos navíos eran llegados
y de dónde eran y lo que traían, y se volviesen a la más priesa que fuese
posible a me lo hacer saber. Y ansimismo despaché otro a la villa de la Vera
Cruz a les decir lo que de aquellos navíos había sabido para que de allá
ansimesmo se informasen y me lo hiciesen saber, y otro al capitán que con los
ciento y cincuenta hombres inviaba a hacer el pueblo de la provincia y pueblo
de Quacucalco, al cual escrebí que doquiera que el dicho mensajero le alcanzase
se estuviese y no pasase adelante hasta que yo segunda vez le escribiese,
porque tenía nueva que eran llegados al puerto ciertos navíos. El cual, según
después paresció, ya cuando llegó mi carta sabía de la venida de los dichos
navíos. E inviados estos dichos mensajeros, se pasaron quince días que ninguna
cosa supe ni hobe respuesta de ninguno dellos, de que no estaba poco espantado.
Y pasados estos quince días vinieron otros indios, asimesmo vasallos del dicho
Muteeçuma, de los cuales supe que los dichos navíos estaban ya surtos en el
dicho puerto de Sant Juan y la gente desembarcada, y traían por copia que había
ochenta caballos y ochocientos hombres y diez o doce tiros de fuego, lo cual
todo traían figurado en un papel de la tierra para lo mostrar al dicho
Muteeçuma y dijéronme cómo el español que yo tenía puesto en la costa y los
otros mensajeros que yo había inviado estaban con la dicha gente, y que les
habían dicho a estos indios que el capitán de aquella gente no los dejaban
venir y que me lo dijesen. Y sabido esto, acordé de inviar un religioso que yo
traje en mi compañía con una carta mía y otra de alcaldes y regidores de la
villa de la Vera Cruz que estaban conmigo en la dicha cibdad, las cuales iban
derigidas al capitán y gente que a aquel puerto había llegado haciéndole saber
muy por estenso lo que en esta tierra me había suscedido y cómo tenía muchas
cibdades y villas y fortalezs ganadas y conquistadas y pacíficas y subjetas al
real servicio de Vuestra Majestad y preso al señor prencipal de todas estas
partes, y cómo estaba en aquella gran cibdad e la calidad della y el oro y
joyas que para Vuestra Alteza tenía y cómo había inviado relación desta tierra
a Vuestra Majestad; y que les pedía por merced me ficiesen saber quién eran, y
si eran vasallos naturales de los reinos y señoríos de Vuestra Alteza me
escribiesen si venían a esta tierra por su real mandado o a poblar y estar en
ella o si pasaban adelante o habían de volver atrás o si traían alguna
nescesidad, que yo les haría proveer de todo lo que a mí posible fuese; y que
si eran de fuera de los reinos de Vuestra Alteza ansimesmo me hiciese saber si
traían alguna nescesidad porque también lo remediaría, pudiendo; donde no, les
requería de parte de Vuestra Majestad que luego se fuesen de sus tierras y no
saltasen en ellas, con aprecibimiento que si ansí no lo hiciesen iría contra
ellos con todo el poder que yo tuviese ansí de españoles como de naturales de
la tierra, y los prendería o mataría como a estranjeros que se querían
entremeter en los reinos y señoríos de mi rey y señor. Y partido el dicho
religioso con el dicho despacho, dende en cinco días llegaron a la cibdad de
Temixtitán veinte españoles de los que en la villa de la Vera Cruz tenía, los
cuales me traían un clérigo y otros dos legos que habían tomado en la dicha
villa. De los cuales supe cómo el armada y gente que en el dicho puerto estaba
era de Diego Velázquez, que venía por su mandado y que venía por capitán della
un Pánfilo de Narváez vecino de la isla Fernandina, y que traían ochenta de
caballo y muchos tiros de pólvora y ochocientos peones, entre los cuales
dijeron que había ochenta escopeteros y ciento y veinte ballesteros; y que
venía y se nombraba por capitán general y teniente de gobernador de todas estas
partes por el dicho Diego Velázquez y que para ello traía provisiones de
Vuestra Majestad, y que los mensajeros que yo había inviado y el hombre que en
la costa tenía estaban con el dicho Pánfilo de Narváez y no los dejaban venir.
El cual se había informado dellos de cómo yo tenía poblado allí aquella villa
doce leguas del dicho puerto y de la gente que en ella estaba y ansimismo de la
gente que yo inviaba a Quacucalco, y cómo estaban en una provincia treinta
leguas del dicho puerto que se dice Tuchitebeque y de todas las cosas que yo en
la tierra había fecho en servicio de Vuestra Alteza y las cibdades y villas que
yo tenía conquistadas y pacíficas y de aquella gran cibdad de Temixtitán y del
oro y joyas que en la tierra se había habido, y se había informado dellos de
todas las otras cosas que me habían suscedido; y que a ellos les habia inviado
el dicho Narváez a la dicha villa de la Vera Cruz a que si pudiesen, hablasen
de su parte a los que en ella estaban y los atrajesen a su propósito y se
levantasen contra mí. Y con ellos me trajeron más de cient cartas que el dicho
Narváez y los que con él estaban inviaban a los de la dicha villa, diciendo que
diesen crédito a lo que aquel clérigo y los otros que iban con él de su parte
les dijesen y prometiéndoles que si ansí lo ficiesen, que por parte del dicho
Diego Velázquez y dél en su nombre les serían fechas muchas mercedes, y los que
lo contrarío ficiesen habían de ser muy mal tratados, y otras muchas cosas que
en las dichas cartas se contenían y el dicho clérigo y los que con él venian
dijeron. Y casi junto con éstos vino un español de los que iban a Quacucalco
con cartas del capitán que era un Juan Velázquez de León, el cual me hacia
saber cómo la gente que había llegado al puerto era Pánfilo de Narváez, que
venía en nombre de Diego Velázquez, con la gente que traían. Y me invió una
carta que el dicho Narváez le había inviado con un indio como a pariente del
dicho Diego Velázquez y cuñado del dicho Narváez, en que por ella le decía cómo
de aquellos mensajeros míos había sabido que estaba allí con aquella gente, que
luego se fuese con ella a él porque en ello haría lo que complía y lo que era
obligado a sus deudos, y que bien creía que yo le tenía por fuerza y otras
cosas que el dicho Narváez le escribía. El cual dicho capitán, como más
obligado al servicio de Vuestra Majestad, no sólo dejó de aceptar lo que el
dicho Narváez por su letra le decía, mas aun luego se partió después de me
haber inviado la carta para se venir a juntar con toda la gente que tenía
conmigo. Y después de me haber informado de aquel clérigo y de los otros dos
que con él venían de muchas cosas y de la intención de los del dicho Diego
Velázquez y Narváez y de cómo se habían movido con aquella armada y gente
contra mí porque yo había inviado la relación y cosas desta tierra a Vuestra
Majestad y no al dicho Diego Velázquez, y cómo venían con dañada voluntad para
me matar a mí y a muchos de mi compañía que ya desde allá traían señalados. Y
supe ansimesmo cómo el licenciado Figueroa, juez de residencia en la isla Española,
y los jueces y oficiales de Vuestra Alteza que en ella residen, sabido por
ellos cómo el dicho Diego Velázquez facía la dicha armada y la voluntad con que
la hacía, constándoles el daño y deservicio que de su venida a Vuestra Majestad
podía redundar, inviaron al licenciado Lucas Vázquez de Aylón, uno de los
dichos jueces, con su poder a requerir y mandar al dicho Diego Velázquez no
inviase la dicha armada. El cual vino y halló al dicho Diego Velázquez con toda
la gente armada en la punta de la dicha isla Fernandina ya que quería pasar, y
que allí le requeríó a él y a todos los que en la dicha armada venían que no
viniesen porque dello Vuestra Alteza era muy deservido, y sobre ello les impuso
muchas penas, las cuales no ostante ni todo lo por el dicho licenciado
requerido ni mandado, todavía había inviado la dicha armada; y que el dicho
licenciado Aylón estaba en el dicho puerto, que había venido juntamente con
ella pensando de evitar el daño que de la venida de la dicha armada se siguía,
porque a él y a todos era notorío el mal propósito y voluntad con que la dicha
armada venía. Envié al dicho clérigo con una carta mía para el dicho Narváez
por la cual le decía cómo yo había sabido del dicho clérigo y de los que con él
habían venido cómo él era el capitán de la gente que aquella armada traía, y
que holgaba que fuese él, porque tenía otro pensamiento veyendo que los
mensajeros que yo había inviado no venían; pero que pues él sabía que yo estaba
en esta tierra en servicio de Vuestra Alteza, me maravillaba no me escribiese o
enviase mensajero faciéndome saber de su venida, pues sabía que yo había de
holgar con ella así por él ser mi amigo mucho tiempo había como porque creía
que él venía a servir a Vuestra Alteza, que era lo que yo más deseaba; e inviar
como había inviado sobornadores y carta de inducimiento a las personas que yo
tenía en mi compañía en servicio de Vuestra Majestad para que se levantasen
contra mí y se pasasen a él, como si fuéramos los unos infieles y los otros
cristianos o los unos vasallos de Vuestra Alteza y los otros sus deservidores;
y que le pedía por merced que de allí adelante no tuviese aquellas formas,
antes me ficiese saber la causa de su venida; y que me habían dicho que se
intitulaba capitán general y teniente de gobernador por Diego Velázquez y que
por tal se había fecho pregonar en la tierra, y que había hecho alcaldes y
regidores y ejecutado justicia, lo cual era en mucho deservicio de Vuestra
Alteza y contra todas sus leyes, porque siendo esta tierra de Vuestra Majestad
y estando poblada de sus vasallos y habiendo en ella justicia y cabildo, que no
se debía intitular de los dichos oficios ni usar dellos sin ser primero a ellos
recibido puesto que para los ejercer trujese provisiones de Vuestra Majestad;
las cuales, si traía, le pedía por merced y le requería las presentase ante mí
y ante el cabildo de la Vera Cruz, y que dél y de mí serían obedescidos como
cartas y provisiones de nuestro rey y señor natural, y complidas en cuanto al
real servicio de Vuestra Majestad conviniese, porque yo estaba en aquella
cibdad y en ella tenía preso a aquel señor y tenía mucha suma de oro y joyas
así de lo de Vuestra Alteza como de los de mi compañía y mío, lo cual yo no
osaba dejar con temor que salido yo de la dicha cibdad, la gente se rebellase y
perdiese tanta cantidad de oro y joyas y tal cibdad, mayormente que perdida
aquélla, era perdida toda la tierra. Y ansimismo di al dicho clérígo una carta
para el dicho licenciado Aylón, el cual, según después yo supe, al tiempo que
el dicho clérigo llegó había prendido el dicho Narváez e inviado preso con dos
navíos. El día que el dicho clérigo se partió me llegó un mensajero de los que
estaban en la villa de la Vera Cruz por el cual me hacían saber que toda la
gente de los naturales de la tierra estaban levantados y hechos con el dicho
Narváez, en especial los de la cibdad de Cempoal y su partido; y que ninguno
dellos quería venir a servir a la dicha villa así en la fortaleza como en las
otras cosas en que solían servir porque decían que Narváez les había dicho que
yo era malo y que me venía a prender a mí y a todos los de mi compañía y
llevarnos presos y dejar la tierra, y que la gente que el dicho Narváez traía
era mucha y la que yo traía poca, y que él traía muchos caballos y muchos tiros
e que yo tenía pocos, y que querían ser a viva quien vence; y que también me
hacían saber que eran informados de los dichos indios que el dicho Narváez se
venia a aposentar a la dicha cibdad de Cempoal y que ya sabía cuán cerca estaba
de aquella villa, y que creían, segúnd eran informados, del mal propósito que
el dicho Narváez contra todos traía, que desde allí vernía sobre ellos y
teniendo de su parte los indios de la dicha cibdad, y por tanto me hacían saber
que ellos dejaban la villa sola por no pelear con ellos, y por evitar escándalo
se sobían a la sierra a casa de un señor vasallo de Vuestra Alteza y amigo
nuestro, y que allí pensaban estar hasta que yo les inviase a mandar lo que
hiciesen. Y como yo vi el grand daño que se comenzaba a revolver y cómo la
tierra se levantaba a causa del dicho Narváez, parescióme que con ir yo donde
él estaba se apaciguaría mucho porque viéndome los indios presente no se
osarían levantar, y también porque pensaba dar orden con el dicho Narváez cómo
tan gran mal como se comenzaba cesase. Y así me partí aquel mesmo día dejando
la fortaleza muy bien bastecida de maíz y de agua y quinientos hombres dentro
en ella y algunos tiros de pólvora. Y con la otra gente que allí tenía, que
serían hasta setenta hombres, seguí mi camino con algunas personas prencipales
de los del dicho Muteeçuma, al cual yo antes que me partiese hice muchos
razonamientos diciéndole que mirase que él era vasallo de Vuestra Alteza y que
agora había de recebir mercedes de Vuestra Majestad por los servicios que le
había hecho; y que aquellos españoles le dejaba encomendados con todo aquel oro
y joyas que él me había dado y mandó dar para Vuestra Alteza, porque yo iba a
aquella gente que allí había venido a saber qué gente era, porque hasta
entonces no lo había sabido y creía que que debía de ser alguna mala gente y no
vasallos de Vuestra Alteza. Y él me prometió de los hacer proveer todo lo
nescesario y guardar mucho todo lo que allí dejaba puesto para Vuestra
Majestad, y que aquellos suyos que iban conmigo me llevarían por camino que no
saliese de su tierra y me harían proveer en él de todo lo que hubiese menester;
y que me rogaba si aquella fuese gente mala que se lo hiciese saber, porque
luego proveería de mucha gente de guerra para que fuese a pelear con ellos y
echarlos fuera de la tierra. Lo cual todo yo le agradescí y certifiqué que por
ello Vuestra Alteza le mandaría facer muchas mercedes, y le di muchas joyas y
ropas a él y a un hijo suyo y a muchos señores que estaban con él a la sazón. Y
en una cibdad que se dice Churultecal topé a Juan Velázquez, capitán que, como
he dicho, inviaba a Quacucalco, que con toda la gente se venía. Y sacados
algunos que venían mal dispuestos, que invié a la cibdad con él y con los
demás, seguí mi camino. Y quince leguas adelante desta cibdad de Churultecal
topé a aquel padre religioso de mi compañía que yo había inviado al puerto a
saber qué gente era la del armada que allí había venido, el cual me trajo una
carta del dicho Narváez en que me decía que él traía ciertas provisiones para tener
esta tierra por Diego Velázquez, que luego fuese donde él estaba a las
obedescer y cumplir, y que él tenía hecha una villa y alcaldes y regidores. Y
del dicho religioso supe cómo habían prendido al dicho licenciado Aylón y a su
escríbano y alguacil y los habían inviado en dos navíos; y cómo allá le habían
acometido con partidos para que él atrajese algunos de los de mi compañía y se
pasasen al dicho Narváez, y cómo habían hecho alarde delante dél y de ciertos
indios que con él iban de toda la gente ansí de pie como de caballo y soltar el
artillería que estaba en los navíos y la que tenían en tierra a fin de
atemorizarlos, porque le dijeron al dícho religíoso: "mírad cómo os podéis
defender de nosotros si no hacéis lo que quisiéremos". Y también me dijo cómo
había hallado con el dicho Narváez un señor natural desta tierra vasallo del
dicho Muteeçuma y que le tenía por gobernador suyo en toda su tierra, de los
puertos hasta la costa de la mar, y que supo que el dicho Narváez le había
fablado de parte del dicho Muteeçuma y dádole ciertas joyas de oro, y el dicho
Narváez le había dado también a él ciertas cosillas; y que supo que había
despachado de allí ciertos mensajerosq para el dicho Muteeçuma y enviado a le
decir que él le soltaría; y que venía a prenderme a mí y a los de mi compañía e
irse luego y dejar la tierra, y que él no quería oro, sino, preso yo y los que
conmigo estaban, volverse y dejar la tierra y sus naturales della en su
libertad; finalmente, que supe que su intención era de se aposisionar en la
tierra por su abtorídad, sin pedir que fuese rescebido de ninguna persona; y no
queriendo yo ni los de mi compañía tenerle por capitán y justicia en nombre del
dicho Diego Velázquez, venía contra nosotros a tomarnos por guerra, y que para
ello estaba confederado con los naturales de la tierra, en especial con el
dicho Muteeçuma por sus mensajeros, y como yo viese tan magnifiesto el daño y
deservicio que a Vuestra Majestad de lo susodicho se podía seguir, puesto que
me dijeron el grand poder que traía y aunque traía mandado de Diego Velázquez
que a mí y a ciertos de los de mi compañía que venían señalados que luego que
nos pudiese haber nos ahorcase, no dejé de me acercar más a él, creyendo por
bien hacerle conoscer el gran deservicio que a Vuestra Alteza hacía y poderle
apartar del mal propósito y dañada voluntad que traía. Y así siguí mi camino, y
quince leguas antes de llegar a la ciudad de Cempoal, donde el dicho Narváez
estaba aposentado, llegaron a mí el clérigo dellos que los de la Vera Cruz
habían inviado y con quien yo al dicho Narváez y al licenciado Aylón había
escripto y otro clérigo y un Andrés de Duero, vecino de la isla Fernandina, que
ansimismo vino con el dicho Narváez. Los cuales en respuesta de mi carta me
dijeron de parte del dicho Narváez que yo todavía le fuese a obedescer y tener
por capitán y le entregase la tierra, porque de otra manera me sería hecho
mucho daño porque el dicho Narváez traía grand poder y yo tenía poco, y demás
de la mucha gente de españoles que traía, que los más de los naturales eran en
su favor; y que si yo le quisiese dar la tierra, que me daría de los navíos y
mantenimientos que él traía los que yo quisiese y me dejaría ir en ellos a mí y
a los que conmigo quisiesen ir con todo lo que quisiésemos llevar sin nos poner
impedimento en cosa alguna. Y el uno de los clérígos me dijo que así venía
capitulado del dicho Diego Velázquez que hiciesen conmigo el dicho partido y
para ello había dado su poder al dicho Narváez y a los dichos dos clérígos
juntamente, y que acerca desto me harían todo el partido que yo quisiese. Yo
les respondí que no venía provisión de Vuestra Alteza por donde le debiese
entregar la tierra, y que si alguna traía, que la presentase ante mí y ante el
cabildo de la villa de la Vera Cruz segúnd orden y costumbre de España, y que
yo estaba presto de la obedescer y cumplir; y que hasta tanto por ningúnd
interese ni partido haría lo que él decía, antes yo y los que conmigo estaban
moreríamos en defensa de la tierra, pues la habíamos ganado y tenido por Vuestra
Majestad pacífica y segura y por no ser traidores y desleales a nuestro rey.
Otros muchos partidos me movieron por me atraer a su propósito y ninguno quise
aceptar sin ver provisión de Vuestra Alteza por donde lo debiese hacer, la cual
nunca me quiso mostrar. Y en conclusión, estos clérígos y el dicho Andrés de
Duero y yo quedamos concertados que el dicho Narváez con diez personas y yo con
otras tantas nos viésemos con seguridad de ambas las partes y que allí me
notificase las provisiones si algunas traía, y que yo respondiese. Y yo de mi
parte envié el seguro firmado y él ansimesmo me invió otro firmado de su
nombre, el cual, segúnd me paresció, no tenía pensamiento de guardar, antes
concertó que en la vista se tuviese forma cómo de presto me matasen, y para
ello se señalaron dos de los diez que con él habían de venir y que los demás
peleasen con los que conmigo habían de ir. Porque decían que muerto yo era su
fecho acabado, como de verdad lo fuera si Dios, que en semejantes casos
remedia, no remediara con cierto aviso que de los mismos que eran en la
traición me vino juntamente con el seguro que me inviaban. Lo cual sabido,
escribí una carta al dicho Narváez y otra a los terceros diciéndoles cómo yo
había sabido su mala intención y que no quería ir de aquella manera que ellos
tenían concertado, y luego les invié ciertos requirimientos y mandamientos por
el cual requiría al dicho Narváez que si algunas provisiones de Vuestra Alteza
tenía, me las notificase, y que fasta tanto no se nombrase capitán ni justicia
ni se entremetiese en cosa alguna de los dichos oficios so cierta pena que para
ello le impuse. Y ansimesmo mandaba y mandé por el dicho mandamiento a todas
las personas que con el dicho Narváez estaban que no tuviesen ni obedescieen al
dicho Narváez por tal capitán ni justicia, antes dentro de cierto término que
en dicho mandamiento señalé paresciesen ante mí para que yo les dijese lo que
debían facer en servicio de Vuestra Alteza, con protestación que lo contrario
haciendo, procedería contra ellos como contra traidores y aleves y malos
vasallos que se rebellaban contra su rey y quieren usurpar sus tierras y
señoríos y darlas y aposesionar dellas a quien no pertenescían ni dellas ha
abción ni derecho competente; y que para la ejecución desto, no paresciendo
ante mí ni haciendo lo contenido en el dicho mi mandamiento, iría contra ellos
a los prender y castigar conforme a justicia. Y la respuesta que desto hobe del
dicho Narváez fue prender al escribano y a la persona que con mi poder les
fueron a notificar el dicho mandamiento y tomarles ciertos indios que llevaban,
los cuales estuvieron detenidos hasta que llegó otro mensajero que yo invié a
saber dellos, ante los cuales tornaron a hacer alarde de toda la gente y a
amenazar a ellos y a mí si la tierra no les entregásemos. Y visto que por
ninguna vía yo podía escusar tan grand daño y mal y que la gente naturales de
la tierra se alborotaban y levantaban a más andar, encomendándome a Dios y
pospuesto todo el temor del daño que se me podía seguir, considerando que morir
en servicio de mi rey y por defender y amparar sus tierras y no las dejar
usurpar a mí y a los de mi compañía se nos seguía farta gloria, di mi
mandamiento a Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor, para prender al dicho
Narváez y a los que se llamaban alcaldes y regidores, al cual di ochenta
hombres y les mandé que fuesen con él a los prender, y yo con otros ciento y
setenta, que por todos éramos ducientos y cincuenta hombres, sin tiro de
pólvora ni caballo sino a pie siguí al dicho alguacil mayor para le ayudar si
el dicho Narváez y los otros quisiesen resistir su prisión. Y el día que el
dicho alguacil mayor y la gente y yo llegamos a la cibdad de Cempoal, donde el
dicho Narváez y gente estaba aposentada, supo denuestra ida y salió al campo
con ochenta de caballo y cuatrocientos peones sin los demás que dejó en su
aposento, que era la mesquita mayor de aquella cibdad asaz fuerte, y llegó casi
una legua de donde yo estaba. Y como lo que de mi ida sabía era por lengua de
los indios y no me halló creyó que le burlaban, y volvióse a su aposento,
teniendo aprecebida toda su gente, y puso dos espías casi una legua de la dicha
cibdad. Y como yo deseaba evitar todo escándalo parescióme que sería el menos
yo ir de noche sin ser sentido, si fuese posible, e ir derecho al aposento del
dicho Narváez, que yo y todos los de mi compañía sabíamos muy bien, y
prenderlo, porque preso él, creí que no hobiera escándalo, porque los demás
querían obedescer a la justicia, en especial que los demás dellos venían por
fuerza que el dicho Diego Velázquez les hizo y por temor que no les quitase los
indios que en la isla Fernandina tenían. Y así fue que el día de Pascua de
Espírítu Santo poco más de media noche yo di en el dicho aposento. Y antes topé
las dichas espías que el dicho Narváez tenía puestas, y las que yo delante
llevaba prendieron a la una dellas y la otra se escapó, de quien me informé de
la manera que estaban. Y porque la espía que se había escapado no llegase antes
que yo y diese mandado de mi venida me di la mayor príesa que pude, aunque no
pude tanta que la dicha espía no llegase primero casi media hora, y cuando
llegué al dicho Narváez ya todos los de su compañía estaban armados y
ensillados sus caballos y muy a punto, y velaban cada cuarto ducientos hombres.
Y llegamos tan sin ruido que cuando fuimos sentidos y ellos tocaron alarma
entraba yo por el patio de su aposento, en el cual estaba toda la gente
aposentada y junta. Y tenían tomadas tres o cuatro torres que en él había y
todos los demás aposentos fuertes. Y en la una de las dichas torres donde el
dicho Narváez estaba aposentado tenía a la entrada della hasta diez y nueve
tiros de fuslera, y dimos tanta priesa a subir la dicha torre que no tuvieron
lugar de poner fuego más de a un tiro, el cual quiso Dios que no salió ni fizo
daño ninguno. Y así se subió la torre fasta donde el dicho Narváez tenía su
cámara, donde él y hasta cincuenta hombres que con él estaban pelearon con el
dicho alguacil mayor y con los que con él subieron. Puesto que muchas veces le
requirió que se diese a presión por Vuestra Alteza, nunca quisieron fasta que
se les puso fuego y con él se dieron. Y en tanto que el dicho alguacil mayor
prendía al dicho Narváez, yo con los que conmigo quedaron defendía la subida de
la torre a la demás gente que en su socorro venía y fice tomar toda la
artillería y me fortalecí con ella, por manera que sin muertes de hombres más
de dos que un tiro mató, en una hora eran presos todos los que se habían de
prender. Y tomadas las armas a todos los demás y ellos prometido ser obidientes
a la justicia de Vuestra Majestad, diciendo que fasta allí habían sido
engañados porque les habían dicho que traían provisiones de Vuestra Alteza y
que yo estaba alzado con la tierra y que era traidor a Vuestra Majestad y les
habían hecho entender otras muchas cosas, y como todos conoscieron la verdad y
la mala intención y dañada voluntad del dicho Diego Velázquez y del dicho
Narváez y cómo se habían movido con mal propósito, todos fueron muy alegres
porque así Dios lo había fecho y proveído. Porque certifico a Vuestra Majestad
que si Dios mistiriosamente esto no proveyera y la vitoria fuera del dicho
Narváez fuera el mayor daño que de mucho tiempo acá en españoles tantos por
tantos se ha hecho, porque él ejecutara el propósito que traía y lo que por
Diego Velázquez le era mandado, que era ahorcarme a mí y a muchos de los de mi
compañía porque no hobiese quien del fecho diese razón. Y segúnd de los indios
yo me informé, tenían acordado que si a mí el dicho Narváez prendiese, como él les
había dicho, que no podría ser tan sin daño suyo y de su gente que muchos
dellos y de los de mi compañía no muriesen, y que entre tanto ellos matarían a
los que yo en la cibdad dejaba, como lo acometieron, y después se juntarían y
darían sobre los que acá quedasen en manera que ellos y su tierra quedasen
libres y de los españoles no quedase memoria. Y puede Vuestra Alteza ser muy
cierto que si ansí lo ficieran y salieran con su propósito, de hoy en veinte
años no se tornara a ganar y a pacificar la tierra que estaba ganada y
pacífica. Dos días después de preso el dicho Narváez, porque en aquella cíbdad
no se podía sostener tanta gente junta - mayormente que ya estaba casi
destruida, porque los que con el dicho Narváez estaban en ella la habían robado
y los vecinos della estaban absentes y sus casas solas - despaché dos capitanes
con cada ducientos hombres, el uno para que fuese a hacer el pueblo en el
puerto de Qucicacalco que, como a Vuestra Alteza he dicho, de antes inviaba a
hacer, y el otro a aquel río que los navíos de Francisco de Garay dijeron que
habían visto, porque ya lo tenía seguro. Y ansimismo invié otros ducientos
hombres a la villa de la Vera Cruz, donde fice que los navíos que el dicho
Narváez traía viniesen. y con la gente demás me quedé en la dicha cibdad para
proveer lo que al servicio de Vuestra Majestad convenía. Y despaché un
mensajero a la cibdad de Temixtitán y con él hice saber a los españoles que
allí había dejado lo que me había subcedido, el cual dicho mensajero volvió de
ahí a doce días y me trajo cartas del alcalde que allí había quedado en que me
hacía saber cómo los indios les habían combatido la fortaleza por todas las
partes della y puéstoles fuego por muchas partes y hecho ciertas minas, y que
se habían visto en mucho trabajo y peligro y todavía los mataran si el dicho
Muteeçuma no mandara cesar la guerra, y que aún los tenía cercados puesto que
no los combatían, sin dejar salir ninguno dellos dos pasos fuera de la
fortaleza; y que les habían tomado en el combate mucha parte del bastimento que
yo les había dejado y que les habían quemado los cuatro bergantines que yo allí
tenía, y que estaban en muy estrema nescesidad y que por amor de Dios los
socorríese a mucha príesa. Y vista la nescesidad en que estos españoles
estaban, y quesi no los socorría demás de los matar los indios y perderse todo
el oro y plata y joyas que en la tierra se habían habido así de Vuestra Alteza
como de españoles y mío y se perdia la más noble y mejor cibdad de todo lo
nuevamente descubierto del mundo, y ella perdida, se perdía todo lo que estaba
ganado por ser la cabeza de todo y a quien todos obedescían, y luego despaché
mensajeros a los capitanes que había inviado con la gente haciéndoles saber lo
que me habían escripto de la grand cibdad, para que luego dondequiera que los
alcanzasen volviesen y por el camino prencipal y más cercano se fuesen a la
provincia de Tascaltecal, donde yo con la gente estaba en mi compañía, y con
toda la artillería que pude y con setenta de caballo me fui a juntar con ellos.
Y allí juntos y hecho alarde, se hallaron los dichos setenta de caballo y
quinientos peones, y con ellos a la mayor príesa que pude me partí para la
dicha cibdad, y en todo el camino nunca me salió a rescebir ninguna persona del
dicho Muteeçuma como antes lo solían facer. Y toda la tierra estaba alborotada
y casi despoblada, de que concebí mala sospecha, creyendo que los españoles que
en la dicha cibdad habían quedado eran muertos y que toda la gente de la tierra
estaba junta esperándome en algún paso o parte donde ellos se podrían
aprovechar mejor de mí. Y con este temor fui al mejor recabdo que pude hasta
que llegué a la cibdad de Tesuacan, que, como ya he hecho relación a Vuestra
Majestad, está en la costa de aquella grand laguna. Y allí pregunté a algunos
de los naturales della por los españoles que en la grand cibdad habían quedado,
los cuales me dijeron que eran vivos. Y yo les dije que me trujesen una canoa
porque quería inviar un español a lo saber, y en tanto que aquél iba había de
quedar conmigo un natural de aquella cibdad que parescía algo prencipal, porque
los señores y prencipales della de quien yo tenía noticia no parescía ninguno.
Y él mandó traer la canoa e invió ciertos indios con el español que yo inviaba
y se quedó conmigo. Y estándose embarcando este español para ir a la dicha
ciudad de Temixtitán vio venir por la mar otra canoa y esperó a que llegase al
puerto, y en ella venía uno de los españoles que habían quedado en la dicha
cibdad de quien supe que eran vivos todos expceto cinco o seis que los indios
habían muerto, y que los demás estaban todavía cercados y que no les dejaban
salir de la fortaleza ni les proveían de cosas que habían menester sino por
mucha copia de rescate, aunque después que de mi ida habían sabido lo hacían
algo mejor con ellos, y que el dicho Muteeçuma decía que no esperaba sino a que
yo fuese para que luego tornasen a andar por la cibdad como antes solían. Y con
el dicho español me invió el dicho Muteeçuma un mensajero suyo en que me decía
que ya creía que debía saber lo que en aquella cibdad había acaescido, y que él
tenía pensamiento que por ello yo venía enojado y traía voluntad de le hacer
algúnd daño, que me rogaba perdiese el enojo porque a él le había pesado tanto
cuanto a mí y que ninguna cosa se había hecho por su voluntad y consentimiento.
Y me invió a decir otras cosas para me aplacar la ira que el creía que yo traía
por lo acaescido y que me fuese a la cibdad a aposentar como antes estaba,
porque no menos se haría en ella lo que yo mandase que antes se solía facer. Yo
le invié a decir que no traía enojo ninguno dél porque bien sabía su buena
voluntad, y que ansí como él lo decía lo haría yo. Y otro día siguiente, que
fue víspra de San Juan Baptista, me partí, y dormí en el camino a tres leguas
de la dicha grand cibdad. Y el día de Sant Juan después de haber oído misa me
partí, y entré en ella casi a mediodía y vi poca gente por la cibdad y algunas
puertas de las incrucijadas y traviesas de las calles quitadas que no me
paresció bien, aunque pensé que lo hacían de temor de lo que habían fecho y que
entrando yo los aseguraría, y con esto me fue a la fortaleza, en la cual y en
aquella mesquita mayor que estaba junto a ella se aposentó toda la gente que
conmigo venía. Y los que estaban en la fortaleza nos rescibieron con tanta
alegría como si nuevamente les diéramos las vidas, que ya ellos estimaban
perdidas, y con mucho placer estuvimos aquel día y noche creyendo que ya todo
estaba pacífico. Y otro día después de misa inviaba un mensajero a la villa de
la Vera Cruz por les dar buenas nuevas de cómo los cristianos eran vivos y yo
había entrado en la cibdad y estaba segura, el cual mensajero volvió dende a
media hora todo descalabrado y herido dando voces que todos los indios de la
cibdad venían de guerra y que tenían todas las puentes alzadas, y junto tras él
da sobre nosotros tanta multitud de gente por todas partes que ni las calles ni
azoteas se parescían con gente, la cual venía con los mayores allaridos y grita
más espantable que en el mundo se puede pensar. Y eran tantas las piedras que
nos echaban con hondas dentro en la fortaleza que no parescía sino que el cielo
las llovía, y las flechas y tiraderas eran tantas que todas las paredes y
patios estaban llenos y casi no podíamos andar con ellas. Y yo salí fuera a
ellos por dos o tres partes y pelearon con nosotros muy reciamente, aunque por
la una parte salió un capitán con ducientos hombres y antes que se pudiese
recoger le mataron cuatro e hiriéronle a él y a muchos de los otros, y por la
parte que yo andaba me hirieron a mí y a muchos de los españoles. Y nosotros
matamos pocos dellos porque se nos acogían de la otra parte de las puentes, y
de las azoteas y tejados nos hacían daño con las piedras, de las cuales ganamos
algunas y quemamos, pero eran tantas y tan fuertes y de tanta gente pobladas y
tan bastecidas de piedras y otros géneros de armas que no bastábamos para gelas
tomar todos ni defendemos que ellos no nos ofendiesen a su placer. En la
fortaleza daban tan recio combate que por muchas partes nos pusieron fuego, y
por la una se quemó mucha parte della sin la poder remediar hasta que la
atajamos cortando las paredes y derrocando un pedazo que mató el fuego. Y si no
fuera por la mucha guarda que allí puse de escopeteros y ballesteros y otros
tiros de pólvora nos entraran a escala vista sin los poder resistir. Ansí
estuvimos peleando todo aquel día hasta que fue la noche bien entrada, y aun en
ella no nos dejaron sin grita y rebato hasta el día. Y aquella noche hice
reparar los portillos de aquello quemado y todo lo demás que me paresció que en
la fortaleza había flaco, y concerté las estancias y gente que en ellas había
de estar y la que otro día habíamos de salir a pelear fuera e hice curar los
heridos, que eran más de ochenta. Y luego que fue de día ya la gente de los
enemigos nos comenzaba a combatir muy más reciamente que el día pasado, porque
estaban en tanta cantidad dellos que los artilleros no tenían nescesidad de
puntería, sino asestar en los escuadrones de los indios. Y puesto que la
artillería hacía mucho daño, porque jugaban trece falconetes sin las escopetas
y ballestas, hacían tan poca mella que ni se parescía que no lo sentían, porque
por donde llevaba el tiro diez o doce hombres se cerraba luego de gente, que no
parescía que hacían daño ninguno. Y dejado en la fortaleza el recabdo que
convenía y se podía dejar, yo torné a salir y les gané algunas de las puentes y
quemé algunas casas. Y matamos muchos en ellas que las defendían, y eran tantos
que aunque más daño se hiciera hacíamos muy poquita mella. Y a nosotros
convenía pelear todo el día y ellos peleaban por horas, que se remudaban y aun
les sobraba gente. También hirieron aquel día otros cincuenta o sesenta
españoles, aunque no murió ninguno. Y peleamos hasta que fue noche, que de
cansados nos retrujimos a la fortaleza. Y viendo el grande daño que los
enemigos nos hacian y cómo nos herían y mataban a su salvo, y que puesto que
nosotros hacíamos daño en ellos por ser tantos no se parescía, toda aquella
noche y otro día gastamos en hacer tres ingenios de madera. Y cada uno llevaba
veinte hombres, los cuales iban dentro porque con las piedras que nos tiraban
de las azoteas no los pudiesen ofender, porque iban los ingenios cubiertos de
tablas y los que iban dentro eran ballesteros y escopeteros y los demás
llevaban picos y azadones y barras de hierro para horadarles las casas y
derrocar las albaradas que tenían fechas en las calles. Y en tanto que estos
arteficios se hacían no cesaba el combate de los contrarios, en tanta manera
que como no salíamos fuera de la fortaleza se querían ellos entrar dentro, a
los cuales resistimos con harto trabajo. Y el dicho Muteeçuma, que todavía
estaba preso y un hijo suyo con otros muchos señores que al prencipio se habían
tomado, dijo que le sacasen a las azoteas de la fortaleza y que él hablaría a
los capitanes de aquella gente y les haría que cesase la guerra. Y yo lo hice
sacar, y en llegando a un petril que salía fuera de la fortaleza, queriendo
hablar a la gente que por allí combatía le dieron una pedrada los suyos en la
cabeza tan grande que dende a tres días murió. Y yo lo fice sacar así muerto a
dos indios que estaban presos, y a cuestas lo llevaron a la gente. Y no sé lo
que dél se hicieron, salvo que no por eso cesó la guerra, y muy más recia y muy
cruda de cada día. Y este día llamaron por aquella parte por donde habían
herido al dicho Muteeçuma diciendo que me allegase yo allí, que me querían
hablar ciertos capitanes, y ansí lo hice. Y pasamos entre ellos y mí muchas
razones, rogándoles que no peleasen conmigo pues ninguna razón para ello
tenían, y que mirasen las buenas obras que de mí habían rescebido y cómo habían
sido muy bien tratados de mí. La respuesta suya era que me fuese y que les
dejase la tierra y que luego dejarían la guerra, y que de otra manera que
creyese que habían de morir todos o dar fin de nosotros. Lo cual, segúnd
paresció, hacían porque yo me saliese de la fortaleza para me tomar a su placer
al salir de la cibdad entre las puentes. Y yo les respondí que no pensasen que
les rogaba con la paz por temor que les tenía sino porque me pesaba del daño
que les facía y del que les había de facer y por no destruir tan buena cibdad
como aquélla era, y todavía respondían que no cesarían de me dar guerra fasta
que saliese de la ciudad. Después de acabados aquellos ingenios, luego otro día
salí para les ganar ciertas azoteas y puentes, y yendo los ingenios delante y
tras ellos cuatro tiros de fuego y otra mucha gente de ballesteros y rodeleros
y más de tres mill indios de los naturales de Tescaltecal que habían venido
conmigo y servían a los españoles. Y llegados a una puente, posimos los
ingenios arrimados a las paredes de unas azoteas y ciertas escalas que
llevábamos para las subir. Y era tanta la gente que estaba en defensa de la
dicha puente y azoteas y tantas las piedras que de arriba tiraban y tan grandes
que nos desconcertaron los ingenios y nos mataron un español e hirieron otros
muchos sin les poder ganar ni aun un paso aunque puñábamos mucho por ello,
porque peleamos desde la mañana fasta mediodía que nos volvimos con harta
tristeza a la fortaleza, de donde cobraron tanto ánimo que casi a las puertas
nos llegaban. Y tomaron aquella mesquita grande y en la torre más alta y más
prencipal della se subieron fasta quinientos indios que, segúnd paresció, eran
personas prencipales, y en ella subieron mucho mantenimiento de pan y agua y
otras cosas de comer y muchas piedras. Y todos los más tenían lanzas muy largas
con unos hierros de perdenal más anchos que los de las nuestras y no menos
agudos, y de allí hacían mucho daño a la gente de la fortaleza porque estaba
muy cerca della, la cual dicha torre combatieron los españoles dos o tres veces
y la acometieron a sobir, y como era muy alta y tenía la subida agra, porque
tiene ciento y tantos escalones y los de arriba estaban bien pertrechados de
piedras y otras armas y favorescidos a cabsa de no les haber podido ganar las
otras azoteas, ninguna vez los españoles comenzaban a subir que no volvían
rodando, y herían mucha gente y los que de las otras partes los vían cobraban
tanto ánimo que se nos venían hasta la fortaleza sin ningúnd temor. Y yo viendo
que si aquellos salían con tener aquella torre demás de nos hacer della mucho
daño cobraban esfuerzo para nos ofender, salí fuera de la fortaleza aunque
manco de la mano izquierda de una herida que el primero día me habían dado, y
liada la rodela en el brazo fui a la torre con algunos españoles que me
siguieron e hícela cercar toda por bajo porque se podía muy bien hacer, aunque
los cercadores no estaban de balde, que por todas partes peleaban con los
contrarios, de los cuales por favorescer a los suyos se rescrecieron muchos. Y
yo comencé a subir por la escalera de la dicha torre y tras mí ciertos
españoles, y puesto que nos defendían la subida muy reciamente, y tanto que
derrocaron tres o cuatro españoles, con ayuda de Dios y de su gloriosa madre,
por cuya casa aquella torre se había señalado y puesto en ella su imagen, les
subimos la dicha torre. Y arriba peleamos con ellos tanto que les fue forzado
saltar della abajo a unas azoteas que tenían alderredor tan anchas como un paso
- y déstas tenía la dicha torre tres o cuatro, tan altas la una de la otra como
tres estados - y algunos cayeron abajo del todo, que demás del daño que
rescebían de la caída los españoles que estaban abajo alderredor de la torre
los mataban. Y los que en aquellas azoteas quedaron pelearon desde allí tan
reciamente que estuvimos más de tres horas en los acabar de matar por manera
que murieron todos, que ninguno escapó. Y crea Vuestra Sacra Majestad que fue
tanto ganalles esta torre que si Dios no les quebrara las alas bastaban veinte
dellos para resistir la subida a mill hombres, comoquiera que pelearon muy
valientemente hasta que murieron. E fice poner fuego a la torre y a las otras
que en la mesquita había, los cuales habían ya quitado y llevado las imágenes
que en ellas teníamos. Algo perdieron del orgullo con haberles tomado esta
fuerza, y tanto que por todas partes aflojaron en mucha manera. Y luego torné a
aquella azotea y hablé a los capitanes que antes habían hablado conmigo, que
estaban algo desmayados por lo que habían visto. Los cuales luego llegaron, y
les dije que mirasen que no se podian amparar y que les hacíamos cada día mucho
daño y que murian muchos dellos y quemábamos y destruíamos su cibdad, y que no
había de parar fasta no dejar della ni dellos cosa alguna. Los cuales me
respondieron que bien vían que recebían de nos mucho daño y que murian muchos
dellos, pero que ellos estaban ya determinados de morir todos por nos acabar; y
que mirase yo por todas aquellas calles y plazas y azoteas cuán llenas de gente
estaban, y que tenían hecha cuenta que a morir veinticinco mill dellos y uno de
los nuestros nos acabaríamos nosotros primero, porque éramos pocos y ellos
muchos; y que me hacían saber que todas las calzadas de las entradas de la
cibdad eran deshechas - como de hecho pasaba, que todas las habían deshecho
excepto una - y que ninguna parte teníamos por do salir sino por el agua, y que
bien sabían que teníamos pocos mantenimientos y poca agua dulce, que no
podíamos durar mucho que de hambre no nos muriésemos aunque ellos no nos
matasen. Y de verdad que ellos tenían mucha razón, que aunque no tuviéramos
otra guerra sino la hambre y nescesidad de mantenimientos bastaba para morir
todos en breve tiempo. Y pasamos otras muchas razones, favoresciendo cada uno
sus partidos. Ya que fue de noche salí con ciertos españoles, y como los tomé
descuidados ganámosles una calle donde les quemamos más de trecientas casas, y
luego volví por otra ya que allí acudía la gente y ansimesmo quemé muchas casas
della, en especial ciertas azoteas que estaban junto a la fortaleza de donde
nos hacían mucho daño. Y con lo que aquella noche se les hizo rescibieron mucho
temor, y en esta mesma noche hice tornar a adreszar los ingenios que el día
antes nos habían desconcertado. Y por seguir la vitoria que Dios nos daba salí
en amanesciendo por aquella calle donde el día antes nos habían desbaratado,
donde no menos defensa hallamos que primero. Pero como nos iban las vidas y la
honra, porque por aquella calle estaba sana la calzada que iba hasta la tierra
firme aunque hasta llegar a ella había ocho puentes muy grandes y hondas y toda
la calle de muchas y altas azoteas y torres, pusimos tanta determinación y
ánimo que, ayudándonos Nuestro Señor, les ganamos aquel día las cuatro. Y se
quemaron todas las azoteas y casas y torres que había hasta la postrera dellas,
aunque por lo de la noche pasada tenían en todas las puentes hechas muchas y
muy fuertes albarradas de adobes y barro en manera que los tiros y ballestas no
les podían hacer daño, las cuales dichas cuatro puentes cegamos con los adobes
y tierra de las albarradas y con mucha piedra y madera de las casas quemadas,
aunque todo no fuera tan sin peligro que no hiriesen a los españoles. Aquella
noche puse mucho recabdo en guardar aquellas puentes porque no las tomasen a
ganar. Y otro día de mañana torné a salir, y Dios nos dio ansimesmo tan buena
dicha y vitoria que aunque era innumerable gente que defendía las otras puentes
y albarradas y ojos que aquella noche habían hecho, se las ganamos todas y las
cegamos. Ansimesmo fueron ciertos de caballo siguiendo el alcance y vitoria
hasta la tierra firme. Y estando yo reparando aquellas puentes y haciéndolas
cegar viniéronme a llamar a mucha priesa, diciendo que los indios que combatían
la fortaleza pedían paces y me estaban esperando allí ciertos señores capitanes
dellos. Y dejando allí toda la gente y ciertos tiros me fui solo con dos de
caballo a ver lo que aquellos prencipales querían, los cuales me dijeron que si
yo les aseguraba que por lo hecho no serían punidos, que ellos harían alzar el
cerco y tomar a poner los puentes y hacer las calzadas y servirían a Vuestra
Majestad como antes lo facían. Y rogáronme que ficiese traer allí uno como
religioso de los suyos que yo tenía preso, el cual era como general de aquella
relisión, el cual vino y les habló y dio concierto entre ellos y mí, y luego
paresció que inviaban mensajeros, según ellos dijeron, a los capitanes y a la
gente que tenían en las estancias a decir que cesasen el combate que daban a la
fortaleza y toda la otra guerra, y con esto nos despedimos. Y yo metíme a la
fortaleza a comer, y en comenzando, vinieron a mucha priesa a me decir que los
indios habían tomado a ganar las puentes que aquel día les habíamos ganado y
que habían muerto ciertos españoles, de que Dios sabe cuánta alteración
rescebí, porque yo no pensé que había más de hacer con tener ganada la salida.
Y cabalgué a la mayor priesa que pude y corrí por toda la calle adelante con
algunos de caballo que me siguieron, y sin detenerme en alguna parte torné a
romper por los dichos indios y les torné a ganar las puentes y fui en alcance
dellos hasta la tierra firme. Y como los peones estaban cansados y heridos y atemorizados
y vi al presente el grandísimo peligro ninguno me siguió, a cuya causa, después
de pasadas yo las puentes, ya que me quise volver las hallé tomadas y ahondadas
mucho de lo que habíamos cegado, y por la una parte y por la otra de la calzada
llena de gente ansí en la tierra como en el agua en canoas, la cual nos
garrochaba y apedreaba en tanta manera que si Dios mistiriosamente no nos
quisiera salvar era imposible escapar de allí, y aun ya era público entre los
que quedaban en la cibdad que yo era muerto. Y cuando llegué a la postrera
puente de hacia la cibdad hallé a todos los de caballo que conmigo iban caídos
en ella y un caballo suelto, por manera que yo no pude pasar y me fue forzado
de revolver solo contra los enemigos. Y con aquello fice algúnd tanto de lugar
para que los caballos pudiesen pasar, y yo fallé la puente desembarazada y pasé
aunque con harto trabajo, porque había de la una parte a la otra casi un estado
de saltar con el caballo. Y allí me dieron muchas pedradas, las cuales por ir yo
y él bien armados no nos hirieron más de atormentar el cuerpo. Y así quedaron
aquella noche con vitoria y ganadas las dichas cuatro puentes, y yo dejé en las
otras cuatro buen recabdo y fui a la fortaleza e hice hacer una puente de
madera que levaba cuarenta hombres. Y viendo el grand peligro que en que
estábamos y el mucho daño que los indios cada día nos hacían, y temiendo que
también desficiesen aquella calzada como las otras, y desfecha, era forzado
morir todos, y porque de todos los de mi compañía fui requerido muchas veces
que me saliese, y porque todos o los más estaban heridos y tan mal que no
podían pelear, acordé de lo facer aquella noche, Y tomé todo el oro y joyas de
Vuestra Majestad que se podían sacar y púselo en una sala y allí lo entregué en
ciertos líos a los oficiales de Vuestra Alteza que yo en su real nombre tenía
señalados, y a los alcaldes y regidores y a toda la otra gente que allí estaba
les rogué y requerí que me ayudasen a lo sacar y salvar, y di una yegua mía
para ello en la cual se cargó tanta parte cuanta yo podía llevar, y señalé
ciertos españoles, así criados míos como de los otros, que viniesen con el
dicho oro y yegua, y lo demás los dichos oficiales y alcaldes y regidores y yo
lo dimos y repartimos por los españoles para que lo sacasen. Y desamparada la
fortaleza con mucha riqueza ansí de Vuestra Alteza como de los españoles y mía,
me salí lo más secreto que yo pude sacando conmigo un hijo y dos hijas del
dicho Muteeçuma y a Cacamacin, señor de Aculmacán, y al otro su hermano que yo
había puesto en su lugar y a otros señores de provincias y cibdades que allí
tenía presos. Y llegando a las puentes que los indios tenían quitadas, a la
primera dellas se echó la puente que yo traía hecha con poco trabajo, porque no
hobo quien la resistiese exceto ciertas velas que en ellas estaban, las cuales
apellidaban tan recio que antes de llegar a la segunda estaba infinita gente de
los contrarios sobre nosotros combatiéndonos por todas partes, así desde el
agua como de la tierra. Y yo pasé presto con cinco de caballo y con cient
peones, con los cuales pasé a nado todas las puentes y las gané hasta la tierra
firme. Y dejando aquella gente en la delantera torné a la rezaga, donde hallé
que peleaban reciamente y que eran sin comparación el daño que los nuestros
rescebían, ansí los españoles como los indios de Tascaltecal que con nosotros
estaban, y así a todos los mataron, y a muchos naturales de los españoles, y
asimismo habían muerto muchos españoles y caballos, y perdido todo el oro y
joyas y ropa y otras muchas cosas que sacábamos y toda el artillería. Y
recogidos los que estaban vivos, eché los delante, y yo con tres o cuatro de
caballo y fasta veinte peones que osaron quedar conmigo me fui en la rezaga
peleando con los indios fasta llegar a una cibdad que se dice Tacuba que está
fuera de la calzada, de que Dios sabe cúanto trabajo y peligro rescebí, porque
todas las veces que volvía sobre los contrarios salía lleno de flechas y varas
y apedreado, porque como era agua de la una parte y de la otra herían a su
salvo sin temor. Y los que salían a tierra luego volvíamos sobre ellos y
saltaban al agua, así que rescebían muy poco daño si no eran algunos que con
los muchos entropezaban unos con otros y caían, y aquellos morían. Y con este
trabajo y fatiga llevé toda la gente fasta la dicha cibdad de Tacuba sin me
matar ni herir ningúnd español ni indio si no fue uno de los de caballo que iba
conmigo en la rezaga, y no menos peleaban ansí en la delantera como por los
lados, aunque la mayor fuerza era en las espaldas, por do venía la gente de la
gran cibdad. Y llegado a la dicha cibdad de Tacuba, hallé toda la gente
remolinada en una plaza que no sabían donde ir, a los cuales yo di príesa que
se saliesen al campo antes que se recreciese más gente en la dicha cibdad y
tomasen las azoteas, porque nos harían dellas mucho daño. Y los que llevaban la
delantera dijeron que no sabían por dónde habían de salir, y yo los hice quedar
en la rezaga y tomé la delantera hasta los sacar fuera de la dicha cibdad, y
esperé en unas labranzas. Y cuando llegó la rezaga supe que habían rescebido
algún daño y que habían muerto algunos españoles ................ tenían se
había ido con los de Culúa al tiempo que por allí los habíamos corrido creyendo
que no paráramos hasta su pueblo, y que muchos días había que ellos quisieran
mi amistad y haberse venido a ofrescer por vasallos de Vuestra Majestad, sino
que aquel señor no los dejaba ni había querido puesto que ellos muchas veces
gelo habían requerido y dicho; y que agora ellos querían servir a Vuestra
Alteza y que allí había quedado un hermano del dicho señor, el cual siempre
había sido de su opinión y propósito y agora ansimesmo lo era; y que me rogaban
que tuviese por bien que aquél suscediese en el señorío, que aunque el otro volviese
que no consintiese que por señor fuese rescebido, y que ellos tampoco lo
rescebirían. Y yo les dije que por haber sido fasta allí de la liga y
parcialidad de los de Culúa y se haber rebelado contra el servicio de Vuestra
Majestad eran dinos de mucha pena y que ansí tenía pensado de la ejecutar en
sus personas y haciendas, pero que pues habían venido y decían que la causa de
su rebellión y alzamiento había sido aquel señor que tenían, que yo en nombre
de Vuestra Majestad les perdonaba el yerro pasado y los rescibía y admitía a su
real servicio; y que les apercebía que si otra vez semejante yerro cometiesen
serían punidos y castigados, y que si leales vasallos de Vuestra Alteza fuesen
serían de mí en su real nombre muy favorescidos y ayudados. Y ansí lo prometieron.
Esta cibdad de Guacachulla está asentada en un llano arrimada por la una parte
a unos muy altos y ásperos cerros, y por la otra todo el llano la cercan dos
ríos dos tiros de ballesta el uno del otro que cada uno tiene muy altos y
grandes barrancos, y tanto que para la cibdad hay por ellos muy pocas entradas,
y las que hay son ásperas de bajar y subir, que apenas las pueden bajar y subir
cabalgando. Y toda la cibdad está cercada de muy fuerte muro de cal y canto tan
alto como cuatro estados por de fuera de la cibdad y por de dentro está casi
igual con el suelo, y por toda la muralla va su petril tan alto como medio
estado para pelear. Tiene cuatro entradas tan anchas como uno puede entrar a
caballo, y hay en cada entrada tres o cuatro vueltas de la cerca que encabalga
el un lienzo en el otro, y hacia aquellas vueltas hay también encima de la
muralla su petril para pelear. En toda la cerca tienen mucha cantidad de
piedras grandes y pequeñas y de todas maneras con que pelean. Será esta cibdad
de hasta cinco o seis mill vecinos, y terná de aldeas a ella subjectas otros
tantos y más. Tiene muy grand sitio, porque de dentro della hay muchas huertas
y frutas y olores a su costumbre. Y después de haber reposado en esta dicha
cibdad tres dias, fuemos a otra cibdad que se dice Yzçucan que esta cuatro
leguas désta de Buacachula, porque fui informado que en ella ansimismo había
mucha gente de los de Culúa en guarnición, y que los de la dicha cibdad y otras
villas y lugares sus sufraganos eran y se mostraban muy parciales de los de
Culúa porque el señor della era su natural y aun pariente de Muteeçuma. E iba
en mi compañía tanta gente de los naturales de la tierra, vasallos de Vuestra
Majestad, que casi cubrían los campos y sierras que podíamos alcanzar a ver, y de
verdad había más de ciento veinte mill hombres. Y llegamos sobre la dicha
cibdad de Yzçucan a hora de las diez, y estaba despoblada de mujeres y gente
menuda y había en ella hasta cinco o seis mill hombresde guerra muy bien
adreszados. Y como los españoles llegamos delante comenzaron algo a defender su
cibdad, pero en poco rato la desampararon, porque por la parte que fuimos
guiados para entrar en ella estaba razonable entrada. Y seguimoslos por toda la
cibdad hasta que los hecimos saltar por cima de los adarves a un río que por la
otra parte la cerca toda, del cual tenían quebradas las puentes. Y nos
detuvimos algo en pasar y seguimos el alcance hasta legua y media más, en que
creo se escaparon pocos de aquellos que allí quedaron. Y vueltos a la cibdad, invié
dos de los naturales della que estaban presos a que hablasen a las personas
prencipales de la dicha cibdad, porque el señor della se había también ido con
los de Culúa que estaban allí en guarnición, para que los hiciesen volver a su
cibdad, y que yo les prometía en nombre de Vuestra Majestad que siendo ellos
leales vasallos de Vuestra Alteza de allí adelante serían de mí muy bien
tratados y perdonados de rebelión y yerro pasado. Y los dichos naturales
fueron, y de ahí a tres días vinieron algunas personas prencipales y pidieron
perdón de su yerro diciendo que no habían podido más porque habían hecho lo que
su señor les mandó, y que ellos prometían de ahí en delante, pues que su señor
era ido y dejádolos, de servir a Vuestra Majestad muy bien y lealmente. Y yo
les aseguré y dije que se viniesen a sus casas y trajesen a sus mujeres e
hijos, que estaban en otros lugares y villas de su parcialidad. Y les dije que
hablasen ansimesmo a los naturales dellas para que viniesen a mí y que yo les
perdonaba lo pasado, y que no quisiesen que yo hobiese de ir sobre ellos porque
rescibirían mucho daño, de lo cual me pesaría mucho. Y así fue fecho. De ahí a
tres días se tornó a poblar la dicha cibdad de Yzçucan y todos los sufraganos
della vinieron a se ofrecer por vasallos de Vuestra Alteza, y quedó toda
aquella provincia muy segura y por nuestros amigos y confederados con los de
Buacachula. Porque hobo cierta diferencia sobre a quien pertenescía el señorío
de aquella cibdad y provincia de Yzçucan por absencia del que se había ido a
Mésyco, y puesto que hobo algunas contradiciones y parcialidades entre un hijo
bastardo del señor natural de la tierra, que había sido muerto por Muteeçuma, y
puesto el que a la sazón era y casádole con una sobrina suya, y entre un nieto
del dicho señor natural hijo de su hija legítima, la cual estaba casada con el
señor de Buacachula y había habido aquel hijo, nieto del dicho señor natural de
Yzçucan, se acordó entre ellos que heredase el dicho señorío aquel hijo del
señor de Buacachula, que venía de legítima línea de los señores de allí; y
puesto que el otro fuese hijo, que por ser bastardo no debía de ser señor. Y
así quedó, y obedescieron en mi presencia aquel mochacho que es de edad de
hasta diez años y que por no ser de edad para gobernar, que aquel su tío
bastardo y otros tres prencipales, uno de la cibdad de Buacachula y los dos de
la de Yzçucan, fuesen gobernadores de la tierra y tuviesen el mochacho en su
poder hasta tanto que fuese de edad para gobernar. Esta cibdad de Yzçucan será
de hasta tres o cuatro mill vecinos. Es muy concertada en sus calles y trato.
Tenía cient casas de mesquitas y oratorios muy fuertes con sus torres, las
cuales todas se quemaron. Está en un llano a la halda de un cerro mediano donde
tiene una muy buena fortaleza, y por la otra parte de hacia el llano está
cercada de un hondo río que pasa junto a la cerca. Y está cercada de la
barranca del río que es muy alta, y sobre la barranca hecho un petril toda la
cibdad en torno tan alto como un estado. Tenía por toda esta cerca muchas
piedras. Tiene un valle redondo muy fértil de frutas y algodón, que en ninguna
parte de los puertos arriba se hace por la gran frialdad. Y allí es tierra
caliente, y cáusalo que está muy bien abrigada de sierras. Todo este valle se
riega por muy buenas acequias, que tienen muy bien sacadas y concertadas. En
esta cibdad estuve hasta la dejar muy poblada y pacífica. Y a ella vinieron
ansimesmo a se ofrescer por vasallos de Vuestra Majestad el señor de una cibdad
que se dice Buagocingo y el señor de otra cibdad que está que está a diez
leguas désta de Yzçucan y son fronteros de la tierra de Mésyco. También
vinieron de ocho pueblos de la provincia de Coastoaca, que es una de que en los
capítulos antes déste hice minción que habían visto los españoles que yo invié
a buscar oro a la provincia de Zuzula, donde - y en la de Tanlazula, porque
está junto a ella - dije que había muy grandes poblaciones y casas muy bien
obradas de mejor cantería que en ninguna destas partes se había visto, la cual
dicha provincia de Coastoaca está cuarenta leguas de allí de Yzçucan. Y los
naturales de los dichos ocho pueblos se ofrecieron ansimesmo por vasallos de
Vuestra Alteza y dijeron que otros cuatro que restaban en la dicha provincia
vernían muy presto, y me dijeron que les perdonase porque antes no habían
venido, que la causa había sido no osar por temor de los de Culúa, porque ellos
nunca habían tomado armas contra mí ni habían sido en muerte de ningúnd
español, y que siempre después que al servicio de Vuestra Alteza se habían
ofrescido habían sido buenos y leales vasallos suyos en sus voluntades, pero
que no las habían osado magnifestar por temor a los de Culúa. De manera que
puede Vuestra Alteza ser muy cierto que siendo Nuestro Señor servido en su real
ventura, en muy breve tiempo se tornará a ganar lo perdido o mucha parte dello,
porque de cada día se vienen a ofrescer por vasallos de Vuestra Majestad de
muchas provincias y cibdades que antes eran subjetas a Muteeçuma, viendo que
los que ansí lo hacen son de mí muy bien rescibidos y tratados, y los que al
contrario, de cada día destruidos. De los que en la cibdad de Buacachula se
prendieron, en especial de aquel herido, supe muy por extenso las cosas de la
grand cibdad de Timixtitán, y cómo después de la muerte de Muteeçuma había
subscedido en el señorío un hermano suyo señor de la cibdad de Yztapalapa que
se llamaba Cuetravaçin, el cual suscedió en el señorío porque murió en las
puentes el hijo de Muteeçuma que heredaba el señorío. Y otros dos hijos suyos
que quedaron vivos, el uno dizque es loco y el otro perlático, y a esta causa
decían aquellos que había heredado aquel hermano suyo, y también porque él nos
había hecho la guerra y porque lo tenían por valiente hombre muy prudente. Supe
ansimesmo como se fortalecía ansí en la cibdad como en todas las otras de su
señorío y hacía muchas cercas y cavas y fosados y muchos géneros de armas, en
especial supe que hacían lanzas largas como picas para los caballos, y aun ya
habemos visto algunas dellas porque en esta provincia de Tepeaca se hallaron
algunas con que pelearon, y en los ranchos y aposentos en que la gente de Culúa
estaba en Buacachula se hallaron ansimesmo muchas dellas. Otras muchas cosas
supe que por no dar a Vuestra Alteza importunidad dejo. Yo invío a la isla
Española cuatro navíos para que luego vuelvan cargados de caballos y gente para
nuestro socorro. Y ansimesmo invío a comprar otros cuatro para que desde la
dicha Española y cibdad de Santo Domingo trayan caballos y armas y ballestas y
pólvora porque esto es lo que en estas partes es más nescesario, porque peones
rodelleros aprovechan muy poco solos, por ser tanta cantidad de gente y tener
tan fuertes y grandes cibdades y fortalezas. Y escribo al licenciado Rodrigo de
Figueroa y a los oficiales de Vuestra Alteza que residen en la dicha isla que
den para ello todo el favor y ayuda que ser pudiere porque así conviene mucho
al servicio de Vuestra Alteza y a la seguridad de nuestras personas, porque
veniendo esta ayuda y socorro pienso volver sobre aquella grand cibdad y su
tierra. Y creo, como ya a Vuestra Majestad he dicho, que en muy breve tomará al
estado en que antes yo la tenía y se restaurarán las pérdidas pasadas. Y en
tanto, yo quedo haciendo doce bergantines para entrar por la laguna, y estánse
labrando ya la tablazón y piezas dellos porque ansí se han de llevar por
tierra, porque en llegando se liguen y acaben en poco tiempo. Y ansimesmo se
hace clavazón para ellos, y está aparejada pez y estopa y velas y remos y las
otras cosas para ello nescesarias. Y certifico a Vuestra Majestad que hasta
consiguir este fin no pienso tener descanso ni cesar para ello todas las formas
y maneras a mí posibles, posponiendo para ello todo el peligro y trabajo y
costa que se me puede ofrescer. Habrá dos o tres días que por carta del
teniente que en mi lugar está en la villa de la Vera Cruz supe cómo al puerto
de la dicha villa había llegado una carabela pequeña con hasta treinta hombres
de mar y tierra, que diz que venían a buscar a la gente que Francisco de Garay
había inviado a esta tierra, de que ya a Vuestra Alteza he hecho relación, y
cómo había llegado con mucha nescesidad de bastimentos, y tanta, que si no
hobieran hallado allí socorro se murieran de sed y hambre. Y supe dellos cómo
habían llegado al río de Pánuco y estado en él días surtos y no habían visto
gente en todo el río y tierra, de donde se cree que a cabsa de lo que allí
suscedió se ha despoblado aquella tierra. Y asimismo dijo la gente de la dicha
carabela que luego tras ellos habían de venir otros dos navíos del dicho
Francisco de Garay con gente y caballos, y que creían que eran ya pasados la
costa abajo. Y parescióme que cumplía al servicio de Vuestra Alteza porque
aquellos navíos y gente que en ellos iban no se pierda y yendo desproveídos del
aviso de las cosas de la tierra los naturales no hiciesen en ellos más daño de
lo que a los primeros hicieron, inviar la dicha carabela en busca de los dos
navíos para que los avisen de lo pasado y se viniesen al puerto de la dicha
villa donde el capitán que invió el dicho Francisco de Garay primero estaba
esperándolos. Plega a Dios que los halle y a tiempo que no hayan salido en
tierra, porque segúnd los naturales ya están sobre aviso y los españoles sin él
temo rescebirán mucho daño. Y dello Dios Nuestro Señor y Vuestra Alteza serán
muy deservidos, porque sería encarnar más aquellos perros de lo que están
encarnados y darles más ánimo y osadía para acometer a los que adelante fueren.
En un capítulo antes déstos he dicho cómo había sabido que por muerte de Muteeçuma
habían alzado por señor a su hermano que se dice Cuetravaçin, el cual aparejaba
muchos géneros de armas y se fortalecía en la gran cibdad y en otras cibdades
cerca de la laguna. Y agora de poco acá he asimesmo sabido que el dicho
Cuetravacin ha inviado sus mensajeros por todas las tierras y provincias y
cibdades subjetas a aquel señorío a decir y certificar a sus vasallos que él
les hace gracia por un año de todos los tributos y servicios que son obligados
a le hacer, y que no le den ni paguen cosa alguna con tanto que por todas las
maneras que pudiesen hiciesen muy cruel guerra a todos los cristianos hasta los
matar o echar de toda la tierra, y que asimesmo la hiciesen a todos los
naturales que fuesen nuestros amigos y aliados. Y aunque tengo esperanza en
Nuestro Señor que en ninguna cosa saldrá con su intención y propósito, hállome
en muy extrema nescesidad para socorrer y ayudar a los indios nuestros amigos,
porque cada día vienen de muchas cibdades y villas y poblaciones a pedir
socorro contra los indios de Culúa, sus enemigos y nuestros, que les hacen
guerra cuanta pueden a causa de tener nuestra amistad y alianza, y yo no puedo
socorrer a todas partes como querría. Pero, como digo, placerá a Nuestro Señor,
suplirá nuestras pocas fuerzas e inviará presto el socorro, ansí el suyo como
el que yo invío a pedir a la Española. Por lo que yo he visto y comprehendido
cerca de la similitud que toda esta tierra tiene a España, ansí en la
fertelidad como en la grandeza y fríos que en ella hace y en otras muchas cosas
que la equiparan a ella, me paresció que el más conveniente nombre para esta
dicha tierra era llamarse la Nueva España del Mar Océano, y ansí en nombre de
Vuestra Majestad se le puso aqueste nombre. Humillmente suplico a Vuestra
Alteza lo tenga por bien y mande que se nombre ansí Yo he escrípto a Vuestra
Majestad, aunque mal dicho, la verdad de todo lo suscedido en estas partes y
aquello de que más nescesidad hay de hacer saber a Vuestra Alteza. Y por otra
mía que va con la presente invío a suplicar a Vuestra Real Exelencia mande
inviar una persona de confianza que haga inquisición y pesquisa de todo e
informe a Vuestra Sacra Majestad dello. También en ésta lo torno humillmente a
suplicar, porque en tan señalada merced lo terné como en dar entero crédito a
lo que escribo. Muy Alto y Muy Exelentísimo Príncipe: Dios Nuestro Señor la
vida y muy real persona y muy poderoso estado de Vuestra Sacra Majestad
conserve y abmente por muy largos tiempos, con acrecentamiento de muy mayores
reinos y señoríos como su real corazón desea. - De la villa Segura de la
Frontera desta Nueva España, a de 30 otobre de 1520 años. De Vuestra Sacra
Majestad muy humill siervo y vasallo, que los muy reales pies y manos de
Vuestra Alteza besa. [Fernando Cortés] [Después désta, en el mes de marzo
primero que pasó vinieron nuevas de la dicha Nueva España cómo los españoles
habían tomado por fuerza la grande ciudad de Temixtitán, en la cual murieron
más indios que en Jerusalén judíos en la destruición que hizo Vespasiano, y en
ella asimesmo había más número de gente que en la dicha cibdad santa. Hallaron
poco tesoro a causa que los naturales lo habían echado y sumido en las lagunas.
Solos ducientos mill pesos tomaron. Y quedaron muy fortalecidos en la dicha
cibdad los españoles, de los cuales hay al presente en ella mill y quinientos
peones y quinientos de caballo. Y tiene[n] más de cient mill de los naturales
de la tierra en el campo en su favor. Son cosas grandes y estrañas y es otro
mundo sin duda, que de sólo verlo tenemos harta cobdicia los que a los confines
dél estamos. Estas nuevas son hasta prencipio de abril de 1522 años, las que
acá tenemos dignas de fee.]
BREVÍSIMA
RELACIÓN DE LA DESTRUCCIÓN DE LAS INDIAS
[Crónica de Indias: Texto
completo.]
Fray Bartolomé de las Casas
Brevísima relación de la
destruición de las Indias, colegida por el obispo don fray Bartolomé de Las
Casas o Casaus, de la orden de Santo Domingo, año 1552
ARGUMENTO DEL PRESENTE
EPÍTOME
Todas las cosas que han
acaecido en las Indias, desde su maravilloso descubrimiento y del principio que
a ellas fueron españoles para estar tiempo alguno, y después, en el proceso
adelante hasta los días de agora, han sido tan admirables y tan no creíbles en
todo género a quien no las vido, que parece haber añublado1 y puesto silencio y
bastantes a poner olvido a todas cuantas por hazañosas que fuesen en los siglos
pasados se vieron y oyeron en el mundo. Entre estas son las matanzas y estragos
de gentes inocentes y despoblaciones de pueblos, provincias y reinos que en
ella se han perpetrado, y que todas las otras no de menor espanto. Las unas y
las otras refiriendo a diversas personas que no las sabían, y el obispo don
fray Bartolomé de las Casas o Casaus, la vez que vino a la corte después de
fraile a informar al Emperador nuestro señor (como quien todas bien visto
había), y causando a los oyentes con la relación de ellas una manera de éxtasis
y suspensión de ánimos, fué rogado e importunado que de estas postreras pusiese
algunas con brevedad por escripto. Él lo hizo, y viendo algunos años después
muchos insensibles hombres que la cobdicia y ambición ha hecho degenerar del
ser hombres, y sus facinorosas obras traído en reprobado sentido, que no
contentos con las traiciones y maldades que han cometido, despoblando con
exquisitas especies de crueldad aquel orbe, importunaban al rey por licencia y
auctoridad para tornarlas a cometer y otras peores (si peores pudiesen ser),
acordó presentar esta suma, de lo que cerca de esto escribió, al Príncipe
nuestro señor, para que Su Alteza fuese en que se les denegase; y parecióle
cosa conveniente ponella en molde, porque Su Alteza la leyese con más
facilidad. Y esta es la razón del siguiente epítome, o brevísima relación.
FIN DEL ARGUMENTO
PRÓLOGO
Del obispo fray Bartolomé de
las Casas o Casaus para el muy alto y muy poderoso señor el príncipe de las
Españas, don Felipe, nuestro señor
Muy alto e muy poderoso señor:
Como la Providencia Divina
tenga ordenado en su mundo que para direción y común utilidad del linaje humano
se constituyesen, en los reinos y pueblos, reyes, como padres y pastores (según
los nombra Homero), y, por consiguiente, sean los más nobles y generosos
miembros de las repúblicas, ninguna dubda de la rectitud de sus ánimos reales
se tiene, o con recta razón se debe tener, que si algunos defectos, nocumentos2
y males se padecen en ellas, no ser otra la causa sino carecer los reyes de la
noticia de ellos. Los cuales, si les constasen, con sumo estudio y vigilante
solercia3 extirparían. Esto parece haber dado a entender la divina Escriptura
de los proverbios de Salomón. Rex qui sedet in solio iudicit, dissipatomne
malum intuitu suo. Porque de la innata y natural virtud del rey, así se supone,
conviene a saber, que la noticia sola del mal de su reino es bastantísima para
que lo disipe, y que ni por un momento solo, en cuanto en sí fuere, lo pueda
sufrir.
Considerando, pues, yo (muy
poderoso señor), los males e daños, perdición e jacturas4 (de los cuales nunca
otros iguales ni semejantes se imaginaron poderse por hombres hacer) de
aquellos tantos y tan grandes e tales reinos, y, por mejor decir, de aquel
vastísimo e nuevo mundo de las Indias, concedidos y encomendados por Dios y por
su Iglesia a los reyes de Castilla para que se los rigiesen e gobernasen,
convirtiesen e prosperasen temporal y espiritualmente, como hombre que por
cincuenta años y más de experiencia, siendo en aquellas tierras presente los he
visto cometer; que, constándole a Vuestra Alteza algunas particulares hazañas
de ellos, no podría contenerse de suplicar a Su Majestad con instancia
importuna que no conceda ni permita las que los tiranos inventaron,
prosiguieron y han cometido [que] llaman conquistas, en las cuales, si se
permitiesen, han de tornarse a hacer, pues de sí mismas (hechas contra aquellas
indianas gentes, pacíficas, humildes y mansas que a nadie ofenden), son
inicuas, tiránicas y por toda ley natural, divina y humana, condenadas,
detestadas e malditas; deliberé, por no ser reo, callando, de las perdiciones
de ánimas e cuerpos infinitas que los tales perpetraran, poner en molde algunas
e muy pocas que los días pasados colegí de innumerables, que con verdad podría
referir, para que con más facilidad Vuestra Alteza las pueda leer.
Y puesto que el arzobispo de
Toledo, maestro de Vuestra Alteza, siendo obispo de Cartagena me las pidió e
presentó a Vuestra Alteza, pero por los largos caminos de mar y de tierra que
Vuestra Alteza ha emprendido, y ocupaciones frecuentes reales que ha tenido,
puede haber sido que, o Vuestra Alteza no las leyó o que ya olvidadas las
tiene, y el ansia temeraria e irracional de los que tienen por nada
indebidamente derramar tan inmensa copia de humana sangre e despoblar de sus
naturales moradores y poseedores, matando mil cuentos5 de gentes, aquellas
tierras grandísimas, e robar incomparables tesoros, crece cada hora
importunando por diversas vías e varios fingidos colores, que se les concedan o
permitan las dichas conquistas (las cuales no se les podrían conceder sin
violación de la ley natural e divina, y, por consiguiente, gravísimos pecados
mortales, dignos de terribles y eternos suplicios), tuve por conveniente servir
a Vuestra Alteza con este sumario brevísimo, de muy difusa historia, que de los
estragos e perdiciones acaecidas se podría y debería componer.
Suplico a Vuestra Alteza lo
resciba e lea con la clemencia e real benignidad que suele las obras de sus
criados y servidores que puramente, por sólo el bien público e prosperidad del
estado real, servir desean. Lo cual visto, y entendida la deformidad de la
injusticia que a aquellas gentes inocentes se hace, destruyéndolas y
despedazándolas sin haber causa ni razón justa para ello, sino por sola la
codicia e ambición de los que hacer tan nefarias obras pretenden, Vuestra
Alteza tenga por bien de con eficacia suplicar e persuadir a Su Majestad que
deniegue a quien las pidiere tan nocivas y detestables empresas, antes ponga en
esta demanda infernal perpetuo silencio, con tanto terror, que ninguno sea
osado desde adelante ni aun solamente se las nombrar.
Cosa es esta (muy alto
señor) convenientísima e necesaria para que todo el estado de la corona real de
Castilla, espiritual y temporalmente, Dios lo prospere e conserve y haga
bienaventurado. Amén.
BREVÍSIMA RELACIÓN DE LA
DESTRUICIÓN DE LAS INDIAS
Descubriéronse las Indias en
el año de mil y cuatrocientos y noventa y dos. Fuéronse a poblar el año
siguiente de cristianos españoles, por manera que ha cuarenta e nueve años que
fueron a ellas cantidad de españoles; e la primera tierra donde entraron para
hecho de poblar fué la grande y felicísima isla Española, que tiene seiscientas
leguas en torno. Hay otras muy grandes e infinitas islas alrededor, por todas
las partes della, que todas estaban e las vimos las más pobladas e llenas de
naturales gentes, indios dellas, que puede ser tierra poblada en el mundo. La
tierra firme, que está de esta isla por lo más cercano docientas e cincuenta
leguas, pocas más, tiene de costa de mar más de diez mil leguas descubiertas, e
cada día se descubren más, todas llenas como una colmena de gentes en lo que
hasta el año de cuarenta e uno se ha descubierto, que parece que puso Dios en
aquellas tierras todo el golpe o la mayor cantidad de todo el linaje humano.
Todas estas universas e
infinitas gentes a todo género crió Dios los más simples, sin maldades ni
dobleces, obedientísimas y fidelísimas a sus señores naturales e a los
cristianos a quien sirven; más humildes, más pacientes, más pacíficas e
quietas, sin rencillas ni bullicios, no rijosos, no querulosos, sin rencores,
sin odios, sin desear venganzas, que hay en el mundo. Son asimismo las gentes
más delicadas, flacas y tiernas en complisión6 e que menos pueden sufrir
trabajos y que más fácilmente mueren de cualquiera enfermedad, que ni hijos de
príncipes e señores entre nosotros, criados en regalos e delicada vida, no son
más delicados que ellos, aunque sean de los que entre ellos son de linaje de
labradores.
Son también gentes
paupérrimas y que menos poseen ni quieren poseer de bienes temporales; e por
esto no soberbias, no ambiciosas, no codiciosas. Su comida es tal, que la de
los sanctos padres en el desierto no parece haber sido más estrecha ni menos
deleitosa ni pobre. Sus vestidos, comúnmente, son en cueros, cubiertas sus
vergüenzas, e cuando mucho cúbrense con una manta de algodón, que será como
vara y media o dos varas de lienzo en cuadra. Sus camas son encima de una
estera, e cuando mucho, duermen en unas como redes colgadas, que en lengua de
la isla Española llamaban hamacas.
Son eso mesmo de limpios e
desocupados e vivos entendimientos, muy capaces e dóciles para toda buena
doctrina; aptísimos para recebir nuestra sancta fee católica e ser dotados de
virtuosas costumbres, e las que menos impedimientos tienen para esto, que Dios
crió en el mundo. Y son tan importunas desque una vez comienzan a tener noticia
de las cosas de la fee, para saberlas, y en ejercitar los sacramentos de la
Iglesia y el culto divino, que digo verdad que han menester los religiosos,
para sufrillos, ser dotados por Dios de don muy señalado de paciencia; e,
finalmente, yo he oído decir a muchos seglares españoles de muchos años acá e
muchas veces, no pudiendo negar la bondad que en ellos veen: «Cierto estas
gentes eran las más bienaventuradas del mundo si solamente conocieran a Dios.»
En estas ovejas mansas, y de
las calidades susodichas por su Hacedor y Criador así dotadas, entraron los
españoles, desde luego que las conocieron, como lobos e tigres y leones
cruelísimos de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta
años a esta parte, hasta hoy, e hoy en este día lo hacen, sino despedazarlas,
matarlas, angustiarlas, afligirlas, atormentarlas y destruirlas por las extrañas
y nuevas e varias e nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de
crueldad, de las cuales algunas pocas abajo se dirán, en tanto grado, que
habiendo en la isla Española sobre tres cuentos de ánimas que vimos, no hay hoy
de los naturales de ella docientas personas. La isla de Cuba es cuasi tan
luenga como desde Valladolid a Roma; está hoy cuasi toda despoblada. La isla de
Sant Juan e la de Jamaica, islas muy grandes e muy felices e graciosas, ambas
están asoladas. Las islas de los Lucayos, que están comarcanas a la Española y
a Cuba por la parte del Norte, que son más de sesenta con las que llamaban de
Gigantes e otras islas grandes e chicas, e que la peor dellas es más fértil e
graciosa que la huerta del rey de Sevilla, e la más sana tierra del mundo, en
las cuales había más de quinientas mil ánimas, no hay hoy una sola criatura.
Todas las mataron trayéndolas e por traellas a la isla Española, después que
veían que se les acababan los naturales della. Andando en navío tres años a
rebuscar por ellas la gente que había, después de haber sido vendimiadas,
porque un buen cristiano se movió por piedad para los que se hallasen
convertirlos e ganarlos a Cristo, no se hallaron sino once personas, las cuales
yo vide. Otras más de treinta islas, que están en comarca de la isla de Sant
Juan, por la misma causa están despobladas e perdidas. Serán todas estas islas,
de tierra, más de dos mil leguas, que todas están despobladas e desiertas de
gente.
De la gran tierra firme
somos ciertos que nuestros españoles por sus crueldades y nefandas obras han
despoblado y asolado y que están hoy desiertas, estando llenas de hombres
racionales, más de diez reinos mayores que toda España, aunque entre Aragón y
Portugal en ellos, y más tierra que hay de Sevilla a Jerusalén dos veces, que
son más de dos mil leguas.
Daremos por cuenta muy
cierta y verdadera que son muertas en los dichos cuarenta años por las dichas
tiranías e infernales obras de los cristianos, injusta y tiránicamente, más de
doce cuentos de ánimas, hombres y mujeres y niños; y en verdad que creo, sin
pensar engañarme, que son más de quince cuentos.
Dos maneras generales y
principales han tenido los que allá han pasado, que se llaman cristianos, en
estirpar y raer de la haz de la tierra a aquellas miserandas naciones. La una,
por injustas, crueles, sangrientas y tiránicas guerras. La otra, después que
han muerto todos los que podrían anhelar o sospirar o pensar en libertad, o en
salir de los tormentos que padecen, como son todos los señores naturales y los
hombres varones (porque comúnmente no dejan en las guerras a vida sino los
mozos y mujeres), oprimiéndolos con la más dura, horrible y áspera servidumbre
en que jamás hombres ni bestias pudieron ser puestas. A estas dos maneras de
tiranía infernal se reducen e ser resuelven o subalternan como a géneros todas
las otras diversas y varias de asolar aquellas gentes, que son infinitas.
La causa por que han muerto
y destruído tantas y tales e tan infinito número de ánimas los cristianos ha
sido solamente por tener por su fin último el oro y henchirse de riquezas en
muy breves días e subir a estados muy altos e sin proporción de sus personas
(conviene a saber): por la insaciable codicia e ambición que han tenido, que ha
sido mayor que en el mundo ser pudo, por ser aquellas tierras tan felices e tan
ricas, e las gentes tan humildes, tan pacientes y tan fáciles a sujetarlas; a
las cuales no han tenido más respecto ni dellas han hecho más cuenta ni estima
(hablo con verdad por lo que sé y he visto todo el dicho tiempo), no digo que
de bestias (porque pluguiera a Dios que como a bestias las hubieran tractado y
estimado), pero como y menos que estiércol de las plazas. Y así han curado de
sus vidas y de sus ánimas, e por esto todos los números e cuentos dichos han
muerto sin fee, sin sacramentos. Y esta es una muy notoria y averiguada verdad,
que todos, aunque sean los tiranos y matadores, la saben e la confiesan: que
nunca los indios de todas las Indias hicieron mal alguno a cristianos, antes
los tuvieron por venidos del cielo, hasta que, primero, muchas veces hubieron
recebido ellos o sus vecinos muchos males, robos, muertes, violencias y
vejaciones dellos mesmos.
DE LA ISLA ESPAÑOLA
En la isla Española, que fué
la primera, como dijimos, donde entraron cristianos e comenzaron los grandes
estragos e perdiciones destas gentes e que primero destruyeron y despoblaron,
comenzando los cristianos a tomar las mujeres e hijos a los indios para
servirse e para usar mal dellos e comerles sus comidas que de sus sudores e
trabajos salían, no contentándose con lo que los indios les daban de su grado,
conforme a la facultad que cada uno tenía (que siempre es poca, porque no
suelen tener más de lo que ordinariamente han menester e hacen con poco trabajo
e lo que basta para tres casas de a diez personas cada una para un mes, come un
cristiano e destruye en un día) e otras muchas fuerzas e violencias e
vejaciones que les hacían, comenzaron a entender los indios que aquellos
hombres no debían de haber venido del cielo; y algunos escondían sus comidas; otros
sus mujeres e hijos; otros huíanse a los montes por apartarse de gente de tan
dura y terrible conversación. Los cristianos dábanles de bofetadas e puñadas y
de palos, hasta poner las manos en los señores de los pueblos. E llegó esto a
tanta temeridad y desvergüenza, que al mayor rey, señor de toda la isla, un
capitán cristiano le violó por fuerza su propia mujer.
De aquí comenzaron los
indios a buscar maneras para echar los cristianos de sus tierras: pusiéronse en
armas, que son harto flacas e de poca ofensión e resistencia y menos defensa
(por lo cual todas sus guerras son poco más que acá juegos de cañas e aun de
niños); los cristianos con sus caballos y espadas e lanzas comienzan a hacer
matanzas e crueldades extrañas en ellos. Entraban en los pueblos, ni dejaban
niños y viejos, ni mujeres preñadas ni paridas que no desbarrigaban e hacían
pedazos, como si dieran en unos corderos metidos en sus apriscos. Hacían
apuestas sobre quién de una cuchillada abría el hombre por medio, o le cortaba
la cabeza de un piquete o le descubría las entrañas. Tomaban las criaturas de
las tetas de las madres, por las piernas, y daban de cabeza con ellas en las
peñas. Otros, daban con ellas en ríos por las espaldas, riendo e burlando, e
cayendo en el agua decían: bullís, cuerpo de tal; otras criaturas metían a
espada con las madres juntamente, e todos cuantos delante de sí hallaban. Hacían
unas horcas largas, que juntasen casi los pies a la tierra, e de trece en
trece, a honor y reverencia de Nuestro Redemptor e de los doce apóstoles,
poniéndoles leña e fuego, los quemaban vivos. Otros, ataban o liaban todo el
cuerpo de paja seca pegándoles fuego, así los quemaban. Otros, y todos los que
querían tomar a vida, cortábanles ambas manos y dellas llevaban colgando, y
decíanles: "Andad con cartas." Conviene a saber, lleva las nuevas a
las gentes que estaban huídas por los montes. Comúnmente mataban a los señores
y nobles desta manera: que hacían unas parrillas de varas sobre horquetas y
atábanlos en ellas y poníanles por debajo fuego manso, para que poco a poco,
dando alaridos en aquellos tormentos, desesperados, se les salían las ánimas.
Una vez vide que, teniendo
en las parrillas quemándose cuatro o cinco principales y señores (y aun pienso
que había dos o tres pares de parrillas donde quemaban otros), y porque daban
muy grandes gritos y daban pena al capitán o le impedían el sueño, mandó que los
ahogasen, y el alguacil, que era peor que el verdugo que los quemaba (y sé cómo
se llamaba y aun sus parientes conocí en Sevilla), no quiso ahogarlos, antes
les metió con sus manos palos en las bocas para que no sonasen y atizoles el
fuego hasta que se asaron de despacio como él quería. Yo vide todas las cosas
arriba dichas y muchas otras infinitas. Y porque toda la gente que huir podía
se encerraba en los montes y subía a las sierras huyendo de hombres tan
inhumanos, tan sin piedad y tan feroces bestias, extirpadores y capitales
enemigos del linaje humano, enseñaron y amaestraron lebreles, perros bravísimos
que en viendo un indio lo hacían pedazos en un credo, y mejor arremetían a él y
lo comían que si fuera un puerco. Estos perros hicieron grandes estragos y
carnecerías. Y porque algunas veces, raras y pocas, mataban los indios algunos
cristianos con justa razón y santa justicia, hicieron ley entre sí, que por un
cristiano que los indios matasen, habían los cristianos de matar cien indios.
LOS REINOS QUE HABÍA EN LA
ISLA ESPAÑOLA
Había en esta isla Española
cinco reinos muy grandes principales y cinco reyes muy poderosos, a los cuales
cuasi obedecían todos los otros señores, que eran sin número, puesto que
algunos señores de algunas apartadas provincias no reconocían superior dellos
alguno. El un reino se llamaba Maguá, la última sílaba aguda, que quiere decir
el reino de la vega. Esta vega es de las más insignes y admirables cosas del
mundo, porque dura ochenta leguas de la mar del Sur a la del Norte. Tiene de
ancho cinco leguas y ocho hasta diez y tierras altísimas de una parte y de
otra. Entran en ella sobre treinta mil ríos y arroyos, entre los cuales son los
doce tan grandes como Ebro y Duero y Guadalquivir; y todos los ríos que vienen
de la una sierra que está al Poniente, que son los veinte y veinte y cinco mil,
son riquísimos de oro. En la cual sierra o sierras se contiene la provincia de
Cibao, donde se dicen las minas de Cibao, donde sale aquel señalado y subido en
quilates oro que por acá tiene gran fama. El rey y señor deste reino se llamaba
Guarionex; tenía señores tan grandes por vasallos, que juntaba uno dellos
dieciséis mil hombre de pelea para servir a Guarionex, e yo conocí a algunos
dellos. Este rey Guarionex era muy obediente y virtuoso, y naturalmente
pacífico, y devoto a los reyes de Castilla, y dió ciertos años su gente, por su
mandado, cada persona que tenía casa, lo hueco de un cascabel lleno de oro, y
después, no pudiendo henchirlo, se lo cortaron por medio e dió llena mitad,
porque los indios de aquella isla tenían muy poca o ninguna industria de coger
o sacar el oro de las minas. Decía y ofrescíase este cacique a servir al rey de
Castilla con hacer una labranza que llegase desde la Isabela, que fué la
primera población de los cristianos, hasta la ciudad de Sancto Domingo, que son
grandes cincuenta leguas, porque no le pidiesen oro, porque decía, y con
verdad, que no lo sabían coger sus vasallos. La labranza que decía que haría sé
yo que la podía hacer y con grande alegría, y que valiera más al rey cada año
de tres cuentos de castellanos, y aun fuera tal que causara esta labranza haber
en la isla hoy más de cincuenta ciudades tan grandes como Sevilla.
El pago que dieron a este
rey y señor, tan bueno y tan grande, fué deshonrarlo por la mujer, violándosela
un capitán mal cristiano: él, que pudiera aguardar tiempo y juntar de su gente
para vengarse, acordó de irse y esconderse sola su persona y morir desterrado
de su reino y estado a una provincia que se decía de los Ciguayos, donde era un
gran señor su vasallo. Desde que lo hallaron menos los cristianos no se les
pudo encubrir: van y hacen guerra al señor que lo tenía, donde hicieron grandes
matanzas, hasta que en fin lo hobieron de hallar y prender, y preso con cadenas
y grillos lo metieron en una nao para traerlo a Castilla. La cual se perdió en
la mar y con él se ahogaron muchos cristianos y gran cantidad de oro, entre lo
cual pereció el grano grande, que era como una hogaza y pesaba tres mil y
seiscientos castellanos, por hacer Dios venganza de tan grandes injusticias.
El otro reino se decía del
Marién, donde agora es el Puerto Real, al cabo de la Vega, hacia el Norte, y
más grande que el reino de Portugal, aunque cierto harto más felice y digno de
ser poblado, y de muchas y grandes sierras y minas de oro y cobre muy rico,
cuyo rey se llamaba Guacanagarí (última aguda), debajo del cual había muchos y
muy grandes señores, de los cuales yo vide y conocí muchos, y a la tierra deste
fué primero a parar el Almirante viejo que descubrió las Indias; al cual
recibió la primera vez el dicho Guacanagarí, cuando descubrió la isla, con
tanta humanidad y caridad, y a todos los cristianos que con él iban, y les hizo
tan suave y gracioso recibimiento y socorro y aviamiento7 (perdiéndosele allí
aun la nao en que iba el Almirante), que en su misma patria y de sus mismos
padres no lo pudiera recibir mejor. Esto sé por relación y palabras del mismo
Almirante. Este rey murió huyendo de las matanzas y crueldades de los
cristianos, destruído y privado de su estado, por los montes perdido. Todos los
otros señores súbditos suyos murieron en la tiranía y servidumbre que abajo
será dicha.
El tercero reino y señorío
fué la Maguana, tierra también admirable, sanísima y fertilísima, donde agora
se hace la mejor azúcar de aquella isla. El rey del se llamó Caonabó. Éste en
esfuerzo y estado y gravedad y cerimonias de su servicio, excedió a todos los
otros. A éste prendieron con una gran sutileza y maldad, estando seguro en su
casa. Metiéronlo después en un navío para traello a Castilla, y estando en el
puerto seis navíos para se partir, quiso Dios mostrar ser aquella con las otras
grande iniquidad y injusticia y envió aquella noche una tormenta que hundió
todos los navíos y ahogó todos los cristianos que en ellos estaban, donde murió
el dicho Caonabó cargado de cadenas y grillos. Tenía este señor tres o cuatro
hermanos muy varoniles y esforzados como él; vista la prisión tan injusta de su
hermano y señor y las destruiciones y matanzas que los cristianos en los otros
reinos hacían, especialmente desde que supieron que el rey su hermano era
muerto, pusiéronse en armas para ir a cometer y vengarse de los cristianos; van
los cristianos a ellos con ciertos de caballo (que es la más perniciosa arma
que puede ser para entre indios) y hacen tanto estragos y matanzas que asolaron
y despoblaron la mitad de todo aquel reino.
El cuarto reino es el que se
llamó de Xaraguá; éste era como el meollo o médula o como la corte de toda
aquella isla; excedía a la lengua y habla ser más polida; en la policía y
crianza más ordenada y compuesta; en la muchedumbre de la nobleza y
generosidad, porque había muchos y en gran cantidad señores y nobles; y en la
lindeza y hermosura de toda la gente, a todos los otros. El rey y señor dél se
llamaba Behechio; tenía una hermana que se llamaba Anacaona. Estos dos hermanos
hicieron grandes servicios a los reyes de Castilla e inmensos beneficios a los
cristianos, librándolos de muchos peligros de muerte, y después de muerto el
rey Behechio quedó en el reino por señora Anacaona. Aquí llegó una vez el
gobernador que gobernaba esta isla con sesenta de caballo y más trecientos
peones, que los de caballos solos bastaban para asolar a toda la isla y la
tierra firme, y llegáronse más de trescientos señores a su llamado seguros, de
los cuales hizo meter dentro de una casa de paja muy grande los más señores por
engaño, e metidos les mandó poner fuego y los quemaron vivos. A todos los otros
alancearon e metieron a espada con infinita gente, e a la señora Anacaona, por
hacerle honra, ahorcaron. Y acaescía algunos cristianos, o por piedad o por
codicia, tomar algunos niños para ampararlos no los matasen, e poníanlos a las
ancas de los caballos: venía otro español por detrás e pasábalo con su lanza.
Otrosí, estaba el niño en el suelo, le cortaban las piernas con el espada.
Alguna gente que pudo huir desta tan inhumana crueldad, pasáronse a una isla
pequeña que está cerca de allí ocho leguas en la mar, y el dicho gobernador
condenó a todos estos que allí se pasaron que fuesen esclavos, porque huyeron
de la carnicería.
El quinto reino se llamaba
Higüey e señoreábalo una reina vieja que se llamó Higuanamá. A ésta ahorcaron;
e fueron infinitas las gentes que yo vide quemar vivas y despedazar e
atormentar por diversas y nuevas maneras de muertes e tormentos y hacer
esclavos todos los que a vida tomaron. Y porque son tantas las particularidades
que en estas matanzas e perdiciones de aquellas gentes ha habido, que en mucha
escritura no podrían caber (porque en verdad que creo que por mucho que dijese
no pueda explicar de mil partes una), sólo quiero en lo de las guerras
susodichas concluir con decir e afirmar que en Dios y en mi conciencia que
tengo por cierto que para hacer todas las injusticias y maldades dichas e las
otras que dejo e podría decir, no dieron más causa los indios ni tuvieron más
culpa que podrían dar o tener un convento de buenos e concertados religiosos
para robarlos e matarlos y los que de la muerte quedasen vivos, ponerlos en
perpetuo cautiverio e servidumbre de esclavos. Y más afirmo, que hasta que
todas las muchedumbres de gentes de aquella isla fueron muertas e asoladas, que
pueda yo creer y conjecturar, no cometieron contra los cristianos un solo
pecado mortal que fuese punible por hombres; y los que solamente son reservados
a Dios, como son los deseos de venganza, odio y rancor que podían tener
aquellas gentes contra tan capitales enemigos como les fueron los cristianos,
éstos creo que cayeron en muy pocas personas de los indios, y eran poco más
impetuosos e rigurosos, por la mucha experiencia que dellos tengo, que de niños
o muchachos de diez o doce años. Y sé por cierta e infalible sciencia que los
indios tuvieron siempre justísima guerra contra los cristianos, e los
cristianos una ni ninguna nunca tuvieron justa contra los indios, antes fueron
todas diabólicas e injustísimas e mucho más que de ningún tirano se puede decir
del mundo; e lo mismo afirmo de cuantas han hecho en todas las Indias.
Después de acabadas las
guerras e muertes en ellas, todos los hombres, quedando comúnmente los mancebos
y mujeres y niños, repartiéronlos entre sí, dando a uno treinta, a otro
cuarenta, a otro ciento y docientos (según la gracia que cada uno alcanzaba con
el tirano mayor, que decían gobernador). Y así repartidos a cada cristiano dábanselos
con esta color: que los enseñase en las cosas de la fe católica, siendo
comúnmente todos ellos idiotas y hombres crueles, avarísimos e viciosos,
haciéndoles curas de ánimas. Y la cura o cuidado que dellos tuvieron fué enviar
los hombres a las minas a sacar oro, que es trabajo intolerable, e las mujeres
ponían en las estancias, que son granjas, a cavar las labranzas y cultivar la
tierra, trabajo para hombres muy fuertes y recios. No daban a los unos ni a las
otras de comer sino yerbas y cosas que no tenían sustancia; secábaseles la
leche de las tetas a las mujeres paridas, e así murieron en breve todas las
criaturas. Y por estar los maridos apartados, que nunca vían a las mujeres,
cesó entre ellos la generación; murieron ellos en las minas, de trabajos y
hambre, y ellas en las estancias o granjas, de lo mesmo, e así se acabaron
tanta e tales multitudes de gentes de aquella isla; e así se pudiera haber
acabado todas las del mundo. Decir las cargas que les echaban de tres y cuatro
arrobas, e los llevaban ciento y doscientas leguas (y los mismos cristianos se
hacían llevar en hamacas, que son como redes, acuestas de los indios), porque
siempre usaron dellos como de bestias para cargar. Tenían mataduras en los
hombros y espaldas, de las cargas, como muy matadas bestias; decir asimismo los
azotes, palos, bofetadas, puñadas, maldiciones e otros mil géneros de tormentos
que en los trabajos les daban, en verdad que en mucho tiempo ni papel no se
pudiese decir e que fuese para espantar los hombres.
Y es de notar que la
perdición destas islas y tierras se comenzaron a perder y destruir desde que
allá se supo la muerte de la serenísima reina doña Isabel, que fué el año de
mil e quinientos e cuatro, porque hasta entonces sólo en esta isla se habían
destruído algunas provincias por guerras injustas, pero no de todo, y éstas por
la mayor parte y cuasi todas se le encubrieron a la Reina. Porque la Reina, que
haya santa gloria, tenía grandísimo cuidado e admirable celo a la salvación y
prosperidad de aquellas gentes, como sabemos los que lo vimos y palpamos con
nuestros ojos e manos los ejemplos desto.
Débese de notar otra regla
en esto: que en todas las partes de las Indias donde han ido y pasado
cristianos, siempre hicieron en los indios todas las crueldades susodichas, e
matanzas, e tiranías, e opresiones abominables en aquellas inocentes gentes; e
añadían muchas más e mayores y más nuevas maneras de tormentos, e más crueles
siempre fueron porque los dejaba Dios más de golpe caer y derrocarse en
reprobado juicio o sentimiento.
DE LAS DOS ISLAS DE SANT
JUAN Y JAMAICA
Pasaron a la isla de Sant
Juan y a la de Jamaica (que eran unas huertas y unas colmenas) el año de mil e
quinientos y nueve los españoles, con el fin e propósito que fueron a la
Española. Los cuales hicieron e cometieron los grandes insultos e pecados
susodichos, y añadieron muchas señaladas e grandísimas crueldades más, matando
y quemando y asando y echando a perros bravos, e después oprimiendo y
atormentando y vejando en las minas y en los otros trabajos, hasta consumir y
acabar todos aquellos infelices inocentes: que había en las dichas dos islas
más de seiscientas mil ánimas, y creo que más de un cuento, e no hay hoy en
cada una doscientas personas, todas perecidas sin fe e sin sacramentos.
DE LA ISLA DE CUBA
El año de mil e quinientos y
once pasaron a 1a isla de Cuba, que es como dije tan luenga como de Valladolid
a Roma (donde había grandes provincias de gentes), comenzaron y acabaron de las
maneras susodichas e mucho más y más cruelmente. Aquí acaescieron cosas muy
señaladas. Un cacique e señor muy principal, que por nombre tenia Hatuey, que
se había pasado de la isla Española a Cuba con mucha gente por huir de las
calamidades e inhumanas obras de los cristianos, y estando en aquella isla de
Cuba, e dándole nuevas ciertos indios, que pasaban a ella los cristianos,
ayuntó mucha de toda su gente e díjoles: "Ya sabéis cómo se dice que los
cristianos pasan acá, e tenéis experiencia cuáles han parado a los señores
fulano y fulano y fulano; y aquellas gentes de Haití (que es la Española) lo
mesmo vienen a hacer acá. ¿Sabéis quizá por qué lo hacen?" Dijeron:
"No; sino porque son de su natura crueles e malos." Dice él: "No
lo hacen por sólo eso, sino porque tienen un dios a quien ellos adoran e
quieren mucho y por haberlo de nosotros para lo adorar, nos trabajan de
sojuzgar e nos matan." Tenía cabe sí una cestilla llena de oro en joyas y
dijo: "Veis aquí el dios de los cristianos; hagámosle si os parece areítos
(que son bailes y danzas) e quizá le agradaremos y les mandará que no nos hagan
mal." Dijeron todos a voces: "¡Bien es, bien es!" Bailáronle
delante hasta que todos se cansaron. Y después dice el señor Hatuey:
"Mira, como quiera que sea, si lo guardamos, para sacárnoslo, al fin nos
han de matar; echémoslo en este río." Todos votaron que así se hiciese, e
así lo echaron en un río grande que allí estaba.
Este cacique y señor anduvo
siempre huyendo de los cristianos desque llegaron a aquella isla de Cuba, como
quien los conoscía, e defendíase cuando los topaba, y al fin lo prendieron. Y
sólo porque huía de gente tan inicua e cruel y se defendía de quien lo quería
matar e oprimir hasta la muerte a sí e toda su gente y generación, lo hubieron
vivo de quemar. Atado a un palo decíale un religioso de San Francisco, sancto
varón que allí estaba, algunas cosas de Dios y de nuestra fee, (el cual nunca
las había jamás oído), lo que podía bastar aquel poquillo tiempo que los
verdugos le daban, y que si quería creer aquello que le decía iría al cielo,
donde había gloria y eterno descanso, e si no, que había de ir al infierno a
padecer perpetuos tormentos y penas. Él, pensando un poco, preguntó al
religioso si iban cristianos al cielo. El religioso le respondió que sí, pero
que iban los que eran buenos. Dijo luego el cacique, sin más pensar, que no
quería él ir allá, sino al infierno, por no estar donde estuviesen y por no ver
tan cruel gente. Esta es la fama y honra que Dios e nuestra fee ha ganado con
los cristianos que han ido a las Indias.
Una vez, saliéndonos a
recebir con mantenimientos y regalos diez leguas de un gran pueblo, y llegados
allá, nos dieron gran cantidad de pescado y pan y comida con todo lo que más
pudieron; súbitamente se les revistió el diablo a los cristianos e meten a
cuchillo en mi presencia (sin motivo ni causa que tuviesen) más de tres mil
ánimas que estaban sentados delante de nosotros, hombres y mujeres e niños.
Allí vide tan grandes crueldades que nunca los vivos tal vieron ni pensaron
ver.
Otra vez, desde a pocos
días, envié yo mensajeros, asegurando que no temiesen, a todos los señores de
la provincia de la Habana, porque tenían por oídas de mi crédito, que no se
ausentasen, sino que nos saliesen a recibir, que no se les haría mal ninguno
(porque de las matanzas pasadas estaba toda la tierra asombrada), y esto hice
con parecer del capitán; e llegados a la provincia saliéronnos a recebir veinte
e un señores y caciques, e luego los prendió el capitán, quebrantando el seguro
que yo les había dado, e los quería quemar vivos otro día diciendo que era bien,
porque aquellos señores algún tiempo habían de hacer algún mal. Vídeme en muy
gran trabajo quitarlos de la hoguera, pero al fin se escaparon.
Después de que todos los
indios de la tierra desta isla fueron puestos en la servidumbre e calamidad de
los de la Española, viéndose morir y perecer sin remedio, todos comenzaron a
huir a los montes; otros, a ahorcarse de desesperados, y ahorcábanse maridos e
mujeres, e consigo ahorcaban los hijos; y por las crueldades de un español muy
tirano (que yo conocí) se ahorcaron más de doscientos indios. Pereció desta
manera infinita gente.
Oficial del rey hobo en esta
isla que le dieron de repartimiento trescientos indios e a cabo de tres meses
había muerto en los trabajos de las minas los docientos e setenta, que no le quedaron
de todos sino treinta, que fue el diezmo. Después le dieron otros tantos y más,
e también los mató, e dábanle más y más mataba, hasta que se murió y el diablo
le llevó el alma.
En tres o cuatro meses,
estando yo presente, murieron de hambre, por llevarles los padres y las madres
a las minas, más de siete mil niños. Otras cosas vide espantables.
Después acordaron de ir a
montear los indios que estaban por los montes, donde hicieron estragos
admirables, e así asolaron e despoblaron toda aquella isla, la cual vimos agora
poco ha y es una gran lástima e compasión verla yermada y hecha toda una
soledad.
DE LA TIERRA FIRME
El año de mil e quinientos e
catorce pasó a la tierra firme un infelice gobernador, crudelísimo tirano, sin
alguna piedad ni aun prudencia, como un instrumento del furor divino, muy de
propósito para poblar en aquella tierra con mucha gente de españoles. Y aunque
algunos tiranos habían ido a la tierra firme e habían robado y matado y
escandalizado mucha gente, pero había sido a la costa de la mar, salteando y
robando lo que podían; mas éste excedió a todos los otros que antes dél habían
ido, y a los de todas las islas, e sus hechos nefarios a todas las
abominaciones pasadas, no sólo a la costa de la mar, pero grandes tierras y
reinos despobló y mató, echando inmensas gentes que en ellos había a los
infiernos. Éste despobló desde muchas leguas arriba del Darién hasta el reino e
provincias de Nicaragua, inclusive, que son más de quinientas leguas y la mejor
y más felice e poblada tierra que se cree haber en el mundo. Donde había muy
muchos grandes señores, infinitas y grandes poblaciones, grandísimas riquezas
de oro; porque hasta aquel tiempo en ninguna parte había perecido sobre tierra
tanto; porque aunque de la isla Española se había henchido casi España de oro,
e de más fino oro, pero había sido sacado con los indios de las entrañas de la
tierra, de las minas dichas, donde, como se dijo, murieron.
Este gobernador y su gente
inventó nuevas maneras de crueldades y de dar tormentos a los indios, porque
descubriesen y les diesen oro. Capitán hubo suyo que en una entrada que hizo
por mandado dél para robar y extirpar gentes, mató sobre cuarenta mil ánimas,
que vido por sus ojos un religioso de Sanct Francisco, que con él iba, que se
llamaba fray Francisco de San Román, metiéndolos a espada, quemándolos vivos, y
echándolos a perros bravos, y atormentándolos con diversos tormentos.
Y porque la ceguedad
perniciosísima que siempre han tenido hasta hoy los que han regido las Indias
en disponer y ordenar la conversión y salvación de aquellas gentes, la cual
siempre han pospuesto (con verdad se dice esto) en la obra y efecto, puesto que
por palabra hayan mostrado y colorado o disimulado otra cosa, ha llegado a
tanta profundidad que haya imaginado e practicado e mandado que se le hagan a
los indios requerimientos que vengan a la fee, a dar la obediencia a los reyes
de Castilla, si no, que les harán guerra a fuego y a sangre, e los matarán y
captivarán, etc. Como si el hijo de Dios, que murió por cada uno dellos,
hobiera en su ley mandado cuando dijo: Euntes docete omnes gentes, que se
hiciesen requerimientos a los infieles pacíficos e quietos e que tienen sus
tierras propias, e si no la recibiesen luego, sin otra predicación y doctrina,
e si no se diesen a sí mesmos al señorío del rey que nunca oyeron ni vieron,
especialmente cuya gente y mensajeros son tan crueles, tan desapiadados e tan
horribles tiranos, perdiesen por el mesmo caso la hacienda y las tierras, la
libertad, las mujeres y hijos con todas sus vidas, que es cosa absurda y
estulta e digna de todo vituperio y escarnio e infierno.
Así que, como llevase aquel
triste y malaventurado gobernador instrucción que hiciese los dichos
requerimientos, para más justificarlos, siendo ellos de sí mesmos absurdos,
irracionables e injustísimos, mandaba, o los ladrones que enviaba lo hacían
cuando acordaban de ir a saltear e robar algún pueblo de que tenían noticia
tener oro, estando los indios en sus pueblos e casas seguros, íbanse de noche
los tristes españoles salteadores hasta media legua del pueblo, e allí aquella
noche entre sí mesmos apregonaban o leían el dicho requerimiento, deciendo:
"Caciques e indios desta tierra firme de tal pueblo, hacemos os saber que
hay un Dios y un Papa y un rey de Castilla que es señor de estas tierras; venid
luego a le dar la obediencia, etc. Y si no, sabed que os haremos guerra, e
mataremos e captivaremos, etc." Y al cuarto del alba, estando los
inocentes durmiendo con sus mujeres e hijos, daban en el pueblo, poniendo fuego
a las casas, que comúnmente eran de paja, e quemaban vivos los niños e mujeres
y muchos de los demás, antes que acordasen; mataban los que querían, e los que
tomaban a vida mataban a tormentos porque dijesen de otros pueblos de oro, o de
más oro de lo que allí hallaban, e los que restaban herrábanlos por esclavos;
iban después, acabado o apagado el fuego, a buscar el oro que había en las
casas. Desta manera y en estas obras se ocupó aquel hombre perdido, con todos
los malos cristianos que llevó, desde el año de catorce hasta el año de veinte
y uno o veinte y dos, enviando en aquellas entradas cinco e seis y más criados,
por los cuales le daban tantas partes (allende de la que le cabía por capitán
general) de todo el oro y perlas e joyas que robaban e de los esclavos que
hacían. Lo mesmo hacían los oficiales del rey, enviando cada uno los más mozos
o criados que podía, y el obispo primero de aquel reino enviaba también sus
criados, por tener su parte en aquella granjería. Más oro robaron en aquel
tiempo que aquel reino (a lo que yo puedo juzgar), de un millón de castellanos,
y creo que me acorto, e no se hallará que enviaron al rey sino tres mil
castellanos de todo aquello robado; y más gentes destruyeron de ochocientas mil
ánimas. Los otros tiranos gobernadores que allí sucedieron hasta el año de
treinta y tres, mataron e consintieron matar, con la tiránica servidumbre que a
las guerras sucedió los que restaban.
Entre infinitas maldades que
éste hizo e consintió hacer el tiempo que gobernó fué que, dándole un cacique o
señor, de su voluntad o por miedo (como más es verdad), nueve mil castellanos,
no contentos con esto prendieron al dicho señor e átanlo a un palo sentado en
el suelo, y extendidos los pies pónenle fuego a ellos porque diese más oro, y
él envió a su casa e trajeron otros tres mil castellanos; tórnanle a dar
tormentos, y él, no dando más oro porque no lo tenía, o porque no lo quería
dar, tuviéronle de aquella manera hasta que los tuétanos le saltaron por las
plantas e así murió. Y destos fueron infinitas veces las que a señores mataron
y atormentaron por sacarles oro.
Otra vez, yendo a saltear
cierta capitanía de españoles, llegaron a un monte donde estaba recogida y
escondida, por huir de tan pestilenciales e horribles obras de los cristianos,
mucha gente, y dando de súbito sobre ella tomaron setenta o ochenta doncellas e
mujeres, muertos muchos que pudieron matar. Otro día juntáronse muchos indios e
iban tras los cristianos peleando por el ansia de sus mujeres e hijas; e
viéndose los cristianos apretados, no quisieron soltar la cabalgada, sino meten
las espadas por las barrigas de las muchachas e mujeres y no dejaron, de todas
ochenta, una viva. Los indios, que se les rasgaban las entrañas del dolor,
daban gritos y decían: "¡Oh, malos hombres, crueles cristianos!, ¿a las
iras matáis?" Ira llaman en aquella tierra a las mujeres, cuasi diciendo:
matar las mujeres señal es de abominables e crueles hombres bestiales.
A diez o quince leguas de
Panamá estaba un gran señor que se llamaba Paris, e muy rico en oro; fueron
allá los cristianos e rescibiólos como si fueran hermanos suyos e presentó al
capitán cincuenta mil castellanos de su voluntad. El capitán y los cristianos
parescióles que quien daba aquella cantidad de su gracia que debía tener mucho
tesoro (que era el fin e consuelo de sus trabajos); disimularon e dicen que
quieren partir; e tornan al cuarto de alba e dan sobre seguro en el pueblo,
quémanlo con fuego que pusieron, mataron y quemaron mucha gente, e robaron
cincuenta o sesenta mil castellanos otros; y el cacique o señor escapóse, que
no le mataron o prendieron. Juntó presto la más gente que pudo e a cabo de dos
o tres días alcanzó los cristianos que llevaban sus ciento y treinta o cuarenta
mil castellanos, e da en ellos varonilmente, e mata cincuenta cristianos, e
tómales todo el oro, escapándose los otros huyendo e bien heridos. Después
tornan muchos cristianos sobre el dicho cacique y asoláronlo a él y a infinita
de su gente, e los demás pusieron e mataron en la ordinaria servidumbre. Por
manera que no hay hoy vestigio ni señal de que haya habido allí pueblo ni
hombre nacido, teniendo treinta leguas llenas de gente de señorío. Destas no
tienen cuento las matanzas y perdiciones que aquel mísero hombre con su
compañía en aquellos reinos (que despobló) hizo.
DE LA PROVINCIA DE NICARAGUA
El año de mil e quinientos y
veinte y dos o veinte y tres pasó este tirano a sojuzgar la felicísima
provincia de Nicaragua, el cual entró en ella en triste hora. Desta provincia
¿quién podrá encarecer la felicidad, sanidad, amenidad y prosperidad e
frecuencia y población de gente suya? Era cosa verdaderamente de admiración ver
cuán poblada de pueblos, que cuasi duraban tres y cuatro leguas en luengo,
llenos de admirables frutales que causaba ser inmensa la gente. A estas gentes
(porque era la tierra llana y rasa, que no podían esconderse en los montes, y
deleitosa, que con mucha angustia e dificultad, osaban dejarla, por lo cual
sufrían e sufrieron grandes persecuciones, y cuanto les era posible toleraban
las tiranías y servidumbre de los cristianos, e porque de su natura era gente
muy mansa e pacífica) hízoles aquel tirano, con sus tiranos compañeros que
fueron con él (todos los que a todo el otro reino le habían ayudado a
destruir), tantos daños, tantas matanzas, tantas crueldades, tantos captiverios
e sinjusticias, que no podría lengua humana decirlo. Enviaba cincuenta de
caballo e hacía alancear toda una provincia mayor que el condado de Rusellón,
que no dejaba hombre, ni mujer, ni viejo, ni niño a vida, por muy liviana cosa:
así como porque no venían tan presto a su llamada o no le traían tantas cargas
de maíz, que es el trigo de allá, o tantos indios para que sirviesen a él o a
otro de los de su compañía; porque como era la tierra llana no podía huir de
los caballos ninguno, ni de su ira infernal.
Enviaba españoles a hacer
entradas, que es ir a saltear indios a otras provincias, e dejaba llevar a los
salteadores cuantos indios querían de los pueblos pacíficos e que les servían.
Los cuales echaban en cadenas porque no les dejasen las cargas de tres arrobas
que les echaban a cuestas. Y acaesció vez, de muchas que esto hizo, que de
cuatro mil indios no volvieron seis vivos a sus casas, que todos los dejaban
muertos por los caminos. E cuando algunos cansaban y se despeaban de las
grandes cargas y enfermaban de hambre e trabajo y flaqueza, por no
desensartarlos de las cadenas les cortaban por la collera la cabeza e caía la
cabeza a un cabo y el cuerpo a otro. Véase qué sentirían los otros. E así,
cuando se ordenaban semejantes romerías, como tenían experiencia los indios de
que ninguno volvía, cuando salían iban llorando e suspirando los indios y
diciendo: "Aquellos son los caminos por donde íbamos a servir a los
cristianos y, aunque trabajábamos mucho, en fin volvíamonos a cabo de algún
tiempo a nuestras casas e a nuestras mujeres e hijos; pero agora vamos sin
esperanza de nunca jamás volver ni verlos ni de tener más vida."
Una vez, porque quiso hacer
nuevo repartimiento de los indios, porque se le antojó (e aun dicen que por
quitar los indios a quien no quería bien e dallos a quien le parescía) fue
causa que los indios no sembrasen una sementera, e como no hubo para los
cristianos, tomaron a los indios cuanto maíz tenían para mantener a sí e a sus
hijos, por lo cual murieron de hambre más de veinte o treinta mil ánimas e
acaesció mujer matar su hijo para comerlo de hambre.
Como los pueblos que tenían
eran todos una muy graciosa huerta cada uno, como se dijo, aposentáronse en
ellos los cristianos, cada uno en el pueblo que le repartían (o, como dicen
ellos, le encomendaban), y hacía en él sus labranzas, manteniéndose de las
comidas pobres de los indios, e así les tomaron sus particulares tierras y
heredades de que se mantenían. Por manera que tenían los españoles dentro de
sus mesmas casas todos los indios señores viejos, mujeres e niños, e a todos
hacen que les sirvan noches y días, sin holganza; hasta los niños, cuan presto
pueden tenerse en los pies, los ocupaban en lo que cada uno puede hacer e más
de lo que puede, y así los han consumido y consumen hoy los pocos que han
restado, no teniendo ni dejándoles tener casa ni cosa propia; en lo cual aun
exceden a las injusticias en este género que en la Española se hacían.
Han fatigado, e opreso, e
sido causa de su acelerada muerte de muchas gentes en esta provincia,
haciéndoles llevar la tablazón e madera, de treinta leguas al puerto, para
hacer navíos, y enviarlos a buscar miel y cera por los montes, donde los comen
los tigres; y han cargado e cargan hoy las mujeres preñadas y paridas como a
bestias.
La pestilencia más horrible
que principalmente ha asolado aquella provincia, ha sido la licencia que aquel
gobernador dio a los españoles para pedir esclavos a los caciques y señores de
los pueblos. Pedía cuatro o cinco meses, o cada vez que cada uno alcanzaba la
gracia o licencia del dicho gobernador, al cacique, cincuenta esclavos, con
amenazas que si no los daban lo habían de quemar vivo o echar a los perros
bravos. Como los indios comúnmente no tienen esclavos, cuando mucho un cacique
tiene dos, o tres, o cuatro, iban los señores por su pueblo e tomaban lo
primero todos los huérfanos, e después pedía a quien tenía dos hijos uno, e a
quien tres, dos; e desta manera cumplía el cacique el número que el tirano le
pedía, con grandes alaridos y llantos del pueblo, porque son las gentes que más
parece que aman a sus hijos. Como esto se hacía tantas veces, asolaron desde el
año de veinte y tres hasta el año de treinta y tres todo aquel reino, porque
anduvieron seis o siete años de cinco o seis navíos al tracto, llevando todas
aquellas muchedumbres de indios a vender por esclavos a Panamá e al Perú, donde
todos son muertos, porque es averiguado y experimentado millares de veces que,
sacando los indios de sus tierras naturales, luego mueren más fácilmente.
Porque siempre no les dan de comer e no les quitan nada de los trabajos, como
no los vendan ni los otros los compren sino para trabajar. Desta manera han
sacado de aquella provincia indios hechos esclavos, siendo tan libres como yo,
más de quinientas mil ánimas. Por las guerras infernales que los españoles les
han hecho e por el captiverio horrible en que los pusieron, más han muerto de
otras quinientas y seiscientas mil personas hasta hoy, e hoy los matan. En obra
de catorce años todos estos estragos se han hecho. Habrá hoy en toda la dicha
provincia de Nicaragua obra de cuatro mil o cinco mil personas, las cuales
matan cada día con los servicios y opresiones cotidianas e personales, siendo
(como se dijo) una de las más pobladas del mundo.
DE LA NUEVA ESPAÑA
En el año de mil e
quinientos y diez y siete se descubrió la Nueva España8, y en el descubrimiento
se hicieron grandes escándalos en los indios y algunas muertes por los que la
descubrieron. En el año de mil e quinientos e diez y ocho la fueron a robar e a
matar los que se llaman cristianos, aunque ellos dicen que van a poblar. Y
desde este año de diez y ocho hasta el día de hoy, que estamos en el año de mil
e quinientos y cuarenta e dos, ha rebosado y llegado a su colmo toda la
iniquidad, toda la injusticia, toda la violencia y tiranía que los cristianos
han hecho en las Indias, porque del todo han perdido todo temor a Dios y al rey
e se han olvidado de sí mesmos. Porque son tantos y tales los estragos e
crueldades, matanzas e destruiciones, despoblaciones, robos, violencias e
tiranías, y en tantos y tales reinos de la gran tierra firme, que todas las
cosas que hemos dicho son nada en comparación de las que se hicieron; pero
aunque las dijéramos todas, que son infinitas las que dejamos de decir, no son
comparables ni en número ni en gravedad a las que desde el dicho año de mil e
quinientos y cuarenta y dos, e hoy, en este día del mes de septiembre, se hacen
e cometen las más graves e abominables. Porque sea verdad la regla que arriba
pusimos, que siempre desde el principio han ido cresciendo en mayores
desafueros y obras infernales.
Así que, desde la entrada de
la Nueva España, que fué a dieciocho de abril del dicho año de dieciocho, hasta
el año de treinta, que fueron doce años enteros, duraron las matanzas y
estragos que las sangrientas e crueles manos y espadas de los españoles
hicieron continuamente en cuatrocientas e cincuenta leguas en torno cuasi de la
ciudad de Méjico e a su alrededor, donde cabían cuatro y cinco grandes reinos,
tan grandes e harto más felices que España. Estas tierras todas eran las más
pobladas e llenas de gentes que Toledo e Sevilla, y Valladolid, y Zaragoza
juntamente con Barcelona, porque no hay ni hubo jamás tanta población en estas
ciudades, cuando más pobladas estuvieron, que Dios puso e que había en todas
las dichas leguas, que para andarlas en torno se han de andar más de mil e
ochocientas leguas. Más han muerto los españoles dentro de los doce años dichos
en las dichas cuatrocientas y cincuenta leguas, a cuchillo y a lanzadas y
quemándolos vivos, mujeres e niños, y mozos, y viejos, de cuatro cuentos de
ánimas, mientras que duraron (como dicho es) lo que ellos llaman conquistas,
siendo invasiones violentas de crueles tiranos, condenadas no sólo por la ley
de Dios, pero por todas las leyes humanas, como lo son e muy peores que las que
hace el turco para destruir la iglesia cristiana. Y esto sin los que han muerto
e matan cada día en la susodicha tiránica servidumbre, vejaciones y opresiones
cotidianas.
Particularmente, no podrá
bastar lengua ni noticia e industria humana a referir los hechos espantables
que en distintas parte, e juntos en un tiempo en unas, e varios en varias, por
aquellos huestes públicos y capitales enemigos del linaje humano, se han hecho
dentro de aquel dicho circuito, e aun algunos hechos según las circunstancias e
calidades que los agravian, en verdad que cumplidamente apenas con mucha
diligencia e tiempo y escriptura no se pueda explicar. Pero alguna cosa de
algunas partes diré con protestación e juramento de que no pienso que explicaré
una de mil partes.
Entre otras matanzas
hicieron ésta en una ciudad grande, de más de treinta mil vecinos, que se llama
Cholula: que saliendo a recibir todos los señores de la tierra e comarca, e
primero todos los sacerdotes con el sacerdote mayor a los cristianos en
procesión y con grande acatamiento e reverencia, y llevándolos en medio a
aposentar a la ciudad, y a las casas de aposentos del señor o señores della
principales, acordaron los españoles de hacer allí una matanza o castigo (como
ellos dicen) para poner y sembrar su temor e braveza en todos los rincones de
aquellas tierras. Porque siempre fué esta su determinación en todas las tierras
que los españoles han entrado, conviene a saber: hacer una cruel e señalada matanza
porque tiemblen dellos aquellas ovejas mansas.
Así que enviaron para esto
primero a llamar todos los señores e nobles de la ciudad e de todos los lugares
a ella subjectos, con el señor principal, e así como venían y entraban a hablar
al capitán de los españoles, luego eran presos sin que nadie los sintiese, que
pudiese llevar las nuevas. Habíanles pedido cinco o seis mil indios que les
llevasen las cargas; vinieron todos luego e métenlos en el patio de las casas.
Ver a estos indios cuando se aparejan para llevar las cargas de los españoles
es haber dellos una gran compasión y lástima, porque vienen desnudos, en
cueros, solamente cubiertas sus vergüenzas e con unas redecillas en el hombro
con su pobre comida; pónense todos en cuclillas, como unos corderos muy mansos.
Todos ayuntados e juntos en el patio con otras gentes que a vueltas estaban,
pónense a las puertas del patio españoles armados que guardasen y todos los
demás echan mano a sus espadas y meten a espada y a lanzadas todas aquellas
ovejas, que uno ni ninguno pudo escaparse que no fuese trucidado9. A cabo de
dos o tres días saltan muchos indios vivos, llenos de sangre, que se habían
escondido e amparado debajo de los muertos (como eran tantos); iban llorando
ante los españoles pidiendo misericordia, que no los matasen. De los cuales
ninguna misericordia ni compasión hubieron, antes así como salían los hacían
pedazos.
A todos los señores, que
eran más de ciento y que tenían atados, mandó el capitán quemar e sacar vivos
en palos hincados en la sierra. Pero un señor, e quizá era el principal y rey
de aquella tierra, pudo soltarse e recogióse con otros veinte o treinta o
cuarenta hombres al templo grande que allí tenían, el cual era como fortaleza
que llamaban Duu, e allí se defendió gran rato del día. Pero los españoles, a
quien no se les ampara nada, mayormente en estas gentes desarmadas, pusieron
fuego al templo e allí los quemaron dando voces: "¡Oh, malos hombres! ¿Qué
os hemos hecho?, ¿porqué nos matáis? ¡Andad, que a Méjico iréis, donde nuestro
universal señor Motenzuma de vosotros nos hará venganza!" Dícese que
estando metiendo a espada los cinco o seis mil hombres en el patio, estaba
cantando el capitán de los españoles: "Mira Nero de Tarpeya a Roma cómo se
ardía; gritos dan niños y viejos, y él de nada se dolía."
Otra gran matanza hicieron
en la ciudad de Tepeaca, que era mucho mayor e de más vecinos y gente que la
dicha, donde mataron a espada infinita gente, con grandes particularidades de
crueldad.
De Cholula caminaron hacia
Méjico, y enviándoles el gran rey Motenzuma millares de presentes, e señores y
gentes, e fiestas al camino, e a la entrada de la calzada de Méjico, que es a
dos leguas, envióles a su mesmo hermano acompañado de muchos grandes señores e
grandes presentes de oro y plata e ropas; y a la entrada de la ciudad, saliendo
él mesmo en persona en unas andas de oro con toda su gran corte a recebirlos, y
acompañándolos hasta los palacios en que los había mandado aposentar, aquel
mismo día, según me dijeron algunos de los que allí se hallaron, con cierta
disimulación, estando seguro, prendieron al gran rey Motenzuma y pusieron
ochenta hombres que le guardasen, e después echáronlo en grillos.
Pero dejado todo esto, en
que había grandes y muchas cosas que contar, sólo quiero decir una señalada que
allí aquellos tiranos hicieron. Yéndose el capitán de los españoles al puerto
de la mar a prender a otro cierto capitán que venía contra él, y dejado cierto
capitán, creo que con ciento pocos más hombres que guardasen al rey Motenzuma,
acordaron aquellos españoles de cometer otra cosa señalada, para acrecentar su
miedo en toda la tierra; industria (como dije) de que muchas veces han usado.
Los indios y gente e señores de toda la ciudad y corte de Motenzuma no se
ocupaban en otra cosa sino en dar placer a su señor preso. Y entre otras
fiestas que le hacían era en las tardes hacer por todos los barrios e plazas de
la ciudad los bailes y danzas que acostumbran y que llaman ellos mitotes, como
en las islas llaman areítos, donde sacan todas sus galas e riquezas, y con
ellas se emplean todos, porque es la principal manera de regocijo y fiestas; y
los más nobles y caballeros y de sangre real, según sus grados, hacían sus
bailes e fiestas más cercanas a las casas donde estaba preso su señor. En la
más propincua parte a los dichos palacios estaban sobre dos mil hijos de
señores, que era toda la flor y nata de la nobleza de todo el imperio de
Motenzuma. A éstos fue el capitán de los españoles con una cuadrilla dellos, y
envió otras cuadrillas a todas las otras partes de la ciudad donde hacían las
dichas fiestas, disimulados como que iban a verlas, e mandó que a cierta hora
todos diesen en ellos. Fué él, y estado embebidos y seguros en sus bailes,
dicen "¡Santiago y a ellos!" e comienzan con las espadas desnudas a
abrir aquellos cuerpos desnudos y delicados e a derramar aquella generosa
sangre, que uno no dejaron a vida; lo mesmo hicieron los otros en las otras
plazas.
Fué una cosa esta que a
todos aquellos reinos y gentes puso en pasmo y angustia y luto, e hinchó de
amargura y dolor, y de aquí a que se acabe el mundo, o ellos del todo se
acaben, no dejarán de lamentar y cantar en sus areítos y bailes, como en
romances (que acá decimos), aquella calamidad e pérdida de la sucesión de toda
su nobleza, de que se preciaban de tantos años atrás.
Vista por los indios cosa
tan injusta e crueldad tan nunca vista, en tantos inocentes sin culpa
perpetrada, los que habían sufrido con tolerancia la prisión no menos injusta
de su universal señor, porque él mesmo se lo mandaba que no acometiesen ni
guerreasen a los cristianos, entonces pónense en armas toda la ciudad y vienen
sobre ellos, y heridos muchos de los españoles apenas se pudieron escapar.
Ponen un puñal a los pechos al preso Motenzuma que se pusiese a los corredores
y mandase que los indios no combatiesen la casa, sino que se pusiesen en paz.
Ellos no curaron entonces de obedecerle en nada, antes platicaban de elegir
otro señor y capitán que guiase sus batallas; y porque ya volvía el capitán,
que había ido al puerto, con victoria, y traía muchos más cristianos y venía
cerca, cesaron el combate obra de tres o cuatro días, hasta que entró en la
ciudad. Él entrado, ayuntaba infinita gente de toda la tierra, combaten a todos
juntos de tal manera y tantos días, que temiendo todos morir acordaron una
noche salir de la ciudad10. Sabido por los indios mataron gran cantidad de
cristianos en los puentes de la laguna, con justísima y sancta guerra, por las
causas justísimas que tuvieron, como dicho es. Las cuales, cualquiera que fuere
hombre razonable y justo, las justificara. Suscedió después el combate de la
ciudad, reformados los cristianos, donde hicieron estragos en los indios
admirables y extraños, matando infinitas gentes y quemando vivos muchos y
grandes señores.
Después de las tiranías
grandísimas y abominables que éstos hicieron en la ciudad de Méjico y en las
ciudades y tierra mucha (que por aquellos alrededores diez y quince y veinte
leguas de Méjico, donde fueron muertas infinitas gentes), pasó adelante esta su
tiránica pestilencia y fué a cundir e inficionar y asolar a la provincia de
Pánuco, que era una cosa admirable la multitud de las gentes que tenía y los
estragos y matanzas que allí hicieron. Después destruyeron por la mesma manera
la provincia de Tututepeque y después la provincia de Ipilcingo, y después la
de Colima, que cada una es más tierra que el reino de León y que el de
Castilla. Contar los estragos y muertes y crueldades que en cada una hicieron
sería sin duda cosa dificilísima y imposible de decir, e trabajosa de escuchar.
Es aquí de notar que el
título con que entraban e por el cual comenzaban a destruir todos aquellos
inocentes y despoblar aquellas tierras que tanta alegría y gozo debieran de
causar a los que fueran verdaderos cristianos, con su tan grande e infinita
población, era decir que viniesen a subjectarse e obedecer al rey de España,
donde no, que los había de matar e hacer esclavos. Y los que no venían tan
presto a cumplir tan irracionables y estultos mensajes e a ponerse en las manos
de tan inicuos e crueles y bestiales hombres, llamábanles rebeldes y alzados
contra el servicio de Su Majestad. Y así lo escrebían acá al rey nuestro señor
e la ceguedad de los que regían las Indias no alcanzaba ni entendía aquello que
en sus leyes está expreso e más claro que otro de sus primeros principios,
conviene a saber: que ninguno es ni puede ser llamado rebelde si primero no es
súbdito.
Considérese por los
cristianos e que saben algo de Dios e de razón, e aun de las leyes humanas, qué
tales pueden parar los corazones de cualquiera gente que vive en sus tierras
segura e no sabe que deba nada a nadie, e que tiene sus naturales señores, las
nuevas que les dijesen así de súpito: daos a obedescer a un rey estraño, que
nunca vistes ni oístes, e si no, sabed que luego os hemos de hacer pedazos;
especialmente viendo por experiencia que así luego lo hacen. Y lo que más
espantable es, que a los que de hecho obedecen ponen en aspérrima servidumbre,
donde son increíbles trabajos e tormentos más largos y que duran más que los
que les dan metiéndolos a espada, al cabo perecen ellos e sus mujeres y hijos e
toda su generación. E ya que con los dichos temores y amenazas aquellas gentes
o otras cualesquiera en el mundo vengan a obedecer e reconoscer el señorío de
rey extraño, no veen los ciegos e turbados de ambición e diabólica cudicia que
no por eso adquieren una punta de derecho como verdaderamente sean temores y
miedos, aquellos cadentes inconstantísimos viros, que de derecho natural e
humano y divino es todo aire cuanto se hace para que valga, si no es el reatu e
obligación que les queda a los fuegos infernales, e aun a las ofensas y daños
que hacen a los reyes de Castilla destruyéndoles aquellos sus reinos e
aniquilándole (en cuanto en ellos es) todo el derecho que tienen a todas las
Indias; y estos son e no otros los servicios que los españoles han hecho a los
dichos señores reyes en aquellas tierras, e hoy hacen.
Con este tan justo y
aprobado título envió aqueste capitán tirano otros dos tiranos capitanes muy
más crueles e feroces, peores e de menos piedad e misericordia que él, a los
grandes y florentísimos e felicísimos reinos, de gentes plenísimamente llenos e
poblados, conviene a saber, el reino de Guatimala, que está a la mar del Sur, y
el otro de Naco y Honduras o Guaimura, que está a la mar del Norte, frontero el
uno del otro e que confinaban e partían términos ambos a dos, trecientas leguas
de Méjico. El uno despachó por la tierra y el otro en navíos por la mar, con
mucha gente de caballo y de pie cada uno.
Digo verdad que de lo que
ambos hicieron en mal, y señaladamente del que fué al reino de Guatimala,
porque el otro presto mala muerte murió, que podría expresar e collegir tantas
maldades, tantos estragos, tantas muertes, tantas despoblaciones, tantas y tan
fieras injusticias que espantasen los siglos presentes y venideros e hinchese
dellas un gran libro. Porque éste excedió a todos los pasados y presentes, así
en la cantidad e número de las abominaciones que hizo, como de las gentes que
destruyó e tierras que hizo desiertas, porque todas fueron infinitas.
El que fué por la mar y en
navíos hizo grandes robos y escándalos y aventamientos de gentes en los pueblos
de la costa, saliéndole a rescibir algunos con presentes en el reino de
Yucatán, que está en el camino del reino susodicho de Naco y Guaimura, donde
iba. Después de llegado a ellos envió capitanes y mucha gente por toda aquella
tierra que robaban y mataban y destruían cuantos pueblos y gentes había. Y
especialmente uno que se alzó con trecientos hombres y se metió la tierra
adentro hacia Guatimala, fué destruyendo y quemando cuantos pueblos hallaba y
robando y matando las gentes dellos. Y fué haciendo esto de industria más de
ciento y veinte leguas, porque si enviasen tras él hallasen los que fuesen la
tierra despoblada y alzada y los matasen los indios en venganza de los daños y
destruiciones que dejaban fechos. Desde a pocos días mataron al capitán
principal que le envió y a quien éste se alzó, y después suscedieron otros
muchos tiranos crudelísimos que con matanzas e crueldades espantosas y con
hacer esclavos e venderlos a los navíos que les traían vino e vestidos y otras
cosas; e con la tiránica servidumbre ordinaria, desde el año de mil y
quinientos e veinte y cuatro hasta el año de mil e quinientos e treinta y cinco
asolaron aquellas provincias e reino de Naco y Honduras, que verdaderamente
parescían un paraíso de deleites y estaban más pobladas que la más frecuentada
y poblada tierra que puede ser en el mundo; y agora pasamos e venimos por ellas
y las vimos tan despobladas y destruídas que cualquiera persona, por dura que
fuera, se le abrieran las entrañas de dolor. Más han muerto, en estos once
años, de dos cuentos de ánimas y no han dejado, en más de cient leguas en
cuadra, dos mil personas, y éstas cada día las matan en la dicha servidumbre.
Volviendo la péndola11 a
hablar del grande tirano capitán que fué a los reinos de Guatimala, el cual,
como está dicho, excedió a todos los pasados e iguala con todos los que hoy
hay, desde las provincias comarcanas a Méjico, que por el camino que él fué
(según él mesmo escribió en una carta al principal que le envió) están del
reino de Guatimala cuatrocientas leguas, fué haciendo matanzas y robos,
quemando y robando e destruyendo donde llegaba toda la tierra con el título
susodicho, conviene a saber, diciéndoles que se sujetasen a ellos, hombres tan
inhumanos, injustos y crueles, en nombre del rey de España, incógnito e nunca
jamás dellos oído. El cual estimaban ser muy más injusto e cruel que ellos; e
aun sin dejarlos deliberar, cuasi tan presto como el mensaje, llegaban matando
y quemando sobre ellos.
DE LA PROVINCIA E REINO DE
GUATIMALA
Llegado al dicho reino hizo
en la entrada dél mucha matanza de gente; y no obstante esto, salióle a
rescebir en unas andas e con trompetas y atabales e muchas fiestas el señor
principal con otros muchos señores de la ciudad de Altatlán, cabeza de todo el
reino, donde le sirvieron de todo lo que tenían, en especial dándoles de comer
cumplidamente e todo lo que más pudieron. Aposentáronse fuera de la ciudad los
españoles aquella noche, porque les paresció que era fuerte y que dentro
pudieran tener peligro. Y otro día llama al señor principal e otros muchos
señores, e venidos como mansas ovejas, préndelos todos e dice que le den tantas
cargas de oro. Responden que no lo tienen, porque aquella tierra no es de oro.
Mándalos luego quemar vivos, sin otra culpa ni otro proceso ni sentencia.
Desque vieron los señores de
todas aquellas provincias que habían quemado aquellos señor y señores supremos,
no más de porque no daban oro, huyeron todos de sus pueblos metiéndose en los
montes, e mandaron a toda su gente que fuesen a los españoles y les sirviesen
como a señores, pero que no les descubriesen diciéndoles dónde estaban.
Viénense toda la gente de la tierra a decir que querían ser suyos e servirles
como a señores. Respondía este piadoso capitán que no los querían rescebir,
antes los habían de matar a todos si no descubrían dónde estaban los señores.
Decían los indios que ellos no sabían dellos, que se sirviesen dellos y de sus
mujeres e hijos y que en sus casas los hallarían; allí los podían matar o hacer
dellos lo que quisiesen; y esto dijeron y ofrescieron e hicieron los indios
muchas veces. Y cosa fué esta maravillosa, que iban los españoles a los pueblos
donde hallaban las pobres gentes trabajando en sus oficios con sus mujeres y
hijos seguros e allí los alanceaban e hacían pedazos. Y a pueblo muy grande e
poderoso vinieron (que estaban descuidados más que otros e seguros con su
inocencia) y entraron los españoles y en obra de dos horas casi lo asolaron,
metiendo a espada los niños e mujeres e viejos con cuantos matar pudieron que
huyendo no se escaparon.
Desque los indios vieron que
con tanta humildad, ofertas, paciencia y sufrimiento no podían quebrantar ni
ablandar corazones tan inhumanos e bestiales, e que tan sin apariencia ni color
de razón, e tan contra ella los hacían pedazos; viendo que así como así habían
de morir, acordaron de convocarse e juntarse todos y morir en la guerra,
vengándose como pudiesen de tan crueles e infernales enemigos, puesto que bien
sabían que siendo no sólo inermes, pero desnudos, a pie y flacos, contra gente
tan feroz a caballo e tan armada, no podían prevalecer, sino a1 cabo ser
destruídos. Entonces inventaron unos hoyos en medio de los caminos donde
cayesen los caballos y se hincasen por las tripas unas estacas agudas y
tostadas de que estaban los hoyos llenos, cubiertos por encima de céspedes e
yerbas que no parecía que hubiese nada. Una o dos veces cayeron caballos en
ellos no más, porque los españoles se supieron dellos guardar, pero para
vengarse hicieron ley los españoles que todos cuantos indios de todo género y
edad tomasen a vida, echasen dentro en los hoyos. Y así las mujeres preñadas e
paridas e niños y viejos e cuantos podían tomar echaban en los hoyos hasta que
los henchían, traspasados por las estacas, que era una gran lástima ver,
especialmente las mujeres con sus niños. Todos los demás mataban a lanzadas y a
cuchilladas, echábanlos a perros bravos que los despedazaban e comían, e cuando
algún señor topaban, por honra quemábanlo en vivas llamas. Estuvieron en estas
carnicerías tan inhumanas cerca de siete años, desde el año de veinte y cuatro
hasta el año de treinta o treinta y uno: júzguese aquí cuánto sería el número
de la gente que consumirían.
De infinitas obras horribles
que en este reino hizo este infelice malaventurado tirano e sus hermanos
(porque eran sus capitanes no menos infelices e insensibles que él, con los
demás que le ayudaban) fué una harto notable: que fué a la provincia de
Cuzcatán, donde agora o cerca de allí es la villa de Sant Salvador, que es una
tierra felicísima con toda la costa de la mar del Sur, que dura cuarenta y
cincuenta leguas, y en la ciudad de Cuzcatán, que era la cabeza de la
provincia, le hicieron grandísimo rescebimiento sobre veinte o treinta mil
indios le estaban esperando cargados de gallinas e comida. Llegado y rescebido
el presente mandó que cada español tomase de aquel gran número de gente todos
los indios que quisiese, para los días que allí estuviesen servirse dellos e
que tuviesen cargo de traerles lo que hubiesen menester. Cada uno tomó ciento o
cincuenta o los que le parescía que bastaban para ser muy bien servido, y los
inocentes corderos sufrieron la división e servían con todas sus fuerzas, que
no faltaba sino adorarlos.
Entre tanto este capitán
pidió a los señores que le trujesen mucho oro, porque a aquello principalmente
venían. Los indios responden que les place darles todo el oro que tienen, e
ayuntan muy gran cantidad de hachas de cobre (que tienen, con que se sirven),
dorado, que parece oro porque tiene alguno. Mándales poner el toque, y desque
vido que eran cobre dijo a los españoles: “Dad al diablo tal tierra; vámonos,
pues que no hay oro; e cada uno los indios que tiene que le sirven échelos en
cadena e mandaré herrárselos por esclavos”. Hácenlo así e hiérranlos con el
hierro del rey por esclavos a todos los que pudieron atar, e yo vide el hijo
del señor principal de aquella ciudad herrado.
Vista por los indios que se
soltaron y los demás de toda la tierra tan gran maldad, comienzan a juntarse e
a ponerse en armas. Los españoles hacen en ellos grandes estragos y matanzas e
tórnanse a Guatimala, donde edificaron una ciudad que agora con justo juicio, con
tres diluvios juntamente, uno de agua e otro de tierra e otro de piedras más
gruesas que diez y veinte bueyes, destruyó la justicia divinal. Donde muertos
todos los señores e los hombres que podían hacer guerra, pusieron todos los
demás en la sobredicha infernal servidumbre, e con pedirles esclavos de tributo
y dándoles los hijos e hijas, porque otros esclavos no los tienen, y ellos
enviando navíos cargados dellos a vender al Perú, e con otras matanzas y
estragos que sin los dichos hicieron, han destruído y asolado un reino de cient
leguas en cuadra y más, de los más felices en fertilidad e población que puede
ser en el mundo. Y este tirano mesmo escribió que era más poblado que el reino
de Méjico e dijo verdad: más ha muerto él y sus hermanos, con los demás, de
cuatro y de cinco cuentos de ánimas en quince o dieciséis años, desde el año de
veinte y cuatro hasta el de cuarenta, e hoy matan y destruyen los que quedan, e
así matarán los demás.
Tenía éste esta costumbre:
que cuando iba a hacer guerra a algunos pueblos o provincias, llevaba de los ya
sojuzgados indios cuantos podía que hiciesen guerra a los otros; e como no les
daba de comer a diez y a veinte mil hombres que llevaba, consentíales que
comiesen a los indios que tomaban. Y así había en su real solemnísima
carnecería de carne humana, donde en su presencia se mataban los niños y se
asaban, y mataban el hombre por solas las manos y pies, que tenían por los
mejores bocados. Y con estas inhumanidades, oyéndolas todas las otras gentes de
las otras tierras, no sabían dónde se meter de espanto.
Mató infinitas gentes con
hacer navíos; llevaba de la mar del Norte a la del Sur, ciento y treinta
leguas, los indios cargados con anclas de tres y cuatro quintales, que se les
metían las uñas dellas por las espaldas y lomos; y llevó desta manera mucha
artillería en los hombros de los tristres desnudos: e yo vide muchos cargados
de artillería por los caminos, angustiados. Descasaba y robaba los casados,
tomándoles las mujeres y las hijas, y dábalas a los marineros y soldados por
tenerlos contentos para llevarlos en sus armadas; henchía los navíos de indios,
donde todos perecían de sed y hambre. Y es verdad que si hobiese de decir, en
particular, sus crueldades, hiciesen un gran libro que al mundo espantase.
Dos armadas hizo de muchos
navíos cada una con las cuales abrasó, como si fuera fuego del cielo, todas
aquellas tierras. ¡Oh, cuántos huérfanos hizo, cuántos robó de sus hijos,
cuántos privó de sus mujeres, cuántas mujeres dejó sin maridos, de cuántos
adulterios y estupros e violencias fué causa! ¡Cuántos privó de su libertad,
cuántas angustias e calamidades padecieron muchas gentes por él! ¡Cuántas
lágrimas hizo derramar, cuántos sospiros, cuántos gemidos, cuántas soledades en
esta vida e de cuántos damnación eterna en la otra causó, no sólo de indios,
que fueron infinitos, pero de los infelices cristianos de cuyo consorcio se
favoreció en tan grandes insultos, gravísimos pecados e abominaciones tan
execrables! Y plega a Dios que dél haya habido misericordia e se contente con
tan mala fin como al cabo le dió.
DE LA NUEVA ESPAÑA Y PÁNUCO
Y JALISCO
Hechas las grandes
crueldades y matanzas dichas y las que se dejaron de decir en las provincias de
la Nueva España y en las de Pánuco, sucedió en la de Pánuco otro tirano insensible,
cruel, el año de mil e quinientos e veinte y cinco, que haciendo muchas
crueldades y herrando muchos y gran número de esclavos de las maneras
susodichas, siendo todos hombres libres, y enviando cargados muchos navíos a
las islas Cuba y Española, donde mejor venderlos podía, acabó de asolar toda
aquella provincia; e acaesció allí dar por una yegua ochenta indios, ánimas
racionales. De aquí fué proveído para gobernar la ciudad de Méjico y toda la
Nueva España con otros grandes tiranos por oidores y él por presidente. El cual
con ellos cometieron tan grandes males, tantos pecados, tantas crueldades,
robos e abominaciones que no se podrían creer. Con las cuales pusieron toda
aquella tierra en tan última despoblación, que si Dios no les atajara con la resistencia
de los religiosos de Sant Francisco e luego con la nueva provisión de una
Audiencia Real buena y amiga de toda virtud, en dos años dejaran la Nueva
España como está la isla Española. Hobo hombre de aquellos, de la compañía
deste, que para cercar de pared una gran huerta suya traía ocho mil indios,
trabajando sin pagarles nada ni darles de comer, que de hambre se caían muertos
súpitamente, y él no se daba por ello nada.
Desque tuvo nueva el
principal desto, que dije que acabó de asolar a Pánuco, que venía la dicha
buena Real Audiencia, inventó de ir la tierra adentro a descubrir dónde
tiranizase, y sacó por fuerza de la provincia de Méjico quince o veinte mil
hombres para que le llevasen, e a los españoles que con él iban, las cargas, de
los cuales no volvieron doscientos, que todos fué causa que muriesen por allá.
Llegó a la provincia de Mechuacam, que es cuarenta leguas de Méjico, otra tal y
tan felice e tan llena de gente como la de Méjico, saliéndole a recebir el rey
e señor della con procesión de infinita gente e haciéndole mil servicios y
regalos; prendió luego al dicho rey, porque tenía fama de muy rico de oro y
plata, e porque le diese muchos tesoros comienza a dalle estos tormentos el
tirano: pónelo en un cepo por los pies y el cuerpo estendido, e atado por las
manos a un madero; puesto un brasero junto a los pies, e un muchacho, con un
hisopillo mojado en aceite, de cuando en cuando se los rociaba para tostarle
bien los cueros; de una parte estaba un hombre cruel, que con una ballesta
armada apuntábale al corazón; de otra, otro con un muy terrible perro bravo
echándoselo, que en un credo lo despedazara, e así lo atormentaron porque
descubriese los tesoros que pretendía, hasta que, avisado cierto religioso de
Sant Francisco, se lo quitó de las manos; de los cuales tormentos al fin murió.
Y desta manera atormentaron e mataron a muchos señores e caciques en aquellas
provincias, porque diesen oro y plata.
Cierto tirano en este
tiempo, yendo por visitador más de las bolsas y haciendas para robarlas de los
indios que no de las ánimas o personas, halló que ciertos indios tenían
escondidos sus ídolos, como nunca los hobiesen enseñado los tristes españoles
otro mejor Dios: prendió los señores hasta que le dieron los ídolos creyendo
que eran de oro o de plata, por lo cual cruel e injustamente los castigó. Y
porque no quedase defraudado de su fin, que era robar, constriñó a los dichos
caciques que le comprasen los ídolos, y se los compraron por el oro o plata que
pudieron hallar, para adorarlos como solían por Dios. Estas son las obras y
ejemplos que hacen y honra que procuran a Dios en las Indias los malaventurados
españoles.
Pasó este gran tirano
capitán, de la de Mechuacam a la provincia de Jalisco, que estaba entera e
llena como una colmena de gente poblatísima e felicísima, porque es de las
fértiles y admirables de las Indias; pueblo tenía que casi duraba siete leguas
su población. Entrando en ella salen los señores y gente con presentes y
alegría, como suelen todos los indios, a rescibir. Comenzó a hacer las
crueldades y maldades que solía, e que todos allá tienen de costumbre, e muchas
más, por conseguir el fin que tienen por dios, que es el oro. Quemaba los
pueblos, prendía los caciques, dábales tormentos, hacía cuantos tomaba
esclavos. Llevaba infinitos atados en cadenas; las mujeres paridas, yendo
cargadas con cargas que de los malos cristianos llevaban, no pudiendo llevar
las criaturas por el trabajo e flaqueza de hambre, arrojábanlas por los
caminos, donde infinitas perecieron.
Un mal cristiano, tomando
por fuerza una doncella para pecar con ella, arremetió la madre para se la
quitar, saca un puñal o espada y córtala una mano a la madre, y a la doncella,
porque no quiso consentir, matóla a puñaladas.
Entre otros muchos hizo
herrar por esclavos injustamente, siendo libres (como todos lo son), cuatro mil
e quinientos hombres e mujeres y niños de un año, a las tetas de las madres, y
de dos, y tres, e cuatro e cinco años, aun saliéndole a rescibir de paz, sin
otros infinitos que no se contaron.
Acabadas infinitas guerras
inicuas e infernales y matanzas en ellas que hizo, puso toda aquella tierra en
la ordinaria e pestilencial servidumbre tiránica que todos los tiranos
cristianos de las Indias suelen y pretenden poner aquellas gentes. En la cual
consintió hacer a sus mesmos mayordomos e a todos los demás crueldades y
tormentos nunca oídos, por sacar a los indios oro y tributos. Mayordomo suyo
mató muchos indios ahorcándolos y quemándolos vivos, y echándolos a perros
bravos, e cortándoles pies y manos y cabezas e lenguas, estando los indios de
paz, sin otra causa alguna más de por amedrentarlos para que le sirviesen e
diesen oro y tributos, viéndolo e sabiéndolo el mesmo egregio tirano, sin
muchos azotes y palos y bofetadas y otras especies de crueldades que en ellos
hacían cada día y cada hora ejercitaban.
Dícese de él que ochocientos
pueblos destruyó y abrasó en aquel reino de Jalisco, por lo cual fué causa que
de desesperados (viéndose todos los demás tan cruelmente perecer) se alzasen y
fuesen a los montes y matasen muy justa y dignamente algunos españoles. Y
después, con las injusticias y agravios de otros modernos tiranos que por allí
pasaron para destruir otras provincias, que ellos llaman descubrir, se juntaron
muchos indios, haciéndose fuertes en ciertos peñones, en los cuales agora de
nuevo han hecho en ellos tan grandes crueldades que cuasi han acabado de
despoblar e asolar toda aquella gran tierra, matando infinitas gentes. Y los
tristes ciegos, dejados de Dios venir a reprobado sentido, no viendo la justísima
causa, y causas muchas llenas de toda justicia, que los indios tienen por ley
natural, divina y humana de los hacer pedazos, si fuerzas e armas tuviesen, y
echarlos de sus tierras, e la injustísima e llena de toda iniquidad, condenada
por todas las leyes, que ellos tienen para, sobre tantos insultos y tiranías e
grandes e inexpiables pecados que han cometido en ellos, moverles de nuevo
guerra, piensan y dicen y escriben que las victorias que han de los inocentes
indios asolándolos, todas se las da Dios, porque sus guerras inicuas tienen
justicia, como se gocen y glorien y hagan gracias a Dios de sus tiranías como
lo hacían aquellos tiranos ladrones de quien dice el profeta Zacharías,
capítulo 11: Pasce pecora ocisionis, quoe qui occidebant non dolebant sed
dicebant, benedictus deus quod divites facti sumus.
DEL REINO DE YUCATÁN
El año de mil e quinientos y
veinte y seis fué otro infelice hombre proveído por gobernador del reino de
Yucatán, por las mentiras y falsedades que dijo y ofrescimientos que hizo al
rey, como los otros tiranos han hecho hasta agora, porque les den oficios y
cargos con que puedan robar. Este reino de Yucatán estaba lleno de infinitas
gentes, porque es la tierra de gran manera sana y abundante de comidas e frutas
mucho (aún más que la de la de Méjico), e señaladamente abunda de miel y cera
más que ninguna parte de las Indias de lo que hasta agora se ha visto. Tiene
cerca de trecientas leguas de boja o en torno el dicho reino. La gente dél era
señalada entre todas las de las Indias, así en prudencia y policía como en
carecer de vicios y pecados más que otra, e muy aparejada e digna de ser traída
al conoscimiento de su Dios, y donde se pudieran hacer grandes ciudades de
españoles y vivieran como en un paraíso terrenal (si fueran dignos della); pero
no lo fueron por su gran codicia e insensibilidad e grandes pecados, como no
han sido dignos de las otras partes que Dios les había en aquellas Indias
demostrado.
Comenzó este tirano con
trecientos hombres, que llevó consigo a hacer crueles guerras a aquellas gentes
buenas, inocentes, que estaban en sus casas sin ofender a nadie, donde mató y
destruyó infinitas gentes. Y porque la tierra no tiene oro, porque si lo
tuviera, por sacarlo en las minas los acabara; pero por hacer oro de los cuerpos
y de las ánimas de aquellos por quien Jesucristo murió, hace abarrisco12 todos
los que no mataba, esclavos, e a muchos navíos que venían al olor y fama de los
esclavos enviaba llenos de gentes, vendidas por vino, y aceite, y vinagre, y
por tocino, e por vestidos, y por caballos e por lo que él y ellos habían
menester, según su juicio y estima.
Daba a escoger entre
cincuenta y cien doncellas, una de mejor parecer que otra, cada uno la que
escogese, por una arroba de vino, o de aceite, o vinagre, o por un tocino, e lo
mesmo un muchacho bien dispuesto, entre ciento o doscientos escogido, por otro
tanto. Y acaesció dar un muchacho, que parescía hijo de un príncipe, por un
queso, e cient personas por un caballo. En estas obras estuvo desde el año de
veinte y seis hasta el año de treinta y tres, que fueron siete, asolando y
despoblando aquellas tierras e matando sin piedad aquellas gentes, hasta que
oyeron allí las nuevas de las riquezas del Perú, que se le fué la gente
española que tenía y cesó por algunos días aquel infierno; pero después
tornaron sus ministros a hacer otras grandes maldades, robos y captiverios y
ofensas grandes de Dios, e hoy no cesan de hacerlas e cuasi tienen despobladas
todas aquellas trecientas leguas, que estaban (como se dijo) tan llenas y
pobladas.
No bastaría a creer nadie ni
tampoco a decirse los particulares casos de crueldades que allí se han hecho.
Sólo diré dos o tres que me ocurrieron. Como andaban los tristes españoles con
perros bravos buscando e aperreando los indios, mujeres y hombres, una india
enferma, viendo que no podía huir de los perros, que no la hiciesen pedazos
como hacían a los otros, tomó una soga y atose al pie un niño que tenía de un
año y ahorcóse de una viga, e no lo hizo tan presto que no llegaran los perros y
despedazaron el niño, aunque antes que acabase de morir lo bautizó un fraile.
Cuando se salían los
españoles de aquel reino dijo uno a un hijo de un señor de cierto pueblo o
provincia que se fuese con él; dijo el niño que no quería dejar su tierra.
Responde el español: "Vete conmigo; si no, cortarte he las orejas."
Dice el muchacho que no. Saca un puñal e córtale una oreja y después la otra. Y
diciéndole el muchacho que no quería dejar su tierra, córtale las narices,
riendo y como si le diera un repelón no más.
Este hombre perdido se loó e
jactó delante de un venerable religioso, desvergonzadamente, diciendo que
trabajaba cuanto podía por empreñar muchas mujeres indias, para que, viéndolas
preñadas, por esclavas le diesen más precio de dinero por ellas.
En este reino o en una
provincia de la Nueva España, yendo cierto español con sus perros a caza de
venados o de conejos, un día, no hallando qué cazar, parescióle que tenían
hambre los perros, y toma un muchacho chiquito a su madre e con un puñal
córtale a tarazones los brazos y las piernas, dando a cada perro su parte; y
después de comidos aquellos tarazones échales todo el corpecito en el suelo a
todos juntos. Véase aquí cuánta es la insensibilidad de los españoles en
aquellas tierras e cómo los ha traído Dios in reprobus sensus, y en qué estima
tienen a aquellas gentes, criadas a la imagen de Dios e redimidas por su
sangre. Pues peores cosas veremos abajo.
Dejadas infinitas e
inauditas crueldades que hicieron los que se llaman cristianos en este reino,
que no basta juicio a pensarlas, sólo con esto quiero concluirlo: que salidos
todos los tiranos infernales dél con el ansia, que los tiene ciegos, de las
riquezas del Perú, movióse el padre fray Jacobo con cuatro religiosos de su
orden de Sanct Francisco a ir aquel reino a apaciguar y predicar e traer a
Jesucristo el rebusco de aquellas gentes que restaban de la vendimia infernal y
matanzas tiránicas que los españoles en siete años habían perpetrado; e creo
que fueron estos religiosos el año de treinta y cuatro, enviándoles delante
ciertos indios de la provincia de Méjico por mensajeros, si tenían por bien que
entrasen los dichos religiosos en sus tierras a darles noticia de un solo Dios,
que era Dios y Señor verdadero de todo el mundo. Entraron en consejo e hicieron
muchos ayuntamientos, tomadas primero muchas informaciones, qué hombres eran
aquellos que se decían padres e frailes, y qué era lo que pretendían y en qué
diferían de los cristianos, de quien tantos agravios e injusticias habían
recebido. Finalmente, acordaron de rescibirlos con que solos ellos y no
españoles allá entrasen. Los religiosos se lo prometieron, porque así lo
llevaban concedido por el visorrey de la Nueva España e cometido que les
prometiesen que no entrarían más allí españoles, sino religiosos, ni les sería
hecho por los cristianos algún agravio.
Predicáronles el evangelio
de Cristo como suelen, y la intención sancta de los reyes de España para con
ellos; e tanto amor y sabor tomaron con la doctrina y ejemplo de los frailes e
tanto se holgaron de las nuevas de los reyes de Castilla (de los cuales en
todos los siete años pasados nunca los españoles les dieron noticia que había
otro rey, sino aquél que allí los tiranizaba y destruía), que a cabo de
cuarenta días que los frailes habían entrado e predicado, los señores de la
tierra les trujeron y entregaron todos sus ídolos que los quemasen, y después
desto sus hijos para que los enseñasen, que los quieren más que las lumbres de
sus ojos, e les hicieron iglesias y templos e casas, e los convidaban de otras
provincias a que fuesen a predicarles e darles noticia de Dios y de aquel que
decían que era gran rey de Castilla. Y persuadidos de los frailes hicieron una
cosa que nunca en las Indias hasta hoy se hizo, y todas las que fingen por
algunos de los tiranos que allá han destruído aquellos reinos y grandes tierras
son falsedad y mentira. Doce o quince señores de muchos vasallos y tierras,
cada uno por sí, juntando sus pueblos, e tomando sus votos e consentimiento, se
subjectaron de su propia voluntad al señorío de los reyes de Castilla,
rescibiendo al Emperador, como rey de España, por señor supremo e universal; e
hicieron ciertas señales como firmas, las cuales tengo en mi poder con el
testimonio de los dichos frailes.
Estando en este
aprovechamiento de la fee, e con grandísima alegría y esperanza los frailes de
traer a Jesucristo todas las gentes de aquel reino que de las muertes y guerras
injustas pasadas habían quedado, que aún no eran pocas, entraron por cierta
parte dieciocho españoles tiranos, de caballo, e doce de pie, que eran treinta,
e traen muchas cargas de ídolos tomados de otras provincias a los indios; y el
capitán de los dichos treinta españoles llama a un señor de la tierra por donde
entraban e dícele que tomase de aquellas cargas de ídolos y los repartiese por
toda su tierra, vendiendo cada ídolo por un indio o india para hacerlo esclavo,
amenazándolo que si no lo hacía que le había de hacer guerra. El dicho señor,
por temor forzado, destribuyó los ídolos por toda su tierra e mandó a todos sus
vasallos que los tomasen para adorarlos, e le diesen indios e indias para dar a
los españoles para hacer esclavos. Los indios, de miedo, quien tenía dos hijos
daba uno, e quien tenía tres daba dos, e por esta manera complían con aquel tan
sacrílego comercio, y el señor o cacique contentaba los españoles si fueran
cristianos.
Uno destos ladrones impíos
infernales llamado Juan García, estando enfermo y propinco a la muerte, tenía
debajo de su cama dos cargas de ídolos, y mandaba a una india que le servía que
mirasen bien que aquellos ídolos que allí estaban no los diese a trueque de
gallinas, porque eran muy buenos, sino cada uno por un esclavo; y, finalmente,
con este testamento y en este cuidado ocupado murió el desdichado; ¿y quién
duda que no esté en los infiernos sepultado?
Véase y considérese agora
aquí cuál es el aprovechamiento y religión y ejemplos de cristiandad de los
españoles que van a las Indias; qué honra procuran a Dios; cómo trabajan que
sea conoscido y adorado de aquellas gentes; qué cuidado tienen de que por
aquellas ánimas se siembre y crezca e dilate su sancta fee, e júzguese si fué
menor pecado este que el de Jeroboán: qui peccare fecit Israel, haciendo los
dos becerros de oro para que el pueblo adorase, o si fué igual al de Judas, o
que más escándalo causase. Estas, pues, son las obras de los españoles que van
a las Indias, que verdaderamente muchas e infinitas veces, por la codicia que
tienen de oro, han vendido y venden hoy en este día e niegan y reniegan a
Jesucristo.
Visto por los indios que no
había salido verdad lo que los religiosos les habían prometido (que no habían
de entrar españoles en aquellas provincias, e que los mesmos españoles les
traían ídolos de otras tierras a vender, habiendo ellos entregado todos sus
dioses a los frailes para que los quemasen por adorar un verdadero Dios),
alborótase e indígnase toda la tierra contra los frailes e vanse a ellos
diciendo: "¿Por qué nos habéis mentido, engañándonos que no habían de
entrar en esta tierra cristianos? ¿Y por qué nos habéis quemado nuestros
dioses, pues nos traen a vender otros dioses de otras provincias vuestros
cristianos? ¿Por ventura no eran mejores nuestros dioses que los de las otras
naciones?"
Los religiosos los aplacaron
lo mejor que pudieron, no teniendo qué responder. Vanse a buscar los treinta
españoles e dícenles los daños que habían hecho; requiérenles que se vayan: no
quisieron, antes hicieron entender a los indios que los mesmos frailes los
habían hecho venir aquí, que fue malicia consumada. Finalmente, acuerdan matar
los indios a los frailes; huyen los frailes una noche, por ciertos indios que
los avisaron, y después de idos, cayendo los indios en la inocencia e virtud de
los frailes e maldad de los españoles, enviaron mensajeros cincuenta leguas
tras ellos rogándoles que se tornasen e pidiéndoles perdón de la alteración que
les causaron. Los religiosos, como siervos de Dios y celosos de aquellas
ánimas, creyéndoles, tornáronse a la tierra e fueron rescebidos como ángeles,
haciéndoles los indios mil servicios y estuvieron cuatro o cinco meses después.
Y porque nunca aquellos cristianos quisieron irse de la tierra, ni pudo el
visorrey con cuanto hizo sacarlos, porque está lejos de la Nueva España (aunque
los hizo apregonar por traidores), e porque no cesaban de hacer sus
acostumbrados insultos y agravios a los indios, paresciendo a los religiosos
que tarde que temprano con tan malas obras los indios se resabiarían e que
quizá caerían sobre ellos, especialmente que no podían predicar a los indios
con quietud dellos e suya, e sin continuos sobresaltos por las obras malas de
los españoles, acordaron de desmamparar aquel reino, e así quedó sin lumbre y
socorro de doctrina, y aquellas ánimas en la oscuridad de ignorancia e miseria
que estaban, quitándoles al mejor tiempo el remedio y regadío de la noticia e
conoscimiento de Dios que iban ya tomando avidísimamente, como si quitásemos el
agua a las plantas recién puestas de pocos días; y esto por la inexpiable culpa
e maldad consumada de aquellos españoles.
DE LA PROVINCIA DE SANCTA
MARTA
La provincia de Sancta Marta
era tierra donde los indios tenían muy mucho oro, porque la tierra es rica y
las comarcas, e tenían industria de cogerlo. Y por esta causa, desde el año de
mil y cuatrocientos y noventa y ocho hasta hoy, año de mil e quinientos e
cuarenta y dos, otra cosa no han hecho infinitos tiranos españoles sino ir a
ella con navíos y saltear e matar y robar aquellas gentes por robarles el oro
que tenían y tornábanse en los navíos que iban en diversas e muchas veces, en
las cuales hicieron grandes estragos y matanzas e señaladas crueldades, y esto
comúnmente a la costa de la mar e algunas leguas la tierra dentro, hasta el año
de mil e quinientos e veinte y tres. El año de mil e quinientos e veinte y tres
fueron tiranos españoles a estar de asiento allá; y porque la tierra, como
dicho es, era rica, suscedieron diversos capitanes, unos más crueles que otros,
que cada uno parecía que tenía hecha profesión de hacer más exorbitantes
crueldades y maldades que el otro, porque saliese verdad la regla que arriba
pusimos.
El año de mil e quinientos e
veinte y nueve, fué un gran tirano muy de propósito y con mucha gente, sin
temor alguno de Dios ni compasión de humano linaje, el cual hizo con ella tan
grandes estragos, matanzas e impiedades, que a todos los pasados excedió: robó
él y ellos muchos tesoros en obra de seis o siete años que vivió. Después de
muerto sin confesión, y aun huyendo de la residencia que tenía, suscedieron
otros tiranos matadores y robadores, que fueron a consumir las gentes que de
las manos y cruel cuchillo de los pasados restaban. Extendiéronse tanto por la
tierra dentro, vastando y asolando grandes e muchas provincias, matando y
captivando las gentes dellas, por las maneras susodichas de las otras, dando grandes
tormentos a señores y a vasallos, porque descubriesen el oro y los pueblos que
lo tenían, excediendo como es dicho en las obras y número e calidad a todos los
pasados; tanto que desde el año dicho, de mil e quinientos y veinte y nueve
hasta hoy, han despoblado por aquella parte más de cuatrocientas leguas de
tierra que estaba así poblada como las otras.
Verdaderamente afirmo que si
en particular hobiera de referir las maldades, matanzas, despoblaciones,
injusticias, violencias, estragos y grandes pecados que los españoles en estos
reinos de Sancta Marta han hecho y cometido contra Dios, e contra el rey, e
aquellas innocentes naciones, yo haría una muy larga historia; pero esto
quedarse ha para su tiempo si Dios diere la vida. Sólo quiero aquí decir unas
pocas de palabras de las que escribe agora al Rey nuestro señor el obispo de
aquella provincia, y es la hecha de la carta a veinte de mayo del año de mil e
quinientos e cuarenta y uno, el cual entre otras palabras dice así:
"Digo, sagrado César,
que el medio para remediar esta tierra es que vuestra Majestad la saque ya de
poder de padrastros y le dé marido que la tracte como es razón y ella merece; y
éste, con toda brevedad, porque de otra manera, según la aquejan e fatigan
estos tiranos que tienen encargamiento della, tengo por cierto que muy aína
dejará de ser, etcétera." Y más abajo dice: "Donde conoscerá vuestra
Majestad claramente cómo los que gobiernan por estas partes merescen ser
desgobernados para que las repúblicas se aliviasen. Y si esto no se hace, a mi
ver, no tienen cura sus enfermedades. Y conoscerá también cómo en estas partes
no hay cristianos, sino demonios; ni hay servidores de Dios ni de rey, sino
traidores a su ley y a su rey. Porque en verdad quel mayor inconveniente que yo
hallo para traer los indios de guerra y hacerlos de paz, y a los de paz al
conoscimiento de nuestra fee, es el áspero e cruel tractamiento que los de paz
resciben de los cristianos. Por lo cual están tan escabrosos e tan avispados
que ninguna cosa les puede ser más odiosa ni aborrecible que el nombre de
cristianos. A los cuales ellos en toda esta tierra llaman en su lengua yares,
que quiere decir demonios: e sin duda ellos tienen razón, porque las obras que
acá obran ni son de cristianos ni de hombres que tienen uso de razón, sino de
demonios, de donde nace que como los indios veen este obrar mal e tan sin
piedad generalmente, así en las cabezas como en los miembros, piensan que los
cristianos lo tiene por ley y es autor dello su Dios y su rey. Y trabajar de
persuadirles otra cosa es querer agotar la mar y darles materia de reír y hacer
burla y escarnio de Jesucristo y su ley. Y como los indios de guerra vean este
tratamiento que se hace a los de paz, tienen por mejor morir de una vez que no
de muchas en poder de españoles. Sélo esto, invictísimo César, por experiencia
etcétera." Dice más abajo, en un capítulo: "Vuestra Majestad tiene
más servidores por acá de los que piensa, porque no hay soldados de cuantos acá
están que no osen decir públicamente que si saltea o roba, o destruye, o mata,
o quema los vasallos de vuestra Majestad porque le den oro, sirve a vuestra
Majestad, a título que dice que de allí le viene su parte a vuestra Majestad.
Y, por tanto, sería bien, cristianísimo César, que vuestra Majestad diese a entender,
castigando algunos rigurosamente, que no rescibe servicio en cosa que Dios es
deservido."
Todas las susodichas son
formales palabras del dicho obispo de Sancta Marta, por las cuales se verá
claramente lo que hoy se hace en todas aquellas desdichadas tierras y contra
aquellas inocentes gentes. Llama indios de guerra los que están y se han podido
salvar, huyendo de las matanzas de los infelices españoles, por los montes. Y
los de paz llama los que, después de muertas infinitas gentes, ponen en la
tiránica y horrible servidumbre arriba dicha, donde al cabo los acaban de
asolar y matar, como parece por las dichas palabras del obispo; y en verdad que
explica harto poco lo que aquéllos padecen.
Suelen decir los indios de
aquella tierra, cuando los fatigan llevándolos con cargas por las sierras, si
caen y desmayan de flaqueza e trabajo, porque allí les dan de coces y palos e
les quiebran los dientes con los pomos de las espadas porque se levanten y
anden sin resollar: "Andá, que sois malos; no puedo más; mátame aquí, que
aquí quiero quedar muerto." Y esto dícenlo con grandes sospiros y
apretamiento del pecho mostrando grande angustia y dolor. ¡Oh, quién pudiese
dar a entender de cient partes una de las afliciones e calamidades que aquellas
innocentes gentes por los infelices españoles padecen! Dios sea, aquel que lo
dé a entender a los que lo puedan y deben remediar.
DE LA PROVINCIA DE CARTAGENA
Esta provincia de Cartagena
está más abajo cincuenta leguas de la de Sancta Marta, hacia el Poniente, e
junto con ella la del Cenú hasta el golfo de Urabá, que ternán sus cient leguas
de costa de mar, e mucha tierra la tierra dentro, hacia el Mediodía. Estas
provincias han sido tractadas, angustiadas, muertas, despobladas y asoladas,
desde el año de mil e cuatrocientos y noventa y ocho o nueve hasta hoy, como
las de Sancta Marta, y hechas en ellas muy señadas crueldades y muertes y robos
por los españoles, que por acabar presto esta breve suma no quiero decir en
particular, y por referir las maldades que en otras agora se hacen.
DE LA COSTA DE LAS PERLAS Y
DE PARIA Y LA ISLA DE LA TRINIDAD
Desde la costa de Paria
hasta el golfo de Venezuela, exclusive, que habrá docientas leguas, han sido
grandes e señaladas las destruiciones que los españoles han hecho en aquellas
gentes, salteándolos y tomándolos los más que podían a vida para venderlos por
esclavos. Muchas veces, tomándolos sobre seguro y amistad que los españoles
habían con ellos tratado, no guardándoles fee ni verdad, rescibiéndolos en sus
casas como a padres y a hijos, dándoles y sirviéndoles con cuanto tenían y
podían. No se podrían, cierto, fácilmente decir ni encarecer,
particularizadamente, cuáles y cuántas han sido las injusticias, injurias,
agravios y desafueros que las gentes de aquella costa de los españoles han
recebido desde el año de mil e quinientos y diez hasta hoy. Dos o tres quiero
decir solamente, por las cuales se juzguen otras innumerables en número y
fealdad que fueron dignas de todo tormento y fuego.
En la isla de la Trinidad,
que es mucho mayor que Sicilia e más felice, questá pegada con la tierra firme
por la parte de Paria, e que la gente della es de la buena y virtuosa en su
género que hay en todas las Indias, yendo a ella un salteador el año de mil e
quinientos e dieciséis con otros sesenta o setenta acostumbrados ladrones,
publicaron a los indios que se venían a morar y vivir a aquella isla con ellos.
Los indios rescibiéronlos como si fueran sus entrañas e sus hijos, sirviéndoles
señores e súbditos con grandísima afección y alegría, trayéndoles cada día de
comer tanto que les sobraba para que comieran otros tantos; porque esta es
común condición e liberalidad de todos los indios de aquel Nuevo Mundo: dar
excesivamente lo que han menester los españoles e cuanto tienen. Hácenles una
gran casa de madera en que morasen todos, porque así la quisieron los
españoles, que fuese una no más, para hacer lo que pretendía hacer e hicieron.
Al tiempo que ponían la paja
sobre las varas o madera e habían cobrido obra de dos estados, porque los de
dentro no viesen a los de fuera, so color de dar priesa a que se acabase la
casa, metieron mucha gente dentro della, e repartiéronse los españoles, algunos
fuera, alrededor de la casa con sus armas, para los que se saliesen, y otros
dentro. Los cuales echan mano a las espadas e comienzan a amenazar a los indios
desnudos que no se moviesen, si no, que los matarían, e comenzaron a atar, y
otros que saltaron para huir, hicieron pedazos con las espadas. Algunos que
salieron heridos y sanos e otros del pueblo que no habían entrado, tomaron sus
arcos e flechas e recógense a otra casa del pueblo para se defender, donde
entraron ciento o doscientos dellos e defendiendo la puerta; pegan los
españoles fuego a la casa e quémanlos todos vivos. Y con su presa, que sería de
ciento y ochenta o docientos hombres que pudieron atar, vanse a su navío y
alzan las velas e van a la isla de San Juan, donde venden la mitad por
esclavos, e después a la Española, donde vendieron la otra.
Reprendiendo yo al capitán
desta tan insigne traición e maldad, a la sazón en la mesma isla de Sant Juan,
me respondió: "Andá señor, que así me lo mandaron e me lo dieron por
instrucción los que me enviaron, que cuando no pudiese tomarlos por guerra que
los tomase por paz." Y en verdad que me dijo que en toda su vida había
hallado padre ni madre, sino en la isla de la Trinidad, según las buenas obras
que los indios le habían hecho esto dijo para mayor confusión suya e
agravamiento de su pecados. Destas han hecho en aquella tierra firme infinitas,
tomándolos e captivándolos sobre seguro. Véase qué obras son estas y si
aquellos indios ansí tomados si serán justamente hechos esclavos.
Otra vez acordando los
frailes de Sancto Domingo, nuestra orden, de ir a predicar e convertir aquellas
gentes que carescían de remedio e lumbre de doctrina para salvar sus ánimas,
como lo están hoy las Indias, enviaron un religioso presentado en teología de
gran virtud y sanctidad, con un fraile lego su compañero, para que viese la
tierra y tractase la gente e buscase lugar apto para hacer monasterios.
Llegados los religiosos, recibiéronlos los indios como ángeles del cielo y
óyenlos con gran afección y atención e alegría las palabras que pudieron
entonces darles a entender, más por señas que por habla, porque no sabían la
lengua. Acaesció venir por allí un navío, después de ido el que allí los dejó;
y los españoles dél, usando de su infernal costumbre, traen por engaño, sin
saberlo los religiosos, al señor de aquella tierra, que se llamaba don Alonso,
o que los frailes le habían puesto este nombre, o otros españoles, porque los
indios son amigos e codiciosos de tener nombre de cristiano e luego lo piden
que se lo den, aun antes que sepan nada para ser bautizados. Así que engañan al
dicho don Alonso para que entrase en el navío con su mujer e otras ciertas
personas, y que les harían allá fiesta. Finalmente, que entraron diez y siete
personas con el señor y su mujer, con confianza que los religiosos estaban en
su tierra y que los españoles por ellos no harían alguna maldad, porque de otra
manera no se fiaran dellos. Entrados los indios en el navío, alzan las velas
los traidores e viénense a la isla Española y véndenlos por esclavos.
Toda la tierra, como veen su
señor y señora llevados, vienen a los frailes e quiérenlos matar. Los frailes,
viendo tan gran maldad, queríanse morir de angustia, y es de creer que dieran
antes sus vidas que fuera tal injusticia hecha, especialmente porque era poner
impedimento a que nunca aquellas ánimas pudiesen oír ni creer la palabra de
Dios. Apaciguáronlos lo mejor que pudieron y dijéronles que con el primer navío
que por allí pasase escribirían a la isla Española, y que harían que les
tornasen su señor y los demás que con él estaban. Trujo Dios por allí luego un
navío para más confirmación de la damnación de los que gobernaban, y
escribieron a los religiosos de la Española: en él claman, protestan una y
muchas veces; nunca quisieron los oidores hacerles justicia, porque entre ellos
mesmos estaban repartidos parte de los indios que ansí tan injusta y malamente
habían prendido los tiranos.
Los dos religiosos, que
habían prometido a los indios de la tierra que dentro de cuatro meses venía su
señor don Alonso con los demás, viendo que ni en cuatro ni en ocho vinieron,
aparejáronse para morir y dar la vida a quien la habían ya antes que partiesen
ofrecido. Y así los indios tomaron venganza dellos justamente matándolos,
aunque innocentes, porque estimaron que ellos habían sido causa de aquella
traición; y porque vieron que no salió verdad lo que dentro de los cuatro meses
les certificaron e prometieron; y porque hasta entonces ni aun hasta agora no
supieron ni saben hoy que haya diferencia de los frailes a los tiranos y
ladrones y salteadores españoles por toda aquella tierra. Los bienaventurados
frailes padescieron injustamente, por la cual injusticia ninguna duda hay que,
según nuestra fee sancta, sean verdaderos mártires e reinen hoy con Dios en los
cielos, bienaventurados, como quiera que allí fuesen enviados por la obediencia
y llevasen intención de predicar e dilatar la sancta fee e salvar todas
aquellas ánimas, e padescer cualesquiera trabajos y muerte que se les
ofresciese por Jesucristo crucificado.
Otra vez, por las grandes
tiranías y obras nefandas de los cristianos malos, mataron los indios otros dos
frailes de Sancto Domingo, e uno de Sant Francisco, de que yo soy testigo,
porque me escapé de la mesma muerte por milagro divino, donde había harto que
decir para espantar los hombres según la gravedad e horribilidad del caso. Pero
por ser largo no lo quiero aquí decir hasta su tiempo, y el día del juicio será
más claro, cuando Dios tomare venganza de tan horribles e abominables insuItos
como hacen en las Indias los que tienen nombre de cristianos.
Otra vez, en estas
provincias, al cabo que dicen de la Codera, estaba un pueblo cuyo señor se
llamaba Higueroto, nombre propio de la persona o común de los señores dél. Este
era tan bueno e su gente tan virtuosa, que cuantos españoles por allí en los
navíos venían hallaban reparo, comida, descanso y todo consuelo y refrigerio, e
muchos libró de la muerte que venían huyendo de otras provincias donde habían
salteado y hecho muchas tiranías e males, muertos de hambre, que los reparaba y
enviaba salvos a la isla de las Perlas, donde había población de cristianos,
que los pudiera matar sin que nadie los supiera y no lo hizo; e, finalmente,
llamaban todos los cristianos a aquel pueblo de Higueroto el mesón y casa de
todos.
Un malaventurado tirano
acordó de hacer allí salto, como estaban aquellas gentes tan seguras. Y fue
allí con un navío e convidó a mucha gente que entrase en el navío, como solía
entrar y fiarse en los otros. Entrados muchos hombres e mujeres y niños alzó
las velas e vínose a la isla de Sant Juan, donde los vendió todos por esclavos,
e yo llegué entonces a la dicha isla e vide al dicho tirano, y supe allí lo que
había hecho. Dejó destruído todo aquel pueblo, y a todos los tiranos españoles
que por aquella costa robaban e salteaban les pesó y abominaron este tan
espantoso hecho, por perder el abrigo y mesón que allí tenían como si
estuvieran en sus casas.
Digo que dejo de decir
inmensas maldades e casos espantosos que desta manera por aquellas tierras se
han hecho e hoy en este día hacen. Han traído a la isla Española y a la de Sant
Juan, de toda aquella costa, que estaba poblatísima, más de dos cuentos de
ánimas salteadas, que todas también las han muerto en las dichas islas,
echándolos a las minas y en los otros trabajos, allende de las multitudes que
en ellas, como arriba decimos, había. Y es una gran lástima y quebramiento de
corazón de ver aquella costa de tierra felicísima toda desierta y despoblada.
Es esta averiguada verdad,
que nunca traen navío cargado de indios, así robados y salteados, como he
dicho, que no echan a la mar muertos la tercia parte de los que meten dentro,
con los que matan por tomarlos en sus tierras. La causa es porque como para conseguir
su fin es menester mucha gente para sacar más dineros por más esclavos, e no
llevan comida ni agua sino poca, por no gastar los tiranos que se llaman
armadores, no basta apenas sino poco más de para los españoles que van en el
navío para saltear y así falta para los tristes, por lo cual mueren de hambre y
sed, y el remedio es dar con ellos en la mar. Y en verdad que me dijo hombre
dellos que desde las islas de los. Lucayos, donde se hicieron grandes estragos
desta manera, hasta la isla Española, que son sesenta o setenta leguas, fuera
un navío sin aguja y sin carta de marear, guiándose solamente por el rastro de
los indios que quedaban en la mar echados del navío muertos.
Después, desque los
desembarcaran en la isla donde los llevan a vender, es para quebrar el corazón
de cualquiera que alguna señal de piedad tuviere, verlos desnudos y
hambrientos, que se caían de desmayados de hambre niños y viejos, hombres y
mujeres. Después, como a unos corderos los apartan padres de hijos e mujeres de
maridos, haciendo manadas dellos de a diez y de a veinte personas y echan
suertes sobrellos, para que lleven sus partes los infelices armadores, que son
los que ponen su parte de dineros para hacer el armada de dos y de tres navíos,
e para los tiranos salteadores que van a tomarlos y saltearlos en sus casas. Y
cuando cae la suerte en la manada donde hay algún viejo o enfermo, dice el
tirano a quien cabe: "Este viejo dadlo al diablo. ¿Para qué me lo dais,
para que lo entierre? Este enfermo ¿para qué lo tengo que llevar, para
curarlo?" Véase aquí en qué estiman los españoles a los indios e si
cumplen el precepto divino del amor del prójimo, donde pende la Ley y los
Profetas.
La tiranía que los españoles
ejercitan contra los indios en el sacar o pescar de las perlas es una de las
crueles e condenadas cosas que pueden ser en el mundo. No hay vida infernal y
desesperada en este siglo que se le pueda comparar, aunque la de sacar el oro
en las minas sea en su género gravísima y pésima. Métenlos en la mar en tres y
en cuatro e cinco brazas de hondo, desde la mañana hasta que se pone el sol;
están siempre debajo del agua nadando, sin resuello, arrancando las ostras
donde se crían las perlas. Salen con unas redecillas llenas dellas a lo alto y
a resollar, donde está un verdugo español en una canoa o barquillo, e si se
tardan en descansar les da de puñadas y por los cabellos los echa al agua para
que tornen a pescar. La comida es pescado, y del pescado que tienen las perlas,
y pan cazabi, e algunos maíz (que son los panes de allá): el uno de muy poca
sustancia y el otro muy trabajoso de hacer, de los cuales nunca se hartan. Las
camas que les dan a la noche es echarlos en un cepo en el suelo, porque no se
les vayan. Muchas veces, zabúllense en la mar a su pesquería o ejercicio de las
perlas y nunca tornan a salir (porque los tiburones e marrajos, que son dos
especies de bestias marinas crudelísimas que tragan un hombre entero, los comen
y matan).
Véase aquí si guardan los
españoles, que en esta granjería de perlas andan desta manera, los preceptos
divinos del amor de Dios y del prójimo, poniendo en peligro de muerte temporal
y también del ánima, porque mueren sin fee e sin sacramentos, a sus prójimos
por su propia codicia. Y lo otro, dándoles tan horrible vida hasta que los
acaban e consumen en breves días. Porque vivir los hombres debajo del agua sin
resuello es imposible mucho tiempo, señaladamente que la frialdad continua del
agua los penetra, y así todos comúnmente mueren de echar sangre por la boca,
por el apretamiento del pecho que hacen por causa de estar tanto tiempo e tan
continuo sin resuello, y de cámaras que causa la frialdad. Conviértense los
cabellos, siendo ellos de su natura negros, quemados como pelos de lobos
marinos, y sáleles por la espalda salitre, que no parecen sino monstruos en
naturaleza de hombres de otra especie.
En este incomportable
trabajo, o por mejor decir ejercicio del infierno, acabaron de consumir a todos
los indios lucayos que había en las islas cuando cayeron los españoles en esta
granjería; e valía cada uno cincuenta y cient castellanos, y los vendían
públicamente, aun habiendo sido prohibido por las justicias mesmas, aunque
injustas por otra parte, porque los lucayos eran grandes nadadores. Han muerto
también allí otros muchos sinnúmero de otras provincias y partes.
DEL RIO YUYAPARI
Por la provincia de Paria
sube un río que se llama Yuyapari, más de docientas leguas la tierra arriba;
por él subió un triste tirano muchas leguas el año de mil e quinientos e veinte
y nueve con cuatrocientos o más hombres, e hizo matanzas grandísimas, quemando
vivos y metiendo a espada infinitos innocentes que estaban en sus tierras y
casas sin hacer mal a nadie, descuidados, e dejó abrasada e asombrada y
ahuyentada muy gran cantidad de tierra. Y, en fin, él murió mala muerte y
desbaratóse su armada; y después, otros tiranos sucedieron en aquellos males e
tiranías, e hoy andan por allí destruyendo e matando e infernando las ánimas
que el Hijo de Dios redimió con su sangre.
DEL REINO DE VENEZUELA
En el año de mil e quinientos
e veinte y seis, con engaños y persuasiones dañosas que se hicieron al Rey
nuestro señor, como siempre se ha trabajado de le encubrir la verdad de los
daños y perdiciones que Dios y las ánimas y su estado rescibían en aquellas
Indias, dió e concedió un gran reino, mucho mayor que toda España, que es el de
Venezuela, con la gobernación e jurisdición total, a los mercaderes de
Alemania, con cierta capitulación e concierto o asiento que con ellos se hizo.
Estos, entrados con trecientos hombres o más en aquellas tierras, hallaron
aquellas gentes mansísimas ovejas, como y mucho más que los otros las suelen
hallar en todas las partes de las Indias antes que les hagan daño los
españoles. Entraron en ellas, más pienso, sin comparación, cruelmente que
ninguno de los otros tiranos que hemos dicho, e más irracional e furiosamente
que crudelísimos tigres y que rabiosos lobos y leones. Porque con mayor ansia y
ceguedad rabiosa de avaricia y, más exquisitas maneras e industrias para haber
y robar plata y oro que todos los de antes, pospuesto todo temor a Dios y al
rey e vergüenza de las gentes, olvidados que eran hombres mortales, como más
libertados, poseyendo toda la jurisdicción de la tierra, tuvieron.
Han asolado, destruído y
despoblado estos demonios encarnados más de cuatrocientas leguas de tierras
felicísimas, y en ellas grandes y admirables provincias, valles de cuarenta
leguas, regiones amenísimas, poblaciones muy grandes, riquísimas de gentes y
oro. Han muerto y despedazado totalmente grandes y diversas naciones, muchas
lenguas que no han dejado persona que las hable, si no son algunos que se
habrán metido en las cavernas y entrañas de la tierra huyendo de tan extraño e
pestilencial cuchillo. Más han muerto y destruído y echado a los infiernos de
aquellas innocentes generaciones, por estrañas y varias y nuevas maneras de
cruel iniquidad e impiedad (a lo que creo) de cuatro y cinco cuentos de ánimas;
e hoy, en este día, no cesan actualmente de las echar. De infinitas e inmensas
injusticias, insultos y estragos que han hecho e hoy hacen, quiero decir tres o
cuatro no más, por los cuales se podrán juzgar los que, para efectuar las
grandes destruiciones y despoblaciones que arriba decimos, pueden haber hecho.
Prendieron al señor supremo
de toda aquella provincia sin causa ninguna, más de por sacalle oro dándole
tormentos; soltóse y huyó, e fuése a los montes y alborotóse, e amedrentóse
toda la gente de la tierra, escondiéndose por los montes y breñas; hacen
entradas los españoles contra ellos para irlos a buscar; hállanlos; hacen
crueles matanzas, e todos los que toman a vida véndenlos en públicas
almonedas13 por esclavos. En muchas provincias, y en todas donde quiera que
llegaban, antes que prendiesen al universal señor, los salían a rescibir con
cantares y bailes e con muchos presentes de oro en gran cantidad; el pago que
les daban, por sembrar su temor en toda aquella tierra, hacíalos meter a espada
e hacerlos pedazos.
Una vez, saliéndoles a
rescibir de la manera dicha, hace el capitán, alemán tirano, meter en una gran casa
de paja mucha cantidad de gente y hácelos hacer pedazos. Y porque la casa tenía
unas vigas en lo alto, subiéronse en ellas mucha gente huyendo de las
sangrientas manos de aquellos hombres o bestias sin piedad y de sus espadas:
mandó el infernal hombre pegar fuego a la casa, donde todos los que quedaron
fueron quemados vivos. Despoblóse por esta causa gran número de pueblos,
huyéndose toda la gente por las montañas, donde pensaban salvarse.
Llegaron a otra gran
providencia, en los confines de la provincia e reino de Sancta Marta; hallaron
los indios en sus casas, en sus pueblos y haciendas, pacíficos e ocupados.
Estuvieron mucho tiempo con ellos comiéndoles sus haciendas e los indios
sirviéndoles como si las vidas y salvación les hobieran de dar, e sufriéndoles
sus continuas opresiones e importunidades ordinarias, que son intolerables, y
que come más un tragón español en un día que bastaría para un mes en una casa
donde haya diez personas de indios. Diéronles en este tiempo mucha suma de oro,
de su propia voluntad, con otras innumerables buenas obras que les hicieron. A1
cabo que ya se quisieron los tiranos ir, acordaron de pagarles las posadas por
esta manera. Mandó el tirano alemán, gobernador (y también, a lo que creemos,
hereje, porque ni oía misa ni la dejaba de oír a muchos, con otros indicios de
luterano que se le conoscieron), que prendiesen a todos los indios con sus
mujeres e hijos que pudieron, e métenlos en un corral grande o cerca de palos
que para ellos se hizo, e hízoles saber que el que quisiese salir y ser libre
que se había de rescatar de voluntad del inicuo gobernador, dando tanto oro por
sí e tanto por su mujer e por cada hijo. Y por más los apretar mandó que no les
metiesen alguna comida hasta que les trujesen el oro que les pedía por su
rescate. Enviaron muchos a sus casas por oro y rescatábanse según podían;
soltábamos e íbanse a sus labranzas y casas a hacer su comida: enviaba el
tirano ciertos ladrones salteadores españoles que tornasen a prender los
tristes indios rescatados una vez; traíanlos al corral, dábanles el tormento de
la hambre y sed hasta que otra vez se rescatasen. Hobo destos muchos que dos o
tres veces fueron presos y rescatados; otros que no podían ni tenían tanto,
porque le habían dado todo el oro que poseían, los dejó en el corral perecer
hasta que murieron de hambre.
Desta dejó perdida y asolada
y despoblada una provincia riquísima de gente y oro que tiene un valle de
cuarenta leguas, y en ella quemó pueblo que tenía mil casas.
Acordó este tirano infernal
de ir la tierra dentro, con codicia e ansia de descubrir por aquella parte el
infierno del Perú. Para este infelice viaje llevó él y los demás infinitos
indios cargados con cargas de tres y cuatro arrobas, ensartados en cadenas.
Cansábase alguno o desmayaba de hambre y del trabajo e flaqueza. Cortábanle
luego la cabeza por la collera de la cadena, por no pararse a desensartar los
otros que iban en los colleras de más afuera, e caía la cabeza a una parte y el
cuerpo a otra e repartían la carga de éste sobre las que llevaban los otros.
Decir las provincias que asoló, las ciudades e lugares que quemó, porque son
todas las casas de paja; las gentes que mató, las crueldades que en
particulares matanzas que hizo perpetró en este camino, no es cosa creíble,
pero espantable y verdadera. Fueron por allí después, por aquellos caminos,
otros tiranos que sucedieron de la mesma Venezuela, e otros de la provincia de
Sancta Marta, con la mesma sancta intención de descubrir aquella casa sancta
del oro del Perú, y hallaron toda la tierra más de docientas leguas tan quemada
y despoblada y desierta, siendo poblatísima e felicísima como es dicho, que
ellos mesmos, aunque tiranos e crueles, se admiraron y espantaron de ver el
rastro por donde aquél había ido, de tan lamentable perdición.
Todas estas cosas están
probadas con muchos testigos por el fiscal del Consejo de las Indias, e la
probanza está en el mesmo Consejo, e nunca quemaron vivos a ningunos destos tan
nefandos tiranos. Y no es nada lo que está probado con los grandes estragos y males
que aquellos han hecho, porque todos los ministros de la justicia que hasta hoy
han tenido en las Indias, por su grande y mortífera ceguedad no se han ocupado
en examinar los delictos y perdiciones e matanzas que han hecho e hoy hacen
todos los tiranos de las Indias, sino en cuanto dicen que por haber fulano y
fulano hecho crueldades a los indios ha perdido el rey de sus rentas tantos mil
castellanos; y para argüir esto poca probanza y harto general e confusa les
basta. Y aun esto no saben averiguar, ni hacer, ni encarecer como deben, porque
si hiciesen lo que deben a Dios y al rey hallarían que los dichos tiranos
alemanes más han robado al rey de tres millones de castellanos de oro. Porque
aquellas provincias de Venezuela, con las que más han estragado, asolado y
despoblado más de cuatrocientas leguas (como dije), es la tierra más rica y más
próspera de oro y era de población que hay en el mundo. Y más renta le han
estorbado y echado a perder, que tuvieran los reyes de España de aquel reino,
de dos millones, en diez y seis años que ha que los tiranos enemigos de Dios y
del rey las comenzaron a destruir. Y estos daños, de aquí a la fin del mundo no
hay esperanza de ser recobrados, si no hiciese Dios por milagro resuscitar
tantos cuentos de ánimas muertas. Estos son los daños temporales del rey: sería
bien considerar qué tales y qué tantos son los daños, deshonras, blasfemias,
infamias de Dios y de su ley, y con qué se recompensarán tan innumerables
ánimas como están ardiendo en los infiernos por la codicia e inhumanidad de
aquestos tiranos animales o alemanes.
Con sólo esto quiero su
infidelidad e ferocidad concluir: que desde que en la tierra entraron hasta
hoy, conviene a saber, estos diez y seis años, han enviado muchos navíos
cargados e llenos de indios por la mar a vender a Sancta Marta e a la isla
Española e Jamaica y la isla de Sant Juan por esclavos, más de un cuento de
indios, e hoy en este día los envían, año de mil e quinientos e cuarenta y dos,
viendo y disimulando el Audiencia real de la isla Española, antes
favoresciéndolo, como todas las otras infinitas tiranías e perdiciones (que se
han hecho en toda aquella costa de tierra firme, que son más de cuatrocientas
leguas que han estado e hoy están estas de Venezuela y Sancta Marta debajo de
su jurisdición) que pudieran estorbar e remediar. Todos estos indios no ha
habido más causa para los hacer esclavos de sola perversa, ciega e obstinada
voluntad, por cumplir con su insaciable codicia de dineros de aquellos
avarísimos tiranos como todos los otros siempre en todas las Indias han hecho,
tomando aquellos corderos y ovejas de sus casas e a sus mujeres e hijos por las
maneras crueles y nefarias ya dichas, y echarles el hierro del rey para
venderlos por esclavos.
DE LAS PROVINCIAS DE LA
TIERRA FIRME POR LA PARTE QUE SE LLAMA LA FLORIDA (*)
A estas provincias han ido
tres tiranos en diversos tiempos, desde el año de mil e quinientos y diez o de
once, a hacer las obras que los otros e los dos dellos en las otras partes de
las Indias han cometido, por subir a estados desproporcionados de su
merescimiento, con la sangre e perdición de aquellos sus prójimos. Y todos tres
han muerto mala muerte, con destrución de sus personas e casas que habían
edificado de sangre de hombres en otro tiempo pasado, como yo soy testigo de
todos tres, y su memoria está ya raída de la haz de la tierra, como si no
hubieran por esta vida pasado. Dejaron toda la tierra escandalizada e puesta en
la infamia y horror de su nombre con algunas matanzas que hicieron, pero no
muchas, porque los mató Dios antes que más hiciesen, porque les tenía guardado
para allí el castigo de los males que yo sé e vide que en otras partes de las
Indias habían perpetrado.
El cuarto tirano fué agora
postreramente, el año de mil y quinientos e treinta y ocho, muy de propósito e
con mucho aparejo; ha tres años que no saben dél ni parece: somos ciertos que
luego en entrando hizo crueldades y luego desapareció, e que si es vivo él y su
gente, que en estos tres años ha destruído grandes e muchas gentes si por donde
fué las halló, porque es de los marcados y experimentados e de los que más
daños y males y destruiciones de muchas provincias e reinos con otros sus
compañeros ha hecho. Pero más creemos que le ha dado Dios el fin que a los
otros ha dado.
Después de tres o cuatro
años de escrito lo susodicho, salieron de la tierra Florida el resto de los
tiranos que fué con aqueste tirano mayor que muerto dejaron; de los cuales
supimos las inauditas crueldades y maldades que allí en vida, principalmente
dél y después de su infelice muerte los inhumanos hombres en aquellos
innocentes y a nadie dañosos indios perpetraron; porque no saliese falso lo que
arriba yo había adivinado. Y son tantas, que afirmaron la regla que arriba al
principio pusimos: que cuanto más procedían en descubrir y destrozar y perder
gentes y tierras, tanto más señaladas crueldades e iniquidades contra Dios y
sus prójimos perpetraban. Estamos enhastiados de contar tantas e tan execrables
y horribles e sangrientas obras, no de hombres, sino de bestias fieras, e por
eso no he querido detenerme en contar más de las siguientes.
Hallaron grandes poblaciones
de gentes muy bien dispuestas, cuerdas, políticas y bien ordenadas. Hacían en
ellos grandes matanzas (como suelen) para entrañar su miedo en los corazones de
aquellas gentes. Afligíanlos y matábanlos con echarles cargas como a bestias.
Cuando alguno cansaba o desmayaba, por no desensartar de la cadena donde los
llevaban en colleras otros que estaban antes de aquél, cortábanle la cabeza por
el pescuezo e caía el cuerpo a una parte y la cabeza a otra, como de otras
partes arriba contamos.
Entrando en un pueblo donde
los rescibieron con alegría e les dieron de comer hasta hartar e más de
seiscientos indios para acémilas de sus cargas e servicio de sus caballos,
salidos de los tiranos, vuelve un capitán deudo del tirano mayor a robar todo
el pueblo estando seguros, e mató a lanzadas al señor rey de la tierra e hizo
otras crueldades. En otro pueblo grande, porque les pareció que estaban un poco
los vecinos dél más recatados por las infames y horribles obras que habían oído
dellos, metieron a espada y lanza chicos y grandes, niños y viejos, súbditos y
señores, que no perdonaron a nadie.
A mucho número de indios, en
especial a más de docientos juntos (según se dice), que enviaron a llamar de
cierto pueblo, o ellos vinieron de su voluntad, hizo cortar el tirano mayor
desde las narices con los labios hasta la barba todas las caras, dejándolas
rasas; y así, con aquella lástima y dolor e amargura, corriendo sangre, los
enviaron a que llevasen las nuevas de las obras y milagros que hacían aquellos
predicadores de la santa fe católica bautizados. Júzguese agora qué tales
estarán aquellas gentes, cuánto amor ternán a los cristianos y cómo creerán ser
el Dios que tienen bueno e justo, y la ley e religión que profesan y de que se
jactan, inmaculada. Grandísimas y estrañísimas son las maldades que allí
cometieron aquellos infelices hombres, hijos de perdición. Y así, el más
infelice capitán murió como malaventurado, sin confesión, e no dudamos sino que
fué sepultado en los infiernos, si quizá Dios ocultamente no 1e proveyó, según
su divina misericordia e no según los deméritos dél, por tan execrables
maldades.
DEL RÍO DE LA PLATA (*)
Desde el año de mil e
quinientos y veinte y dos o veinte y tres han ido al Río de la Plata, donde hay
grandes reinos e provincias, y de gentes muy dispuestas e razonables, tres o
cuatro veces capitanes. En general, sabemos que han hecho muertes e daños; en
particular, como está muy a trasmano de lo que más se tracta de las Indias, no
sabemos cosas que decir señaladas. Ninguna duda empero tenemos que no hayan
hecho y hagan hoy las mesmas obras que en las otras partes se han hecho y
hacen. Porque son los mesmos españoles y entre ellos hay de los que se han hallado
en las otras, y porque van a ser ricos e grandes señores como los otros, y esto
es imposible que pueda ser, sino con perdición e matanzas y robos e diminución
de los indios, según la orden e vía perversa que aquéllos como los otros
llevaron.
Después que lo dicho se
escribió, supimos muy con verdad que han destruído y despoblado grandes
provincias y reinos de aquella tierra, haciendo extrañas matanzas y crueldades
en aquellas desventuradas gentes, con las cuales se han señalado como los otros
y más que otros, porque han tenido más lugar por estar más lejos de España, y
han vivido más sin orden e justicia, aunque en todas las Indias no la hubo,
como parece por todo lo arriba relatado.
Entre otras infinitas se han
leído en el Consejo de las Indias las que se dirán abajo. Un tirano gobernador
dió mandamiento a cierta gente suya que fuese a ciertos pueblos de indios e que
si no les diesen de comer los matasen a todos. Fueron con esta auctoridad, y
porque los indios como a enemigos suyos no se lo quisieron dar, más por miedo
de verlos y por huírlos que por falta de liberalidad, metieron a espada sobre
cinco mil ánimas.
Ítem, viniéronse a poner en
sus manos y a ofrecerse a su servicio cierto número de gentes de paz, que por
ventura ellos enviaron a llamar, y porque o no vinieron tan presto o porque
como suelen y es costumbre dellos vulgada, quisieron en ellos su horrible miedo
y espanto arraigar, mandó el gobernador que los entregasen a todos en manos de
otros indios que aquéllos tenían por sus enemigos. Los cuales, llorando y
clamando rogaban que los matasen ellos e no los diesen a sus enemigos; y no
queriendo salir de la casa donde estaban, los hicieron pedazos, clamando y
diciendo: «Venimos a serviros de paz e matáisnos; nuestra sangre quede por
estas paredes en testimonio de nuestra injusta muerte y vuestra crueldad.» Obra
fué ésta, cierto, señalada e digna de considerar e mucho más de lamentar.
DE LOS GRANDES REINOS Y
GRANDES PROVINCIAS DEL PERÚ
En el año de mil e
quinientos e treinta y uno fué otro tirano grande con cierta gente a los reinos
del Perú, donde entrando con el título e intención e con los principios que los
otros todos pasados (porque era uno de los que se habían más ejercitado e más
tiempo en todas las crueldades y estragos que en la tierra firme desde el año
de mil e quinientos y diez se habían hecho), cresció en crueldades y matanzas y
robos, sin fee ni verdad, destruyendo pueblos, apocando, matando las gentes
dellos e siendo causa de tan grandes males que han sucedido en aquellas
tierras, que bien somos ciertos que nadie bastará a referirlos y encarecerlos,
hasta que los veamos y conozcamos claros el día del Juicio; y de algunos que
quería referir la deformidad y calidades y circunstancias que los afean y
agravian, verdaderamente yo no podré ni sabré encarecer.
En su infelice entrada mató
y destruyó algunos pueblos e les robó mucha cantidad de oro. En una isla que
está cerca de las mesmas provincias, que se llama Pugna, muy poblada e
graciosa, e rescibiéndole el señor y gente della como a ángeles del cielo, y
después de seis meses habiéndoles comido todos sus bastimentos, y de nuevo
descubriéndoles los trojes del trigo que tenían para sí e sus mujeres e hijos
los tiempos de seca y estériles, y ofreciéndoselas con muchas lágrimas que las
gastasen e comiesen a su voluntad, el pago que les dieron a la fin fué que los
metieron a espada y alancearon mucha cantidad de gentes dellas, y los que
pudieron tomar a vida hicieron esclavos con grandes y señaladas crueldades
otras que en ellas hicieron, dejando casi despoblada la dicha isla.
De allí vanse a la provincia
de Tumbala, ques en la tierra firme, e matan y destruyen cuantos pudieron. Y
porque de sus espantosas y horribles obras huían todas las gentes, decían que
se alzaban e que eran rebeldes al rey. Tenía este tirano esta industria: que a
los que pedía y otros que venían a dalles presentes de oro y plata y de lo que
tenían, decíales que trujesen más, hasta que él vía que o no tenían más o no
traían más, y entonces decía que los rescebía por vasallos de los reyes de
España y abrazábalos y hacía tocar dos trompetas que tenía, dándoles a entender
que desde en adelante no les habían de tomar más ni hacerles mal alguno,
teniendo por lícito todo lo que les robaba y le daban por miedo de las
abominables nuevas que de él oían antes que él los recibiese so el amparo y
protectión del rey; como si después de rescebidos debajo de la protección real
no los oprimiesen, robasen, asolasen y destruyesen y él no los hubiera así
destruído.
Pocos días después, viniendo
el rey universal y emperador de aquellos reinos, que se llamó Atabaliba, con
mucha gente desnuda y con sus armas de burla, no sabiendo cómo cortaban las
espadas y herían las lanzas y cómo corrían los caballos, e quién eran los
españoles (que si los demonios tuvieren oro, los acometerán para se lo robar),
llegó al lugar donde ellos estaban, diciendo: "¿Dónde están esos
españoles? Salgan acá, que no me mudaré de aquí hasta que me satisfagan de mis
vasallos que me han muerto, y pueblos que me han despoblado, e riquezas que me
han robado". Salieron a él, matáronle infinitas gentes, prendiéronle su
persona, que venía en unas andas, y después de preso tractan con él que se
rescatase: promete de dar cuatro millones de castellanos y da quince, y ellos
prométenle de soltarle; pero al fin, no guardándole la fee ni verdad (como
nunca en las Indias con los indios por los españoles se ha guardado),
levántanle que por su mandado se juntaba gente, y él responde que en toda la
tierra no se movía una hoja de un árbol sin su voluntad: que si gente se
juntase creyesen que él la mandaba juntar, y que presto estaba, que lo matasen.
No obstante todo esto, lo condenaron a quemar vivo, aunque después rogaron
algunos al capitán que lo ahogasen, y ahogado lo quemaron. Sabido por él, dijo:
"Por qué me quemáis, qué os he hecho? ¿No me prometistes de soltar dándoos
el oro? ¿No os di más de lo que os prometí? Pues que así lo queréis, envíame a
vuestro rey de España", e otras muchas cosas que dijo para gran confusión
y detestación de la gran injusticia de los españoles; y en fin lo quemaron.
Considérese aquí la justicia
e título desta guerra; la prisión deste señor e la sentencia y ejecución de su
muerte, y la cosciencia con que tienen aquellos tiranos tan grandes tesoros
como en aquellos reinos a aquel rey tan grande e a otros infinitos señores e
particulares robaron.
De infinitas hazañas
señaladas en maldad y crueldad, en estirpación de aquellas gentes, cometidas
por los que se llaman cristianos, quiero aquí referir algunas pocas que un
fraile de Sant Francisco a los principios vido, y las firmó de su nombre
enviando traslados por aquellas partes y otros a estos reinos de Castilla, e yo
tengo en mi poder un traslado con su propia firma, en el cual dice así:
"Yo, fray Marcos de
Niza, de la orden de Sant Francisco, comisario sobre los frailes de la mesma
orden en las provincias del Perú, que fué de los primeros religiosos que con
los primeros cristianos entraron en las dichas provincias, digo dando
testimonio verdadero de algunas cosas que yo con mis ojos vi en aquella tierra,
mayormente cerca del tractamiento y conquistas hechas a los naturales.
Primeramente, yo soy testigo de vista y por experiencia cierta conoscí y
alcancé que aquellos indios del Perú es la gente más benévola que entre indios se
ha visto, y allegada e amiga a los cristianos. Y vi que aquéllos daban a los
españoles en abundancia oro y plata e piedras preciosas y todo cuanto les
pedían que ellos tenían, e todo buen servicio, e nunca los indios salieron de
guerra sino de paz, mientras no les dieron ocasión con los malos tractamientos
e crueldades, antes los rescebían con toda benevolencia y honor en los pueblos
a los españoles, dándoles comidas e cuantos esclavos y esclavas pedían para
servicio.
"Ítem, soy testigo e
doy testimonio que sin dar causa ni ocasión aquellos indios a los españoles,
luego que entraron en sus tierras, después de haber dado el mayor cacique
Atabaliba más de dos millones de oro a los españoles, y habiéndoles dado toda
la tierra en su poder sin resistencia, luego quemaron al dicho Atabaliba, que
era señor de toda la tierra, y en pos dél quemaron vivo a su capitán general
Cochilimaca, el cual había venido de paz al gobernador con otros principales.
Asimesmo, después déstos dende a pocos días quemaron a Chamba, otro señor muy
principal de la provincia de Quito, sin culpa ni haber hecho por qué.
"Asimesmo quemaron a
Chapera, señor de los canarios, injustamente. Asimesmo a Luis, gran señor de
los que había en Quito, quemaron los pies e le dieron otros muchos tormentos porque
dijese dónde estaba el oro de Atabaliba, del cual tesoro (como pareció) no
sabía él nada. Asimesmo quemaron en Quito a Cozopanga, gobernador que era de
todas las provincias de Quito. El cual, por ciertos requerimientos que le hizo
Sebastián de Benalcázar, capitán del gobernador, vino de paz, y porque no dió
tanto oro como le pedían, lo quemaron con otros muchos caciques e principales.
Y a lo que yo pude entender su intento de los españoles era que no quedase
señor en toda la tierra.
"Ítem, que los españoles
recogieron mucho número de indios y los encerraron en tres casas grandes,
cuantos en ellas cupieron, e pegáronles fuego y quemáronlos a todos sin hacer
la menor cosa contra español ni dar la menor causa. Y acaesció allí que un
clérigo que se llama Ocaña sacó un muchacho del fuego en que se quemaba, y vino
allí otro español y tomóselo de las manos y lo echó en medio de las llamas,
donde se hizo ceniza con los demás. El cual dicho español que así había echado
en el fuego al indio, aquel mesmo día, volviendo al real, cayó súbitamente
muerto en el camino e yo fuí de parecer que no lo enterrasen.
"Ítem, yo afirmo que yo
mesmo vi ante mis ojos a los españoles cortar manos, narices y orejas a indios
e indias sin propósito, sino porque se les antojaba hacerlo, y en tantos
lugares y partes que sería largo de contar. E yo vi que los españoles les
echaban perros a los indios para que los hiciesen pedazos, e los vi así
aperrear a muy muchos. Asimesmo vi yo quemar tantas casas e pueblos, que no
sabría decir el número según eran muchos. Asimesmo es verdad que tomaban niños
de teta por los brazos y los echaban arrojadizos cuanto podían, e otros
desafueros y crueldades sin propósito, que me ponían espanto, con otras
innumerables que vi que serían largas de contar.
"Ítem, vi que llamaban
a los caciques e principales indios que viniesen de paz seguramente e
prometiéndoles seguro, y en llegando luego los quemaban. Y en mi presencia
quemaron dos: el uno en Andón y el otro en Tumbala, e no fuí parte para se lo
estorbar que no los quemasen, con cuanto les prediqué. E según Dios e mi
conciencia, en cuanto yo puedo alcanzar, no por otra causa sino por estos malos
tractamientos, como claro parece a todos, se alzaron y levantaron los indios
del Perú, y con mucha causa que se les ha dado. Porque ninguna verdad les han
tractado, ni palabra guardado, sino que contra toda razón e injusticia,
tiranamente los han destruído con toda la tierra, haciéndoles tales obras que
han determinado antes de morir que semejantes obras sufrir.
"Ítem, digo que por la
relación de los indios hay mucho más oro escondido que manifestado, el cual,
por las injusticias e crueldades que los españoles hicieron no lo han querido
descubrir, ni lo descubrirán mientras rescibieren tales tractamientos, antes
querrán morir como los pasados. En lo cual Dios Nuestro Señor ha sido mucho
ofendido e su Majestad muy deservido y defraudado en perder tal tierra que
podía dar buenamente de comer a toda Castilla, la cual será harto dificultosa y
costosa, a mi ver, de la recuperar".
Todas estas son sus palabras
del dicho religioso, formales, y vienen también firmadas del obispo de Méjico,
dando testimonio de que todo esto afirmaba el dicho padre fray Marcos.
Hase de considerar aquí lo
que este Padre dice que vido, porque fué cincuenta o cien leguas de tierra, y
ha nueve o diez años, porque era a los principios, e había muy pocos que al
sonido del oro fueran cuatro y cinco mil españoles y se extendieron por muchos
y grandes reinos y provincias más de quinientas y setecientas leguas, que las
tienen todas asoladas, perpetrando las dichas obras y otras más fieras y
crueles. Verdaderamente, desde entonces acá hasta hoy más de mil veces más se
ha destruído y asolado de ánimas que las que han contado, y con menos temor de
Dios y del rey e piedad, han destruído grandísima parte del linaje humano. Más
faltan y han muerto de aquellos reinos hasta hoy (e que hoy también los matan)
en obra de diez años, de cuatro cuentos de ánimas.
Pocos días ha que
acañaverearon y mataron una gran reina, mujer del Inga, el que quedó por rey de
aquellos reinos, al cual los cristianos, por sus tiranías, poniendo las manos
en él, lo hicieron alzar y está alzado. Y tomaron a la reina su mujer y contra
toda justicia y razón la mataron (y aun dicen que estaba preñada) solamente por
dar dolor a su marido.
Si se hubiesen de contar las
particulares crueldades y matanzas que los cristianos en aquellos reinos del
Perú han cometido e cada día hoy cometen, sin dubda ninguna serían espantables
y tantas que todo lo que hemos dicho de las otras partes se escureciese y
paresciese poco, según la cantidad y gravedad dellas.
DEL NUEVO REINO DE GRANADA
El año de mil y quinientos y
treinta y nueve concurrieron muchos tiranos yendo a buscar desde Venezuela y
desde Sancta Marta y desde Cartagena el Perú, e otros que del mesmo Perú
descendían a calar y penetrar aquellas tierras, e hallaron a las espaldas de
Sancta Marta y Cartagena, trecientas leguas la tierra dentro, unas felicísimas
e admirables provincias llenas de infinitas gentes mansuetísimas y buenas como
las otras y riquísimas también de oro y piedras preciosas, las que se dicen
esmeraldas. A las cuales provincias pusieron por nombre el Nuevo Reino de
Granada, porque el tirano que llegó primero a esas tierras era natural del reino
que acá está de Granada. Y porque muchos inicuos e crueles hombres de los que
allí concurrieron de todas partes eran insignes carniceros y derramadores de la
sangre humana, muy acostumbrados y experimentados en los grandes pecados
susodichos en muchas partes de las Indias, por eso han sido tales y tantas sus
endemoniadas obras y las circunstancias y calidades que las afean e agravian,
que han excedido a muy muchas y aun a todas las que los otros y ellos en las
otras provincias han hecho y cometido.
De infinitas que en estos
tres años han perpetrado e que agora en este día no cesan de hacer, diré
algunas muy brevemente de muchas: que un gobernador (porque no le quiso admitir
el que en el dicho Nuevo Reino de Granada robaba y mataba para que él robase e
matase) hizo una probanza contra él de muchos testigos, sobre los estragos e
desafueros y matanzas que ha hecho e hace, la cual se leyó y está en el Consejo
de las Indias.
Dicen en la dicha probanza
los testigos, que estando todo aquel reino de paz e sirviendo a los españoles,
dándoles de comer de sus trabajos los indios continuamente y haciéndoles
labranzas y haciendas e trayéndoles mucho oro y piedras preciosas, esmeraldas y
cuanto tenían y podían, repartidos los pueblos y señores y gentes dellos por
los españoles (que es todo lo que pretenden por medio para alcanzar su fin
último, que es el oro) y puestos todos en la tiranía y servidumbre
acostumbrada, el tirano capitán principal que aquella tierra mandaba prendió al
señor y rey de todo aquel reino e túvolo preso seis o siete meses pidiéndole
oro y esmeraldas, sin otra causa ni razón alguna. El dicho rey, que se llamaba
Bogotá, por miedo que le pusieron, dijo que él daría una casa de oro que le
pedían, esperando de soltarse de las manos de quien así lo afligía, y envió
indios a que le trajesen oro, y por veces trajeron mucha cantidad de oro e
piedras, pero porque no daba la casa de oro decían los españoles que lo matase,
pues no cumplía lo que había prometido. El tirano dijo que se lo pidiesen por
justicia ante él mesmo; pidiéronlo así por demanda, acusando al dicho rey de la
tierra; él dió sentencia condenándolo a tormentos si no dierse la casa de oro.
Danle el tormento del tracto de cuerda; echábanle sebo ardiendo en la barriga,
pónenle a cada pie una herradura hincada en un palo, y el pescuezo atado a otro
palo, y dos hombres que le tenían las manos, e así le pegaban fuego a los pies,
y entraba el tirano de rato en rato y decía que así lo había de matar poco a
poco a tormentos si no le daba el oro. Y así lo cumplió e mató al dicho señor
con los tormentos. Y estando atormentándolo mostró Dios señal de que detestaba
aquellas crueldades en quemarse todo el pueblo donde las perpetraban. Todos los
otros españoles, por imitar a su buen capitán y porque no saben otra cosa sino
despedazar aquellas gentes, hicieron lo mesmo, atormentando con diversos y
fieros tormentos cada uno al cacique y señor del pueblo o pueblos que tenían
encomendados, estándoles sirviéndoles dichos señores con todas sus gentes y
dándoles oro y esmeraldas cuanto podían y tenían. Y sólo los atormentaban
porque les diesen más oro y piedras de lo que les daban. Y así quemaron y
despedazaron todos los señores de aquella tierra. Por miedo de las crueldades
egregias que uno de los tiranos particulares en los indios hacía, se fueron a
los montes huyendo de tanta inhumanidad un gran señor que se llamaba Daitama,
con mucha gente de la suya. Porque esto tienen por remedio y refugio (si les
valiese). Y a esto llaman los españoles levantamientos y rebelión. Sabido por
el capitán principal tirano, envía gente al dicho hombre cruel (por cuya
ferocidad los indios que estaban pacíficos e sufriendo tan grandes tiranías y
maldades se habían ido a los montes), el cual fué a buscarlos, y porque no
basta a esconderse en las entrañas de la tierra, hallaron gran cantidad de
gente y mataron y despedazaron más de quinientas ánimas, hombres y mujeres e
niños, porque a ningún género perdonaban. Y aun dicen los testigos que el mesmo
señor Daitama había, antes que la gente le matasen, venido al dicho cruel
hombre y le había traído cuatro o cinco mil castellanos, e no obstante esto
hizo el estrago susodicho.
Otra vez, viniendo a servir
mucha cantidad de gente a los españoles y estando sirviendo con la humildad e
simplicidad que suelen, seguros, vino el capitán una noche a la ciudad donde
los indios servían, y mandó que a todos aquellos indios los metiesen a espada,
estando de ellos durmiendo y dellos cenando y descansando de los trabajos del
día. Esto hizo porque le pareció que era bien hacer aquel estrago para entrañar
su temor en todas las gentes de aquella tierra.
Otra vez mandó el capitán
tomar juramento a todos los españoles cuántos caciques y principales y gente
común cada uno tenía en el servicio de su casa, e que luego los trajesen a la
plaza, e allí les mandó cortar a todos las cabezas, donde mataron cuatrocientas
a quinientas ánimas. Y dicen los testigos que desta manera pensaba apaciguar la
tierra.
De cierto tirano particular
dicen los testigos que hizo grandes crueldades, matando y cortando muchas manos
y narices a hombres y mujeres y destruyendo muchas gentes.
Otra vez envió el capitán al
mesmo cruel hombre con ciertos españoles a la provincia de Bogotá a hacer
pesquisa de quién era el señor que había sucedido en aquel señorío, después que
mató a tormentos al señor universal, y anduvo por muchas leguas de tierra
prendiendo cuantos indios podía haber, e porque no le decían quién era el señor
que había sucedido, a unos cortaba las manos y a otros hacía echar a los perros
bravos que los despedazaban, así hombres como mujeres, y desta manera mató y
destruyó muchos indios e indias. Y un día, al cuarto del alba, fué a dar sobre
unos caciques o capitanes y gente mucha de indios que estaban de paz y seguros,
que los había asegurado y dado la fe de que no recibirían mal ni daño, por la
cual seguridad se salieron de los montes donde estaban escondidos a poblar a lo
raso, donde tenían su pueblo, y así estando descuidados y con confianza de la
fe que les habían dado, prendió mucha cantidad de gente, mujeres y hombres, y
les mandaba poner la mano tendida en el suelo, y él memso, con un alfanje, les
cortaba las manos e decíales que aquel castigo les hacía porque no le querían
decir dónde estaba el señor nuevo que en aquel reino había suscedido.
Otra vez, porque no le
dieron un cofre lleno de oro los indios, que les pidió este cruel capitán,
envió gente a hacer guerra, donde mataron infinitas ánimas, e cortaron manos e
narices a mujeres y a hombres que no se podrían contar, y a otros echaron a perros
bravos, que los comían y despedazaban.
Otra vez, viendo los indios
de una provincia de aquel reino que habían quemado los españoles tres o cuatro
señores principales, de miedo se fueron a un peñón fuerte para defender de
enemigos que tanto carescían de entrañas de hombres, y serían en el peñón y
habría (según dicen los testigos) cuatro o cinco mil indios. Envía el capitán
susodicho a un grande y señalado tirano (que a muchos de los que de aquellas
partes tienen cargo de asolar, hace ventaja) con cierta gente de españoles para
que castigase, dizque los indios alzados que huían de tan gran prestilencia y
carnecería, como si hubieran hecho alguna sin justicia y a ellos perteneciera
hacer el castigo y tomar la venganza, siendo dignos ellos de todo crudelísimo
tormento sin misericordia, pues tan ajenos son de ella y de piedad con aquellos
innocentes. Idos los españoles al peñón, súbenlo por fuerza, como los indios
sean desnudos y sin armas, y llamando los españoles a los indios de paz y que
los aseguraban que no les harían mal alguno, que no peleasen, luego los indios
cesaron: manda el crudelísimo hombre a los españoles que tomasen todas las
fuerzas del peñón, e tomadas, que diesen en los indios. Dan los tigres y leones
en las ovejas mansas y desbarrigan y matan a espada tantos, que se pararon a
descansar: tantos eran los que habían hecho pedazos. Después de haber
descansado un rato mandó el capitán que matasen y desempeñasen del peñón abajo,
que era muy alto, toda la gente que viva quedaba. Y así la desempeñaron toda, e
dicen los testigos que veían nubada de indios echados del peñón abajo de
setencientos hombres juntos, que caían donde se hacían pedazos.
Y por consumar del todo su
gran crueldad rebuscaron todos los indios que se habían escondido entre las
matas, y mandó que a todos les diesen estocadas y así los mataron y echaron de
las peñas abajo. Aún no quiso contentarse con las cosas tan crueles ya dichas;
pero quiso señalarse más y aumentar la horribilidad de sus pecados en que mandó
que todos los indios e indias que los particulares habían tomado vivos (porque
cada uno en aquellos estragos suele escoger alguno indios e indias y muchachos
para servirse) los metiesen en una casa de paja (escogidos y dejados los que
mejor le parecieron para su servicio) y les pegasen fuego, e así los quemaron
vivos, que serían obra de cuarenta o cincuenta. Otros mandó echar a los perros
bravos, que los despedazaron y comieron.
Otra vez, este mesmo tirano
fué a cierto pueblo que se llamaba Cota y tomó muchos indios e hizo despedazar
a los perros quince o veinte señores e principales, y cortó mucha cantidad de
manos de mujeres y hombres, y las ató en unas cuerdas, las puso colgadas de un
palo a la luenga, porque viesen los otros indios lo que había hecho a aquéllos,
en que habría setenta pares de manos; y cortó muchas narices a mujeres y a
niños.
Las hazañas y crueldades
deste hombre, enemigo de Dios, no las podría alguno explicar, porque son
inumerables e nunca tales oídas ni vistas que ha hecho en aquella tierra y en
la provincia de Guatimala, y dondequiera que ha estado. Porque ha muchos años
que anda por aquellas tierras haciendo aquestas obras y abrasando y destruyendo
aquellas gentes y tierras.
Dicen más los testigos en
aquella probanza: que han sido tantas, y tales, y tan grandes las crueldades y
muertes que se han hecho y se hacen hoy en el dicho Nuevo Reino de Granada por
sus personas los capitanes, y consentido hacer a todos aquellos tiranos y
destruidores del género humano que con él estaban, que tienen toda la tierra
asolada y perdida, e que si su Majestad con tiempo no lo manda remediar (según
la matanza en los indios se hace solamente por sacarles el oro que no tienen,
porque todo lo que tenían lo han dado) que se acabará en poco de tiempo que no
haya indios ningunos para sostener la tierra y quedará toda yerma y despoblada.
Débese aquí de notar la
cruel y pestilencial tiranía de aquellos infelices tiranos, cuán recia y
vehemente e diabólica ha sido, que en obra de dos años o tres que ha que aquel
Reino se descubrió, que (según todos los que en él han estado y los testigos de
la dicha probanza dicen) estaba el más poblado de gente que podía ser tierra en
el mundo, lo hayan todo muerto y despoblado tan sin piedad y temor de Dios y
del rey, que digan que si en breve su Majestad no estorba aquellas infernales
obras, no quedará hombre vivo ninguno. Y así lo creo yo, porque muchas y
grandes tierras en aquellas partes he visto por mis mismos ojos, que en muy
breves días las han destruído y del todo despoblado.
Hay otras provincias grandes
que confinan con las partes del dicho Nuevo Reino de Granada, que se llaman
Popayán y Cali, e otras tres o cuatro que tienen más de quinientas leguas, las
han asolado y destruído por las manera que esas otras, robando y matando, con
tormentos y con los desafueros susodichos, las gentes dellas que eran
infinitas. Porque la tierra es felicísima, y dicen los que agora vienen de allá
que es una lástima grande y dolor ver tantos y tan grandes pueblos quemados y
asolados como vían pasando por ellas, que donde había pueblo de mil e dos mil
vecinos no hallaban cincuenta, e otros totalmente abrasados y despoblados. Y
por muchas partes hallaban ciento y docientas leguas e trecientas todas
despobladas, quemadas y destruidas grandes poblaciones. Y, finalmente, porque
desde los reinos del Perú, por la parte de la provincia del Quito, penetraron
grandes y crueles tiranos hacia el dicho Nuevo Reino de Granada y Popayán e
Cali, por la parte de Cartagena y Urabá, y de Cartagena otros malaventurados
tiranos fueron a salir al Quito, y después otros por la parte del río de Sant
Juan, que es a la costa del Sur (todos los cuales se vinieron a juntar), han
extirpado y despoblado más de seiscientas leguas de tierras, echando aquellas
tan inmensas ánimas a los infiernos; haciendo lo mesmo el día de hoy a las
gentes míseras, aunque inocentes, que quedan.
Y que porque sea verdadera
la regla que al principio dije, que siempre fué creciendo la tiranía e
violencias e injusticias de los españoles contra aquellas ovejas mansas, en
crudeza, inhumanidad y maldad, lo que agora en las dichas provincias se hace
entre otras cosas dignísimas de todo fuego y tormento, es lo siguiente:
Después de las muertes y
estragos de las guerras, ponen, como es dicho, las gentes en la horrible
servidumbre arriba dicha, y encomiendan a los diablos a uno docientos e a otro
trecientos indios. El diablo comendero diz que hace llamar cient indios ante
sí: luego vienen como unos corderos; venidos, hace cortar las cabezas a treinta
o cuarenta dellos e diz a los otros: "Los mesmo os tengo de hacer si no me
servís bien o si os vais sin mi licencia."
Considérese agora, por Dios,
por los que esto leyeren, qué obra es ésta e si excede a toda crueldad e
injusticia que pueda ser pensada; y si les cuadra bien a los tales cristianos
llamarlos diablos, e si sería más encomendar los indios a los diablos del
infierno que es encomendarlos a los cristianos de las Indias.
Pues otra obra diré que no
sé cuál sea más cruel, e más infernal, e más llena de ferocidad de fieras
bestias, o ella o la que agora se dijo. Ya está dicho que tienen los españoles
de las Indias enseñados y amaestrados perros bravísimos y ferocísimos para
matar y despedazar los indios. Sepan todos los que son verdaderos cristianos y
aun los que no lo son si se oyó en el mundo tal obra, que para mantener los
dichos perros traen muchos indios en cadenas por los caminos, que andan como si
fuesen manadas de puercos, y matan dellos, y tienen carnecería pública de carne
humana, e dícense unos a otros: "Préstame un cuarto de un bellaco desos
para dar de comer a mis perros hasta que yo mate otro", como si prestasen
cuartos de puerco o de carnero. Hay otros que se van a caza las mañanas con sus
perros, e volviéndose a comer, preguntados cómo les ha ido, responden:
"Bien me ha ido, porque obra de quince o veinte bellacos dejo muertos con
mis perros." Todas estas cosas e otras diabólicas vienen agora probadas en
procesos que han hecho unos tiranos contra otros. ¿Qué puede ser más fea ni
fiera ni inhumana cosa?
Con eso quiero acabar hasta
que vengan nuevas de más egregias en maldad (si más que éstas pueden ser)
cosas, o hasta que volvamos allá a verlas de nuevo, como cuarenta y dos años ha
que los veemos por los ojos sin cesar, protestando en Dios y en mi consciencia
que, según creo y tengo por cierto, que tantas son las maldiciones, daños,
destruiciones, despoblaciones, estragos, muertes y muy grandes crueldades
horribles y especies feísimas dellas, violencias, injusticias, y robos y
matanzas que en aquellas gentes y tierras se han hecho ( y aún se hacen hoy en
todas aquellas partes de las Indias), que en todas cuantas cosas he dicho y
cuanto lo he encarescido, no he dicho ni encarescido, en calidad ni en
cantidad, de diez mil partes (de lo que se ha hecho y se hace hoy) una.
Y para que más compasión
cualquiera cristiano haya de aquellas inocentes naciones y de su perdición y
condenación más se duela, y más culpe y abomine y deteste la codicia y ambición
y crueldad de los españoles, tengan todos por verdadera esta verdad, con las
que arriba he afirmado: que después que se descubrieron las Indias hasta hoy,
nunca en ninguna parte dellas los indios hicieron mal a cristiano, sin que
primero hubiesen rescebido males y robos e traiciones dellos. Antes siempre los
estimaban por inmortales y venidos del cielo, e como a tales los rescebían,
hasta que sus obras testificaban quién eran y qué pretendían.
Otra cosa es bien añadir:
que hasta hoy, desde sus principios, no se ha tenido más cuidado por los
españoles de procurar que les fuese predicada la fe de Jesucristo a aquellas
gentes, que si fueran perros o otras bestias; antes han prohibido de principal
intento a los religiosos, con muchas aflictiones y persecuciones que les han
causado, que no les predicasen, porque les parecía que era impedimento para
adquirir el oro e riquezas que les prometían sus codicias. Y hoy en todas las
Indias no hay más conoscimiento de Dios, si es de palo, o de cielo, o de la
tierra, que hoy ha cient años entre aquellas gentes, si no es en la Nueva
España, donde han andado religiosos, que es un rinconcillo muy chico de las
Indias; e así han perescido y perescen todos sin fee y sin sacramentos.
He inducido yo, fray
Bartolomé de las Casas o Casaus, fraile de Sancto Domingo, que por la
misericordia de Dios ando en esta corte de España procurando echar el infierno
de las Indias, y que aquellas infinitas muchedumbres de ánimas redemidas por la
sangre de Jesucristo no parezcan sin remedio para siempre, sino que conozcan a
su criador y se salven, y por compasión que he de mi patria, que es Castilla,
no la destruya Dios por tan grandes pecados contra su fee y honra cometidos y
en los prójimos, por algunas personas notables, celosas de la honra de Dios e
compasivas de las aflictiones y calamidades ajenas que residen en esta corte,
aunque yo me lo tenía en propósito y no lo había puesto por obra por mis
cuntinuas ocupaciones. Acabéla en Valencia, a ocho de diciembre de mil e
quinientos y cuarenta y dos años, cuando tienen la fuerza y están en su colmo
actualmente todas las violencias, opresiones, tiranías, matanzas, robos y
destrucciones, estragos, despoblaciones, angustias y calamidades susodichas, en
todas las partes donde hay cristianos de las Indias. Puesto que en unas partes
son más fieras y abominables que en otras, Méjico y su comarca está un poco
menos malo, o donde al menos no se osa hacer públicamente, porque allí, y no en
otra parte, hay alguna justicia (aunque muy poca), porque allí también los
matan con infernales tributos. Tengo grande esperanza que porque el emperador y
rey de España, nuestro señor don Carlos, quinto deste nombre, va entendiendo
las maldades y traiciones que en aquellas gentes e tierras, contra la voluntad
de Dios y suya, se hacen y han hecho (porque hasta agora se le ha encubierto
siempre la verdad industriosamente), que ha de extirpar tantos males y ha de
remediar aquel Nuevo Mundo que Dios le ha dado, como amador y cultor que es de
justicia, cuya gloriosa y felice vida e imperial estado Dios todopoderoso, para
remedio de toda su universal Iglesia e final salvación propia de su real ánimo,
por largos tiempos Dios prospere. Amén.
Después de escripto lo
susodicho, fueron publicadas ciertas leyes y ordenanzas que Su Majestad por
aquel tiempo hizo en la ciudad de Barcelona, año de mil e quinientos y cuarenta
y dos, por el mes de noviembre; en la villa de Madrid, el año siguiente. Por
las cuales se puso la orden que por entonces pareció convenir, para que cesasen
tantas maldades y pecados que contra Dios y los prójimos y en total acabamiento
y perdición de aquel orbe convenía. Hizo las dichas leyes Su Majestad después
de muchos ayuntamientos de personas de gran autoridad, letras y consciencia, y
disputas y conferencias en la villa de Valladolid, y, finalmente, con acuerdo y
parecer de todos los más, que dieron por escrito sus votos e más cercanos se hallaron
de las reglas de la ley de Jesucristo, como verdaderos cristianos, y también
libres de la corrupción y ensuciamiento de los tesoros robados de las Indias.
Los cuales ensuciaron las manos e más las ánimas de muchos que entonces las
mandaban, de donde procedió la ceguedad suya para que las destruyesen, sin
tener escrúpulo algunos dello.
Publicadas estas leyes,
hicieron los hacedores de los tiranos que entonces estaban en la Corte muchos
traslados dellas (como a todos les pesaba, porque parecía que se les cerraban
las puertas de participar lo robado y tiranizado) y enviáronlos a diversas
partes de las Indias. Los que allá tenían cargo de las robar, acabar y consumir
con sus tiranías, como nunca tuvieron jamás orden, sino toda la desorden que
pudiera poner Lucifer, cuando vieron los traslados, antes que fuesen los jueces
nuevos que los habían de ejecutar, conosciendo (a lo que se dice y se cree) de
los que acá hasta entonces los habían en sus pecados e violencias sustentado,
que lo debían hacer, alborotáronse de tal manera, que cuando fueron los buenos
jueces a la ejecutar, acordaron de (como habían perdido a Dios el amor y temor)
perder la vergüenza y obediencia a su rey. Y así cumplir con su insaciable
codicia de dineros de aquellos avarísimos tiranos, como todos los otros siempre
en todas acordaron de tomar por renombre traidores, siendo crudelísimos y
desenfrenados tiranos; señaladamente en los reinos del Perú, donde hoy, que
estamos en el año de mil e quinientos y cuarenta y seis, se cometen tan horribles
y espantables y nefarias obras cuales nunca se hicieron ni en las Indias ni en
el mundo, no sólo en los indios, los cuales ya todos o cuasi todos los tienen
muertos, e aquellas tierras dellos despobladas, pero en sí mesmo unos a otros,
con justo juicio de Dios: que pues no ha habido justicia del rey que los
castigue, viniese del cielo, permitiendo que unos fuesen de otros verdugos.
Con el favor de aquel
levantamiento de aquéllos, en todas las otras partes de aquel mundo no han
querido cumplir las leyes, e con color de suplicar dellas están tan alzados
como los otros. Porque se les hace de mal dejar los estados y haciendas
usurpadas que tienen, e abrir mano de los indios que tienen en perpetuo
captiverio. Donde han cesado de matar con espadas de presto, mátanlos con
servicios personales e otras vejaciones injustas e intolerables su poco a poco.
Y hasta agora no es poderoso el rey para lo estorbar, porque todos, chicos y
grandes, andan a robar, unos más, otros menos; unos pública e abierta, otros
secreta y paliadamente. Y con color de que sirven al Rey deshonran a Dios y
roban y destruyen al Rey.
Fué impresa la presente obra
en la muy noble e muy leal ciudad de Sevilla, en casa de Sebastián Trujillo,
impresor de libros. A nuestra señora de Gracia. Año de MDLII.
1. nublado
2. daño
3. habilidad
4. pérdidas
5. millones
6. complexión
7. abastecimiento
8. Virreinato con capital en
México. Sus límites comenzaban al sur en Panamá y terminaban al norte en los
actuales estados norteamericanos de California, Texas, Nuevo México, Arizona,
Utah, Nevada y Colorado.
9. Despedazar, matar con
crueldad e inhumanidad.
10. La llamada "Noche
Triste".
11. pluma
12. atropelladamente
13. subastas